jueves, 27 de septiembre de 2018

QUERIDO AMIGO OTOÑO...


Hoy me apetece dedicarte unas líneas, Otoño. Y aún siendo veranillo de San Miguel estás agazapado esperando hacer de las tuyas... Sabes que siempre nos hemos llevado bien aunque algún día de lleuvia me hayas estropeado planes. Pero me gusta. A cambio me regalas momentos únicos que el resto del año no tengo. Valga caminar entre hojas secas que crujen bajo mis zapatos y van perdiendo sonoridad día a día a través de la humedad y del avance hacia el invierno. O llegar a casa con los primeros síntomas de tu mal genio y tener que soplar caliente vaho entre las manos y frotarlas entre sí con energía para entrar en calor los dedos. O mirar cómo borbotea a su amor en una cazuela al fuego una sabrosa sopa en su interior mientras mi hija estrena pijama nuevo... Te esperaba, compañero. Y es que tu sabor a melancolía de antaño ya me invade otra vez. Ya dibujo en la mente caprichosas vaharadas de niño cuando juega a expirar aire caliente de sus pulmones a un gélido ambiente y sonríe viendo como se difuminan a escasos centímetros de su cara. Me relamo pensando en el primer marmitako de la temporada hecho a fuego lento sobre la lumbre juguetona de una casa de campo, mientras los últimos rayos de sol que calientan un poco la tierra entran por la ventana y los pequeños intentan atraparlos con la mano a la vez que los mayores contemplan absortos y admirados la cantidad de partículas de polvo en suspensión salidas de la nada que se ven al trasluz. ¡Cuántas estampas nos dejas, Otoño!
Sin duda eres unas de las estaciones más sentimentales que hay y acarreas cambios atmosféricos y sentimentales. Se pasa del calor al frío a través tuyo y se pasa de la sonrisa a la lágrima también por ti. Y, ojo, querido amigo que ello no es malo. No te entristezcas por mis palabras pues llevan un afecto implícito que es real. El frío es necesario para apreciar el calor y las lágrimas depuran el interior para luego alcanzar nuevas sonrisas. Esa es tu magia y me gusta apreciarla. Fíjate, amigo otoño, eres el hilo que hilvana el verano con el invierno y mientras paseamos con sandalias tenemos la mente puesta en los escaparates que lucen forradas botas para sobrellevar lo venidero. Y eso es solo en tus inicios. En tus postrimetrías, cuando ya somos presa del frío que anuncia la Navidad y da comienzo a tu hermano invierno, mientras calzamos dichas botas soñamos ya con unas zapatillas más abiertas y los primeros rayos de sol que traerá la primavera. Y obviamos que eres tú quien nos libró de los últimos y abrasadores impactos del astro rey y nos has conducido milimétricamente hasta el aguerrido frío que comenzará a despedirse en Febrero según el refranero que habla de la búsqueda de la sombra por el perro. Aunque no sé yo, compañero, la fiabilidad del mismo pues también dice que en Agosto, frío en rostro y no veo yo a la gente con bufandas en esas fechas...

Tienes algo que me atrae y quizás sea que aunque somos conscientes de tu venida llegas de improviso. De repente una tarde de Verano estalla una tormenta y se refresca el ambiente. Al día siguiente el sol pega con fuerza de nuevo pero ya se han evaporado además de los charcos un par de grados del termómetro. Y seguimos en la estación más deseada por todos mientras tú estás anunciando tu llegada. Otro día sin que parezca que viene a cuento se ven caer un par de hojas de los árboles pero el cielo sigue raso, azul, brillante y cegador. No leemos el mensaje de que te estás acercando. Y de pronto, entre fiestas y romerías que coquetean con San Miguel, San Gabriel y San Rafael en un 29 de Septiembre que está rodeado de un Verano que ya tiene ratitos de Otoño y un Otoño que aún pega coletazos de Verano, te implantas de lleno y nos asombramos. Ya te digo que no es por tu culpa pues vienes avisando. Eso es lo mágico. Las cosas que amo no quiero que lleguen porque cuando llegan se van. Quiero oírlas llegar por el repeluco in crescendo que van provocando en mi interior sabiendo que cada vez están más cercanas. Pero tú, querido amigo Otoño, tú eres mágico porque precisamente oyéndote llegar no hago caso al aviso. Y de pronto estás aquí. Este año has llegado el mismo día que ha hecho casi treinta años que marchó de este mundo un hombre bueno del que aprendí mucho. Y ese es otro de los motivos por los que te quiero tanto. Me recuerdas muchas cosas con él...

Otoño, me sabes a cucuruchos de castañas, a huesos de santo, a buñuelos de viento y a almedras garrapiñadas. Me hueles a tierra mojada, a musgo recién brotado, a viento del este y a pan horno de obrador de pueblo. Me haces verte en las primeras nieblas del alba, en el rocío de los campos, en los atardeceres más cortos y los charcos de los caminos. Me suenas a chasquido de hojas secas, a crepitar de llamas de leña de olivo, a burbujeo de limonada y a Domingos de televisión y manta. Me haces sentirte en los terrenos de arena suelta, en los bosques húmedos de eucalipto, en las hojas del calendario y en el tacto de los objetos cotidianos. No sé por qué me evocas una mezcolanza de sentimientos que me equilibra la balanza de lo sentimental, lo nostálgico y lo soñado. Será quizás porque cuando veo a lo lejos parajes de tonos ocres renace en mi interior el niño que fui y me dan ganas de correr hacia ellos pisando, pataleando y jugando con las grandes cantidades de hojas secas que dan forma de alfombra a las calles haciendo gala de tu nombre. Y cogerlas a montones y lanzarlas al aire y dejar que caigan sobre mí como una pacífica lluvia mientras bailo dando vueltas. Será porque el calor del hogar crece en estas fechas y apetece quedarse en casa haciendo experimentos en las tardes de lluvia. Será por algo que no sé ni lo qué será. Pero lo es, querido amigo. Lo es. Ya estás aquí de nuevo, Otoño, y, de verdad, te esperaba.


jueves, 13 de septiembre de 2018

LETRAS DE COFRADE

Era de esas veces que apetecía acariciar el papel con la pluma, derramando por la tinta sentimientos de hombre bueno, de cofrade y costalero que se enorgullece de serlo y que no titubea en decirlo a los cuatro vientos de modo que la veleta que corona el torreón de su creencia, gire señalando al norte la igualá de sus desmanes para poner en orden los desvelos de las noches aguardando una Cuaresma mientras pasan por el año los períodos estivales, los colores ocres del otoño, las nevadas de sensaciones con anhelos y futuros sueños que saldrán del letargo en primavera cuando cambie al fin el viento. Y chirriando en su anclaje oxidado por la mezcolanza de las lluvias y del tiempo, señalase la punta al este el despertar de sus racheos entre abrazos de veteranos e ilusión de los noveles, de un puñado de peones que se fajan entre ellos protegiendo sus espaldas como un buen padre de familia protege las de su casa mientras sigue construyendo sus presentes sin saberlo. Y cambiando radicalmente del levante hacia el poniente, señalase la veleta la dirección de Finisterre, allá para el oeste, donde las aguas se duermen entre el sol que las contempla y el cofrade, absorto ante dicha imagen, bien se mira por dentro y sabe que llegará el día que amanezca un nuevo Domingo de Ramos. Y, por fin, en brusco giro y con un drástico suspiro chille de nuevo el metal rotando sobre su eje y apunte al sur más sureño, ese de playas de ensueño, de pescaítos, de adobos y de comparsas carnavaleras, ese mismo que a nuestra alma hace que se ilumine tenuemente, como una candelería cuando viene de recogía formando caprichosas formas de derretida cera al compás de bambalinas, mientras la melodía de una marcha silbada por un adolescente en reflejo de su memoria, va alimentando la llama y agrandando esa luz interna que finalmente se escapa por la mirada del que es cofrade durante todos los días, meses y años que nacen del calendario soplen los vientos que soplen.

Hay días que la raigambre te domina y, a decir verdad, lo viene haciendo siempre pues una vez se mete dentro de tu ser, sin que te des cuenta te invade. Y va creciendo y se expande. Y cuando darte cuenta quieres ya no puedes, ya es muy tarde, ya se funden tus metales. Ya eres cofrade cerrado y no puedes conocerte ni cambiarte. Debes acostumbrarte a vivir con tu raigambre y permitirle que siga enraizándose en tus tramos, pasados presentes y venideros, esos tramos de la vida en los que llevas la varita, cirio nuevo o manigueta. Y sois los dos un conjunto, mismo ser y sentimiento. Caminando por las calles la notas en tu yo interno, allá en un azulejo, aquí en un bello recuerdo y, unos metros más delante, en un almanaque de nuevo. Convives con ella y ella contigo pero hay días que te domina. Ya lo he dicho antes. Te domina y te desborda y le gritas al mundo entero, aunque no les importe ni un pelo, que tú eres cofrade de ensueño. Ni sabes cuándo siquiera comenzó a inundarte su veneno pero cerrando los ojos recuerdas cuando eras muy pequeño y de la mano de tu abuelo sonaban tambores al cielo. Y creciendo entre los redobles te hiciste docto en las letras que hoy forman tu culta ciencia: imaginero, respiradero, candelero y costalero. Puedes incluso verterte a ti mismo por los atriles derrochando con elegancia el sentimiento que compartes con los que son tus iguales. E igualmente pueden ellos. Y entre todos entenderos. Y no te digo más si es como hoy que la raigambre te domina...
Te das cuenta que la dulzura emana sola rematando tus viejas maderas encoladas con la mirada tierna y dulce de tus abuelas. Un repeluco muy grande te recorre cuando te encuentras contigo mismo, frente con frente y te desbordas en sentimientos como un alba de primavera cuando vuelan los vencejos anunciando que ya es verano aunque todavía queden días por caerse del calendario. Y recónditas oraciones para afirmar que eres cofrade, ¿hay forma más bella de gritar? Es como el grito callado que se da en la Catedral cuando quien de verdad la quiere la contempla y clava sus pupilas en las suyas azules y suspira por Ella, Prado y soberana, madre de los manchegos y de mi tierra amada. ¿Hay forma más bella de gritar te digo? Sólo quien te conozca sabrá enderezar las volutas de mis palabras y saber lo que te digo, que ser cofrade no es solo querer a tus titulares y rezarles un Padre Nuestro. Es una forma de vida, es mucho más que todo eso, es descubrir en unas letras toda una vida de sentimiento colgado en una medalla que pende de un cabecero y que cose con firme punto cofradías de penitencia, Patronas de Gloria y Señoras que reciben un Ave María ya sea en Abril entre suspiros o ya sea ante su Camarín con firme vuelo. 
Ardía la mecha de un cirio que alumbraba tu rostro moreno. Era la vela doce del planillo de tu suelo. Era una de las piezas que daban forman a esa algarabía de pequeñas llamas que dan luz para ver tu cara iluminada. Esa cara que un cofrade sabe ver con los ojos cerrados pero que se deshace entre miradas de la noche recién llegada y las palabras no llegan a acariciarte porque no hay palabras que ello puedan y, al fin, la mejor forma de mirarte y no llorarte es cerrarte los ojos pues los tuyos no hay quien los aguante. ¡Fíjate qué grande es ser cofrade! Es todo el año desearte y cuando al fin yo mismo te tengo en la calle para a todas luces contemplarte, sentirme pequeño y efímero y no atreverme a mirarte. Y teniéndote justo delante cerrar mis ojos y soñarte igual que hago el resto de días con la veleta oscilante. Entre un parpadeo te veo y te contemplo y no hay manera mejor de plasmar lo que pudiera decirte que en esos ojos entreabiertos que Tú sabes entender. Es sólo un momento, un mágico momento que mantiene vivo todo el año hasta que llegue de nuevo ese instante. Y no hacen falta versos, ni rimas, ni forzados textos cuando a raudales fluyen las palabras a tu velo y se enorgullecen de serlo y de brotar de un corazón que es cofrade y que es sincero y que sueña con besar tu mano en Navidad de nuevo. Y es que hoy era de esas veces que apetecía acariciar el papel con la pluma, derramando por la tinta sentimientos de hombre bueno, de cofrade y costalero que se enorgullece de serlo...

miércoles, 5 de septiembre de 2018

MI VERANO

El verano empieza el día de San Juan. El verano termina el 24 de Septiembre. Fechas marcadas ambas. Una es la noche de Beltane, el solsticio, el fuego y la magia se aúnan. Otra cada vez que llega suma una unidad a los años que hace que un hombre bueno del que todo aprendí se marchó al Cielo. Pero para mí el disfrute del verano se limita al último suspiro de Julio y al primer bostezo de Septiembre. En seis letras: Agosto. Y no puedo exprimirlo más, de verdad que no puedo. Lo he tenido ocupado desde el mismísimo día 1 al alba hasta las últimas bocanadas de oxígeno del 31. Y no miento. Desde el alba hasta el ocaso. Todos los días del mes de Agosto he estado ocupado y prueba de ello es que no he podido soltar unos renglones en el Rincón hasta hoy. Y no ha sido por falta de ganas pues en este verano he tenido muchas cosas que contar, de las que me gusta compartir, de las que me gusta plasmar y releer cuando el tiempo las va dejando en el olvido...


Expiraba el día 30 de Julio cuando "De Manchegas Maneras", mi gente, por los que muerdo, los que siempre están ahí, ganábamos el sexto premio del XL Concurso de Limoná y nos llenábamos de alegría con dicho premio. Era el preludio a las vacaciones. Y no podía ser mejor. Una preciosa tarde de tradición, de costumbre y de amor a las raíces compartida que tuvo el mejor broche posible. Al día siguiente, 31 de Julio, ensalzando la tradición y a los pies de la Patrona me postraba una vez más con mi mayor fruto de la cosecha de la vida: mi hija Claudia. El escalofrío que me recorre el cuerpo cada vez que revivo el instante es inexplicable. Ahí se consumía el séptimo mes del calendario y empezaba, de verdad, mi verano, mis vacaciones, mis treinta y un días para vivir sin estar pendiente de plazos, jueces y fiscales. Mezclándose con el Ave María que salía de mi alma hacia el Camarín de la Virgen del Prado comenzaban a resonar pisadas de botas camino de Santiago. Otro año de espera que llegaba a su fin.
Saltó el calendario a Agosto y en su primera madrugada cogí la mochila y el bastón y me dirigí a Somport (Francia). Gracias a las buenas comunicaciones de tren y autobús que existen a día de hoy, en unas horas pasé de Ciudad Real al país vecino habiendo parado en Madrid, Zaragoza y Jaca. Eran las tres de la tarde cuando me encontraba ya en Le Gîtè du Somport y tenía cama asignada en el albergue. Empezaba la aventura y tan sólo habían transcurrido quince horas del mes de Agosto. El que pueda que lo empate, como sigo siempre. Eso sí, el Camino este año ha sido duro, muy duro. Por momentos un despropósito y un engaño. El Camino Aragonés está herido de muerte. Es un horrible bucle. No tiene peregrinos, no tiene servicios. No tiene servicios, no tiene peregrinos. Además de que el piso como tal no es camino pisable en infinidad de tramos, el escaso tránsito de peregrinos que lo recorren y, por ende y como decía, la supresión de servicios por tal motivo, hacen que sea muy duro y mucha gente no sepa lo que se va a encontrar en él. Yo que amo la Ruta Jacobea me plantearía mucho el volver. Me ha resultado muy muy muy duro, sobre todo psicológicamente. Y gracias al maravilloso espíritu del Camino que hace que existan lugares tan mágicos como Ruesta, un pueblo expropiado, en ruinas y sin habitantes que es, sin embargo, el alma del Camino, quedan retazos en la memoria que hacen sonreír ante las adversidades pasadas. Eso, los paisajes de los Pirineos, Canfranc Estación y Eunate. Y Alba, María y Amanda. Geniales. Seguramente un enorme bagaje positivo frente al peaje negativo que hube de pagar por ello. Pero como me dijo un gran conocedor de este mundillo, José Antonio de la Riera: "Carlos, a ti no te lo contará nadie, tú lo hiciste". Y así fue. Lo hice. Y ahí quedó. Y enganché luego con mi amado Camino Francés. Y volví a recorrer Navarra y La Rioja. Siempre me gustó Logroño y su calle Laurel. El año que viene, cuando continúe, será otra cosa... Castilla aguarda.
Y, por fin, Eunate...

Llegado de patear nuevos y viejos caminos disfruté de las Ferias y Fiestas de mi Ciudad Real natal y de la tranquilidad de estar en el chalet unos días y continuar ajeno a plazos, escritos, togas y juzgados. Aproveché para gastar tiempo con las personas que más quiero y echar ratos a la lumbre entre sartenes y leña que me encanta, haciendo guisos manchegos y preparando la conserva para el crudo invierno y la primavera. No han faltado ratos de piscina, barbacoa y alguna jarra de limoná para echar unas risas. El mes está completo y lo disfruto que para eso me lo he ganado y lo digo a pulmón abierto. También digo que el bacalao con tomate que me como el Viernes Santo empezó a fraguarse en el mes de Agosto anterior y gente no lo cree. Pero es así. En estos últimos días de mi estío particular antes de que arranque el noveno mes del calendario y vuelva a encorsetarme en mi rutina de papeles, compramos los de casa hortalizas y prendemos el hogaril para hacer a fuego lento y a su amor tomate frito y pisto de diversas formas. Es costumbre y tradición igual que asistir a las Ferias de los pueblos de mi tierra empezando por Daimiel el mismo día 1 de Septiembre y terminando en la de Urda el día 30. Así es más llevadera la vuelta al cole aunque no deja de ser drástica pues eso del período de adaptación o de las medias jornadas no existe en la autónoma abogacía. Así pues mi verano concluye exprimido hasta el último segundo igual que empezó. Era el día 31 de Agosto cuando cerré y arropé el último tarro de conserva, ese que lleva parte del tomate que acompañará al bacalao de Semana Santa que antes os decía. Se ha pasado en un suspiro el mes y si el año tiene doce de ellos...¡Ya queda uno menos para un nuevo Agosto! ¡Al lío!