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miércoles, 3 de septiembre de 2025

UN MARAVILLOSO AGOSTO

Sé que Agosto ha sido pleno cuando no he tecleado absolutamente nada en el blog durante sus treinta y un días por absoluta falta de tiempo. Eso implica que ha sido un gran mes vacacional. Mi mes de vacaciones. Bueno, realmente de vacaciones no. Vacaciones es un período de descanso laboral retribuido. En mi caso, siendo autónomo, no tengo retribución alguna si dejo de trabajar, por que mis "vacaciones" son, simplemente, un parón laboral. Digamos vacaciones y nos entendemos todos. ¡Qué gran mes! Me encanta exprimirlo y este año lo he hecho pero bien. Arrancó el mes, sin fallar a su cita, en la noche de la Pandorga. A las 00;01 estaría yo rodeado de tradición y folclore seguramente con un vaso de limoná en la mano y, tan sólo horas más tarde, cerca de las 06;30 de la mañana con la mochila a la espalda dispuesto a recorrer otra vez mi querido Camino de Santiago. Me despedí de mis hermanos pandorgos iniciando la madrugada y siendo madrugada aún ya iba en un tren rumbo a Madrid. Así empecé Agosto, a tope, indicándole cómo lo iba a consumir sin desperdiciar ni un segundo. Y lo nombro con mayúscula porque lo uso como nombre propio y le hablo de usted por todo lo que me regala. De modo que en su mismo día 1 que empezó con garbanzos torrados, a mediodía me encontraba ya instalado en la Hospedería de Peregrinos en Oviedo y con un plato de fabada y posterior cachopo delante. Marché a recorrer el Camino Primitivo por aquello de que "Quien visita a Santiago y no al Salvador, visita al criado y olvida al Señor", aunque realmente marché porque a ese Camino le tenía ganas, había oído hablar de su dureza y era un reto a cumplir y superar, siendo este año perfecto para ello y en el que consumiría más de la mitad de Don Agosto.

Así pues, el día 1 lo dediqué a viajar y a caminar los días que van desde el 2 de Agosto hasta el 15 de Agosto, día de la Virgen del Prado y día que llegué a Santiago de Compostela habiendo cumplido y superado los avatares del Camino Primitivo en catorce etapas. Volví a mi Civita Regia el día 16, recién iniciadas las Ferias y Fiestas y habiendo explotado ya con botas, mochila y bordón, un poco más de medio mes. Me encanta. Gasto la mitad de las vacaciones levantándome entre las 05;00 y las 06;00 de la mañana, cargando una mochila de unos 9 kilos, pateando montes llenos de desnivel hasta la hora de comer, pasando calamidades y duchándome y durmiendo en albergues de peregrinos rodeado de extraños. Estaré loco, quizás, pero soy feliz así, desconecto de la mundanal rutina y, creedme, estoy donde quiero estar y tengo tranquilidad y alegría. Digo yo que si no fuera así no lo haría y llevo quince años gastando días de Agosto en ello. De hecho, todavía flotan en mi cabeza Grado, Salas, Tineo, Pola de Allande, Berducedo, Grandas de Salime, etc, y ya pienso en qué Camino o tramo recorreré el año que viene... Pues eso. Que volví para la Feria y la disfruté mucho. Y eso que salí poco. No sé si es porque los años pasan, porque mis gustos cambian o por un poco de todo. Pero lo conjugué diferente y disfruté mucho. No me faltó ni mi familia, ni mis amigos, ni mis aficiones. Y eso para mí es la vida misma.

La Feria 2025 ya es un bello recuerdo. Mi hija y yo ganamos, cada uno en su categoría, el Trofeo de Tiro con Arco. ¡Un regalazo de la vida! El que escribe, desde niño, siempre ha estado enamorado de los arcos y las flechas. Mi película favorita era Robin Hood y aprovechaba cada escapada al campo con mis abuelos y mis padres para abastecerme de ramas y vástagos y hacerme un buen arco y flechas como los de las películas. Imaginación no me faltaba y creatividad tampoco. Con plumas de paloma y clavos viejos logré hacer flechas que volaban bastante bien y se clavaban con  facilidad en maderas y árboles. Y con ramas de álamo, pino y almendro logré arcos más que aceptables. Bien, pues quiso la vida que a mis cuarenta y tantos volviese esa afición a renacer en mí al descubrir que hay en Ciudad Real un club de arqueros al que no dudé en inscribirme nada más conocerlo. Hice el curso de iniciación en Febrero del año en curso, me adentré en el mundillo, mi hija Claudia cogió el gustillo y se animó también a tirar con arco, adquirimos nuestros primeros equipos de arquería (¡¡arcos y flechas de verdad!!), en Mayo fuimos a la primera competición a la que pudimos apuntarnos y, sorpresón, fue tal la evolución que en la Feria ganamos el trofeo. Una preciosidad de experiencia y vivencia que me tenía mi querido Agosto preparada. Tampoco faltaron en las Ferias y Fiestas noches de cacharritos y atracciones con algún botellín a destiempo. Y así exprimí los días del 17 a 22 de mi querido mes vacacional, entre ratitos de alegría compartidos con todos los cercanos en el corazón de la ciudad. Y, por supuesto, bajo la atenta mirada de la Virgen del Prado que me echaría de menos la noche del 14 al 15 de Agosto, pero escucharía mi oración desde Lavacolla.

Los últimos días del mes, en concreto del 23 al 31, encaminados irremediablemente ya a un nuevo curso laboral, los consumí en Fernán Caballero. Es mi refugio y donde no me faltan tareas cotidianas de esas que me entretienen y gustan: podar el seto, repintar la puerta, trasplantar una higuera, limpiar la piscina, etc. Y, entremedias, lumbres y limoná. Eso no puede faltar nunca. Me encanta oír a mi hija bañarse y jugar en la piscina mientras yo estoy preparando los avíos para hacer un buen arroz o unas patatas a la riojana. En el campo y con fuego todo sabe mejor. Y hacer alguna excursión cercana al Pantano de Gasset a merendar, a Malagón a comprar un queso de la fábrica o acercarnos al Sotillo a bombear agua del pozo y rellenar un par de garrafas. Cositas pequeñas que hacen que los días sean grandes. Además, en estos días, se fragua la conserva y cuando en los fríos meses de invierno abrimos algún tarro de tomate o pisto nos acordamos de aquellos ratos a finales del estío. Mi pequeña Claudia se ha pasado muchos días con nosotros en el chalet y ha disfrutado mucho "de la vida campera" como ella dice, con especial mención a la preparación del cumpleaños del Tormento (su tita del alma) en los que ayuda a decorar y ambientar temáticamente la fiesta a celebrar. Algún día hemos disfrutado de las fiestas del pueblo, otro de comida con amigos, otro de alguna receta nueva y así he ido saboreando cada minuto de un mes en el que no tocado ni un papel. Por ello decía al principio que para mí es un mes genial de descanso y, más todavía, cuando ni siquiera le araño media hora para teclear algo. Y quiero teclear, sí. Tengo cosas para narrar...  El mismo día 31, fin de mes, lo pasé gastando hasta el último minuto en el chalet. Y amaneció un nuevo septiembre y me hizo sonreír: hace justo un mes iba de camino a Oviedo. ¡Cómo se ha pasado Agosto! ¡Cómo lo he exprimido a tope! Sí señor: un maravilloso Agosto.

martes, 29 de julio de 2025

SIEMPRE MI SEMPITERNO JULIO

Julio es eterno. En todos los sentidos. O en todas sus acepciones, como prefiera usted. Y si hace querer año tras año a su manera. Se forjó su amor en mi infancia a fuerza de verbenas, Pandorgas y de la mano de mi abuela Carmen. Me llevaba a la vera del convento carmelitano a ver a la Virgen y a comerme una berenjena de Almagro, su pueblo, que expande ese sabor tan característico de vinagre, ajo y comino por toda la geografía nacional mediante tinajillas y orzas de barro que rezuman esa mancheguía tan nuestra. Más adelante, en mi incipiente juventud, acudía yo sólo a la verbena de la Morería, del Carmen y de Santiago en ese mes de Julio veraniego y vacacional del que se disfrutaba con los amigos entre charla y bolsas de pipas hasta la madrugada. Algunos años después, ya en edad universitaria, Julio seguía siendo especial. El día 7, San Fermín, ya arrancaba el período festivo. Y me prometía a mi mismo que alguna vez tendría que recorrer las calles de Pamplona en esas fechas. El día 16 de dicho mes, inicio de la canícula, siempre buscaba un hueco para ir a casa de la abuela y felicitarle su santo. A poder ser le compraba "recortes", le recordaba que fue ella quien me inició en ese mundillo del verbeneo y la Pandorga, le hacía caricias, le sacaba una sonrisa y le prometía que me comería una berenjena del puesto y echaría un trago de vino de la bota sin mancharme la camisa. Luego veía con los amigos la procesión de la Virgen del Carmen y nos daba la madrugada verbeneando entre vasos con hielos repletos de tintos de verano. Julio se ganaba mi corazón sin yo saberlo fraguando recuerdos...

Ocho días después, en mi amado Perchel, era la verbena de Santiago. Hablar de ella es hablar de mí mismo. Calle Ángel, Jacinto, Agustín Salido, Altagracia, Calatrava, Refugio y Plaza de Santiago. Todo en un apretado puñado de metros cuadrados donde me forjé como niño, joven y adulto. El empedrado más conocido de la ciudad, la orquesta, los bailes, los chiringuitos y los Pandorgos haciendo limoná. La vida entera cabe en el Perchel. Y eso terminó de hacer que te hicieras eterno para mí, Julio. Eterno en la acepción de tenerte siempre presente, repetirte con frecuencia en mi sesera y ganarte el respeto de los tiempos. En otro sentido ya hablaremos luego. Ya era "talludico" que se dice por estos lares y llevaba años en el oficio del costal. Y tú, Julio, me regalaste disfrutar del oficio entre las ferias de verano: costalero de la Virgen del Carmen en honra de mi nombrada abuela y costalero de Santiago, Patrón de las Españas y de la Villa de Granátula de Calatrava. ¡Cómo para no quererte! Aunabas mis pasiones en tus días de calendario y ya me tenías cautivado desde niño cuando yo todavía no había desarrollado mi querencia hacia otras cosas. Imagínate cuando han ido pasando los años y te habías guardado el as bajo la manga de que llegaría a ser proclamado Pandorgo el último día de tu mes, querido Julio, en el año 2022, ese día que el cielo de la calle Calatrava sonreía, olía a limoná y tenía un color azul como el de los ojos de la Virgen del Prado. Eterno por siempre.

Y eterno también lo eres por lo que tardas en pasar. Ya en mi vida adulta y siguiendo los derroteros de la abogacía con la que me gano el pan desde hace más de dos décadas, sigues siendo eterno. No avanzan los días como lo hacen en otros de tus hermanos meses. Ojo, no me quejo de tu lentitud porque eres un mes que amo, me quejo de que ya vislumbro Agosto, cuando me despojo de la corbata y los papeles que me visten a diario y te me haces eterno en transcurrir hasta que llega mi descanso. Sin ir más lejos, hoy mismo que tecleo un poquito sobre ti, es día 28 y he tenido cuestiones del trabajo en el Registro de la Propiedad de Almagro, en el Juzgado y, obviamente, en el despacho. Dos días quedan, dos, para un descanso que entiendo merecido y parece que no llega nunca para que, una vez llegado, al igual que mi amada Semana Santa, se marche en un suspiro. Eres eterno, Julio. En todas sus acepciones como antes te decía, pero me atrapas desde tu inicio porque eres especial. Llegas cuando es cercano San Fermín regalándome una sonrisa y te marchas en el día más grande de La Mancha. Y entre medias te adueñas de la mitad de la canícula y me desesperas de calor a la vez que me regalas más de un ratito de taberna inesperada. Sabes jugar muy bien tus cartas y por eso haces grandes tus bazas.

Fíjate si eres diferente que todos los años gozas de una entrada para ti en el Rincón. Suelo repetir algunas de ciertos retazos anuales que, aunque se repiten año a año, nunca son iguales, como la Semana Grande, la Romería o mi querido Camino de Santiago. Pero tú que, perdóname que te diga, sí que eres siempre igual, siempre, eterno y desesperante a la vez que mágico y esperado, logras subir al podio de los ganadores entre los textos que, sin ser iguales, también se repiten, cosas al alcance de muy pocas vivencias y recuerdos. Y, sí, es por tu conjugación de la esperanza y desesperanza. En todos los sentidos, ya lo sabes tú. Mientras me desesperas con tareas imprevistas, me esperanzas con la renovada excursión familiar a visitar, precisamente a la Esperanza, a aquella la que vive en San Gil. Excursión que será, si lo quiere Ella, en tiempo de Navidad y que siempre comienza a tener forma en tus días. Y mientras me desesperas con un calor mal llevadero por los golpes que atiza el astro Rey, me esperanzas con una nueva plegaria a la Morena del Prado con la que cierras tus puertas y se abren las de Agosto con mi mochila de peregrino al hombro. Fuerzas renovadas. Agotamiento en tus calendas y un empujón para lo que viene. Y eso lo haces tú, Julio. Por eso, un año más, eres eterno.

martes, 22 de julio de 2025

EXCURSIÓN AL PARQUE DE ATRACCIONES DE MADRID

Al igual que el año pasado la A.M.P.A. del Colegio Ángel Andrade, en el que cursa estudios mi hija Claudia, organizó, dentro de las actividades del fin de curso, una excursión a un parque de ocio, siendo el destino de este año el mítico Parque de Atracciones de Madrid. Me hizo ilusión por doble motivo: ir en familia a pasar un entretenido día y volver a tal lugar al que llevaba sin ir quizás unos treinta años. Así es que nos apuntamos a la excursión sin dudarlo. Personalmente me traía recuerdos de haber estado allí en mi primera infancia y en aquellos lejanos años de quinto, sexto o séptimo de E.G.B. Recordaba algunas atracciones y tenía ganas de ver si seguían funcionando (incluso existiendo) para revivir aquellos momentos y contarle a mi hija las típicas batallitas de "aquí estuvo papá". El sábado 14 de Junio de 2025 era la fecha elegida para el evento y ya apretaba el calor en estos lares, así es que las atracciones de agua estarían a la orden del día para el disfrute (y refrescamiento) del personal. Llegó el día. Las caras sonrientes, las mochilas llenas, las gorras puestas y la crema del sol a mano porque se preveían latigazos del astro rey sin piedad. Arrancó el autobús y los excursionistas dentro alegremente rumbo a Madrid. Para los pequeños era un destino paradisíaco, pues que te cuenten en el cole que te llevan de excursión a un parque enorme con un montón de "cacharritos" para subirte es algo maravilloso. Todos los hemos vivido y sabemos la ilusión que genera. Allá que fuimos y allá que volvimos.

El hombre del tiempo que de cada diez pronósticos falla nueve ésta vez acertó en el único día que era imposible fallar: soletón, cielo raso y temperaturas altas. Fue bajarnos del autobús y decir el clima "aquí estoy yo". Haciendo cola para pasar al Parque los niños y niñas ya iban jugando con sus flusflús de agua aliviándose el calor y calentando motores de lo que sería un día el que más valía estar mojado a menudo. La puerta principal sigue igual que cuando se inauguró el Parque de Atracciones el 15 de Mayo de 1969, Día de San Isidro, Patrón de Madrid. Enclavada en el paraje único de la Casa de Campo, cercana al Zoo (que era otra de las grandes, míticas y obligadas excursiones de aquellos años ochenta y noventa) y con su características letras y color gris sobre el que parece que no han pasado más de cinco décadas y media si no fuera porque te hacer viajar en el tiempo a través de la memoria. Y lo que sigue igual es el acceso: apertura a las 12;00 horas del mediodía y, para los grupos, entradas en papel. Parece que las tecnologías del siglo XXI no han llegado al emblemático Parque de Atracciones de la capital del Reino. Ale, pues una vez dentro todos corriendo a las atracciones para no tener que hacer mucha cola. Y aquí llegó la primera sorpresa: recién abierto el Parque el tiempo media de espera en cada atracción era de más de una hora. ¡¿¡¿What the fuck?!?!

Y sí, descubrí que el Parque de Atracciones ya no es lo que era. El paso del tiempo no perdona y la competencia surgida con otros parques temáticos y ciudades le ha hecho daño. Lo vi pequeño y obsoleto, falto de mimos y cuidados, acostumbrado a vivir de las rentas de haber sido el único y grande durante muchos años. No puede ser que en días de 40 grados de calor, de las cinco atracciones de agua que son la más deseadas, se encuentren tres cerradas. Y en las dos abiertas, el tiempo de espera (para cinco escasos minutos de disfrute) sea de una hora y media. Tampoco puede ser que se encuentren igual, exactamente igual que hace mas de cuarenta años, ciertas atracciones y se quiera seguir explotando las mismas con el mismo éxito que tuvieron cuando fueran instaladas. Cierto es que el mítico Tiovivo del Parque de Atracciones de Madrid es la atracción más antigua de España, pero, ¿de verdad eso dato que ni siquiera se molestan en dar a conocer es un gran aliciente a día de hoy para los visitantes al Parque? Los nostálgicos lo ven, lo valoran, viajan en su memoria y alguno de ellos se sube, si bien la realidad palpable es totalmente distinta: no hay cola, apenas se sube ningún niño y el anciano carrusel se ha convertido en una atracción sin atracción. Una pena que no se renueve lo que podía ser un emblema mantenido a la orden del día, un verdadero reclamo actualizado y sin perder jamás su génesis.

Los niños de ahora, verdaderos protagonistas y fuerzas vivas que mantienen activo el Parque, demandan otras cosas. Y eso lo saben (o deberían) los gestores del Parque de Atracciones. Hay falta de atracciones y falta de mantenimiento. Volví a subirme en la Jungla, seguro que todos la conocéis. Atracción que consta de un paseo en barcas simuladas que navegan por unos raíles instalados en una suerte de río, desde las que vas observando una decoración temática de parajes de la naturaleza y animales. Bien, éste que narra recuerda haberse subido en dicha atracción en los primeros años de la década de los 80. Y sigue exactamente igual. El Parque, como antes decía, sigue viviendo de las rentas de lo que algún día fue y necesita un fuerte empujón y, sobre todo actualización, que lo devuelva a su lugar. La zona infantil, centrada en el personaje de Bob Esponja, tampoco es que sea la panacea y, aunque a los más pequeños les llama la atención, los niños de diez años se cansan enseguida de ella pues tiene "lo de siempre": coches de choque, una pequeña montaña rusa, etc. Cuando el Parque de Atracciones de Madrid vio que empezaba a tener competencia y podía perder su podio, instaló un par de atracciones nuevas y poderosas como la Lanzadera (caída libre) y la Máquina (una plataforma repleta de asientos en los que cada persona parece una pieza y va volteando hacia cualquier lado). Con ello creyó seguir siendo imbatido, pero de eso hace ya veinte años. Y no ha habido más. Hay que darle otra pequeña/gran vuelta al asunto.

El caso es que no le faltan visitantes nunca y sigue recibiendo excursiones como la nuestra, la cual, finalmente, fue satisfactoria para los pequeños que es de lo que se trata y se pudo sobrellevar a pesar del calor y los enormes tiempos de espera, pues los niños con poco disfrutan mucho.
Me resta agradecer a la A.M.P.A del colegio estas iniciativas y el empeño que ponen en ellas pues, a buen seguro, quedarán en el baúl de los recuerdos de nuestros hijos. Y esperar que, si vuelvo dentro de un puñadito de años, el Parque de Atracciones de Madrid haya vuelto a ser el Parque de Atracciones de Madrid.

jueves, 26 de junio de 2025

MI PRIMERA COMPETICIÓN DE TIRO CON ARCO

Hace algunos meses me iniciaba en la disciplina del tiro con arco. No esperéis que vaya representado a España en los Juegos Olímpicos, obviamente. Ni estoy ya en edad para ello, ni domino ese deporte con la eficacia de los expertos, ni clavo todas las flechas en el amarillo. Y tiro con arco recurvo tradicional. En los juegos sólo compiten con arcos olímpicos que llevan un montón de visores, estabilizadores, hierrajos, atalajes y cosas raras que distan mucho de lo que a mi alma de Robin Hood le gusta. Eso sí, ya metido en el mundillo, el club al que pertenezco, Arqueros de Don Gil, organizó una competición y me llamó la atención. El premio no iba a ser una flecha de oro ni la entregaría lady Mariam, pero me apetecía ver cómo era eso de estar rodeado de arqueros de todo tipo y condición, un montón de parapetos con diferentes dianas alineadas y la normativa tan curiosa que regula todo ello. Así es que me apunté. No iba con ánimo alguno de ganar, no me cansaré de decirlo, sino de disfrutar de la jornada y seguir avanzando. De hecho, en esta disciplina, jamás se pierde: "Unos días se gana y otros se aprende". Y a eso iba yo. A aprender. La arquería, imagino que como todo, es una afición en la que cuanto más ahondas, más cosas descubres. Y para mayor sorpresa, mi hija Claudia, que también forma parte de esta familia y locura de los arcos y las flechas, me dijo que también se quería apuntar a la competición, así es que ya, sí que sí, la jornada merecería la pena y allá que nos inscribimos y fuimos. Jamás pensé que la vida me regalaría esta aventura.

Amaneció el día soleado y a las nueve de la mañana estábamos citados los arqueros para hacer el registro en la competición, montar los equipos y empezar el calentamiento. Simplemente contemplar la cantidad de arcos distintos que allí se encontraban ya era digno de ver: arcos compuestos de poleas, longbows, tradicionales, olímpicos, monoblock, de iniciación.... De todo. Un paraíso para los que siempre nos ha gustado la arquería. Y, ¿qué decir de la variedad de flechas? De aluminio, de carbono, de madera, con pluma natural, con pluma plástica, con culatín inserto, con punta de acero... Una locura. Sobre el césped del Polideportivo Rey Juan Carlos I veinticinco parapetos preparados con dianas de distintas medidas y colocados a diferentes distancias. Muchas horas de trabajo para afrontar los materiales necesarios para organizar la competición y la disposición y colocación de todo ello. Y un clima contagioso de gente que compartiendo una misma afición iba a pasarlo bien. Vinieron clubes de arqueros de Manzanares, Puertollano, Valdepeñas y algunos de Andalucía y arqueros de todas las edades, desde la categoría "ardilla" hasta "veterano", pasando por "novel" y todos los rangos deportivos habituales (prebenjamín, benjamín, alevín, infantil, cadete, juvenil y senior). De hecho, la más pequeña de toda la competición y única "prebenjamín-ardilla" que había era mi hija Claudia. Y lo hizo tan bien que hasta subió al podio. Mención especial para su compañera de parapeto Inma, una pequeña andaluza de nueve años que lleva tirando desde los seis y que fue la que más puntuación sacó de todos los competidores. Una niña adorable y que manejaba su arco olímpico con todos los accesorios y los muchos complementos que llevaba a la perfección. ¡Qué manera de clavar flechas en el centro de la diana! Increíble. Una delicia verla. Esa sí que podría acabar en las Olimpiadas... 

En lo que a mí respecta y como yo iba a lo que iba, a aprender y ver cómo iba el asunto, me asignaron en una categoría que no era la mía, tirando a una distancia que no es la mía y a una diana con unas dimensiones que no son las que debía. Dícese: mi categoría era novel, arco recurvo, distancia de dieciocho metros y diana de ciento veintidós centímetros. Y se me puso a competir con cadete, arco tradicional, distancia de treinta metros y diana de ochenta y tres centímetros. ¿No querías aprender? Pues toma, Carlitos, aprende. ¿Y saben ustedes qué? Que gané a mi rival. Un chaval llamado Rafa muy majo que me enseñó y explicó cómo se anotan los tanteos y cosas muy curiosas de la normativa de arquería. A él le encanta todo este sarao y está en una edad en que lo estudia y lo aprende sobre la marcha porque le apasiona. Me dejé guiar por él, aprendí bastante y, aunque en la primera ronda de seis tiradas a treinta metros me iba ganando, cuando en la segunda ronda tiramos otras seis tiradas a dieciocho metros remonté bastante y me hice con el marcador final. Lo pongo como reseña y con algo de orgullo porque fue un debut alegre, pero el fin que yo buscaba estaba más que cumplido: ahondar más en el mundillo del arco y la flecha, vivir en primera persona cómo es una competición, observar el papel de los jueces y apreciar la normativa tan curiosa que envuelve y rodea todo, aunque haya cosas que no entienda como el no poder ir a la competición con pantalón vaquero o no poder utilizar el móvil para usar la calculadora del mismo y sumar los puntos de la diana. No sé por qué serán tales cuestiones, pero la ley es la ley.

Las sensaciones fueron buenas y las expectativas se cumplieron. Una preciosa jornada para descubrir cómo es una competición de tiro con arco y cómo se vive la misma. Aprendí todo lo que quería aprender y más. Y, lo mejor, es que nunca se deja de aprender,  así es que tengo muy claro que me apuntaré a más competiciones. Y si, mientras tanto y a base de entrenamientos, logro seguir mejorando, pues entonces sí competiré en el pleno sentido de la palabra, pues esta vez, aunque le pusiese ganas y finalmente ganase en mi parapeto (que no en mi categoría, claro está, pues llevo muy poco tirando y hay gente bastante buena), me dediqué a observar y a vivir la experiencia sin ánimo competitivo ninguno. El caso es que me adentré mentalmente en aquella época del medievo que tanto me ha gustado siempre y estuve rodeado de arcos, cuerdas, flechas y dianas y fui feliz. Feliz porque me encanta descubrir cosas nuevas, feliz porque pude vivirlo y feliz porque lo compartí con mi hija. Eso es el mayor premio. En mi mente resurgió el niño que algún día fui y me vi tirando flechas en el Bosque de Sherwood, defendiendo castillos, emboscando forajidos y apuntando como Guillermo Tell a la manzana. Fue mi primera competición de tiro con arco y lo que sé es que no será la última y que reafirmo mi amor por el arco y las flechas que adquirí desde pequeño. Ojalá mi hija lo disfrute como yo. ¡Arqueros! ¡A la línea de tiro!


lunes, 16 de junio de 2025

¡¡¡CASERÍO ES ASOBAL!!!

Cuando hace casi quince años desapareció el Balonmano Ciudad Real, mi unión como aficionado a este deporte quedó escondida, entre decepción y desilusión, en lo más profundo de la alacena de los recuerdos del Quijote Arena, ese pabellón donde se ha visto jugar a los mejores jugadores del mundo y llevar a una pequeña capital de provincia a lo más alto de Europa. Desde entonces no había vuelto a sentarme en las sillas de colores de ese templo del balonmano más allá de algún partido al que fui invitado a presenciar al Balonmano Caserío, club fundado en 2011 con génesis y origen en aquel mítico "Caserío Vigón" tan conocido en esta Civita Regia. Jamás podría haber imaginado que ese club me habría hecho algún día verter las líneas que hoy vierto sobre él y que se fraguan a golpe de sentimiento y latido en el yunque de mi tecleo. Pero caprichosa es la vida. Y más aún el destino. Y de aquellos barros, estos lodos. Varios amigos y conocidos empezaron a honrar el escudo del recién creado equipo y a sudar su camiseta aferrándose a la historia que les respaldaba, sin ser conscientes de que estaban sembrado la semilla más preciosa que pudiera germinar: la de la ilusión. Más allá de buscar éxitos deportivos y escalar en las divisiones se creó una familia con una afición común, en la que se compartían las ideas y los más principales fines eran la unión, la diversión y el gritar "Ciudad Real" a través de las miradas, por donde habla el corazón sin que se tercien palabras. Caserío es Asobal... Esas tres palabras que tanto he repetido tanto a viva voz con mentalmente estos últimos días, desde que se consumó la hazaña, tienen mucha historia y trasfondo. El inicio no fue fácil, ni tampoco la travesía, pero los remeros estaban tocados por la fuerza de las Moiras y el augurio, desconocido para los protagonistas y los cercanos, era amarrar en buen puerto.

En ese citado año 2011 nos dábamos el "sí, quiero" mi compañera de vida y yo. Y si algún deporte le ha encantado siempre ese ha sido el balonmano. Pero mucho. Hasta tal punto de estar viendo algún partido televisado y lanzar algún improperio de esos mismos que castiga cuando soy yo el autor y el deporte televisado es el de once contra once sobre verde césped. Cosas veredes, Sancho, amigo, que farán falar a las pedras. Quizás el hecho de que ella haya entrenado y jugado a balonmano desde niña y sea el deporte de su vida tenga algo que ver con la intensidad con la que vive los partidos. El caso es que al igual que en mí seguía dormido aquel sentimiento de aficionado, en ella estaba latente y patente y faltaba algún capricho del destino para despertar a la bestia de nuevo. Pasó el tiempo desde aquel año 2011 en que hubo alianzas y se fundó el Caserío y, llegado el año 2022, en que mi hija tenía cinco años y el club ya llevaba más de una década rodando, comenzó a desperezase el capítulo de la historia que dio lugar a un bello presente (entendido como regalo y como tiempo actual). Mi mujer y yo decidimos que el primer contacto que Claudia, nuestra hija, tuviera con el deporte fuese mediante una práctica de equipo, donde primasen los valores de la unión y el triunfo colectivo sobre el éxito individual y las medallas personales. Y el Balonmano Caserío (que ya se encontraba en División Plata) tenía una preciosa escuela y base de niños donde se inculcaban los valores mencionados a través de un deporte que conocíamos y sabemos de su nobleza en la pista y fuera de ella. Ese fue el detonante que nos llevó a un disfrute épico.

El color amarillo que ya llevaba tiempo haciendo de las suyas por la ciudad, comenzó a llegar a casa. Y se expandió rápido. Conforme la pequeña inició sus entrenamientos de prebenjamines, Gemma y yo, sin saber cómo, cuándo, ni por qué, de repente un día nos vimos sentados nuevamente en el Quijote Arena viendo jugar al Caserío y unimos las gargantas en la grada, tu grada que te anima, te anima con el alma, el alma que es manchega. Se había consumado el plan que la alineación de astros hubo tramado para nosotros. Primero dos abonos y un par de camisetas de la temporada recién iniciada. Después otro abono para mi hermana. Y luego otro para mi suegro. Y, como dónde va Cañizares va la guitarra, otro para mi suegra y todos vestidos de amarillo. Y acto seguido mi mujer, mi hija y yo miembros de la Peña "La Grada Amarilla" desde su fundación como tal. Y bufandas, trompetas, más camisetas y la vida teñida de amarillo en una vorágine preciosa en la que lo mejor estaba por llegar y sin dejar de disfrutar. Ya formábamos parte, sin saber cómo, de los tentáculos de un pulpo gigante que desconociendo su suerte, pero siempre avanzando con ella, iba expandiéndose por Ciudad Real. El club venía trabajando muy bien y siguió (y sigue) haciéndolo perfecto. Comenzó a ser casi habitual que el Caserío estuviese en los primeros puestos de la tabla y con serias opciones de volver a la más alta categoría. Nuestra mente era feliz sabiendo que recorremos kilómetros y superamos obstáculos, sólo por ti, Caserío. Pasaban las temporadas y siempre se resumían en un "casi". La afición estaba feliz, pero rugía, rugía soñando. Porque sabíamos que era posible olvidarnos de ese "casi" y construir un "hecho". Y la ciudad también. Ya llevaba años el Caserío trenzando hilos para convertir en realidad lo que se dibujaba en el telar. Y soy muy feliz de haber llegado, de casualidad, hace unos años, muy pocos al lado de lo que llevan otros, a tiempo al taller y aportar mi humilde ovillo a ese tapiz amarillo. Cada vez más camisetas por las calles y todas persiguiendo un sueño. Y es que los sueños, a veces, si se persiguen, se trabajan, se luchan y se merecen, pueden llegar a ser realidad. Y cuando la grada del Quijote y la ciudad se dieron cuenta que un gran sueño colectivo es mucho mayor que cinco mil sueños individuales, ocurrió lo inevitable. 

Santi Giovanola, Ognjen Radojiçic, Pablo Campanario, Marcos Fis, Juan Lumbreras, Augusto Moreno, Jorge Romanillos, Víctor Morales, Fernando Romero, Paquillo Ruiz, Dani Palomeque, Santi Cánepa, Adrián Trancón, Toni Alegre, Ángel Perez de Inestrosa, Sergio Casares, Carlitos Ocaña, Jorge Silva, Óscar Ruiz, José Andrés Torres y Álex Díaz, lo hicieron. A los mandos de Santi Urdiales, Javi Ortiz y Mariano Muñoz, lo hicieron. Y, todo ello, presidido por un magistral Julián Amores y aliñado por un montón de gente que volvía a llenar el pabellón como en aquellos maravillosos años del Balonmano Ciudad Real, lo hicieron. Lo hicieron. Se anuló el casi y se hizo real el hecho. Y sin grandes talonarios de por medio, ni grandes respaldos políticos ni institucionales, ni nada de lo que suelen servirse los clubes fuertes para alcanzar la cima. No. Lo hicieron partiendo desde la base, desde esos prebenjamines que empiezan a botar un balón, desde esos aficionados que estaban dormidos y volvieron a gritar al verse formar parte de una familia que luchaba por lo mismo, desde una plantilla que se fue forjando con jugadores humildes, cercanos y unidos que usando los goles como ondas vencían a cualquier Goliat que tuvieran delante, desde un grupo de locos que cuando desapareció la ilusión y Ciudad Real quedó vacía de balonmano rebuscaron en el vivero de su corazón y sembraron de nuevo, desde la confianza en que "la unión hace la fuerza" no es un refrán sino una realidad, desde la entrega, el sacrificio y el nombre de los leones que escoltan la Biblioteca Pública de Nueva York: "Constancia" y "Perseverancia". Lo hicieron. Atracaron el navío allí donde Quijote y Sancho sonríen de nuevo por ver el nombre de la capital de La Mancha en el más bello puerto. En Asobal. Al galope sobre una hinchada vestida de amarillo que cual Rocinante, sabiendo que lo monta más que su amo su amigo, no se asusta de embestir ningún molino. Con el trote alegre de Rucio resonando en el interior de miles de personas al compás de las herraduras evocando un "lo hicimos, lo logramos". Con los ladridos de algún galgo recién llegado a la fiesta que se suma al proyecto. Y demostrando a los gobernadores de la ínsula que uno más uno jamás sería el resultado esperado. Lo hicieron. ¿Lo hicimos dices, Dulcinea? Puede ser. Mi locura en aquestas lides no me aclara si fuimos o no partícipes, pero sé que me emociona el haberlo vivido y siempre les estaré agradecido a todos los nombres que he escrito la felicidad que me han regalado cada vez que he gritado un gol, una parada o he vestido de amarillo. Honor y honra a todos ellos. Honor y honra a todos aquellos también que se vean reflejados en estas líneas. Honor y honra a mi amada Ciudad Real, sus gentes y sus sueños alcanzados. Y honor y honra a ti, mi club. ¡¡¡Caserío es Asobal!!!

jueves, 29 de mayo de 2025

ESTE AÑO TAMBIÉN HUBO ROMERÍA

Cuando el tiempo está ocupado (curioso, ¿eh?, pues con ocupación o sin ella siempre avanzan las manecillas del reloj al mismo son) no se pueden atender todas las tareas. Que no es que no se puedan hacer varias o simultanearlas, cuestión que hago desde que tengo uso de razón, sino que no puedo ocupar más el tiempo de lo que ya lo tengo pues una hora dura lo que dura. Que no me ha dado tiempo a escribir antes sobre la romería, vaya, pero que haberla, la hubo. Y tuvo de todo, como siempre. Ya saben ustedes: lumbre, sartén, vino malo para hacer calimocho del que te pone cantarín, amigos, familia, risas y buenos momentos. A mí me encantan este tipo de fiestas simplemente porque las caras de todos los presentes siempre están sonrientes y el ánimo común es pasarlo bien. Y, por supuesto, por mi arraigo costumbrista y tradicional que se ha ido forjando año tras año a través de las vivencias y que tanto me gusta mantener y respetar. Los que me conocen lo saben. Vivo las cosas intensamente y a mi modo, acuñado con la forja del corazón y del sentimiento. Me gusta ser como soy conmigo mismo y me gusta compartir con los demás, de la mejor manera posible, aquello que esté en mi mano. Y hacerlo de las manos de mi mujer, de mi hija y de mis amigos me da la vida. Así es que sí, en las romerías gano vida, pues me lleno de recuerdos, de ratos bonitos, de miradas, de palabras y de pura mancheguía. Más feliz no puedo ser en esos días. ¡Viva la Virgen del Monte!

Me viene a la mente cuando hace cinco años, recién explotada la pandemia, incluso celebré la romería en casa y, gracias a las tecnologías, a través de videollamadas y mensajes logramos pasarlo bien en la distancia. No pude hacer fuego en el salón de casa ni asar chuletas, claro, pero el vino y el whisky jugaron un buen partido y el mal trago casi se convierte en dulce. Y ahora que lo recuerdo, me reafirmo en que la romería (como la vida en sí) me hace feliz por la gente con quien la comparto. Y esa gente lleva años estando y este año no ha sido menos. Va por ella estas líneas de afecto. Dicho ello y con el ánimo limpio y renovado, tal y como quedó tras la celebración de la Fiesta de la Virgen, he de decir que comenzó la misma como viene siendo habitual. Viernes que abre el último fin de semana del mes de Abril y el coche cargado de ilusión, el gorro feo que me regaló mi amigo Narciso puesto en la cabeza de aquella manera, la navaja de campo en el bolsillo, los ingredientes para hacer un buen arroz en el maletero, la mochila con ropa "adecuada" para oler a humo y todos los aperos necesarios para pasar unos días de categoría y repetir, a ser posible, como me gusta año tras año, más de un momento de esos impagables que llena la alacena de los recuerdos y nos llena de satisfacción y alegría.

El sábado nada más levantarme en el Paraje de las Zorreras, allí en el Santuario de la Virgen del Monte, comencé a preparar la jornada adaptándola a los tiempos que atravieso ahora y lo que conllevan. Evidentemente mis "romeras maneras" siempre están presentes, pero no es lo mismo con veinticinco años que con cuarenta y cuatro y siendo padre de familia. Todo es organizarse, encajar alguna pieza y tener ganas de disfrutar. El resultado llega sólo. Cuando era niño miraba a mis mayores cómo se entregaban a la faena de hacer un guiso para todos y su alegría era ver a los demás comérselo. Ahora soy yo el que se mete a los fogones y me llena de satisfacción ver una gran mesa llena comiéndose lo que he cocinado con cariño para todos. La sensación es genial y maravillosa. Este año les hice un arroz un meloso con pollo marinado y setas. Mientras reinaba el silencio entre los comensales porque estaban todos con la boca llena, yo me echaba vino al gaznate y sonreía. ¡Que me gusta a mí un relío de esos! Y lo mejor es disfrutarlo con la gente que quieres (conjúguese "quieres" en todas las acepciones posibles del verbo querer).

Así es que sí, queridos, este año también hubo romería. Ya sabéis que todos los años le dedico unas líneas a tal evento y este año no iba a ser menos. Algunos asiduos lectores de este Rincón las echabais de menos y me lo habéis hecho saber, pero la causa es la que decía al principio, no me ha dado tiempo antes. ¡Carlos! ¡Si es que no paras! No, no paro. No os imagináis todo lo que me ha acontecido en este mes transcurrido entre la Romería y la presente entrada del blog: he celebrado los Mayos con la Hermandad de Pandorgos, he asistido a un Concurso de Hamburguesas a nivel nacional (como comensal, obviamente), he estado varios días en Roma en el Jubileo Internacional de Hermandades y Cofradías, hemos tenido en familia varias excursiones, viajes y eventos, he disfrutado varios partidos y, finalmente, celebrado el ascenso en el Quijote Arena del Balonmano Caserío (mi club, el de mi familia, el de mis amigos) a la Liga Asobal, he tenido convivencia con la cuadrilla de costaleros e, incluso, he debutado en mi primera competición de tiro con arco. Prometo dedicar alguna entrada a algunas de las cuestiones anteriores. Bien merece la pena. Mientras tanto seguiré soñando, entre otras cosas, que el año que viene el último fin de semana de Abril volverá a llenarse el Santuario del Paraje de la Moheda de corros, chozos, tenderetes y lumbres con humeantes calderetas para vivir de nuevo una Romería. Fiesta, la cual, llevo conociendo desde muchos años e inculcando otros tantos, compartiéndola con mis amigos y familia y enseñándola desde que nació a mi hija. ¡Vámonos de romería, papá! ¡Viva la Virgen del Monte!

miércoles, 19 de marzo de 2025

INICIÁNDOME EN EL TIRO CON ARCO

Recuerdo de niño mi afán por hacerme arcos y flechas. Cada salida al campo con mis abuelos y mis padres buscaba una rama que fuese verde y flexible, ya que en mi mente se figuraba la misma como un fantástico arco que haría las delicias de mi instinto de tirador. Preguntaba a mis mayores cómo humedecerla y curvarla para que fuese adquiriendo la forma deseada y la dejaba días sumergida en la bañera y atada con una cuerda a los extremos para moldearla. Me encantaba. Una vez logrado ese primer proceso, con rudimentarias herramientas, pues apenas contaba con unos diez años de edad, realizaba unas muescas en los extremos, donde anudaría la cuerda. Forraba con un cordón o pieza de cuero la parte central del arco a modo de agarre y con alguna pequeña cuerda, resistente y que diera fuerza suficiente a mi recién creada arma, encordaba mi arco creyéndome Robin Hood. ¡Qué feliz habría sido yo un ratito en los Bosques de Sherwood! Las flechas las construía mecánicamente tras años de estudio de los materiales y de forma magistral. El momento preciso era justo tras la Feria. Al día siguiente de culminar las fiestas marchaba al lugar donde se había lanzado la traca y pirotecnia final y hacía buen acopio de las varetas de madera de los cohetes, las cuales se encontraban esparcidas por el suelo. Eran cilindros perfectos de forma y grosor para el fin que yo quería. Y la longitud era de casi un metro, por lo que me permitía cortarlas a la medida de mi brazo. De vuelta pasaba por la Catedral y, siempre, a los pies de sus muros, había algunas plumas de paloma que recogía y guardaba para dotar luego a las flechas de vuelo, colocando tres de ellas, debidamente cortadas en su cañón y forma, cercanas al extremo inicial de lo que sería la flecha terminada. Las amarraba con hilo y quedaban perfectas. Y las puntas eran mi pasión. Al principio endurecía la madera quemándola un poco con un mechero y afilándola con un sacapuntas o navaja, lo que hacía que esa flecha casera se clavase sin problema en cartones y maderas más endebles. Luego mejoré la técnica y logré ahuecar el extremo de las flechas e insertar en cada una un clavo sin cabeza, pegándolo por dentro, atando fuertemente un trozo de lana rodeando la madera e impregnando todo bien con pegamento de contacto para darle consistencia, fuerza y durabilidad al conjunto. Restaba hacer una muesca horizontal en el extremo de la vareta más cerca del emplumado que permitía que la flecha encajase perfecta en la cuerda para tensar el arco y tirarla. Así podía lanzarlas y clavarlas en paredes, árboles y muebles. Aún hay en casa mis padres algún "recuerdo" de aquello. ¡Incluso podía cazar! Pero nunca me ha llamado eso la atención. Elaboraba verdaderamente arcos y flechas y era feliz con ello. Hace más de treinta y cinco años de aquello y me acuerdo con una enorme sonrisa...

Siempre me ha gustado el mundillo del tiro con arco y hacerme yo ambas cosas. E incluso las dianas. Y me pasaba horas jugando con ello. Lo que no me esperaba es que la vida, del modo más recóndito, me llevase ahora, pasada la cuarenta de edad, de hecho, casi mediada, a hacer de ese gusto una pura afición y haberme adentrado en la iniciación y conocimientos necesarios para su práctica libre. Mi poco conocimiento era la admiración del tiro con arco compuesto y de poleas que veo en televisión cuando hay Juegos Olímpicos o haciendo zapping encuentro, de casualidad, una competición al respecto. Desconocía totalmente la existencia de Clubes de Arqueros y mucho más el argot, técnicas, posiciones y materiales que ellos usan. Palabras como "anclar", "longbow", "culatín" o "fistmelle" no las había oído jamás. A mí me gusta coger un arco y tirar flechas apuntando instintivamente. Sin más. Pero no es tan sencillo como antes lo hacía de niño. Nunca había olvidado ese gusto, pero tenía ese saborcillo dormido en mi interior. Y todo cambió un día que mi hermana me dijo que había ido a una Jornada de Puertas Abiertas de un Club de Arqueros. ¿Aquí en Ciudad Real? ¡Vaya! Y yo sin saberlo... Me habría gustado. Se llaman Club de Arqueros de Don Gil. El nombre tiene arraigo total con la ciudad, sin duda. Algún tiempo después, en Jugarama, ese mismo club puso un stand para niños y los enseñaba a tirar con arco. Fui con mi hija y aproveché para tirar yo también. Y se despertó en mí de nuevo el paladar del arco y las flechas. Y de modo imparable. -¡Tenéis club de arqueros! -¿Tenéis? ¡Tenemos! Estamos aquí en la ciudad, hacemos cursos de iniciación, explicamos y enseñamos. ¿Te interesa? -¡¿¡¿Cómo?!?! Dime día y hora. No sabes lo que se ha desperazado en mí de nuevo...

Dos meses después recibí el aviso. Se convocaba a Curso de Iniciación a tiro con arco. Allá que fui tan feliz. Mi hermana también vendría. Y así empezó todo. Esta vez de modo profesional y sin ser autodidacta: con monitores, con material específico y con todas las garantías de seguridad y requerimientos legales, pues no es un juego y la vida ha cambiado mucho en esos aspectos. Ahora sí que sí he aprendido a tensar un arco y darle fuerza y me estoy familiarizando con la tradición inglesa que dio lugar a tal creación deportiva y mantenimiento tradicional del uso de arcos y flechas, primer arma no arrojadiza creada por el hombre primitivo. Las mediciones en libras y pulgadas comienzan a ser habituales en mí. También sigo aprendiendo posiciones, técnica y vocabulario de esta afición. Por supuesto que he concluido el curso de iniciación y me he quedado como miembro del club. Está en trámite mi licencia y he adquirido, ¡no me lo creo aún!, mi primer equipo de arquero: un arco recurvo completo, una docena de flechas con punta de acero, un carcaj, un guante dactilera y las debidas protecciones. Estoy como un niño con zapatos nuevos. Me viene genial para desconectar de rutinas laborales y concentrarme en aprender bien algo que me ha encantado desde pequeño. Y, cosas de la vida, mi hija Claudia, también llamada por esa voz de los arcos y las flechas que creo que a todo niño le gusta por aquello de practicar y ejercitar la puntería, quiso venir un día y ha caído también en este deporte que compartirá con su tía y su padre. Para mí es una afición y una vía de escape. Nada más. Y me encanta. En esas estoy ahora, culminando lo que no pude de niño (o si pude, la misma vida reservó para otro momento): iniciándome en el tiro con arco.

viernes, 28 de febrero de 2025

CUANDO LAS LETRAS REFLEJAN EL ALMA...

Hace algunos años ya, aproximadamente una decena, alguien me decía "se nota que has pasado mala época porque has escrito menos en el blog". Y llevaba razón. Mucha. Toda. Porque fueron tiempos feos. Y atrás quedaron. Y era cierto que, aunque la falta de tiempo pudiera acentuarse por cualquier cuestión, la verdadera razón era la desgana y la desidia, en definitiva, el no tener nada que escribir que me ilusionase hacerlo, pues siempre que vierto letras es movido por algún ímpetu interno, cosa de la cual carecía en aquel tiempo. Sin embargo y jugando con él mismo, con el tiempo digo, aunque más bien él conmigo, me he dado cuenta que escribiendo también desfogo esa sensación de ahogo y apatía, pues me dedico, precisamente, un tiempo a mí y me libero mentalmente sacando fuera cómo me siento. Al fin y al cabo, escribo para mí, mis cosas, mis memorias, mis vivencias. Y aunque el Rincón es lo que es gracias a vosotros que lo mantenéis vivo leyendo lo que en él se halla, no deja ser un resquicio donde me expreso y abro por dentro para conmigo mismo. Siempre lo digo, me gusta luego, pasado tiempo, ¿qué si no?, leerme a mí y recordar cuestiones que, unas veces bellas y otras tristes, me reavivan los recuerdos que son, en esencia, mi vida misma y mi camino recorrido. Y en esas estoy hoy que llevo prácticamente un mes sin teclear nada en la alacena que atesora los tarros de conserva de mis años vividos. Motivos hay, pero escribiendo los sobrellevo y tenía que enfrentar la causa como haría mi querido y admirado Don Quijote, idilio de La Mancha.

La verdad es que me pongo cara a cara con el monitor sabiendo que no sé ni qué escribir, pero brotan las palabras solas y contemplo como se van rellenando oraciones como si no fuese yo quien las crease. Supongo que es por la necesidad de sacar lo malo fuera y despejarme un rato hablando conmigo mismo. Cuando la mochila se llena demasiado es necesario aligerarla y, maldita sea la alineación de planetas o lo que proceda, cuando se desborda es siempre cuando más cargada va. Es obvio lo que digo, pero, como diría Víctor García Rayo, yo me entiendo. Se cumple el dicho de que los problemas nunca vienen solos y se agrava la situación cuando es para los míos (mi gente, me refiero), son temas de salud y no puedo controlarlos yo, ni solventarlos, ni medir los tiempos. Me gusta tener todo mi alrededor controlado y saber que cualquier situación que me eche en cara, ya sea de forma deliberada o de forma sorpresiva, puedo dominarla y saber cómo afrontarla y sobrellevarla. No digo ganarla, porque, evidentemente, ni lo pretendo ni sería posible. Tampoco Alonso Quijano cuando cabalgaba salía siempre victorioso. Lo menciono porque antes ya lo he puesto de ejemplo. Y si me fijo en su valentía (si bien pudiera ser temeraria por su locura), he de contemplar también los resultados. El caso es mirar cara a cara al problema y saber hacerle frente.

Y esta vez me he visto desbordado y sin saber asumir que no puedo dominarlo. Día tras día me duele el no poder hacer nada para evitar ciertas cosas o acelerar su solución. No está en mi mano. Y me duele, me molesta, me fastidia, me enerva y me entristece sobremanera. Pero ni yo podía haberlo evitado, ni yo puedo solventarlo como quisiera. No me queda nada más que hacer lo que hago. Asumir, enfrentar, sobrellevar y ayudar. Eso sí está en mis dominios. Y, por ello, quizás, me he olvidado algo de mí, pues el tiempo que antes pudiera dedicarme, debido a las apreturas ahora impuestas en la agenda, debo dedicarlo al trabajo que es a quien por motivos superiores se lo vengo robando y luego me toca recuperar. Y eso se refleja en el Rincón. Por supuesto que sí. El pobre es el gran damnificado cada vez que carezco de tiempo y/o ganas de escribir. El Rincón y los libros, aunque eso no lo veis. Pero cuando no escribo y no leo, es porque algo no va bien. Y es cuando sé que no estoy bien porque no escribo ni leo. Soy consciente cuando paso tiempo sin escribir de que las cosas no están como quiero. Pero hay que seguir de frente. Raza costalera. Que esa es otra para agravar la melancolía. ¡Qué poquito me queda! Y también me pesa en el alma. Se junta todo y la carga se desparrama. Al menos, cada día que pasa las noticias se van estabilizando y me va volviendo la sonrisa, porque sé que la Esperanza nunca falla. Con mayúscula, sí. Ya sabe Ella... Hoy rompo las cadenas y me expreso.

Quizás por ello y enfrentarme a mi interior y soltar lastre en forma de letras voy recuperando la inclinación ascendente de las comisuras. El caso es que desfogo tecleando un rato y me sirve de bálsamo. Es más, cuando pasen estos momentos más complejos, pase algún tiempo y revise de nuevo el blog leyéndome y releyéndome, sí que sonreiré viendo como impedí que existiera, en este "Periódico de internet" como decía mi abuela, un vacío temporal carente de palabras. Y recordaré, supongo, lo que habría dado lugar al mismo. Y disfrutaré, seguro, de que haya quedado atrás y de haber llenado un poquito de ese bache con estos párrafos que hoy emergen directos de mi cabeza sin filtro alguno. Incluso tecleo más rápido que de costumbre pues los sentimientos fluyen solos y no estoy yo para ponerles orden o tamizarlos. De hecho, cuanto más fluyen más se me acompasa la respiración y más alivio interno tengo. No sé preocupe quien me lea. Con certeza me habrá visto en los lugares que frecuento y con la sonrisa puesta, pero ¡qué cierto es aquello de que la procesión va por dentro! Y los más cercanos a mí que saben la génesis de todo y me ven cabizbajo, son, precisamente, aquellos a los que he de cuidar porque procesionan conmigo. Cuando las letras reflejan el alma quien te conoce sabe interpretarlas. Y, en mi caso, malo es cuando no hay letras, así es que si las hay es un avance. ¡Hay que seguir!

jueves, 23 de enero de 2025

LA ALDEA DE CIRUELA

Todo habitante de Ciudad Real conoce la calle Ciruela. Une el corazón de la ciudad, empezando en la Plaza del Pilar, con la Ronda que lleva su nombre, donde antes existía la muralla y más allá los extramuros. Pero no todos saben el por qué de ese nombre tanto a la calle como a la ronda: Calle de Ciruela y Ronda de Ciruela. Quizás el de la ronda sí, porque igual que las demás, toma su nombre de la calle que desemboca en la misma, pero, ¿la calle? Me aventuraría a decir que todos de niños hemos pensado en la fruta y jamás hemos entendido por qué una de las principales calles de la ciudad tenía ese nombre. Al menos yo, de pequeño, sin llegar ni a la decena de años, sonreía pensando qué afortunada era la ciruela en comparación con el melocotón o la sandía que incluso tenía una calle. Hasta que fui creciendo y descubrí que, lo normal es que, cuando una calle tiene un nombre, las linderas suelen tener otro relacionado, como ocurre, por ejemplo, en el Barrio de Pío XII donde tienen nombres de pintores, en la zona de la Puerta de Santa María donde tienen nombres de ríos o en el nuevo Barrio de la Guija donde tomaron nombres de los componentes del sistema solar. Así descarté que la calle Ciruela se debiese a fruta alguna y me quedé con la duda del origen de su nombre. Y fue hace pocos años cuando lo descubrí y hace escasos días cuando decidí estudiarlo. Todo ello es debido a la existencia de una vieja aldea a escasos kilómetros de Ciudad Real que tenía ese nombre y a la que se llegaba, prácticamente en línea recta, tomando dirección sur desde la céntrica Plaza del Pilar por la calle que conducía a aquella, lo que hizo que se llamase a la misma "la calle (que va a la Aldea) de Ciruela". Por cierto, la puerta ubicada en las murallas que daba acceso a la ciudad por tal lugar, ya lo podéis intuir, también se llamó "Puerta de Ciruela", claro está. Y precisamente eso es lo que vengo a dejar hoy plasmado en el Rincón, no sólo el origen del nombre de la calle, sino qué fue la Aldea de Ciruela y qué queda de ella.

Antigua Puerta de Ciruela

La historia nos remonta hasta primeros del siglo XII, pues aunque no puede saberse con certeza cuando se fundó la aldea, sí que está datado que en el año 1156, con el mandato del rey Alfonso VII, fue donada al caballero toledano Armildo Meléndez para poblarla. La Aldea de Ciruela perteneció primeramente a Alarcos, después a Villa Real y, finalmente, a nuestra querida Ciudad Real. El lugar está enclavado en el sitio conocido como Cerrillo de la Horca, a la vera del río Jabalón, en un pequeño alto que domina el valle, entre los castillos de Calatrava y Caracuel. Existía allí una fortaleza construida sobre un domo volcánico (lava solidificada) de unos doce metros de altura y laterales prácticamente verticales. Se cree que dicha fortaleza fue edificada por los árabes y tenía por nombre Hisn al Sujaryola. Los avatares de encontrarse entre caminos fronterizos y de paso de un castillo a otro hizo que pasase de moros a cristianos y viceversa en varias ocasiones. En el año 1187, estaba bajo dominio cristiano, pues cuando el Papa Gregorio VII, por bula pontificia, reconoció la Orden de Calatrava la cual tenía varios castillos en su poder, se nombraba Zuerola (Ciruela) entre ellos, como Alarcos, Caracuel, Benavente, Piedrabuena, Malagón y Guadalerzas. En 1195, tras la batalla de Alarcos, pasó de nuevo a estar sometida por los árabes y en 1212, las armas cristianas recuperaron su dominio y repoblación a su paso hacia las Navas de Tolosa. En tal fecha se entregó la aldea a Doña Zuera María Armíldez, hija de Armildo Meléndez a quien se le hubo donado la aldea para poblarla, como antes decía. 

La aldea con su fortaleza y la iglesia que frente al castillo se construyó, pasó a ser de Villa Real en el año 1255, con el rey Alfonso X, el Sabio quien al fundar la villa ya la menciona en la Carta Puebla y la integra en los territorios que dominará la recién fundada. Era llamada entonces Figueruela y en el documento figura así: "Et do á esta villa sobredicha que haya por aldeas ó por término Zuhéruela é Villa del Pozo é la Figueruela et Poblet é Alvala con todos sus términos yermos é poblados é con todos sus derechos, con montes, con fuentes, con ríos, con pastos, con todas sus entradas é con todas sus salidas é con todas su pertenencias assí como las han estos lugares sobre dichos é las deven aver". Desde entonces hasta nuestros días ha permanecido ligada a Ciudad Real y aunque nunca fue una gran población siempre ha mantenido vida en sus viviendas. En el sigo XIX ya hay escritos que mencionan su estado ruinoso y amenazante de derrumbe, estando la pequeña Aldea de Ciruela prácticamente despoblada y abandonada, contando únicamente en 1890 con 39 construcciones y 81 vecinos, como aseveró Hervás y Buendía. La decadencia de la pequeña urbe siguió imparable y en 1904 se suprimió la Parroquia rural de Ciruela pues comenzaba a desplomarse y, pese a haberse celebrado en ella grandes misas y contar, incluso, con una Romería señalada el día 3 de Mayo a la que asistían numerosas gentes de Ciudad Real, Miguelturra y otros pueblos cercanos, ya no iba nadie. Aguantaron, aún así, las celebraciones eclesiásticas hasta el año 1931 y la edificación en pie hasta que la Guerra Civil hizo sus estragos. Posteriormente, en 1975, el párroco de Miguelturra se adueñó indebidamente de su puerta de estilo gótico y la trasladó a su pueblo, donde podemos verla como acceso a la actual sacristía de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Eso fue el final total de la Iglesia de Ciruela, de la que a la fecha sólo quedan restos de sus muros.

Del castillo, igualmente, tan sólo quedan resquicios, cascotes y algunas piedras de su basamento que nos recuerdan lo que algún día debió de ser y que hace siglos que se derrumbó. En cuanto a la aldea en sí, está abandonada, derruida y ruinosa. Cuando sus terratenientes marcharon de ella no quedó nadie allí. No tiene acometidas de agua potable ni llega la línea de luz y electricidad hasta ella. Sin embargo, como antes narraba, siempre ha tenido algo de vida. Tras unos pocos años sin nadie, Francisco Fernández, más conocido como "Fran, el habitante de Ciruela", se decidió a vivir en tal lugar. Reside allí totalmente solo y su compañía son sus mascotas No usa reloj ni teléfono y afirma que vive feliz y en paz. Por su parte, Marcial González, que mantiene allí una segunda residencia y pasa la temporada estival en la aldea donde vivieron sus mayores, cuenta que hoy existen doce viviendas restauradas y acondicionadas para poder vivir en Ciruela, aldea abandonada a la que solo van viajeros o excursionistas curiosos un rato o pocas personas durante algún fin de semana o el verano. El 30 de Agosto de 2011 se creó la Asociación de Vecinos y Vecinas de la Aldea de Ciruela que persigue mantener viva la historia de este lugar que tuvo una gran importancia en su momento, darlo a conocer y poner en valor lo que significó en su día para Ciudad Real. El presidente es el propio Marcial, muy querido por la gente proveniente de la aldea. Nadie mejor que él para ello. A Ciruela la memoria colectiva le debe un respeto y nada muere del todo mientras se le recuerda. Acercaos por allí y conoced estos resquicios de nuestra tierra. Si bien los pocos restos del castillo, de la iglesia y de antiguas construcciones no os dejarán indiferentes, menos lo harán las cargas históricas y las fuerzas sentimentales que emanan del lugar. Y esta es la historia de una aldea abandonada y que tan sólo tiene un habitante, el entrañable Fran, del nombre de una puerta, una ronda y una calle. Esta es la historia de la Aldea de Ciruela.

jueves, 19 de diciembre de 2024

EL PALACETE DE LA CRUZ ROJA

Cuando en el  año 1997, con dieciséis años de edad, recorría sus escaleras para visitar a algún amigo mayor que yo de edad y que allí se encontraba cumpliendo el servicio  militar, jamás me preguntaba los principios de aquel edificio. Tampoco me esperaba la historia que vendría después. Y mucho menos habría imaginado que veintisiete años después escribiría unas líneas sobre él. Me refiero al Palacete de la Cruz Roja, como así se le ha conocido en Ciudad Real desde principios de los años 70. De hecho, en las rejas que flanquean la entrada principal se encuentran las iniciales "C" y "R" y muchas personas las han relacionado con la dicha asociación, Cruz Roja, por ser las iniciales de la misma y por haber tenido allí su sede durante tres décadas. Nada más lejos de la realidad. Hoy sonrío feliz de haberlo conocido en su momento y de haberlo podido recorrer de nuevo, antes de que se inaugure como Centro de Atención a las Víctimas de Violencia Sexual, en lo que será su función desde ahora hasta sepa Dios cuándo. Recuerdo que de niño mi padre me contaba que él, los últimos meses de su "mili", tras haber concluido la instrucción y haber estado varios meses fuera de Ciudad Real, los pasó en ese singular edificio, como conductor de ambulancias, siendo esa una de las funciones que compaginaban el servicio militar obligatorio y la Cruz Roja. Y digo que sonrío porque, además de los recuerdos que me evoca tal edificio, fue salvado de la piqueta por aclamación popular. Es de los casos que la voz de la ciudadanía ha logrado que se mantuviese en pie y que se restaurase el inmueble, pues tras años de total abandono, en una de esas tantas barbaries que propone y hace la Administración, se ordenó su demolición. Y cuando comenzó la misma, una mañana de octubre del año 2006, gracias a la iniciativa popular del Círculo de Bellas Artes, venció el pueblo y se paralizaron las máquinas. Ojalá fuesen muchas más las veces que la ciudadanía impidiera que una joya del patrimonio fuese reducida a un montón de escombros. Por fortuna con el palacete no ocurrió y a la fecha sigue existiendo y perfectamente restaurado. Hoy vengo a hablar de él incrustando algunas fotografías recientes del mismo tras poder visitarlo hace unos días.

Escoltado por dos bloques de viviendas de seis pisos de altura, en Ciudad Real, en la Ronda de Ciruela Nº 24, se halla un inmueble peculiar. Construido sobre los antiguos terrenos donde se encontraba la muralla que rodeaba la ciudad y a punto de cumplir un siglo de vida se encuentra un palacete cuyo origen se remonta al año 1908, cuando un joven farmacéutico llamado Conrado López Pérez, proveniente de Berja (Almería) se instala en Ciudad Real residiendo en una vivienda sita en la calle María Cristina, inmueble que aún existe y, parece ser, pertenece a sus herederos, y abrió su farmacia. Vino con él su mujer, llamada Rosalía Pérez Manrubia y arraigaron bien en la ciudad, si bien, ella tenía fuerte añoranza de su tierra. Eso conllevó que pasados unos años, para contentarla y que se le pasase la "morriña", Conrado adquiriese un solar en el llamado Paseo de Cisneros, en las afueras de la ciudad, donde ya se había derribado la muralla. Así, en el año 1925, el arquitecto provincial Telmo Sánchez y Octavio de Toledo diseñó la vivienda, un pseudo palacete-chalet, como lo llamó la familia cuando se fue a residir en el mismo en el año 1928, tras su construcción que duró tres años. Se ideó como las grandes viviendas de Andalucía en general y de Córdoba en particular, con esos aires sureños que tanto echaba de menos Rosalía. Allí vivieron los López Pérez felizmente durante finales de los años 20 y los años 30, hasta que llegó la nefasta Guerra Civil y puso fin a la residencia en tal lugar, pues el miedo a los bombardeos en la cercana estación de ferrocarril los hizo huir del palacete. De este modo y rota la feliz convivencia allí, instalándose de nuevo en la calle María Cristina, entre el conflicto bélico y los años 50, sólo usaron el inmueble para la celebración de algún evento puntual. 

Precisamente en el año 1950 falleció Conrado. Eso aceleró que los familiares optasen por dar algún uso al palacete y mantenerlo fuera del cierre y el abandono al que de seguro se vería sometido. Así, a mediados de aquella década y no optando todavía por desprenderse totalmente del inmueble mediante su venta, se arrendó a la Academia General de Enseñanza, conocida como la Academia de Piqueras, llegando a tener incluso servicio de internado de alumnos. Estuvo allí funcionando tal institución durante más de diez años hasta que quedó el arriendo concluido. Lo siguiente, esta vez sí, fue la venta del "chalet". Los hijos de Conrado y Rosalía vendieron la vivienda de sus padres a Cruz Roja a principios de los años 70 y allí instaló la misma su sede durante treinta años. De esta manera es como comenzó a conocerse el inmueble en Ciudad Real como Palacete de la Cruz Roja y así ha perdurado el nombre hasta la actualidad. A finales de los años 90 y primeros de los 2.000, coincidiendo con el final de su uso como sede de la Cruz Roja y su adquisición por un promotor privado, el palacete comenzó un duro periplo de dejadez y abandono que se acentuó en el año 2005 cuando sufrió un robo y un incendio. Eso conllevó que se aprobase su demolición debido a su estado carente de todo uso, su deterioro y su amenazante conversión en ruina inevitable. Por suerte, como al principio narraba, se consiguió parar la demolición, se logró declararlo Bien de Interés Cultural (B.I.C.) y empezó a coger fuerza la idea de mantenimiento y restauración de tan singular elemento arquitectónico.

Ya en el año 2008 la Junta de Comunidades de Castilla - La Mancha adquirió el edificio y pasó a formar parte de su patrimonio. Parecía salvarse así totalmente del derribo que siempre, de una forma u otra, aparecía cual espada de Damocles en torno al palacete. Pero todavía quedaba aventura por recorrer. De nuevo la administración, en uno de esos alardes de incomprensible (des)gobierno, sacó a subasta el inmueble en varias ocasiones, quedando, Deo gratias, siempre las pujas desiertas. Y, por fin, en el mes de noviembre de 2022 llegó la ansiada noticia: la existencia real de un proyecto de rehabilitación del palacete veía la luz. Se acabaron los miedos que pudieran presagiar la pérdida del querido "chalet". Las obras durarían prácticamente dos años y tendrían un coste de casi tres millones de euros. El proyecto ha sido atendido con un mimo especial y los trabajos de restauración no sólo han devuelto a la plena vida la antigua joya del matrimonio López - Pérez que teníamos en Ciudad Real, sino que han recreado a la perfección todo aquello que se había perdido tras años de abandono, vandalismo y vaivenes políticos. Además, se han incorporado nuevas adaptaciones sin que destaquen en absoluto o desentonen con el antiguo palacete, fundiéndose a la perfección las necesidades actuales, como la disminución de barreras arquitectónicas o necesidad de escalera de incendios en un edificio público, con la originaria configuración de la vivienda. Una maravilla, vaya. Bien merece ser visitado y apreciado, pues sin duda el "Palacete de la Cruz Roja" no deja a nadie indiferente. Va camino de cumplir un siglo, ha sobrevivido a la piqueta, sus muros esconden mil historias, como aquella vez que se alojó entre ellos Pilar, hermana de Primo de Rivera y desde las escaleras dio un mitin a las mujeres de la ciudad y, por supuesto, en sus rejas se siguen y seguirán manteniendo, para siempre, su famosas iniciales "C" y "R", no de Cruz Roja como muchos creen, no, sino de Conrado y Rosalía, quienes dieron lugar a este regalo para Ciudad Real.