Ha sido tan precioso que no sé por dónde empezar a narrarlo. Cuando la sensación el Domingo de Resurrección por la tarde es de tristeza y agotamiento es porque la Semana Santa ha sido espléndida. Y ya os digo que más triste y más cansado no pude estar la pasada Pascua. Ha sido todo muy rápido tras una espera tan prolongada. ¡Qué chicotá más cortita después de un relevo tan largo! ¡Qué rápido se nos ha escapado de nuevo! Llegó dejándose querer, con mimo, con dulzura, como siempre había llegado hasta que en plena vorágine de la Cuaresma de 2020 se nos parase la vida. Vino como a mí me gusta, susurrando y marcando la cuenta atrás de cuarenta días y cuarenta noches que han durado sólo unos segundos, pues conforme abríamos los brazos para estrecharla ya se nos estaba escapando. Su esencia pura. Siempre le digo que no quiero que llegue, que quiero oírla llegar. Y este año ha sido así. Me ha dejado gozar de su retorno entre amigos, buenos ratos, tertulias y ensayos, todo aderezado con familia, tradición, recuerdos y buenas costumbres. Ha habido de todo. ¡La quiero tanto que ya la sueño de nuevo! Desde ya anuncio que la que venga será diferente, al menos para mí, pues los años no pasan en balde y debo cambiar el modo de disfrutar de ciertas cosas, aunque no deje de exprimir los sentimientos. Ha sido precioso, decía. Y seguramente me quedo corto. Además, egoístamente, ha sido pleno mi calendario tal cual estaba trazado, tanto aquí como en Sevilla. Una vuelta a lo grande. La merecía, creo.
Comenzó el retorno propiamente dicho, por llamarlo así porque jamás nos fuimos, con mucha ilusión y ganas. Y con una sorpresa en forma de llamada telefónica. Pensaron en mí para ser el presentador y pregonero del XXIV Acto de Exaltación a la Saeta. Me encanta el atril para poner voz y sentimiento a las miradas que lo contemplan. Disfruté mucho en la vecina localidad de Miguelturra haciendo disfrutar a quienes tuvieron a bien de asistir a escucharme, deleitarse con la saetera invitada, Alicia Notario, antigua compañera de Universidad y a saborear las marchas que interpretó la Agrupación Musical Santísimo Cristo de la Piedad. Fue una tarde-noche preciosa y preludio del Domingo de Pasión, cuando se abre la puerta ojival de San Pedro y la primera de las procesiones de vísperas anuncia la Gloria que está por llegar. Había llegado a este punto agotando una Cuaresma como la de antaño, cargada de emociones dispares y con las agujas del reloj volando. Su quinto Domingo volvió el Nazareno a pasear por las calles y Ciudad Real entera se echó a las calles. ¡Qué bonito todo! Los reencuentros, las miradas, los abrazos, las sonrisas, las lágrimas, la vida. Volvíamos a la vida los cofrades. Casi sin darnos cuenta amanecía el Viernes de Dolores y el Perchel se engalanaba para su día grande. Me gusta ser perchelero. Me gusta mucho. Día azul y plata con banderolas en los balcones, torrijas en las cocinas y la Plaza de Santiago reluciente. La Dolorosa en su palio volvía a hacer latir el corazón del barrio y ya estaba todo consumado para que llegase la Semana Santa. Se acabaron las vísperas.
Y, por fin, Domingo de Ramos. El desborde de sentimientos y alegría se trasladaba a las caras de la gente. No he visto más emociones en los rostros que este año. ¡Cuánta falta nos hacía a los cofrades volver a pasear la fe! Las miradas de nuestros mayores clavadas en el rostro de María, las sonrisas de los niños, mezcladas entre la admiración y la novedad, al contemplar cómo anda un misterio, los rostros callados y hablando por el corazón de los costaleros... ¡Qué bonito ha sido todo! Volví a ver en mi Ciudad Real natal donde la Semana Santa empieza. A las 12 del mediodía del día más esperado del año para nosotros, me encontraba en la calle Ramírez de Arellano y vi salir la Borriquilla. Ya estaba la primera en la calle. Mi traje puesto, algo de estreno en el Domingo de Ramos por aquello de no quedarse sin pies y sin manos, la mariquilla de la Macarena en la solapa y el pecho lleno de orgullo. Aquí estamos de nuevo, en las calles huele a incienso y suenan marchas en la Semana Grande. Vi la cofradía en varios puntos y me fui a casa de mis padres a vestirme de costalero con la misma ilusión que hace más de dos décadas y media cuando empecé en el oficio. Por la tarde volví a pasear al Rabí de la blanca túnica que viene desde Los Ángeles ante un olivo Cautivo en su Prendimiento. ¡Que derroche de oficio costalero y qué manera de cerrar el día! ¡Cuántas sonrisas y cuántos abrazos! Y Santo Tomás de Villanueva, claro. Mi familia.
Lunes Santo de Vía Crucis de oración. Allí estuve de nuevo, con mi padre, como cuando era niño. Los dos entre el gentío acompañando al Cristo del que él es hermano. Incluso pude llevarlo un ratito sobre el hombro. Con la negrura del día amenazando agua volví a casa y amaneció el Martes Santo, lleno de Esperanza en el Barrio del Pilar y con silente racheo carmelitano en la Hermandad de las Penas. La lluvia no se atrevió a romper el sueño de los despiertos. Le prometí al Señor llevarlo de nuevo en mi cerviz cuando me necesitó. Y tras no poder despedirme de su zanco izquierdo hasta este año, lo hice como Él dispuso: de mármol a mármol, en argot cofrade. Ahí quedó, cansado y sonriente a descansar. Llegó el Miércoles Santo. Palabras mayores. La Bondad de Dios en las calles y el Consuelo de su Madre bajo palio. ¡Qué maravilla! Volver a la vida, volver a llevar en mi costal la cara que yo veo cuando rezo el Padre Nuestro. Sin palabras lo que vivo ahí debajo. Una mezcla de lágrimas de recuerdos, presentes y porvenires me recorrieron el alma. Agotado cerraba el que viene siendo mi día grande desde que era pequeño. Y me quedaba algo sublime...
Enorme fue el verla de nuevo y llorar al tenerla cara a cara. ¡Te echaba de menos, Macarena! El reencuentro con mi querida Sevilla llegó el Jueves Santo a mediodía. Fui raudo y veloz a Santa Catalina a iniciar la jornada. Mayoría de edad se cumplía desde que la Exaltación no salía desde su templo y este año volvía a ser realidad. Allí empecé el disfrute de ese día. Tras ello fui viendo el resto de cofradías entre amigos, familia y tradición. Y llegó la noche... La Madrugá. Gran Poder y Macarena en las calles. Y con eso basta para mí. ¡Qué grandeza veros de nuevo! El Viernes Santo no pudo ser más radiante. Despedirme del Señor de la Sentencia y de la Esperanza en ambiente puro macareno, rodeado de alegría, comerme el tradicional bacalao con tomate y empezar la tarde-noche del día más romántico que tiene la Semana Santa disfrutando de cofradías con las que sueño todo el año. Inmejorable. Por supuesto, no faltó el pescaíto frito y se cumplieron las usanzas. Sábado Santo de contrastes y viejos reencuentros. Es una jornada peculiar pero bien disfrutada. Y, entre tanto, Don Joaquín en su Soledad. Fieles a la cita estuvimos ambos. Culminó todo el Domingo de Resurrección despidiéndome de la Virgen de la Aurora entrando en la Catedral y disfrutando luego de una preciosa chicotá del Señor de la Vida a los sones de Salud para los Enfermos. Inolvidable la Semana Santa vivida por muchas cosas. He sido tremendamente feliz. ¡A la Gloria!
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