sábado, 24 de febrero de 2024

FINISTERRE, ¿Y AHORA QUÉ?

La jacobeína ha sido diagnosticada para los peregrinos adictos al Camino en dosis de siete a quince días en el período que más convenga. En casos extremos una escapada para hacer tres etapas es suficiente. En otros casos, gente no conocedora del enganche que supone la Ruta Jacobea, se ha embarcado en caminatas de un mes o más, desde Saint Jean pied de Port hasta Santiago de Compostela o el propio Finisterre y lo que ha hecho es intoxicarse en vez de liberarse. Y, claro, luego necesita de más jacobeína pues la adicción es enorme y se sustenta en causas imposibles de desechar: la experiencia y los recuerdos. Y en esas ando yo. Creí que me sanaría por un tiempo llegando al final de todos los caminos, llegando a Fisterra, su faro y sus rocas donde comienza el basto mar. Pensé que una vez concluidos físicamente todos los caminos que había realizado, pues si algo tenía claro que en Santiago comienzan de nuevo, estaría más relajado y sin que cada vez que me acordase de mis queridas flechas amarillas me dieran ganas de coger la mochila de nuevo. Pero qué confundido estaba. Ya en el autobús de vuelta a Santiago, recién despedido de Fisterra y viendo por las ventanas los parajes que había recorrido días antes, camino, hitos y senderos que unen Lires, Muxía, Dumbría, Olveiroa y Negreira con la mítica y mágica ciudad de Santiago de Compostela, iba pensando "¿ahora qué?". La consabida tristeza que embarga al peregrino al culminar la última etapa, yo creía que no se haría conmigo en Finisterre, sino que sería un punto y aparte y la necesidad de iniciar un nuevo camino afloraría tiempo pasado. Pero no.
Fue despedirme con un ¡Hasta siempre! de la Costa da Morte para que ese vacío interior que te llena cuando das el último abrazo en Compostela me inundase por dentro. Finisterre, ¿y ahora qué? Concluí en el kilómetro cero toda caminata posible. Y cuando digo posible, lo digo con plena literalidad. Llegué hasta las rocas del mar y no se podía caminar más. Hice el epílogo del epílogo. El Camino, dicen, termina en Santiago (ya he dicho que para mí -y creo no ser el único- allí es donde empezó y empieza), sin embargo, para llenar esa nostalgia del adiós hay unos días más, unas etapas extra, un Camino Esotérico que te lleva a adentrarte un poco más en ti mismo y te enseña, de verdad, el tan manido ultreia et suseia que decían y decimos los peregrinos. Más allá. Así pues, aunque el kilómetro cero radique en el centro de la misma Plaza del Obradoiro, desde donde al alcanzarlo nos caen (internas o externas) dos lágrimas de pureza cristalina, cada uno sabe su por qué, existe otro kilómetro cero más adelante. En concreto dos. Uno en Muxía y otro en Finisterre. No seré yo quien diga cuál es el verdadero fin del fin, pues esa guerra entre Muxía y su leyenda de la barca de piedra como real fin del Camino y Fisterra y su ocaso infinito donde muere el sol y simboliza el fin del mundo, no me compete. Cada uno que elija. Yo me quedo con Fisterra, el romanticismo peregrino de real fin del camino que allí encontré, no lo hallé en Muxía, la cual, por cierto, es preciosa y también la alcancé caminando, claro, no podía ser de otra manera. En todo caso, para entender ese Camino Esotérico, ese Epílogo final, ese kilómetro cero más allá del kilómetro cero, se culmine donde se culmine, hay que llegar primero a Santiago. Y del mismo modo, hay varios caminos para hacerlo.

Fueron, quizás, un par de horas lo que tardó la necesidad de volver a soñar con regresar al Camino en adueñarse de mí. Yo conmigo, como me dijera aquel barbado bruselense que conocí en O Cebreiro allá por Agosto de 2012, ya iba rumiando esa mezcolanza de futuro impulsada por los recuerdos que generan el deseo de revivirlos. Carlos, acabas de llegar a Fisterra, con tu padre, con quien todo empezó, con quien surgió este amor por las flechas amarillas como una aventura en Sarria y se convirtió en otro Camino desde Ponferrada, otro desde Saint Jean pied de Port, otro desde Valença do Minho, otro desde el Somport y otro desde el propio Santiago hasta el fin del mundo. ¿Y ahora qué? Se han cerrado todos los círculos de principio a fin. La magia de Finisterre así lo atestigua. No ha quedado nada por recorrer. Y entremedias, Iñaki. Hermano peregrino que el propio Camino nos regaló y con el que hemos caminado juntos desde 2014, de tal modo que no concebimos atarnos las botas sin él. Ha sido precioso llegar juntos al Obradoiro ya varias veces y llegar juntos también tanto a Muxía como a Finisterre.  Ya... Pero... ¿Ahora qué? No puedo mirar mi desgastada mochila, mi sombrero, mi bordón y pensar que los guardaré en un armario sin saber cuándo volverán a rodearse de hitos y vieiras. Siempre les prometo volver. Y siempre pido al Padre Eterno volver a volver. Fisterra ha cerrado todo. ¡Tendré que abrirlo de nuevo! Ya soy peregrino errante y no imagino mi vida de otra manera. No conozco el Primitivo. La Plata me lleva años llamando. El Inglés es pequeñito y nuevo. El Gran Camino, desde casa al Obradoiro, ya lo acometeré... ¿Ahora qué?

Me subí al tren y en dos minutos encontré la respuesta. Tanto ansío seguir desgastando mis botas por esos caminos jacobeos que el círculo cerrado sirve para abrir otro. Encaja con mi filosofía de vida. Siempre estoy activo. Siempre tengo un proyecto entre manos y si lo termino (que suelo hacerlo), inicio otro. Eso de empezar algo y no concluirlo, no va conmigo. Si me embarco, navego, para eso compré el billete. Quedaba sólo decidir cuál sería el siguiente. Prometí a mi padre que llegaría a Fisterra y así fue. Le he ido adaptando las etapas a su edad y capacidad. Y aunque se camina más con la cabeza que con los pies, el cuerpo juega malas pasadas y el Camino, quien lo conoce, sabe que es duro y no da lugar a broma física, aunque al final, a todo peregrino, le reviven los recuerdos de ganar la batalla (cosa lógica) emocional tan bonita que te dejan en el alma esos momentos de satisfacción tras el esfuerzo. Pero decirle que Fisterra significaría el final total y que no volvería a caminar sería una injusticia. Sabe y sé que hay caminos que ya no puede afrontar y que no volveremos a recorrer juntos. Pero siempre hay un más allá. Fisterra me lo enseñó. Y el Camino Inglés es pequeño y creo que podré modelarlo para que lo recorra y siga siendo feliz bajo el sudor de las cuestas, la reparadora ducha en el albergue, el menú con tres vasos de vino y la dulce siesta en la litera. Allí es feliz (y yo con él). Y hago todo lo que puedo porque siga siéndolo. Sonreí. Lo miré y miré a Miguel, mi suegro, a quien hemos alistado en este mundillo peregrino y ya patea los montes con nosotros. El tren acaba de pasar Orense y enfilaba dirección Madrid. Cogí el móvil y me metí en Amazon. Busqué la Guía de Antón Pombo del Camino Inglés y la compré. Volvía de un Camino y ya soñaba con otro. Como siempre. Y con él. Le dije: Papá, Finisterre, ¿y ahora qué? Me miró triste como diciendo "Ya no hay más". Y le dije "¿Conoces el Camino Inglés? Es pequeño y en cinco o seis etapas llegamos a Santiago de nuevo...". Sus ojos brillaron y lloré por dentro como lo hago ahora por fuera al narrarlo. Sonrió. Le mandé un whatsapp a Iñaki. "Buen viaje de vuelta a Pamplona, amigo. Y no guardes muy dentro la mochila por si en Agosto del año que viene nos vemos...". Mi suegro (que algo me conoce) me miró y me preguntó "¿Qué tramas, truchón?". Y le dije: "Nada. Acabo de comprar un libro en Amazon..." Se río y me preguntó: "¿La guía del Camino Inglés?" Respondí con una sonrisa y mi padre y él rieron. Gracias, Fisterra. Gracias.