martes, 29 de octubre de 2019

UN VIAJE A ROMA

Ya tocaba hacer una escapada de este estilo. Sobre todo por Gemma que no ha tenido vacaciones este año pues es una trabajadora nata y se sacrifica mucho por defender su actividad laboral. Como si un duende mágico nos avisase de que este año no tendríamos vacaciones en común decidimos en Mayo irnos tres días a conocer El Rocío y Matalascañas. Acto seguido no hemos logrado tener unos días de descanso juntos en todo el período estival. De este modo, en el mes de Septiembre decidimos planear un viaje que nos sirviera de desahogo, de mini vacaciones conjuntas y de escapada a ver lugares del mundo que nos gustaría visitar juntos. He de decir que yo tengo la fortuna de haber viajado mucho en mi juventud y haber visitado muchos sitios, pero me gusta regresar a ciertos lugares y disfrutar de los mismos con la fantástica mujer que tengo de compañera en la vida. Gemma siempre me ha dicho que existen ciertos monumentos en el mundo que ella quería conocer y que, aunque yo ya hubiera estado antes, alguna vez estaríamos juntos. Y, evidentemente, así lo estamos haciendo. Uno es el Empire State sito en Nueva York, otro es la Torre Eiffel de París y el otro la Fontana de Trevi en Roma. El Empire lo conocimos juntos en nuestro viaje de novios en el año 2011, la Torre Eiffel ya la conozco pero planea por nuestras mentes para un futuro a medio plazo el viaje juntos y la Fontana de Trevi, cumplidora de sus leyendas, aceptó la moneda que le eché hace veinte años y por ello he vuelto, acaba de ser conocido por los dos en común. Un viaje precioso por Roma.

Personalmente elegí ese destino porque quería que Gemma conociera lo que yo llamo un Museo en la calle. Roma es digna de ser visitada. Es una magnífica convivencia de lo nuevo con lo antiguo y entre la marabunta actual, el tráfico y los edificios nuevos, siguen destacando los vestigios del que fue el mayor imperio del mundo.Yo la recordaba con mucho cariño desde que estuve hace dos décadas y quería rememorar vivencias, volver a ciertos lugares y disfrutar todo ello con mi chiquitilla del alma. Además surgió la posibilidad de ir con nuestros amigos José Ramón y Mar, casados este mismo verano, y con ganas de conocer ese destino, lo que hacía el viaje más atractivo aún. Ninguno de los cuatro, salvo yo por fortuna y casualidad, conocía Roma y el reclamo de la ciudad es enorme tanto para veteranos como para noveles: San Pedro Vaticano, la Plaza Navona, el Coliseo, la Boca de la Verdad, San Juan de Letrán, la Escala Santa, la Plaza Venecia, el Circo Máximo, el Palatino, el Foro, la Plaza de España, el Castillo del Santo Ángel, el Barrio del Trastévere, Santa María la Mayor, la Plaza Venecia, el Teatro Marcelo, el Panteón de Agripa, la Fontana de Trevi, el Moisés de Miguel Ángel, etc. Así pues fuimos dándole forma al viaje y nos decidimos a hacerlo con cierto margen de tiempo para llevarlo todo bien organizado.
Ha sido un viaje justo y cabal. Hemos exprimido al máximo para visitar y conocer todos los monumentos y atracciones posibles. Hemos disfrutado de tres visitas guiadas de las que hemos aprendido mucho. En dos de ellas, la ruta por el centro de Roma y la ruta del Foro, Palatino y Coliseo, coincidió que nos tocó el mismo guía, sin duda una persona entrañable de las que disfruta con su trabajo y se entusiasma con ello, ganándose al público y sumergiéndote en las profundidades de la historia que va narrando. Romano de nacimiento, arqueólogo y numismático, trabajó unos años en España y es afable y simpático. Un abrazo, Vicenzo, estés donde estés. Del mismo modo un recuero a Marisa, la otra guía que amplió nuestros conocimientos sobre los Museos Vaticanos, la Capilla Sixtina y la Basílica de San Pedro. Muy correcta también. Inolvidable también la aventura en la que nos embarcamos nosotros mismos: la subida a la cúpula de San Pedro. 551 escalones en total los cuales se pueden subir todos a pie o subir los primeros 231 en ascensor y los últimos 320 andando. Vamos, que de los 320 escalones a pie no te libras sea como sea si lo que quieres es coronar la cúpula. Pero merece la pena y mucho. La experiencia es genial y las vistas de la ciudad desde el punto más alto del Vaticano son una gozada.

En definitiva ha habido tiempo para todo. Hemos visto muchas cosas, pero muchas. He conocido lugares que no conocía, he revivido momentos de hace mucho tiempo, he sido feliz con mis compañeros de viaje, hemos reído, nos hemos emocionado, hemos caminado y hemos disfrutado de la gastronomía de la ciudad. Un viaje muy completo en el que todo ha salido bien y que repetiría sin pensarlo. Y no podía sino mencionar a mi amigo Don Joaquín con el que conocí la ciudad de Roma. Jamás imaginé entonces que sería él quien me casase y quien bautizase a mi hija. Y mucho menos podría suponer en aquel momento que volvería a subir la Escala Santa de rodillas, como él me enseñó, teniéndolo muy presente y recordando tantas y tantas cosas que me han ocurrido durante todos estos años. La escapada ha sido precisa, certera, aprovechada y productiva. Y siempre se dice que un viaje no termina hasta que se elige destino para el siguiente. A ver, en Milán ya he estado un par de veces (una con Gemma) pero tengo la espinita de no haber visto todavía la Última Cena de Leonardo da Vinci y, además, podemos aprovechar y ampliar viaje a Florencia y Venecia. No sería mala una nueva ruta por Italia. Y por otro lado, París se forja y erige como fuerte candidato a la próxima escapada europea. Veremos a ver qué ocurre cuando sea el momento pero creo que las bases para cerrar el viaje de Roma y empezar otro están sentadas. ¡Ciao bellos!

jueves, 17 de octubre de 2019

UNAS ACEITUNAS...

No es nada nuevo que me gusta estar activo, indagando, aventurándome a hacer cosas que me llaman la atención y a marcarme nuevos y pequeños retos que luego me den alegría. Y esta vez tenía en mente hacer una empresa que me trae recuerdos de infancia y que a la vez me despeja de la vida urbana. Algo tan sencillo como guisar unas aceitunas me lleva entreteniendo un mes. He hablado con gentes de campo para aprender de ellos cómo curarlas, cómo aliñarlas, si es mejor cortarlas o macharlas, si quedan mejor curadas con sosa o sólo con agua, etc. Y al final he ido extrayendo un poquito de cada uno hasta que he encartado cómo hacerlas a la manera que más me ha llamado la atención. Entretanto he descubierto cuestiones que ni sabía y he agrandado mi patrimonio de cocinillas tradicional. Jamás hube sabido que existía una máquina para rajar o machar aceitunas hasta que me enteré de casualidad. Y cuando lo descubrí no paré hasta hacerme con una y darle uso. No puedo estarme quieto, esa es la verdad. Así es que es por ser la primera vez que haré yo la faena de cero a cien, habrá aceitunas rajadas y machadas. Está claro que cogerán mejor el aliño que si simplemente las curo y las introduzco en el guiso sin darles ni un triste corte. ¡Vamos allá!

Cuando era niño recuerdo que mi abuelo de vez en cuando curaba unas aceitunas con sosa cáustica. Y en mi casa también lo han hecho mis padres alguna vez. Tal vez el despertar de esas memorias me ha llevado a la inquietud de querer hacer este trabajillo. Y la cosas como son, decidí ponerme manos a la obra definitivamente un día que estando de reunión dominguera con la familia de mi mujer, su tío Lucío sacó un tarro de aceitunas guisadas por él y el sabor me cautivó. Jamás en mi casa se hubieron logrado así. Observé que todas tenían unos cortes de navaja y me lancé a preguntarle: "¿las has cortado una a una? ¡Qué paciencia!" a lo que me dijo: "Una a una sí, pero con la máquina". Imaginad mi cara cuando oí lo de la máquina. "¿Una máquina para cortar aceitunas?". -"Sí, la hay y tiene la opción de machacarlas también. Así cogen mejor el guiso". La conversación entre dos amantes del campo y la lumbre estaba servida. Y esas cosas me encantan. Así es que interrogué, aprendí y me lancé a algo tan simple como guisar unas aceitunas. Parece una tontería pero me evade, me entretiene y me gustan esas cosas. Por eso le dedico unas líneas a unas meras aceitunas, porque en realidad, para mí, conllevan mucho más de fondo.

Bueno, lo siguiente fue hacerme con el instrumento necesario para cortar y/o machacar las aceitunas. Y como hoy en día todo se encuentra en internet, no tardé en encontrar una que satisficiera mis necesidades. Dicho y hecho. Ahora quedaba coger unos kilos de aceitunas y empezar la faena con ellas. Y hete aquí que uno es buen manchego y conoce gente por diversos lares y enseguida localicé buenos olivos con sus buenas aceitunas. Lo demás fue coger unos cuantos kilos de las mismas y emprender la tarea: machacarlas una a una y meterlas en agua. Eso sí, para coger las aceitunas "contraté" la mejor cuadrilla posible: mi mujer y mi hija. Fue una bonita mañana entre olivos y cuando ya íbamos a terminar de coger las mejores, llegaron refuerzos. Se unieron a coger las aceitunas mediante la técnica del ordeño mis suegros y sus amigos Ángel, Clara, Alfonso y Carmen. Hice unas instantáneas para mandárselas al dueño del olivar y decirle que le estaban robando, so pena de que precisamente era el mismo y propio Lucío y estaba avisado de nuestra visita a su terreno.

Por la tarde llevé las aceitunas al chalet de mis padres y allí limpié un capacho para echarlas en agua y lavarlas. Después es cuando empezaron el machaqueo y los cortes hasta que finalmente todas estuvieron de nuevo en el capacho preparadas para aguantar unos días cubiertas de agua que les vayan quitando el aceite y el amargor hasta que sea el momento óptimo para aliñarlas. Y en esas estamos ahora. Día tras día, por la noche, al llegar a casa les cambio el agua y les incorporo dos puñados de sal gruesa. El agua las va limpiando y quitando el sabor tan amargo del alpechín y, a la vez, mantienen su gusto tan característico, cosa que si se hace a través de la técnica de dejarlas una noche en agua con sosa cáustica diluida se pierde en parte. Y la sal sirve para darles entereza y que no se ablanden demasiado. Ya llevan cuatro días con cambio de agua y en una semana creo que estarán listas para ponerles el aliño. Haré de dos tipos: tradicional y con sabor a berenjena. Ya os contaré que tal pero su historia y su trastienda tendrán un sabor peculiar. Ya me conocéis. Lo dicho: ¿y para esto una entrada en el Rincón? Pues sí. ¿Unas aceitunas? ¡Venga!