miércoles, 31 de marzo de 2021

Y YA VAN DOS...

En ocasiones han sido incluso tres o más los años en que una o varias cofradías no han podido salir a la calle. Condiciones meteorológicas adversas así lo han propiciado. Pero una sequía tan aterradora como la presente no la habríamos imaginado jamás. Sequía no por la ausencia de lluvia sino por la carencia más absoluta de pasos en la calle. Y, además, de una manera dura. El pasado año 2020 nos pilló todo esto del coronavirus de sorpresa, en mitad de una preciosa Cuaresma que iba exprimiendo sus días entre ensayos, charlas y preparaciones. De hecho, los pasos estaban ya a medio montar prácticamente cuando llegó el confinamiento. El palo moral fue enorme. Y no sabíamos lo que nos esperaba. No lo sabíamos en ningún sentido, en ningún ámbito. Como humanos que somos comenzamos a forjar sueños de futuro que nos ayudasen a salir de esa pesadilla de presente. Empezó a tomar fuerza el "Volveremos" y se empezó a fraguar el año 2021 como el año de la esperanza, el año en que todo volvería a su cauce, el año en que la vida nos devolvería lo que el puñetero virus este nuevo nos estaba robando. Pero no. El tiempo siguió pasando entre olas y altibajos de contagios, los meses caían del calendario y llegó el esperado año. Y tampoco. El maldito covid seguía estando muy presente y la lucha de la vacunación tan deseada, si bien comenzó en tiempo récord, lo hizo a una desesperante y lenta velocidad que nos hizo darnos de bruces con la realidad. Ni el 2021 iba a ser al año del "Volveremos" ni se solucionarían los males del modo que esperábamos. Y en la parcela cofrade nos quedábamos otro año sin Semana Santa. Y ya van dos...

Hoy tecleo estás líneas en un día muy especial para mí. Miércoles Santo. El ecuador de mi Semana Santa particular entre Ciudad Real y Sevilla. A estas alturas de la Semana Grande, en una situación normal, hoy sería un día espléndido. Ya habría disfrutado del oficio del costal el Domingo de Ramos paseando al Rabí de los Ángeles, Nuestro Padre Jesús Cautivo, con los sones de mi querida Agrupación Musical Santo Tomás de Villanueva y, también ya, entre dos días extraños de trabajo mezclados con cera e incienso, ayer mismo, en la noche del Martes Santo habría paseado al Señor de las Penas con zancada firme, seria y elegante, con una mezcla de aroma entre rancio y añejo que sólo el cofrade de paladar fino sabe apreciar en ciertos rincones. Y hoy, estaría a escasas horas de volver a ser costalero del Señor de la Bondad, de la cara que veo cuando rezo el Padre Nuestro, de esas divinas maderas en las que me forjé como hombre y costalero, de ese paso de misterio que aún ni lo era cuando yo, hace ya más de dos décadas y media, comencé a ir debajo. Hoy es Miércoles Santo y ni el Consuelo de María me quita de la cabeza que estoy frente a un día precioso en el que no se llenará de capirotes blancos el corazón de la ciudad. He pasado del mal sueño a la sumisión. Sé que es real. Hoy se abrirían las puertas de la gloria y saldría mi hermandad a la calle. Y no va a ocurrir. ¿Cómo encajar eso de nuevo? Muy difícil.

Y además flota la incertidumbre del año que viene. Tras el guantazo de pleno que nos ha pegado este año 2021 destrozando las esperanzas y las ilusiones del "volveremos" que antes decía, ¿quién se aventura a lanzar una nueva versión del "volveremos" de marras para el 2022 sabiendo que puede ser otro bofetón al alma? Y mañana amanecerá Jueves Santo. Otro día señalado en rojo en el calendario. Maleta preparada, medalla de la Esperanza Macarena, batería portátil del móvil para hacer las grabaciones de voz, un tupper de bacalao con tomate, ilusión, alegría, satisfacción por el trabajo bien hecho en Ciudad Real y billetes de AVE en la mano con destino a Sevilla. La sonrisa, imborrable. El alma, plena. El corazón, latiendo a mil por mil. Híspalis más bella que nunca. Pues tampoco. Llevo sin poder pisar mi amada bética urbe desde aquella Navidad de 2019 en la que nadie presagiaba lo que estaba por llegar. Me despedí de Ella con un beso en la mano y le dije en Primavera nos vemos. Y ya va por la segunda primavera que no la veo. Vamos que me quedo sin mi otra Semana Santa, la de los reencuentros, la de repetir las vivencias, la de los pies cansados y los programas de mano. ¿Hasta cuándo, Macarena? Tú eres la Esperanza en su más amplio sentido. Y tu hijo el Gran Poder al que aferrarse en estos días en que estaríamos viviendo lo soñado y sólo podemos soñar lo vivido. Haced que todo esto pase pronto y vivamos de nuevo.

No puedo mencionar ni el resto sin que me caigan lágrimas. Sigo mirando por la ventana. El cielo está azul como el del Domingo de Pasión y el del palio perchelero, antecedentes de la Gloria venidera, azul como el azul Hiniesta que se esparce por Sevilla cada Domingo de Ramos, azul como el color del Prendimiento, como el del babero de la túnica de los Negritos, como el del Domingo de Resurrección cuando embargados por una nostalgia ya bien conocida que significa que todo acaba y que todo empieza, el palio de la Aurora se pierde en la fresca sombra de Santa Marina. Este año ni la Carretería por el Arenal, ni la O por la Magdalena, ni el Cachorro por el Puente de Triana, ni la Soledad de San Buenaventura en Carlos Cañal, ni San Isidoro por la Cuesta del Rosario, ni la Mortaja en Dueñas, ni Montserrat por Doña Guiomar con Zaragoza, ni el pescaíto frito de La Isla, ni las copas en el Iscariote, ni dormir apalizado de cofradías en el Jentoft, ni el Sol por la Plaza Nueva, ni el Santo Entierro por Tetuán, ni la Trinidad en la Encarnación, ni los Servitas en el Cristo de Burgos, ni la Soledad de San Lorenzo por Cuna buscando ya su regreso a San Lorenzo, ni las risas entre amigos, ni el deseo de que ese momento se repita siempre, ni la Resurrección  por la estrechez de Francos, ni nada de nada. ¡Qué sensación más horrible! Quiero salir de esta pesadilla ya. Hoy es Miércoles Santo. Esta tarde me dan un reconocimiento por cumplir veinticinco años como hermano pero yo lo que quiero ya lo he dicho y, sobre todo, lo que más quiero es pasearte, Señor de la Bondad, pasearte con los míos y entre los míos. Y otro año más no podré hacerlo. Y ya van dos...

miércoles, 17 de marzo de 2021

DÍA DE ESPÁRRAGOS

Sinceramente, a mis cuarenta cuaresmas, creo que habré ido a coger espárragos premeditadamente sólo en dos ocasiones. Una fue siendo niño de la mano de mi abuelo Casildo. La otra fue el pasado Domingo. Mi abuelo falleció cuando yo tenía ocho años y hace unos días cumplí mi cuarta década. Es decir, entre una y otra vez han pasado, como poco, treinta y dos inviernos aunque, seguramente y por los recuerdos que tengo, fuesen alguno más. Eso sí, sin duda, reviví aquellos momentos de niñez grabados a fuego y los trasladé al presente con la mirada entre mi hija Claudia y el cielo. Es increíble como una cosa tan simple como una excursión dominguera puede llenarme tanto. Y es más increíble aún como sabiendo que esos planes los tenemos a mano los vamos dejando hasta que ellos mismos, de improviso, se hacen realidad. Fue mi hija, con cuatro añitos recién cumplidos, quien dijo "vamos a ir a coger espárragos". Ella no sabía bien ni lo que decía, ni lo que eso conllevaba, pero lo habría oído en la televisión o a algún amigo y le soltó muy ilusionada. De hecho conforme lo dijo nació esta pequeña aventura y se programó la excursión. Puedo asegurar que el espíritu de mi abuelo tuvo algo que ver y sonrió desde el cielo azul manchego que cubre Moral de Calatrava. Dicho y hecho. El Domingo pasado fuimos a coger espárragos trigueros. Con que poco soy feliz.

Amaneció soleado en el paraje de la Virgen del Monte donde fuimos a pasar el fin de semana al chalet de mis suegros. Claudia estaba muy contenta porque íbamos a ir en familia a coger espárragos y ella había tenido la idea. ¿Qué se le pasaría por la cabeza a ella que iba a ocurrir? Las cosas de los niños y su bendita imaginación. Mis suegros, Gemma y yo preparamos unos cuantos cuchillos, un par de bolsas y una mochila para llevarlo todo y salimos en busca de Lucío, sí, sí, Lucío (no Lucio) que se conoce el campo como la palma de su mano y sabe qué lugar es mejor para cada cosa. Unos cuantos kilómetros entre caminos de esta tierra nuestra nos separaban de unos olivares en los que a los pies de los olivos se encontraban lozanas esparragueras. Y, hala, a buscar se ha dicho. Lógicamente no somos los únicos "domingueros busca espárragos" por lo que la zona ya había sido visitada pero aún así obtuvimos un buen manojo de ricos espárragos trigueros. Y lo más importante, tuve ratos de soledad buscando a los pies de las olivas y sentí ese cosquilleo impaciente que tenía cuando aprendía cosas de campo con mi abuelo. Un viaje a mi niñez como el recuerdo que quizás le quede de este día a mi hija y recuerde cuando pasen los años. Estas vivencias son la pura historia de la vida.

A media mañana volvíamos contentos con un puñado curioso de espárragos que nos daría de sobra para hacer algunas tortillas y revueltos. De hecho, en la cocina me quedan unos cuantos y van a ir a la sartén con ajetes y jamón. Lo tengo claro. Y miento si digo que no me relamo pensando en ello. Como otras tantas veces he contado y como es clásico en mí, el resultado del plato no será bueno o malo por su sabor, será bueno o malo dependiendo de la compañía que haya en la mesa y de que cada bocado sea una caricia al alma, una evocación de tiempos pasados y un anhelo de esperanza para el futuro. Es por eso que estas cositas tan simples son la más pura esencia de la vida, al menos, de mi vida, por eso las disfruto tanto y me gusta compartirlas y dejarlas almacenadas en el Rincón, pues cuando las releo me refrescan los recuerdos y me hacen revivir una aventura tan cotidiana y al alcance de la mano de cualquiera como es coger espárragos una mañana de Domingo. Si tú mismo, lector de estas líneas, entornas los ojos y rebuscas vivencias en tu interior, a base de recuerdos, escribirás tu vida entera. Verás entonces que no es cosa mía ni que yo sea optimista como muchos me dicen, es realidad y lo tienes en tu mano.

Y precisamente a mi hija trato de inculcarle cosas como las que hoy plasmo. Nimiedades quizás pero que llenan el arcón de la memoria. Pues sí, un día de espárragos, ¿qué cosas, eh? Y fijaos para todo lo que da: un buen rato de campo, disfrutar de la familia, enseñar a los pequeños lo que aprendimos de los mayores, hacer un plato con tu propio logro, compartirlo con los tuyos y, además, dejarlo escrito para siempre. De verdad digo que estos planes inesperados me llenan por dentro. Espero y deseo que surjan y haya muchos más y que me reporten la misma felicidad que esta aventurilla me reportó. De hecho hoy mismo, viendo entradas del Rincón, estoy recordando cosas tan sencillas pero con tanta historia detrás como cuando hice mermelada de ciruela, cuando me compré un puchero de barro, cuando aliñé unas aceitunas, cuando aprendí a hacer pacharán, cuando me inicié en el mundillo de la cerveza casera, etc. Son, sin duda, cosas banales para muchos de quienes las lean pero son para mí retazos de mi propia historia, de mi vida, la que se va construyendo sola y día a día como el pasado Domingo que fue un simple día de espárragos...

domingo, 7 de marzo de 2021

TARTA DE SANTIAGO

Era el mes de Mayo del año 2010, Año Santo Compostelano o Año Xacobeo, como gusten vuesas mercedes llamarlo, cuando un asunto de toga y corbata me llevó de pleito a La Coruña. Aprovechando el viaje hice una excursión a Santiago de Compostela y me la encontré rebosante de peregrinos y vivencias. Yo, por entonces, no conocía el Camino de Santiago ni me había planteado jamás recorrerlo. Pero allí surgió la semilla y arraigo en mí de modo tal que año tras año intento patearlo unos días. De hecho, aquel mismo año de 2010, en el mes de Septiembre volví a pisar la Plaza del Obradoiro esta vez ya como peregrino. Y mi padre, por compañero, se preguntaba qué sería de nosotros el próximo Año Xacobeo para el que quedaban por entonces aún once años. Hay que decir que Año Xacobeo es aquel en el que el día de Santiago Apóstol, 25 de Julio, cae en Domingo y dicha situación ocurre siempre con la cadencia seis, cinco, seis y, once años, dependiendo del calendario y de la incursión del día 29 de Febrero en los años bisiestos. Vamos, que en 2010 tocaba el período de espera de once años para el próximo Año Santo, 2021, igual que desde este año quedan seis para el siguiente que será el 2027 y así. Total que llegado el presente año y transcurridos los once desde aquel que comentaba, lo que ha sido de nosotros es que hemos llegado a Santiago de Compostela como peregrinos ya en cuatro ocasiones, dos de ellas habiendo partido desde Francia y desde Portugal y habiendo recorrido paso a paso, literal, todo el recorrido nacional. Y este año, Dios mediante, será la quinta vez que lo logremos, tan completar un paseíto de unos 300 kilómetros que nos separan de León, donde paramos la última vez, hasta la capital gallega. Y, claro, entre tantos caminos y tantos menús del peregrino, si algo he probado, saboreado, contrastado y aprendido a hacer es la famosa Tarta de Santiago.

Lógicamente, como me gusta rizar siempre un poco el rizo aportando algo personal, tenía en mente hacer la Tarta de Santiago con almendras de mi propia cosecha que para eso tenemos un almendro en el chalet y mi madre y mi hija recogen las almendras y las almacenan. Sólo por esos ratitos conjuntos de abuela y nieta la tarta ya sería especial. Y además iba a dar mi toque gastronómico modificando el toque cítrico. En vez de ralladura de limón la pondría de naranja que también combina con otros postres. Sí, con el pacharán también. Y en esas venía yo forjando la idea hasta que llegó el momento. Me planté ante el calendario y le dije que antes de que se marchase el último fin de semana del mes de Febrero la haría. Y hoy os cuento el resultado al igual que otras veces os he contado esas cosas del día a día que son la verdadera vida. Fue un rato entretenido aunque el resultado puede ser mejorable y de hecho ya quiero repetir la aventura hasta que salga perfecto. Me exijo mucho en estas cosas y un problemilla técnico al desmoldar la tarta casi hace irse al traste el episodio.

Cuando la tuve ante mí me vinieron a la cabeza mil recuerdos: la primera vez que la comí como peregrino en el año 2010 haciendo los últimos cien kilómetros entre Sarria y Santiago, la vez que Jesús, en aquel camino de 2012, fue a comprar una, cogió una oferta de tres y nos las teníamos que comer por no llevarlas en la mochila y merendamos, cenamos, desayunamos y almorzamos tarta del santo (de la marca Ancano, no se me olvidará jamás, ¡qué hartura de tartas de almendra nos dimos!), aquel camino de 2015 que siempre que me la ofertaban de postre la pedía y probé muchísimas tartas distintas por toda Galicia, la primera vez que para hacerla me descargué de internet la silueta de la Cruz de Santiago para lograr el decorado con azúcar glass, la alegría cuando vi que en Mercadona vendían bolsitas con la cantidad exacta de almendras trituradas que me hacía falta para hacer la tarta, el día que aprendí la simpleza de su receta, cuando por ella me lancé a la repostería pues es la faceta de cocina que menos me gusta y que apenas domino y, sobre todo, el día que decidí que haría una Tarta de Santiago con las almendras que recogemos del campo y que sería especial. Conforme mi madre iba quitando las cáscaras y el agua en mi casa hervía para escaldarlas y quitarles la piel, mi mente ya saboreaba el resultado, sin ni siquiera haberlas triturado.

Dicho todo esto y para quién se anime a hacerla, decir que es de los postres más fáciles que hay de elaborar y que a quien le guste el sabor a almendra no puede dejar de probarla. Tomen buena nota aquí de lo necesario: doscientos gramos de almendras trituradas (si son cogidas de almendros del campo mejor que compradas, aunque haya que trabajarlas el resultado lo agradece y mucho), doscientos gramos de azúcar, cuatro huevos, ralladura de medio limón y media cucharadita de canela en polvo. Para el molde un poquito de mantequilla derretida y para decorar azúcar glass. Fácil, ¿eh? No digáis que no y poner a precalentar el horno a 180 grados, mientras en un bol grande mezcláis el azúcar con la canela y la ralladura de limón. Por otro lado batid los cuatro huevos y echadlo al mismo bol. Removed e integradlo todo. Por último, añadís las almendras a todo lo anterior y lo mezcláis bien. Cuando terminéis lo dejáis reposar mientras untáis de mantequilla el molde donde vayáis a hacer la tarta, para que luego no se pegue y la podáis desmoldar bien. Con un molde redondo de unos 26-28 centímetros de diámetro sale de escándalo. Echáis la mezcla dentro y al horno durante unos 25 minutos. Cuando tengo un color doradito que os llama a voces y el olor os lleve a querer meter la cabeza dentro y liaros a bocados allí mismo, es el momento de sacarla. No obstante haced la prueba del palillo: pinchad con uno en el centro y si sale limpio la tarta está lista. Solo queda dejar enfriar, desmoldar y decorar con azúcar glass poniendo la silueta de la cruz de Santiago en el centro. Ya me contaréis. Ésta que hice en el último fin de semana de Febrero supo a familia, a hogar, a tradición, a madre, a nieta, a campo, a esposa, a Camino y, también, a Tarta de Santiago.