Ya sabéis todos mis lectores acerca de la devoción y cariño que le tengo al Camino de Santiago. Lo he recorrido dos veces ya, una desde Sarria y otra desde Ponferrada y no dejo de soñar en hacerlo íntegro desde Roncesvalles. Cuna de mágicas historias y leyendas hoy os traigo una de ellas originada en la etapa cumbre del Camino Francés. Es sin duda la etapa reina del Camino de Santiago y la que a la vuelta del mismo es la más recordada y comentada: la subida al monte Cebreiro, antes llamado de la Malafaba. En dicho lugar, O Cebreiro, se encuentra la capilla de Santa María la Real, a la cual se llega a través de enormes y prolongadas cuestas y sufriendo una durísima y exigente ascensión para coronar el monte. Bien, pues en este lugar es donde acaeció la historia que hoy vengo a relatar, no sin antes mencionar que O Cebreiro es de los enclaves más conocidos del Camino de Santiago y que cuenta con Monasterio y Hospital de Peregrinos desde el siglo IX, siendo de los enclaves más ancianos del Camino Francés hacia Campus Stellae. Ahí vamos...

Comenzó la Santa Misa y el monje que la oficaba y que se burló del campesino no había olvidado el incidente. "¡Qué desdichado labriego! Ascender el monte de la Malafaba sólo por venir a misa. ¡Y con el tiempo que hace!", pensaba para sus adentros. Y he aquí el milagro que narra la leyenda. Llegado el momento de la Consagración, el monje, asombrado, percibe como el Cuerpo del Señor se convierte en carne sensible a la vista y el vino que contiene el cáliz se convierte en sangre. Sangre que hierve y rebosa tiñendo los corporales. El monje, sin saber qué decir e incrédulo y convencido cual Santo Tomás y las Cinco Llagas, no pudo sino exclamar: "Señor mío y Dios mío..." Y entonces creyó.
Las escasas personas que se encontraban en la Iglesita de Santa María la Real contemplaron el prodigio y el labriego de Barxamaior, Juan Santín, comprendió el premio que tuvo su sacrificio y fe ante la burla y desprecio del oficiante.
El milagro se extendió por todo el pueblo de Galicia y de nación en nación por toda Europa. Los romeros y peregrinos que iban a Compostela desviaban su camino un momento para ir al Cebreiro y saber del milagro allí donde se había producido. Siglos después el milagro ocurrido en Santa María la Real de O Cebreiro influyeron en la ópera Parsifal de Ricardo Wagner.
En el año 1486 llegaron a O Cebreiro, peregrinando a Santiago, los propios Reyes Católicos, hospedándose en el monasterio adjunto a la Iglesia del milagro. Querían conocer que hubo sucedido en la Santa Misa, quería conocer de primera mano el prodigio. Los monjes les mostraron los corporales teñidos con la sangre y los restos de la misma que habían quedado en el cáliz. Como recuerdo de su visita real donaron el relicario donde se conservan los restos del milagro hasta nuestros días. Y allí mismo, en la capilla del monasterio, en la pequeña Iglesia de Santa María la Real, los propios coétaneos del milagro construyeron unos sencillos mausoleos al fallecimiento del monje y el labriego protagonistas de la leyenda, donde yacen descansando desde entonces y son ofrendados en signo de fe con humildes velas que encienden y prenden los peregrinos que hasta allí llegan. Es asombroso ver como la tumba del campesino está repleta de velas de los caminantes que comparten la fe del sacrificado pastor y en la del monje burlón apenas hay cuatro o cinco, seguramente de gente arrepentida como él que le ora por su interseción ante el Maestro una vez que han creído.
A mí, personalmente, me impactó bastante. He tenido la oportunidad de subir el Cebreiro y, os garantizo, que iniciado el duro ascenso no se deja de pensar en el labriego y asalta de verdad la duda de si aquel creyente campesino era consciente de "la locura" que estaba cometiendo "sólo por ir a misa". La subida del Malafaba hay que hacerla para conocerla. Eso sí, llegando a la cima la satisfacción es indescriptible y más aún para Juan Santín "un humilde campesino de la vida cuya fe no entiende de barreras". Y yo la hice en un día soleado. Hacerla sin ver ni donde pisas, aterido por el frío y nevandote encima es digna... de milagro. De un milagro tal que el cáliz del Cebreiro es el mismo que figura en el escudo de Galicia y que las bulas pontificias de los Papas Inocencio VIII y Alejandro VI hicieran extensa mención del hecho.
Una vez llegado como peregrino a la Iglesita del milagro tan sólo cabe el silencio. Creyente o no el peregrino que allí llega se queda mudo. El Camino no es una cuestión de fe o creencias, es una cuestión interior y en O Cebreiro la satisfacción interna es plena y el paraje encantador y mágico. Se pierde la vista en las policromías de los montes y valles de alrededor. Por mucha algarabía celta que haya (que la hay) interiormente sólo cabe el silencio. Y es que, como dijera Alejadro Casona, el poeta:
"En el puerto de Piedrahita del Cebreiro está el paisaje mudo y el silencio se ha quedado dormido".
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