miércoles, 10 de abril de 2024

SEMANA SANTA 2024

Detengan ya su lectura si lo que creen que van a descubrir en estas líneas es el resumen de lo que ha sido esta última Semana Grande. Creo que lo que ha sido ya lo saben todos: a nivel cofrade, un desastre y a nivel hidrológico, una maravilla. Nada puede haber más horroroso para los que amamos la cera y el incienso que pasarnos mirando al cielo de Domingo a Domingo y no ver un sol pleno y radiante sobre fondo azul, sino ver oscuros nubarrones cargados con el peor de los presagios sobre un fondo amarronado por el polvo en suspensión de la calima. Y nada puede haber más bello para la gente cuyo pan depende de los campos que recibir dos borrascas consecutivas, descargando agua de tal manera que los embalses hayan pasado de estar al diez por ciento de su capacidad a estar al ochenta por ciento en siete días. No recuerdo cosa igual en todas las Semanas Santas que he vivido. Horrible de pitón a rabo. Y tampoco recuerdo haber visto correr los regatos de agua por Sierra Morena como lo hacían este pasado Jueves Santo. Imaginad mi cara en el AVE dirección a Sevilla viendo el panorama y sabiendo que, muy posiblemente, no viese ninguna cofradía en la calle y todo hubiera concluido para mí con la entrada, también lluviosa, de la Hermandad del Prendimiento el Domingo de Ramos. Este año sí que sí era el día en el que todo comienza y a la vez acaba. ¡Qué desastre! No soy amigo de las matemáticas pero con un sólo dato os podréis hacer a la idea: tan sólo la tercera parte de las cofradías de Ciudad Real, ocho de veinticuatro, pudieron hacer su estación de penitencia en toda la Semana Santa. Y en mi querida Híspalis, de poder haber disfrutado en la calle de veintiséis cofradías que son las que suelo ver discurrir los días que estoy allí, puedo sentirme muy afortunado de haber visto cinco de ellas que lograron salir. Nada más. Lo dicho, poco hay que resumir, eso sí he tenido cosas bellas, bellísimas. Y es lo que hoy vengo a plasmar.

Empezaré por una que no puedo pasar por alto y dejaré la mejor para el final. Viernes Santo en Sevilla. No había salido ninguna de las cofradías del día, ni de la Madrugá, ni de los dos días anteriores... Llovía a cántaros. Cumpliendo mi tradición de la vigilia había comido bacalao con tomate y la cena estaba clara: pescaíto frito en mi querida Freiduría La Isla. Tras ello y sin tener otro perejil mejor que mondar, el grupo que estábamos encaminamos nuestros pasos al bar Lairén, por aquello de que somos "jartibles" y viendo cofradías o sin verlas hablamos de ellas y podemos pasarnos así horas. Pedimos el chispalibre nuestro de cada día (no sería malo, ¿verdad?) y comenzamos nuestra tertulia. Gran parte de las cuadrillas de la Soledad de San Buenaventura y del misterio de la Conversión del Buen Ladrón (Montserrat) estaban allí. Se respiraba ambiente costalero puro y estábamos rodeados de sudaderas de hermandades, botines negros y bolsas con costales y fajas. Sonreí recordando aquellos años en que fui costalero del Cristo de la Cruz al Hombro de la Hermandad del Valle y también llovió. Sabía lo que eran esos momentos y agarrarnos a la máxima "día sin pasos, día de vasos". Abrazos, alguna lágrima, mucho humor y whiskys y gintonics. De repente veo caras conocidas. Precisamente de aquellos años. ¡Pero leche! ¡Canalo! ¡Agustín! ¡Pedro! ¡Carlos! Antiguos compañeros míos, costaleros de aquella cuadrilla de la que fui y que ahora lo son de otras. ¡Qué bonito reencuentro! Años sin vernos, más de diez, quizás. Y de nuevo juntos hablando de lo que nos gusta, sintiéndonos todos iguales, dándonos abrazos y besos de hermanos, mirándonos con ternura los morrillos aflorados por los kilos paseados sobre el costal y diciéndonos que llevamos ya más de media vida en este mundillo de la arpillera y seguimos siendo los pies de Dios en la tierra. Siempre me he sentido uno más de vosotros y siempre me habéis hecho sentir así. Raza costalera pura en mi amada Sevilla y si no hubiera sido por la nefasta lluvia no habría ocurrido este recuerdo tan precioso que hoy albergo. Caricia de Viernes Santo que para mí guardo.

Justo el día anterior. Jueves Santo. Sevilla. Cuatro y media de la tarde. Las previsiones meteorológicas son tan horribles que ya hay cofradías que han suspendido su estación de penitencia y el resto empiezan a hacerlo. Finalmente no sale ninguna de las siete. Yo aún sensible por no haber podido salir con mi hermandad de toda la vida, la Flagelación, hacía menos de un día, Miércoles Santo, veo que me quedo sin las estampas anuales que tanto me gusta vivir en Siviglia y que por la noche la Madrugá tampoco será la noche más mágica y bella del año. Al final ocurrió lo esperado: ninguna de las seis cofradías que dan lugar a la mezcla de contrastes entre la algarabía de Triana y el silencio ruán del centro salieron a las calles. Pero antes de eso, me dediqué a visitar a algunas de las hermandades, entre chubascos y los armaos desfilando, en sus templos de salida, abiertos de par en par para que todos pudiéramos ver lo que podría haber sido y no fue. Y antes todavía, el pellizco al alma que cobijo en los recuerdos... Las cuatro y media de la tarde, decía. Decido ir a los Santos Oficios con uno de mis compadres. Un año fuimos al Gran Poder y este año decidimos ir a la Magdalena. Ojo. Cuidado. Parroquia seria y rancia. Con decir que es sede de la Quinta Angustia y del Calvario, todo aquel que sepa de cofradías ya sabe de lo que estamos hablando. Por ello me la esperaba medio vacía y con gente de avanzada edad. ¡Qué cara la mía! ¡Llena! ¡A rebosar! Tuvieron que dar la comunión seis ministros del altar. Y tomen buena nota aquí y apúntelo quien lo tenga que apuntar: estaba llena de gente joven y cofrade porque la mayor entrada de juventud a la Iglesia la traen las cofradías. Sonreí y fui feliz. Un "misón" de hora y media, casi, entre unas cosas y otras. Gente joven y cofrade, repito. La Iglesia llena. Agradabilísima sorpresa. Y sí, si no hubiera sido por la lluvia tampoco me habría dado ese gustazo de ver cómo las cofradías hacemos Iglesia aunque la propia Iglesia no lo crea. 

Y llego al final que ocurrió al principio. Y fue tan bello el principio que, para mí, aunque hubiera sido de verdad el final (y en parte lo fue), nadie me quitaba la felicidad tanto interna como externa. Anticipo antes de contarlo que el Sábado Santo sí salieron las cofradías a la calle, ¡menos mal! y pude cumplir algunos de los ritos que me gustan, como conversar con el Padre Joaquín, Preste de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo o despedir la jornada con el palio de la Trinidad. Si no llega a ser por la tregua que dio el tiempo esa jornada, me vuelvo a casa sin haber disfrutado en Sevilla de ninguna cofradía. Bien, a lo que iba. Al principio. Domingo de Ramos. Día que jamás imaginé que me regalaría un recuerdo imborrable y que volvería a comprobar la grandeza de Dios y a vivir en persona, una vez más, que, como dice el refrán, el hombre propone y Dios dispone. Tenía hablado con el capataz y con mis compañeros de cuadrilla que este año me retiraría de las trabajaderas de mi querida parihuela azul del Prendimiento, por lo que me dieron un relevo especial para que hiciera la entrada y disfrutase emocionado del último "¡ahí quedó!" que escuchase como costalero del Rabí de la blanca túnica. De esta forma, a mí que me tocaría la salida, no la haría y la cedería a otro costalero y éste, a cambio, me cedería a mi la entrada. Y ocurrió que apareció la lluvia y se modificaros los planes. La cofradía cambió recorrido y horario, se quitaron relevos de las cuadrillas y, finalmente, quiso el Señor que mi cuadrilla, que hubo hecho la salida, hiciera también la entrada. Y yo, que había cambiado esas chicotás, estuviera fuera y no hiciera ni salida, ni entrada. Y es más, la última vez que me quité el costal sólo Él sabía que lo era, pues yo aguardaba todavía a un relevo que ya jamás ocurrió. Así lo quiso el Cautivo y así se hizo. Eso sí, me regaló en la retirada el debut de mi hija en este mundillo de la Semana Santa. Su primera vez vistiendo la túnica y, romanticismo de la vida puro, calzando las sandalias que yo mismo usé cuando tenía sus años. Salirme de debajo del paso, acercarme a los tramos infantiles y ver a mi hija feliz es lo más preciado y bello que he tenido este año. Simplemente por eso ya todo mereció la pena y hará imborrable esta Semana Santa. Lo demás, son renglones torcidos de Dios que algún día lograremos leer rectos. O quizás quien escribe derecho es Él y nosotros lo leemos torcido. No ha habido nazarenos, pero el Guadiana ha vuelto correr donde no lo hacía. Sólo Él lo sabe. Y eso es tan bello como los tres retazos que hoy quería conservar escritos. ¡A la Gloria!

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