Faltaría más. A ver si van a volver el fútbol, los toros, el carnaval y la Semana Santa y no va a volver la fiesta popular por antonomasia en cada paraje: la romería. No podía ser de otra manera. Aquí no caben medias tintas, ni grises. Es o todo o nada. Y en España nos gusta que sea todo. Y en La Mancha os podéis imaginar. Todo, todico, tó. Ha habido romería a la vieja usanza, con sus chozos, sus corros, sus lumbres, sus calderetas, sus chuletas y todos sus avíos. ¿Y con el gorro feo? ¡Por supuesto! ¿Y con minis de calimocho? ¡Claro! Si no, no es romería. Sigo sumando años pero la esencia es la misma. Me adapto a los momentos pero hay cosas que nunca cambian y mi amor por las tradiciones y costumbres es invariable y cada vez más arraigada. Ya sabéis que incluso en el año 2020, en pleno confinamiento, celebré la romería encerrado en casa y a través de videollamadas, humor y ganas de pasarlo bien, salió la cosa medio redonda. No hubo lumbre ni carne asada en la parrilla, pero no me puedo quejar. No faltó el ingenio, ni las risas, ni los momentos divertidos. Y, claro está, tampoco faltó el pacharán, ni las copitas, ni los cánticos populares. El pasado año ya se avanzó más y hubo fogata y guiso campero, pero aún no regresaron los chozos y los ratos de corro en corro. Eso sí, pude ver a la Virgen del Monte, Patrona de Bolaños en honor a quien se hace la romería y pedirle por la pronta vuelta a la vida que se nos había ido. Y este año hemos vuelto. Con todo. ¡Qué alegría! Esta vez sí que sí. Como siempre, como nos gusta, como la queremos.
Llegó el viernes que antecedía al fin de semana del último Domingo de Abril y me levanté ya sonriente y con ganas de lo que se avecinaba. Antes de ir al trabajo ya dejé los bártulos preparados para a mediodía salir hacia Bolaños de Calatrava, adentrarme en el Paraje de la Moheda y, una vez en los rasos de la Virgen del Monte, entregarme a la antigua y buena tradición de festejar la romería y perderme allende los cerros donde la cobertura móvil no habita, el vino peleón se derrama por los gaznates y se come con cualquiera al son de "cuchará y paso atrás". Vamos, que tenía unas ganas locas de disfrutar de aquella manera y emitir algún que otro cántico pseudo etílico cuando hubiera ingerido ya una curiosa cantidad de botellines que contarse con los dedos de ambas manos pudiera y no llegase aún a la docena, digamos que, por narices, entre seis y diez, aunque luego suelen ser más, no los dedos sino los botellines, incluso en ocasiones exceder de la docena antes mentada. Así pues, lo dicho, en llegando la hora del almuerzo fui aflojando el nudo de la corbata, me despojé del traje y la mentalidad jurídica por un par de días y puse rumbo (y rumbas en la radio) hacia el lugar que debía. Nada más llegar el gorro de siempre coronó mi cabeza y el vaso de mini se convirtió en mi fiel compañero.
Lo demás es fácilmente imaginable. Ratos buenos, risas, disfrute y alegría, entre lumbres y sartenes, todo ello conjugado con familia y amistades. Si debiera dar mi definición de romería sería esa. Y me encanta, me hace feliz y me gusta transmitírselo a mi hija y vivirlo con ella. Este año, además, ha sido especial pues Claudia no recordaba cómo era la romería con todo montado. Ha cumplido cinco años y no veía toda esa vorágine desde que tenía dos. Ha sido totalmente una novedad para ella y se lo ha pasado pipa pues, el que suscribe, entre mini y mini, la subía a los cacharritos. Se ha divertido y reía mucho viéndome con el gorro puesto. Gemma también ha sido feliz, en familia y regañándome si ya canturreaba demasiado, pero, vamos, todo en orden. El sábado por la tarde que es el rato más peligroso estuvimos juntos y si quería descarriarme rápidamente me recogía la correa. Y, para colmo, algún iluminado ordenó poner una antena portátil que dotara de cobertura el lugar, por lo que ya no podía poner el móvil en modo avión y alegar que no había red... Me localizaba sí o sí. Es por ello que desde aquí no puedo dejar de mentar a la madre que parió al antenista y al que dio la orden, pues se ha cargado la pura tradición romeril de decir "voy a por tabaco y ahora vuelvo", sabiendo que ni fumo ni voy a volver (hasta que proceda). Y ya que si lo haces, vas listo y vas listo si no lo haces, pues, leche, hágase, pero que no haya cobertura hasta que tengas a bien volver al redil y la bronca del pastor te resbale. Se me entiende, ¿no?
Y poco más que añadir. Quien me conoce lo sabe. A mí estas cositas me enamoran y he disfrutado como un guarro harto de bellotas bañándose en un charco de barro. Lo que antes decía, si ya lo disfruté en pleno confinamiento y tirando de ingenio, como para no disfrutarlo ahora que la vida vuelve a ser vida y he tenido una romería como las de antes... Pasan los años y sigo con la misma mente juvenil, con las mismas ganas de relío, con los mismos alambres de tradición y costumbre y con la misma ilusión que un niño cuando se acercan los Reyes Magos o un adolescente al llegar las fiestas del colegio. Y de verdad que me gusta y no quiero cambiar en ello. Cuando miro el calendario y veo que ya llega el último Domingo de Abril, sonrío pensando cómo se dará y con quién, porque lo que sí tengo claro es lo que haré yo mismo. Y mientras pueda, así será. Y ojo que el gorro es feo, pero duradero el puñetero. Parece ayer cuando mi amigo Narciso, allí mismo de romería, se acercó a un puestecillo y dijo "Quiero el gorro más feo que haya" ante el asombro del mercader que se meaba de risa. Atinaron ambos en ser uno en concreto, reversible y llamativo. Y me lo regaló diciendo "A ver lo que te dura". Y desde entonces ha llovido y que siga lloviendo, oiga. Pero que no me falte el gorro. Ni la alegría. Ni el vino. Ni la Romería. ¡Viva la Virgen del Monte!
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