jueves, 10 de noviembre de 2016

PEREGRINANDO A URDA

Hace unos años, en una de mis muchas salidas a caminar por el mero placer de evocar mi querido Camino de Santiago, descubrí unas flechas de esas que indican dirección, invitan a seguirlas y marcan un destino. Sí, iguales que las amarillas que amamos los jacobipetas pero de color morado. Al instante me puse a indagar sobre ellas y descubrí que eran las flechas que señalan al peregrino el Camino de Urda. Evidentemente me fui a casa mascullando la idea de que ese camino sería recorrido antes o después. Y por fin lo he terminado. Tres años he tardado y no por la distancia a recorrer sino porque no encontraba el momento de culminar la tercera etapa. La distancia por caminos era de unos sesenta kilómetros y mi padre y yo, caminantes ya avezados, determinamos hacer tres etapas de más o menos veinte kilómetros cada una: Ciudad Real - Malagón, Malagón - Venta El Toro (pasado ya Fuente el Fresno) y Venta El Toro - Urda, hasta llegar a visitar al Cristo de la Mancha que tantos peregrinos recibe y que nosotros solemos visitar anualmente en sus días de fiesta. En esta ocasión fuimos ambos a visitarlo a pie como antaño, saliendo desde la puerta de casa y paso a paso hasta besar su talón. Y esta es la historia de esa peregrinación planificada desde hace años y recientemente acabada.

Amanecía una mañana de Octubre del pasado año 2014 en Ciudad Real. Los primeros albores de un incipiente otoño se dejaban caer sobre los caminos de la Mancha cuando los dos peregrinos salimos a caminar dirección a Urda siguiendo las flechas moradas que en su día descubrimos. La jornada no debía ser excesivamente compleja y rondaría los veintidós kilómetros que luego por una equivocación en una bifurcación de un camino se convirtieron en casi treinta y dos. Pero la primera etapa fue cumplida y arribamos a Malagón a pie. Objetivo logrado. Entremedias atravesamos parajes que no se conocen salvo que avances a pie entre ellos y por los que jamás ha rodado automóvil alguno. Y, cosas del destino, fuimos a dar a un lugar llamado Campomojado que jamás habíamos oído nunca mencionar. Es una pedanía de Torralba de Calatrava y la descubrimos porque el camino nos llevó hasta allí. Pura casualidad. Desde aquel día le guardamos un cariño especial a dicho paraje y a la Ermita de la Virgen Blanca que allí se halla. Nos vimos fuertes de ánimo y quisimos llegar hasta Fuente el Fresno ese mismo día pero los kilómetros en exceso por el error cometido, que hasta dicho pueblo nos quedarían aún unos siete u ocho más y que ya el reloj marcaba casi la una del mediodía optamos por retroceder de nuevo y coger otro camino para concluir la primera etapa tal cual estaba previsto: en Malagón.


Desde el propio centro de Malagón fuimos recogidos y desde el mismo lugar retomamos la ruta días después. Comprobé que el Camino de Santiago Manchego discurre en dicho tramo por el mismo Camino de Urda así es que la consigna fue fácil: seguir las flechas amarillas como si fuesen las moradas. No hubo lugar a confusión alguna y avanzamos varios kilómetros entre olivares nuevos y la propia Ruta del Quijote. Camina que te camina fuimos ganando metros y acercándonos a concluir la segunda etapa de esta peregrinación hacia la Ermita del Santísimo Cristo de la Vera-Cruz de Urda. Atravesamos Fuente el Fresno y seguimos hasta un restaurante de carretera llamado El Toro. Y allí detuvimos nuestros pasos hasta que llegase el día en que volviéramos a reanudarlos para completar este camino. Es curioso que entre medias haya llegado más veces andando a Santiago de Compostela que a la propia Urda, pero así ha sido. Cosas del destino que uno no conoce a priori. Me gusta caminar y así pienso seguir haciéndolo mientras pueda.


Desde aquel día en que llegamos a la Venta El Toro han transcurrido dos años en los que no ha habido momento para cumplir esta peregrinación, sin embargo siempre la he tenido en mente y no la he olvidado. De hecho la primera etapa incluso la he repetido alguna vez. Y llegó el momento. Había que terminar el camino hacia el Señor de la Mancha. Programamos la ruta y decidimos ir a Urda en dos coches para dejar uno allí, volver en el otro y al día siguiente ir hasta el Toro en un coche, desde ahí iniciar andando hasta Urda la tercera etapa y allí recoger el coche que habíamos dejado el día anterior y regresar en él hasta la Venta, recoger el otro coche y ya, en los dos vehículos de nuevo, volver a nuestra Ciudad Real natal. Y así lo hicimos mi padre y yo. Son muchos los caminos ya recorridos juntos y tenemos el espíritu peregrino bien arraigado. De hecho siempre estamos pensando en nuevos caminos que iniciar y, como bien dice el refranero del buen caminante, el camino siempre se recorre tres veces: cuando se sueña, cuando se está en él y cuando se recuerda. Así es que ya soñamos con nuevos caminos y por lo tanto estamos recorriendo nuevos senderos. Pero éste en particular culminó en Urda besando el pie del Señor en su barca. Y con la sonrisa de los dos.

La última etapa comenzó con una baja temperatura como se dice ahora en las cocciones de cocina moderna. Y hacía frío. Mucho frío. Los últimos kilómetros de la provincia de Ciudad Real hasta adentrarnos en Toledo discurrieron al alba y cuando salió el sol fue agradable notar su calor. Fuimos acompañados en todo momento de las flechas amarillas y moradas y de alguna indicación con el emblema del Cristo de Urda sobre su barca de Pescador de Hombres y, antes de darnos cuenta, estábamos ya en el Camino Jubilar que señala la dirección hacia la ermita. La sierra de la Calderina se va bordeando y la ruta no tiene subidas ni bajadas, por lo que acostumbrados al Camino de Santiago, sobre todo en sus etapas de montaña, descontábamos kilómetros a muy buen ritmo. Paramos en la Venta la Andaluza a tomar algo de fruta y agua y seguimos ya hasta un descansadero de la Ruta del Quijote que se encuentre entre el Camino Jubilar y el que va a Consuegra, donde nos detuvimos de nuevo a descansar un poco. Desde ahí hasta Urda en una hora aproximadamente lo habíamos hecho. Reconozco que llegar hasta el propio altar mayor no me causó la emoción de las veces que he llegado andando al Obradoiro, pero sí que me emocionó, sí que me quedé con el pecho henchido de orgullo por el trabajo bien hecho y sí que el Cristo despertó en mí las ganas de hacer su camino de nuevo. Espero no tardar tres años de nuevo, pero eso sólo Él lo sabe. Cuando quiera sabe que mi bastón y mis botas están listas. ¡Gracias Señor de la Vera Cruz!