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martes, 23 de abril de 2024
DON REAL MADRID
miércoles, 10 de abril de 2024
SEMANA SANTA 2024
Detengan ya su lectura si lo que creen que van a descubrir en estas líneas es el resumen de lo que ha sido esta última Semana Grande. Creo que lo que ha sido ya lo saben todos: a nivel cofrade, un desastre y a nivel hidrológico, una maravilla. Nada puede haber más horroroso para los que amamos la cera y el incienso que pasarnos mirando al cielo de Domingo a Domingo y no ver un sol pleno y radiante sobre fondo azul, sino ver oscuros nubarrones cargados con el peor de los presagios sobre un fondo amarronado por el polvo en suspensión de la calima. Y nada puede haber más bello para la gente cuyo pan depende de los campos que recibir dos borrascas consecutivas, descargando agua de tal manera que los embalses hayan pasado de estar al diez por ciento de su capacidad a estar al ochenta por ciento en siete días. No recuerdo cosa igual en todas las Semanas Santas que he vivido. Horrible de pitón a rabo. Y tampoco recuerdo haber visto correr los regatos de agua por Sierra Morena como lo hacían este pasado Jueves Santo. Imaginad mi cara en el AVE dirección a Sevilla viendo el panorama y sabiendo que, muy posiblemente, no viese ninguna cofradía en la calle y todo hubiera concluido para mí con la entrada, también lluviosa, de la Hermandad del Prendimiento el Domingo de Ramos. Este año sí que sí era el día en el que todo comienza y a la vez acaba. ¡Qué desastre! No soy amigo de las matemáticas pero con un sólo dato os podréis hacer a la idea: tan sólo la tercera parte de las cofradías de Ciudad Real, ocho de veinticuatro, pudieron hacer su estación de penitencia en toda la Semana Santa. Y en mi querida Híspalis, de poder haber disfrutado en la calle de veintiséis cofradías que son las que suelo ver discurrir los días que estoy allí, puedo sentirme muy afortunado de haber visto cinco de ellas que lograron salir. Nada más. Lo dicho, poco hay que resumir, eso sí he tenido cosas bellas, bellísimas. Y es lo que hoy vengo a plasmar.
Empezaré por una que no puedo pasar por alto y dejaré la mejor para el final. Viernes Santo en Sevilla. No había salido ninguna de las cofradías del día, ni de la Madrugá, ni de los dos días anteriores... Llovía a cántaros. Cumpliendo mi tradición de la vigilia había comido bacalao con tomate y la cena estaba clara: pescaíto frito en mi querida Freiduría La Isla. Tras ello y sin tener otro perejil mejor que mondar, el grupo que estábamos encaminamos nuestros pasos al bar Lairén, por aquello de que somos "jartibles" y viendo cofradías o sin verlas hablamos de ellas y podemos pasarnos así horas. Pedimos el chispalibre nuestro de cada día (no sería malo, ¿verdad?) y comenzamos nuestra tertulia. Gran parte de las cuadrillas de la Soledad de San Buenaventura y del misterio de la Conversión del Buen Ladrón (Montserrat) estaban allí. Se respiraba ambiente costalero puro y estábamos rodeados de sudaderas de hermandades, botines negros y bolsas con costales y fajas. Sonreí recordando aquellos años en que fui costalero del Cristo de la Cruz al Hombro de la Hermandad del Valle y también llovió. Sabía lo que eran esos momentos y agarrarnos a la máxima "día sin pasos, día de vasos". Abrazos, alguna lágrima, mucho humor y whiskys y gintonics. De repente veo caras conocidas. Precisamente de aquellos años. ¡Pero leche! ¡Canalo! ¡Agustín! ¡Pedro! ¡Carlos! Antiguos compañeros míos, costaleros de aquella cuadrilla de la que fui y que ahora lo son de otras. ¡Qué bonito reencuentro! Años sin vernos, más de diez, quizás. Y de nuevo juntos hablando de lo que nos gusta, sintiéndonos todos iguales, dándonos abrazos y besos de hermanos, mirándonos con ternura los morrillos aflorados por los kilos paseados sobre el costal y diciéndonos que llevamos ya más de media vida en este mundillo de la arpillera y seguimos siendo los pies de Dios en la tierra. Siempre me he sentido uno más de vosotros y siempre me habéis hecho sentir así. Raza costalera pura en mi amada Sevilla y si no hubiera sido por la nefasta lluvia no habría ocurrido este recuerdo tan precioso que hoy albergo. Caricia de Viernes Santo que para mí guardo.
Justo el día anterior. Jueves Santo. Sevilla. Cuatro y media de la tarde. Las previsiones meteorológicas son tan horribles que ya hay cofradías que han suspendido su estación de penitencia y el resto empiezan a hacerlo. Finalmente no sale ninguna de las siete. Yo aún sensible por no haber podido salir con mi hermandad de toda la vida, la Flagelación, hacía menos de un día, Miércoles Santo, veo que me quedo sin las estampas anuales que tanto me gusta vivir en Siviglia y que por la noche la Madrugá tampoco será la noche más mágica y bella del año. Al final ocurrió lo esperado: ninguna de las seis cofradías que dan lugar a la mezcla de contrastes entre la algarabía de Triana y el silencio ruán del centro salieron a las calles. Pero antes de eso, me dediqué a visitar a algunas de las hermandades, entre chubascos y los armaos desfilando, en sus templos de salida, abiertos de par en par para que todos pudiéramos ver lo que podría haber sido y no fue. Y antes todavía, el pellizco al alma que cobijo en los recuerdos... Las cuatro y media de la tarde, decía. Decido ir a los Santos Oficios con uno de mis compadres. Un año fuimos al Gran Poder y este año decidimos ir a la Magdalena. Ojo. Cuidado. Parroquia seria y rancia. Con decir que es sede de la Quinta Angustia y del Calvario, todo aquel que sepa de cofradías ya sabe de lo que estamos hablando. Por ello me la esperaba medio vacía y con gente de avanzada edad. ¡Qué cara la mía! ¡Llena! ¡A rebosar! Tuvieron que dar la comunión seis ministros del altar. Y tomen buena nota aquí y apúntelo quien lo tenga que apuntar: estaba llena de gente joven y cofrade porque la mayor entrada de juventud a la Iglesia la traen las cofradías. Sonreí y fui feliz. Un "misón" de hora y media, casi, entre unas cosas y otras. Gente joven y cofrade, repito. La Iglesia llena. Agradabilísima sorpresa. Y sí, si no hubiera sido por la lluvia tampoco me habría dado ese gustazo de ver cómo las cofradías hacemos Iglesia aunque la propia Iglesia no lo crea.
Y llego al final que ocurrió al principio. Y fue tan bello el principio que, para mí, aunque hubiera sido de verdad el final (y en parte lo fue), nadie me quitaba la felicidad tanto interna como externa. Anticipo antes de contarlo que el Sábado Santo sí salieron las cofradías a la calle, ¡menos mal! y pude cumplir algunos de los ritos que me gustan, como conversar con el Padre Joaquín, Preste de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo o despedir la jornada con el palio de la Trinidad. Si no llega a ser por la tregua que dio el tiempo esa jornada, me vuelvo a casa sin haber disfrutado en Sevilla de ninguna cofradía. Bien, a lo que iba. Al principio. Domingo de Ramos. Día que jamás imaginé que me regalaría un recuerdo imborrable y que volvería a comprobar la grandeza de Dios y a vivir en persona, una vez más, que, como dice el refrán, el hombre propone y Dios dispone. Tenía hablado con el capataz y con mis compañeros de cuadrilla que este año me retiraría de las trabajaderas de mi querida parihuela azul del Prendimiento, por lo que me dieron un relevo especial para que hiciera la entrada y disfrutase emocionado del último "¡ahí quedó!" que escuchase como costalero del Rabí de la blanca túnica. De esta forma, a mí que me tocaría la salida, no la haría y la cedería a otro costalero y éste, a cambio, me cedería a mi la entrada. Y ocurrió que apareció la lluvia y se modificaros los planes. La cofradía cambió recorrido y horario, se quitaron relevos de las cuadrillas y, finalmente, quiso el Señor que mi cuadrilla, que hubo hecho la salida, hiciera también la entrada. Y yo, que había cambiado esas chicotás, estuviera fuera y no hiciera ni salida, ni entrada. Y es más, la última vez que me quité el costal sólo Él sabía que lo era, pues yo aguardaba todavía a un relevo que ya jamás ocurrió. Así lo quiso el Cautivo y así se hizo. Eso sí, me regaló en la retirada el debut de mi hija en este mundillo de la Semana Santa. Su primera vez vistiendo la túnica y, romanticismo de la vida puro, calzando las sandalias que yo mismo usé cuando tenía sus años. Salirme de debajo del paso, acercarme a los tramos infantiles y ver a mi hija feliz es lo más preciado y bello que he tenido este año. Simplemente por eso ya todo mereció la pena y hará imborrable esta Semana Santa. Lo demás, son renglones torcidos de Dios que algún día lograremos leer rectos. O quizás quien escribe derecho es Él y nosotros lo leemos torcido. No ha habido nazarenos, pero el Guadiana ha vuelto correr donde no lo hacía. Sólo Él lo sabe. Y eso es tan bello como los tres retazos que hoy quería conservar escritos. ¡A la Gloria!
lunes, 18 de marzo de 2024
DOÑA CUARESMA
"Que los años se rompan en el tiempo pero el amor del costalero siga vivo". Con esa célebre frase del capataz Manolo Santiago, me dirijo a ti, querida Cuaresma. Hoy vengo a desgranarte, iluso de mí, como si tú no lo supieras, los sentires que me emanan al recorrer tus días camino de una nueva Semana Santa. Mentiría si no dijera que con la edad he aprendido a quererte y aunque mi amada sea esa fecha que arranca en el Domingo de Ramos, con la exhalación de un suspiro que todo lo explica, contigo, desde niño, ya revoloteaba en mi interior el cosquilleo que a todo cofrade invade cuando casi roza ya con las yemas de los dedos sus fechas más queridas. En definitiva, las vísperas. Esos días que te dan forma y que llegado el Domingo de Pasión prácticamente desabrochan ya los sentimientos retenidos y los dejan escapar por la puerta ojival de San Pedro, en unos días preciosos que navegan hasta el puerto de un palio azul y plata que amarra los Dolores del Perchel en la tarde noche más querida por el viejo barrio pescador. Y cuando se apaga la última luz de la candelería queda tan sólo un día, uno nada más, para que la rampa eterna hacia el arco de palmas y olivos explote de júbilo y podamos exclamar que ha llegado la Gloria. Eso sí, la Gloria de una semana que cuenta el tiempo al revés y nada más comenzar comienza a defenecer. Por eso en ti, querida Cuaresma, radica la gracia de la espera y hay que saber paladearte, aunque me enamore quedarme dormido en la revirá de un misterio la noche del Domingo de Ramos o en un cirio derritiéndose al compás de miles de corazones que lo arropan llegando a Correduría, donde la Alameda empieza y dicen que en un balcón que estaba en las Siete Puertas, cantaba el Niño Gloria saetas al pasar la Macarena.
Sin duda son estos cuarenta días con sus cuarenta noches unas fechas especiales que aglutinan, a veces solapando unas con otras, las realidades de unos sueños tantas veces imaginados que toman su esencia de los ensayos de las bandas matizando las marchas nuevas a estrenar, de los golpes del cincel del imaginero perfilando la imagen secundaria que está restaurando, de los sempiternos nervios del prioste al perder el concilio nocturno recordando que tiene que apretar más la tuerca de la peana, ¿cuál?, no preocuparse que él lo sabe, vosotros preocuparos de lo vuestro y de seguir haciendo realidades esos sueños que decía sacando la papeleta de sitio de vuestro hijo por vez primera, arropando a vuestro amigo, el pregonero, que este año sube al atril a poner voz a su cofradía en un momento íntimo y mágico en el que desnuda su interior, siendo conscientes de que estas fechas sirven también para el reencuentro, tantas veces igualmente soñado e imaginado, de compartir con esos amigos que la pasión compartida nos ha ido regalando y añadiendo a nuestras vidas, una charla sobre cofradías en torno a una recién acaba tertulia, mientras aún humea el incensario deshaciéndose en vaharadas que retienen a la vez que exprimen esta preciosa cuenta atrás llamada Cuaresma. ¡Cuarenta días y cuarenta noches! Pero, ¡qué cuarenta días y qué cuarenta noches!
E inmersos en la más preciada cuenta atrás de la que disponemos los que pasamos la vida arremolinados en torno a una sensación que no puede describirse con palabras, me deleito observando las miradas, por donde habla el corazón sin necesidad de voz. Contemplo las pupilas estallantes de júbilo de un aspirante que en la igualá a la que lleva unos años asistiendo, por fin, recibe el golpe en el hombro del capataz diciéndole que es bienvenido al oficio más bello del mundo, pasear a Dios y a su Santa Madre y por salario disfrutar nada más. Me extasío en los atriles donde se pregonan cofradías en la intimidad de sus hermanos, allá donde la voz nace de las entrañas del sentimiento y vuela como un dardo que se clava en el centro del alma de quienes escuchan ese sentir compartido que los une y aprieta en torno a un mismo Titular, sabiendo que nadie que no forme parte de su hermandad lo entenderá y vivirá igual que ellos. Que todos somos cofrades, sí, pero que los de Pilatos son mucho de Pilatos, los de la Coronación son mucho de la Coronación y los del Nazareno son mucho del Nazareno y nadie mejor que uno mismo para saber y entender lo que acaece en su seno interno y desbordarse en sentires de amor propio para con los suyos. Me embeleso en el ajetreo de una alacena que consume las vísperas como enseñaron las abuelas, entre bacalao, escabeche, flores de sartén, torrijas, pestiños y una cocina de tradición y costumbre que se repite año tras año compartiendo con la Navidad la mezcolanza del reencuentro y el recuerdo. Y todo eso ocurre en tu seno, Doña Cuaresma. ¡Como para no quererte!
Siempre igual y siempre diferente. Llegan las calendas a febrero o a marzo y el Martes de Carnaval con ellas. Y al finalizar el día, cuando el último grano de arena del reloj agota el tiempo de su cono de vidrio y salta la hora a un nuevo día, a la misma hora que Cenicienta debía volver a casa, comienzas tú. Y contigo el Miércoles de Ceniza y los cuarenta días que te dan forma y plazo para la explosión de la gloria cofrade en un nuevo Domingo de Ramos donde todo comienza. Entre tanto, ensayos, montajes, vigilia, papeletas y cirios. Y en la mente la idea firmemente amarrada de que la vida entera cabe en un paso de palio. Eso eres tú, Cuaresma. La vida misma, la perfecta conjunción de la costumbre trasladada de generación en generación para que perviva siempre la liturgia del hogar en torno a una misma creencia. ¿Te has fijado, querida, la luz que desprende un Domingo de Laetare cuando con rosas vestiduras una madre lleva a su recién nacido, apenas recién recibido el bautismo, a engrosar la nómina de hermanos de la cofradía de su padre? ¿Te has parado a contemplar el ritual costumbrista que exprimiendo las vísperas ocurre en una misma familia, al mediodía del Domingo de Pasión, siempre en torno a Él, a quien nuestros abuelos llamaron Jesús, nuestros padres el Nazareno y nosotros el Señor? Fíjate, Doña Cuaresma. Fíjate. Contempla que en tus días brillan las calles distintas. Los viejos olmos del Prado salen de su letargo porque en la Catedral se presiente lo que está por llegar. La Merced se perfuma de grandeza al convertir su Pasaje, por unos días, en el corazón de la ciudad. San Pedro engalana su rampa porque será acariciada por pisadas costaleras anunciando la más grande de las llegadas. Los barrios más allá de Rondas son júbilo puro porque sus vecinos más queridos volverán a hasta el Camarín de la Patrona. Y de mi Perchel, ¿qué decirte? En el muere tu espera y nace cada año tu primavera. Y entre tanto alguna sorpresa. ¡Como para no quererte, Doña Cuaresma! Llévanos siempre a la Gloria.
sábado, 24 de febrero de 2024
FINISTERRE, ¿Y AHORA QUÉ?
miércoles, 24 de enero de 2024
LEYENDA DE LA AUTORÍA DE LAS ESPERANZAS
Ahora que empieza la pre Cuaresma, aunque, en realidad, ¿cuándo no es pre Cuaresma para un cofrade? O los 40 días estrictos que dura la propia Cuaresma o los siguientes ocho días mágicos que conforman la Semana Santa de Ramos a Resurrección, el resto del año, o lo que es lo mismo todos los días que van desde el Lunes de Pascua hasta el martes previo al Miércoles de Ceniza, ambos incluidos, son pre Cuaresma para un cofrade. Vamos, que los jartibles vivimos en una pre Cuaresma continua. Así somos. Bien, pues ahora que "empieza" esta fecha, pasada la Navidad y viviendo de soslayo el inminente Carnaval, porque ya saben vuesas mercedes que a la que pasa Baltasar se vislumbra la primera cruz de guía, me decido a escribir en el Rincón las primeras líneas de este recién estrenado año 2024, dedicándolas a una leyenda que no dejará indiferentes a ninguno de los que vivimos en esa pre Cuaresma eterna que antes decía. ¿Quién hizo las imágenes de las Esperanzas? Esa es la pregunta. Y hete aquí que, de pura casualidad, escuché una leyenda que una abuela sevillana, con sus sevillanas maneras, contaba a su nieto un día que me hallaba yo en la Plaza de San Lorenzo, allí donde reside el Señor del Gran Poder. Y hoy la traigo por escrito para que perdure lo máximo posible, pues todo cofrade, en el fondo, somos de una u otra, pero en todos reside la fe... y la Esperanza.
Tuve, siendo adolescente, la fortuna de coincidir una vez con el Padre Ramón Cué, jesuita y escritor de varios libros, entre ellos "Cómo llora Sevilla...", el libro más leído de la Semana Santa sevillana, cuando en una charla de cofradías soltó uno de esos pequeños chascarrillos rimados que no sé si recogió por escrito alguna vez, pero que a mí se me quedó marcado a fuego y jamás olvidaré: "Esperanza de Triana y Esperanza Macarena, una madre y una pena, una misma soberana en dos caritas morenas". Y decía el Padre Cué (cosa que yo ya compartía con él antes de aquella preciosa tarde), lo mismo que antes he expuesto: todo cofrade se identifica con una u otra (de las Esperanzas), pero ninguna las obvia. Y, quizás por eso, se habla miles de veces de quién sería la gubia que las tallase. Y, quizás también, buscando respuesta a ese interrogante naciera la leyenda que voy a narrar y que escuché de aquella señora allí donde los vencejos vuelan, donde hasta el aire es distinto y la Giralda se eleva, porque, como el pregonero dijera, el Gran Poder cuando pasa, nunca pasa, siempre se queda y está en el corazón de todo aquel que le reza. Y a eso iba yo cuando escuché la leyenda.
-¿Quiénes hicieron las Esperanzas, abuela?- ¡Qué cosas me preguntas, Eduardito, hijo! No se sabe, pero siempre se ha dicho que los propios ángeles. Anda, vete a jugar un rato, ahora vuelves, te doy la merienda y ya nos vamos a casa. -Abuela, yo quiero ser costalero como mi papá y tocar el tambor en la Centuria Romana Macarena, pero ¿quién hizo las Esperanzas? El primo es de la de Triana... -Anda, ve a jugar. Ya te lo contaré. -¡Abuela! ¿Quién las hizo? Todos las queremos... -¡Ay, Señor! Ven, siéntate aquí a mi lado y te lo cuento como a mí me lo contó mi padre mientras te comes el bocadillo. -¡¡Bien!!- Dijo el pequeño mientras comenzaba a retirar el papel albal que cubría su preciado tesoro y daba el primer bocado al mismo. -¿Por cuál quieres que empiece? -Por la de Triana que es la del primo Andrés, la nuestra déjala para después.- Al oír esa charla me quedé merodeando, haciendo como que trasteaba con el móvil, pues supe que lo que iba a escuchar de boca de aquella señora sería algo precioso. Y así fue. Las palomas jugueteaban por el suelo picoteando semillas, aguardando también saber el secreto. -Mira, Eduardo, mi padre me decía que nunca se ha sabido ni sabrá quien hizo las imágenes de la Madre de Dios. Antiguamente se atribuían a Martínez Montañés o a Juan de Mesa, pero eso es un total despropósito. En el pasado, cuando una imagen era de gran nivel, enseguida se decía que era de ellos, pero sin tener fundamento alguno. De la Esperanza de Triana se conserva muy poco de la imagen original pues ha sido retocada muchas veces en profundidad, destacando los grandes cambios que le hicieron Castillo Lastrucci y Gumersindo de Astorga. Últimamente se dice que podría ser del taller de Astorga, pero de Gabriel, autor de la Soledad de San Buenaventura, aunque yo no le veo parecido alguno. Y otros dicen que, a lo mejor, la hizo Juan Bautista Patroni, pues tiene rasgos parecidos a otras imágenes de ese artista genovés.- El niño miraba a su abuela con los ojos muy abiertos mientras sujetaba su bocadillo. Ni pestañeaba ni lo mordía. Embobado. Yo tenía el móvil en la mano en negro. Sin hacer uso de él. Absorto en la conversación, tras ellos, a unos dos metros del banco donde estaban sentados.
-Y de la Macarena, ¿qué decirte? Es una talla anónima también, aunque se hacen ciertas atribuciones, pero sin sentido ninguno. Se dijo que era de Juan de Mesa, ¡cómo no! Ya te he comentado que todo se decía que era suyo. Cuando se descartó esa idea se dijo que era del taller de Pedro Roldán, pero es que por allí pasaron muchos imagineros y a todos se les iba atribuyendo su autoría: Cristóbal Pérez, la Roldana o al propio maestro Pedro Roldán. Nunca se supo. De hecho, mi pregón favorito, el de Rodríguez Buzón, dice que la Macarena fue tallada en jardín de brisas con las gubias celestiales del dolor y la sonrisa y la bajaron los ángeles para dejarla en Sevilla. Así es que Eduardito, hijo, no se sabe quién hizo a las Esperanzas, pero mi padre decía que la leyenda cuenta que las hicieron los ángeles que las acompañan, porque no hay explicación humana. Y si a la Macarena la bajaron los ángeles a San Gil, a la Esperanza del primo Andrés la bajaron también a Triana, que los puentes no son barreras, sino lazos entre hermanos.- El niño sonrió enormemente al escuchar esa leyenda de boca de su abuela, quitó más papel albal y comenzó a merendar. Yo sonreí más aún y me dirigí a la Basílica del Gran Poder a decirle que ya sabía quien esculpió a su Madre, a rezarle un Padre Nuestro y a besarle el talón. No tarde más de cinco minutos. Al salir, pasé por delante del banco donde estaba aquella señora. Eduardito iba corriendillo a la papelera a tirar el papel albal hecho una bola. Ya se había comido el bocadillo. Le dije son una sonrisa enorme brotada del corazón "¡Buenas tardes, señora!" Era mi manera de darle las gracias, aunque no me conociera, por el rato que me hubo regalado. Me contestó "Ve con Dios", a la antigua usanza, recordándome a las abuelas de la Mancha. Seguí mi marcha con el móvil en la mano, esta vez sí, dándole uso, tecleando en un whastapp que indicaba a quien me esperaba que ya iba hacia la Plaza de Duque. Conforme me alejaba oí la voz del niño: "Abuela, cuando vaya a la Basílica le diré a la Macarena lo que me has contado. ¡Y seré costalero con el primo Andrés!" Lo escuché saltar felizmente. Inolvidable.