Recuerdo de niño mi afán por hacerme arcos y flechas. Cada salida al campo con mis abuelos y mis padres buscaba una rama que fuese verde y flexible, ya que en mi mente se figuraba la misma como un fantástico arco que haría las delicias de mi instinto de tirador. Preguntaba a mis mayores cómo humedecerla y curvarla para que fuese adquiriendo la forma deseada y la dejaba días sumergida en la bañera y atada con una cuerda a los extremos para moldearla. Me encantaba. Una vez logrado ese primer proceso, con rudimentarias herramientas, pues apenas contaba con unos diez años de edad, realizaba unas muescas en los extremos, donde anudaría la cuerda. Forraba con un cordón o pieza de cuero la parte central del arco a modo de agarre y con alguna pequeña cuerda, resistente y que diera fuerza suficiente a mi recién creada arma, encordaba mi arco creyéndome Robin Hood. ¡Qué feliz habría sido yo un ratito en los Bosques de Sherwood! Las flechas las construía mecánicamente tras años de estudio de los materiales y de forma magistral. El momento preciso era justo tras la Feria. Al día siguiente de culminar las fiestas marchaba al lugar donde se había lanzado la traca y pirotecnia final y hacía buen acopio de las varetas de madera de los cohetes, las cuales se encontraban esparcidas por el suelo. Eran cilindros perfectos de forma y grosor para el fin que yo quería. Y la longitud era de casi un metro, por lo que me permitía cortarlas a la medida de mi brazo. De vuelta pasaba por la Catedral y, siempre, a los pies de sus muros, había algunas plumas de paloma que recogía y guardaba para dotar luego a las flechas de vuelo, colocando tres de ellas, debidamente cortadas en su cañón y forma, cercanas al extremo inicial de lo que sería la flecha terminada. Las amarraba con hilo y quedaban perfectas. Y las puntas eran mi pasión. Al principio endurecía la madera quemándola un poco con un mechero y afilándola con un sacapuntas o navaja, lo que hacía que esa flecha casera se clavase sin problema en cartones y maderas más endebles. Luego mejoré la técnica y logré ahuecar el extremo de las flechas e insertar en cada una un clavo sin cabeza, pegándolo por dentro, atando fuertemente un trozo de lana rodeando la madera e impregnando todo bien con pegamento de contacto para darle consistencia, fuerza y durabilidad al conjunto. Restaba hacer una muesca horizontal en el extremo de la vareta más cerca del emplumado que permitía que la flecha encajase perfecta en la cuerda para tensar el arco y tirarla. Así podía lanzarlas y clavarlas en paredes, árboles y muebles. Aún hay en casa mis padres algún "recuerdo" de aquello. ¡Incluso podía cazar! Pero nunca me ha llamado eso la atención. Elaboraba verdaderamente arcos y flechas y era feliz con ello. Hace más de treinta y cinco años de aquello y me acuerdo con una enorme sonrisa...
Siempre me ha gustado el mundillo del tiro con arco y hacerme yo ambas cosas. E incluso las dianas. Y me pasaba horas jugando con ello. Lo que no me esperaba es que la vida, del modo más recóndito, me llevase ahora, pasada la cuarenta de edad, de hecho, casi mediada, a hacer de ese gusto una pura afición y haberme adentrado en la iniciación y conocimientos necesarios para su práctica libre. Mi poco conocimiento era la admiración del tiro con arco compuesto y de poleas que veo en televisión cuando hay Juegos Olímpicos o haciendo zapping encuentro, de casualidad, una competición al respecto. Desconocía totalmente la existencia de Clubes de Arqueros y mucho más el argot, técnicas, posiciones y materiales que ellos usan. Palabras como "anclar", "longbow", "culatín" o "fistmelle" no las había oído jamás. A mí me gusta coger un arco y tirar flechas apuntando instintivamente. Sin más. Pero no es tan sencillo como antes lo hacía de niño. Nunca había olvidado ese gusto, pero tenía ese saborcillo dormido en mi interior. Y todo cambió un día que mi hermana me dijo que había ido a una Jornada de Puertas Abiertas de un Club de Arqueros. ¿Aquí en Ciudad Real? ¡Vaya! Y yo sin saberlo... Me habría gustado. Se llaman Club de Arqueros de Don Gil. El nombre tiene arraigo total con la ciudad, sin duda. Algún tiempo después, en Jugarama, ese mismo club puso un stand para niños y los enseñaba a tirar con arco. Fui con mi hija y aproveché para tirar yo también. Y se despertó en mí de nuevo el paladar del arco y las flechas. Y de modo imparable. -¡Tenéis club de arqueros! -¿Tenéis? ¡Tenemos! Estamos aquí en la ciudad, hacemos cursos de iniciación, explicamos y enseñamos. ¿Te interesa? -¡¿¡¿Cómo?!?! Dime día y hora. No sabes lo que se ha desperazado en mí de nuevo...
Dos meses después recibí el aviso. Se convocaba a Curso de Iniciación a tiro con arco. Allá que fui tan feliz. Mi hermana también vendría. Y así empezó todo. Esta vez de modo profesional y sin ser autodidacta: con monitores, con material específico y con todas las garantías de seguridad y requerimientos legales, pues no es un juego y la vida ha cambiado mucho en esos aspectos. Ahora sí que sí he aprendido a tensar un arco y darle fuerza y me estoy familiarizando con la tradición inglesa que dio lugar a tal creación deportiva y mantenimiento tradicional del uso de arcos y flechas, primer arma no arrojadiza creada por el hombre primitivo. Las mediciones en libras y pulgadas comienzan a ser habituales en mí. También sigo aprendiendo posiciones, técnica y vocabulario de esta afición. Por supuesto que he concluido el curso de iniciación y me he quedado como miembro del club. Está en trámite mi licencia y he adquirido, ¡no me lo creo aún!, mi primer equipo de arquero: un arco recurvo completo, una docena de flechas con punta de acero, un carcaj, un guante dactilera y las debidas protecciones. Estoy como un niño con zapatos nuevos. Me viene genial para desconectar de rutinas laborales y concentrarme en aprender bien algo que me ha encantado desde pequeño. Y, cosas de la vida, mi hija Claudia, también llamada por esa voz de los arcos y las flechas que creo que a todo niño le gusta por aquello de practicar y ejercitar la puntería, quiso venir un día y ha caído también en este deporte que compartirá con su tía y su padre. Para mí es una afición y una vía de escape. Nada más. Y me encanta. En esas estoy ahora, culminando lo que no pude de niño (o si pude, la misma vida reservó para otro momento): iniciándome en el tiro con arco.
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