jueves, 19 de mayo de 2016

CARTA A LA REINA MADRE

Mi muy querida Reina Madre: Dado que usted no venía a verme y que Londres era de las principales capitales europeas que me quedaba por visitar, pues ya hube expandido mis manchegas maneras por Madrid, París, Roma, Amsterdam, Bruselas y Berlín, opté por ir yo a visitarla a su Palacio de Buckingham como bien se habrá percatado. Mi estancia allí ha sido sin duda conocida por usted por los varios y diversos textos así como ofrecimientos que le he brindado en diversas redes sociales, pues no hubo manera de que los beefeater que custodian su alojamiento me permitieran el paso para tomarnos un té a las cinco en punto de la tarde y negociar la devolución del Peñón de Gibraltar a cambio de una buena sartén de gachas para usted y su corte. Así pues, mi querida queen, le dedico estas líneas amenizadas con instantáneas que capturé en sus dominios para recordarle que mi oferta sigue en pie y que volveré por aquellos lares a explicarle lo que son unas trébedes y una sartén sobre ellas haciendo galianos. Vaya echando lumbre que no estoy de guasa.

Tras varias horas de un viaje en el que menos bicicleta y barcos usamos el resto de medios de transporte, a saber, coche, tren, metro, avión, cercanías y extremidades inferiores, comenzó la visita por Londres visitando todos aquellos lugares emblemáticos y turísticos que eran dignos de ello. Y fue cerca de su real palacio donde le hice mi primera declaración de intenciones. En una de las típicas cabinas telefónicas rojas de las cientos que hay en la capital del Reino Unido efectué la llamada. ¿Está la reina? Que se ponga. El resto ya lo imaginan. Quizás alguien me mirase raro pero igual mirarían en su día al ingenioso hidalgo que cabalgó por la Mancha y hoy es conocido en todo el mundo. Y la oferta no era mala, reina madre. Usted lo sabe. Nos devolvía a España el peñón que para nosotros es honra y orgullo y para usted es un mero chinatorrillo que no le sirve para nada y yo la convidaba a unas buenas gachas manchegas con la mejor harina de pitos que hubiera y, además, la enseñaba a comer en corro romero a la orden de "cuchará y paso atrás". Y usted no quiso. Claro, usted, querida Victoria, ni sabe lo que es un corro romero, ni ha visto la harina de almortas en la vida. Usted lo único que sabe es beber pintas de cerveza o de sidra que se le queda el buche como una gitana harta de sifón y pega unos regüeldos por la corte que se queda hueca como un barquillo. Y así no hay manera. Y mientras tanto los beefeater dándose paseos de puerta a puerta.



Y dado que no aceptó el ofrecimiento se lo repetí varias veces. Ya sabe que el dicho dice "eres más pesado que los manchegos" y yo lo soy. Quise limar asperezas a los pies del Big Ben, paseando por la orilla del Támesis, observando el London Eye, caminando por las callejuelas de Candem Town, en Trafalgar Square, en Covent Garden, a las puertas de las Cortes de Justicia y en el mismísimo Puente de las Torres. Y usted, Doña Elisabeth, emperrada en que no, que no y que no. Total que como no obedecía ni al nombre de Victoria, ni al nombre de Elisabeth, ni a ninguno de los nombres de Reina Madre que yo quisiera mentarle, opté por llamarla Jesús cuando estornude y así obedece seguro. Y ni por esas, oye. Es usted siesa. Pero siesa. Yo recorriendo Londres ofreciéndole el pacto de no agresión y usted ni puñetero caso. Y mire que al final le dije que le hacía las gachas manchegas, la enseñaba a hacer tiznado y le dejaba unos botes de asadillo hasta mi próxima visita. Amplié la oferta pero nada. Cerrada en banda.




Sin cesar en mi empeño me trasladé a Sheffield y allí parece que hubo algo más de entendimiento. En los bares ya me trataban como a uno más y me pedían que cerrase el trato con usted. Me decían que ellos no querían el Peñón y que hacía que no comían caliente desde que se cayeron de boca a un brasero. Pidieron que les hiciera galianos, migas y atascaburras. Y la verdad los pobres se veían necesitados. Porque sepa usted, doña queen, que me topé con ciudadanos de sus dominios que son más blancos que una pared encalada por Cuaresma y con unas piernecillas que hacían dignas a las patas de alambre de la gallina turuleca. Y no le digo nada de su forma de hablar. Me traían loco. Pues anda si les hago la sartenada de almortas y tienen que traducir "no me jodas Baldomero y come gachas de tu lado que me echas ramajiles por chiscarte lo pegao". Entonces sí. Entonces sí que se quedan locos y cerramos el trato... El trato de que yo me voy de allí y me los traigo a todos a la fiesta española, a la vendimia a faenar, a soltar chascarrillos y almorzar de manchegas maneras. Y allí te quedas tú sola en el palacete y con el chinarro de Gibraltar. Porque sepa usted, apreciada majestad, que gastan menos en humor en sus tierras que Tarzán en corbatas. Y tenía a sus súbditos ganados y nos entendíamos entre ellos y yo. Pero nada. Usted siguió empeñada en no aceptar la oferta. Más terca que los maños, oye.


Culminó mi intento de pacífica negociación proclamando la permuta por sus Parques Naturales y bares, tabernas, mesones y ventas de distinta y diferente calaña, viendo como los habitantes de aquellos lares y otros venidos de diferentes confines del mundo miraban con buenos ojos mi propuesta. He de resaltar, Doña Victoria Elisabeth Jesús Queen de Todos los Santos, que un taiwanés que se hace llamar Miguelito y que chapurrea mi lengua nativa y llegamos a buen parecer, vio con buenos ojos (todo lo más que pueden ver sus rasgados ojos asiáticos) el trueque que yo le ofrecía. Y mientras me cantaba "Tírate de la moto, de la moto tírate" y me decía que era valenciano y que vivan las Fallas selló conmigo su colaboración a cambio de una paella. Dícese y para que usted lo entienda, si le hago una paella a Miguelito unirá sus fuerzas a mí para recuperar el Peñón a cambio de una buena sartén de gachas para usted y los beefeater que la escoltan que parecen dos muñecos con gorro ruso. Piénsalo, Reina Madre, piénsalo. Que un taiwanés y un manchego dando guerra en sus dominios puede ser inaguantable para su majestad. Ya se lo advertí desde Birmingham donde también expuse mi pacto y de nuevo lo rechazó. Y se lo grité desde el avión el día que regresaba a mi querida España: la reconquista ha comenzado y tenga por seguro que volveré. ¡¡Volveré!! Y con harina de almortas en la maleta.


Entrada dedicada a Gemma, Miguelín y Pisma.
Os quiero.