jueves, 31 de diciembre de 2020

ADIÓS, 2020, ADIÓS

Hoy vengo a escribirte a ti. Y a despedirte. Te recibí a los pocos segundos de iniciar tu andadura dedicándote un tuit en la red social del pajarito, ¿te acuerdas? Yo sí. No se me olvidará nunca. Te puse: "Pasa, 2020. Te esperaba". Era un mensaje cargado de sueños y esperanzas y tú te has llevado todo por delante y sin preguntar. No sólo has destrozado los sueños y esperanzas sino que además me has traído encargos que jamás te pediría ni para mí ni para nadie. Has pasado a la historia haciendo historia. Miento si digo que no me dan ganas de insultarte hasta la saciedad pero tengo más honra que tú. Y mi alcurnia, perecedera por tiempo antes que la tuya, goza de más principios y educación. Además, yo personalmente, como costalero y peregrino, voy siempre de frente. Por eso no lo haré, no verteré despotriques hacia ti aunque me hayas desgarrado las costuras del alma. Eso sí, tampoco te defenderé ante quien lo haga y te aplomen sus palabras. Me quedo con la felicidad de haberte doblegado. E incluso disfruto el haberte superado y poder extraer el jugo del aprendizaje de tus doce meses. No contabas con ello pero quizás en mi joven vida tengo ya mucha vida. Tus hermanos pasados te lo habrán contado. Y llegarán tiempos malos de nuevo, así es la vida. Pero a ti, 2020, a ti ya te dejo atrás y, sí, te dedicaré otro mensajito en Twitter para que te lo lleves por delante igual que mi bienvenida, con la salvedad de que no tendrás tiempo de réplica pues ya no estarás vigente. Me has obligado a usar la inteligencia contigo, a dominar los sentimientos y a convertir los varapalos en ilusiones. Pero ahora toca decirte adiós.

No tuviste un mal inicio. Avanzaste casi un trimestre precioso. Y estalló todo. A mí, personalmente, me has dado donde me duele: en las costumbres y tradiciones. Era Domingo de Piñata cuando unas personas de raigambre preguntaron a mi mujer si estaba preparada y ella dijo que sí. Los protagonistas de la historia saben quiénes son. Y ellos, Gemma y yo sabemos lo que significaba. Yo era feliz. Mucho. Además ese día era el Madrid - Barça y le ganamos a los culés 2-0, con goles de Vinicius y Mariano. Sí, sí, leen bien. Vinicius y Mariano. Estábamos en plena Cuaresma y mi agenda bullía de ensayos y actos cofrades. Rebosaba planes con los amigos y buenos ratos. Y hasta aquí puedo leer, como decía la máxima del Un, dos, tres. Empezó a llegar el coronavirus cada vez más rápido, en cuestión de días, hasta que entre el famoso 8 de Marzo y, el cumpleaños del que suscribe, el 9 de Marzo, cambió el mundo y la vida. Se aceleraron los acontecimientos y llegó la cascada de malas noticias. Ahí sucumbiste, 2020. A lo mejor tú no querías y te gustaría que el malo hubiera sido uno de tus hermanos pasados o venideros, pero te tocó. Y, como antes te decía, has pasado a la historia en todos los sentidos. Nadie recordará si llegaste bien o mal. Todos te recordaremos como el año de la pandemia, el año del Covid, el año que se apoderó del mes de Diciembre de su hermano anterior y comenzó a gestar la que se avecinaba, el año que en su propio Diciembre murió corneando y matando ilusiones de su hermano pequeño 2021, sabiéndose ya perecedero.

Me has robado mis cofradías, mi Semana Santa, mi Sevilla, mi Romería de la Virgen del Monte, mi Romería de la Virgen de Alarcos, mi viaje al Rocío, mi Verbena del Carmen, mi Verbena del Perchel, mi Concurso de Limoná, mi Pandorga, mi Camino de Santiago, mi Feria, mis Fiestas del Pueblo, mi Acto de Santa Teresa y mi Navidad. Y digo a todo mío porque es la rutina de mi vida, mis costumbres, mis tradiciones, mis vivencias. Eso me ha dolido mucho. Quien me conoce sabe lo que es para mí ir a Sevilla a lo que voy. Quien me conoce sabe lo que es para mí el costal y lo que conlleva. Quien me conoce sabe mi amor por los rituales que se repiten año tras año. Lo he pasado muy mal por tu culpa, 2020. Muy mal. Tenía muchos sueños por cumplir en tu calendario y los he visto marchitar uno tras otro encerrado entre cuatro paredes. Por eso ahora me alegra tu adiós. También me has robado el trabajo durante unos meses, parte de salud y la libertad. Y lo peor, me has quitado lo más preciado para mí en el día a día: la gente. No puedo ni besar ni abrazar y eso me entristece mucho. No puedo reencontrarme con amigos y eso me machaca. Soy mucho de mi gente. Pero he sabido dominarlo y seguir sonriendo. Y sigo soñando y sé que lo lograré. Mis costales aguardan en el armario y tú ya te vas. La Macarena sigue esperándome en Sevilla y tú ya te vas. El Camino de Santiago sigue llamando a mis botas y tú ya te vas. Yo sigo y tú te vas. Vete lejos. No nos encontraremos de nuevo jamás. Y doy gracias que en mi mesa no hay ausencias y no puedo quejarme. Otros no te tratarán con el mismo respeto que yo. Vete. Vete ya.

Has querido también traer a mi casa una mala enfermedad. Y la estamos venciendo, ¿qué te creías? Vete y no vuelvas. No te olvidaré, 2020. Pero no por ti sino por mí. Y mira que has sido tan malo y cruel que ya te has cargado parte de mi vida para el año próximo. Tampoco llegará la Gloria en explosión de júbilo. No habrá guasas ni disfraces de Carnaval. Otra primavera nula se avecina y para Verano no sé cómo pintará la cosa. Sí, ya hay vacuna, pero el proceso va lento. Lento pero firme para cargarnos la puñetera pandemia y recuperar la vida. La vida de verdad. La de ver a un amigo y abrazarlo, la de sacar un paso, la de no llevar mascarilla, la de comer en corro sin importar cuántos seamos, la de salir a los bares que me dé la gana y cuándo me dé la gana, la de juntarse un pueblo entero entre el Prado viejo y la Catedral y festejar en torno a la Patrona. Y, ojito, 2020, aún a pesar de los malos tiempos que has traído he seguido haciendo de las mías. He logrado hacer diversos tipos de mi propia cerveza, una sidra artesana, aumentar mi pasión por la cocina incrementando las recetas e incluso meterme un poquito a repostería, seguir elaborando mi pacharán casero, aprender a hacer crema de orujo, guisar berenjenas, aliñar aceitunas, patear nuevos senderos y seguir disfrutando del pádel. Y he tenido momentos preciosos e inesperados. Gratas sorpresas pues la Verdad y la Bondad son tercas y siempre afloran. Y, aunque me has arrebatado sueños, se cumplirán y tú no estarás para verlos. Estoy bien rodeado de familia y amigos, tengo la mochila preparada, el costal planchado y el pañuelo de hierbas anudado. Es hora de despedirte. Adiós, 2020, adiós.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

CON LA VENIA, SEÑORÍA

Creo que será la primera vez que escriba del mundo jurídico aquí. Alguna vez habré soltado algún aforismo, cultismo, latinajo o chascarrillo acerca de la abogacía entre las líneas del Rincón, pero nunca he derramado letras al respecto del derecho y la abogacía dedicando una entrada completa para ello. Y no sé si es que ya tocaba o que el momento ha llegado porque la ocasión la pintan calva. Eso sí, ya hablé una vez por estos lares lo de la ocasión y su calvicie, cosa que jamás entendí hasta que aprendí (y hoy lo comparto con vosotros) que los romanos tenían una diosa llamada Ocasión, la cual era representada con forma de mujer muy bella, larga cabellera y alas bien en la espalda o en los pies. Sin embargo, por detrás de la cabeza estaba calva. El significado era que las ocasiones hay que aprovecharlas cuando llegan de frente (hermosas y llamativas), pues pasan volando rápido (alas) y una vez pasadas no hay como cogerlas  (calvicie que impide asir por los pelos). Curioso, ¿eh? Ya lo sabéis. Hay que ver lo que os enseño en el Rincón. Hilado con ello va lo de salvarse por los pelos. Los marineros se dejaban el pelo largo por si se caían al agua que hubiera por dónde cogerlos. Hay documentos que narran que más de uno se salvó así de caer al mar. En fin, que hoy venía la ocasión de frente, la he cogido y voy a contar una cosita jurídica. Más bien es una mera vivencia de la vida de las que me gusta plasmar aquí, pero es algo de lo que suele ocurrir en la abogacía. Y servirá para romper un tópico, hacer un alegato y dejarla por escrito por aquello del verba volant scriptum manet (las palabras vuelan y lo escrito permanece). Así pues, con la venia, señoría.

Resulta que llevo ejerciendo la abogacía ya quince años. Y desde el primer momento vengo oyendo en la ciudadanía que los letrados privados son mejores que los del Turno de Oficio. Yo, particularmente, de los quince años que tengo de ejercicio, llevo los quince como letrado privado pero, desde hace cinco, pertenezco también al Turno de Oficio en los órdenes civil y penal. ¡Qué cosas! Pues es lo normal. Ser letrado privado y estar también en el Turno de Oficio. Casi todos los abogados lo estamos. De hecho yo me incorporé al Turno tras diez años de ejercicio porque me apasiona el derecho penal y porque hay gente humilde que verdaderamente necesita un abogado. Y de paso me incorporé al turno civil porque también me gustan mucho los asuntos de familia (separaciones, divorcios, medidas para menores, incapacitaciones, filiaciones, etc). Así las cosas, primer punto: todos los abogados tramitamos asuntos privados. ¡Sorpresa! Pues sí, evidentemente. Vivimos de ello y es nuestro oficio. Segundo punto: casi todos los abogados estamos adscritos a algún orden del Turno de Oficio. ¡Sopresa de nuevo! Pues es lógico. Mucha gente no puede costearse un letrado para solventar los procedimientos y para ello debe valerse de la Asistencia Jurídica Gratuita, es decir, de los abogados del Turno de Oficio, cuya remuneración del asunto, en estos casos, depende de los fondos estatales, lo que nos garantiza un pequeño sobre sueldo a nuestras ganancias como autónomos.

Aclarado lo anterior y alegando que los letrados somos igual de competentes si actuamos de modo privado o si actuamos por designación del Turno de Oficio, ¡basta ya de hacer esa ridícula distinción!, pues todos mis compañeros y yo tratamos todos los expedientes por igual y con el mismo empeño, de hecho, en mi caso, las tres veces que he acudido al Tribunal Supremo ha sido defendiendo asuntos del Turno de Oficio, vengo a contaros una anécdota de un listillo, un espabilado, un "tolosa" (en La Mancha "todo lo sabe"), un Maestro Piñones que no sabe para él y da lecciones, etc, que cayó en mis manos un día que me tocó Guardia de Asistencia al Detenido y lo asistí por Turno de Oficio.

Bien, el señor Amaro, lo llamaré así por aquello de la Ley de Protección de Datos, además de salir bien parado del asunto penal que lo llevó al Juzgado (gracias a mi trabajo, letrado del tuno en este caso), tenía un problema gordo de derecho inmobiliario, temas de lindes, superficies catastrales y falta de inscripción en el Registro de la Propiedad. Una de mis especialidades, vaya. Curioso y cierto. Me gustan las peleas esas de Actas de Notoriedad, Expedientes de Dominio, Inmatriculación, etc. Pues el señor Amaro me comentó su asunto y a la vez me dijo (literal) "pero, claro, para esto es mejor un abogado privado que uno del turno. Perdóname porque tú has hecho muy bien tu trabajo pero uno privado es uno privado. Los del turno... No. Pediré dinero a mi familia y buscaré y costearé un letrado privado y bueno." Le expliqué pacientemente que los letrados tenemos el mismo bien hacer de una manera u otra y los mismos conocimientos de una manera u otra y que, los profesionales, seamos de la rama que seamos, ponemos el mismo empeño en nuestro trabajo nos pague públicamente el estado o nos pague un cliente privado. El señor Amaro sonrío y me dijo que sí pero no. No se fiaba. Aún así le dije que era una de las materias que dominaba y que podía estudiarlo si él lo consideraba. Me insistió en que no, que los letrados del Turno de Oficio para eso no sirven. No volví a explicarle lo de siempre porque no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y volver a repetirle la cantinela de que yo (y todos mis compañeros) trabajamos también de modo privado también ya me cansaba. El señor Amaro me conoció a través del turno, me etiquetó y fin. Ahí quedó la cosa.

Un tiempo después, más o menos quince o veinte días, recibo una llamada en el teléfono fijo del despacho preguntado por mí. ¡Sorpresa! Era el señor Amaro. No se acordaba ni de mi nombre o no relacionó nombre con rostro, pero hubo preguntado e indagado por un letrado "privado y bueno" que supiera tramitar su asunto de derecho inmobiliario y varias personas, compañeros algunos, conocidos otros y otras ni idea, lo remitieron a mí (cosa que me enorgullece y agradezco, si no lo dijera mentiría). Le di cita para pasados unos días. Al instante sonreí malvadamente y tracé mi plan. Os podéis imaginar. A lo mejor hace unos años (y tampoco lo habría hecho porque me conozco) habría tragado carros y carretas por llenar la nevera aún a pesar de un cliente que desprestigiase a un colectivo, como éste hizo respecto al de los Letrados del Turno de Oficio, pero ahora que, gracias a Dios, ni tengo por qué doblegar mi moral, ni faltar a mis principios, ni llenar la nevera más de lo necesario siempre que mi mujer y mi hija tengan pan, es cuando sí que sí no lo iba hacer. Se iba a enterar el señor Amaro. Se iba a enterar bien de lo que vale un peine. Y de lo que cuesta un letrado.

Llegó el día. Sonó el timbre y abrí la puerta. Al verme cara a cara el señor Amaro dijo "¡Anda! Pero si eres tú...". Lo invité a pasar a mi despacho y a que se sentase. Tan contento él me iba a explicar su problema y a llenarme la mesa de documentos. Ni lo dejé. Le pregunté primero que cómo había dado conmigo y a través de qué recomendaciones. Me dijo mil piropos y alabanzas. Sin cambiar mi rostro pétreo le pregunté que si tanto desconfió en su día del letrado del turno de oficio que lo atendió cuando estuvo detenido y tuvo un percance penal que ni recordaba su nombre, pues resulta que hube sido yo y que, además de solventarle aquello, tras haberle recomendado varias personas que acudiera a mí en este nuevo problema, recomendándome y diciéndole cómo me llamaba, ni se acordaba y hasta que me vio no supo quién era. Le cambió la cara. Me dijo "hoy vengo como cliente privado" con un tono entre querer cortejarme y pedirme disculpas a la vez. Y llegó el momento esperado. Con la venia de todos mis compañeros del Turno de Oficio, le solté: "Y yo hoy, como abogado privado, le digo que si no confió en mí como letrado del turno de oficio no entiendo por qué lo haría como letrado particular". Se quedó blanco como la paloma de la paz. "Así pues, señor Amaro, ya puede salir de mi despacho y mucha suerte en la búsqueda de un letrado privado y bueno que se haga cargo de su asunto. Quizás si me hubiera llegado por designación del Turno de Oficio le habría atendido. Adiós y gracias". Recogió sus bártulos y se fue. Le hice venir sólo para ello. Y me quedé tan ancho. ¡Ya está bien, hombre! Visto para Sentencia.