miércoles, 13 de marzo de 2013

MAYORÍA DE EDAD JUNTO AL SEÑOR DE LA BONDAD


Este viernes será tu traslado de nuevo. Nuestra primera toma de contacto en una nueva Cuaresma que marca su cuenta atrás para que se eleve alta y gloriosa la luna llena del Parasceve que coqueteando entre nubes de tinieblas tanto enamora a los cofrades. Nuestra primera toma de contacto en la que tus kilos de oro reposarán sobre mis hombros siendo yo tu caminar por las calles. La primera vez que esta Cuaresma se abra el portón de la gloria de Santo Tomás para que inicies tu reparto de Bondad allá por el Parque de Gasset y los dos, Tú y yo, llevemos una cuerda prendida al cuello: Tú la soga que te amarra a la columna de la Flagelación, yo el cordón de la medalla de la Hermandad que presides como Rey de Reyes. Este viernes será tu traslado de nuevo.
Señor de la Bondad que acogiste mi nacimiento como cofrade, mi infancia y adolescencia con el costal y mi mayoría de edad este año bajo tu reino, bajo tu altar itinerante que navega los Miércoles Santo convirtiendo los latigazos del sayón en miradas bondadosas, gracias. Gracias te doy porque este año bajo el barco de oro para el Pescador de Hombres, bajo tu paso te digo, me haré mayor de edad en el más bello oficio del mundo: la costalería. Cumpliré dieciocho años meciéndote sobre mi cerviz. Dieciocho paseos entre divinas maderas y gruesos faldones que sólo la gente de abajo sabemos lo que son. Será más de la mitad de mi vida bajo tu amparo y así será hasta que Tú lo indiques. Juntos pasearemos de nuevo por nuestra ciudad y recibiremos el Consuelo de Nuestra Madre que vendrá tras nosotros portando una rosa de plata en sus finas manos. Y conquistaremos a Quevedo y a Libertad y a Lanza y San Pedro y a la Plaza y al Ayuntamiento y al Camarín y su Prado, Madre, Reina y Soberana y al Pasaje Mercedario y a Toledo y a Santiago y a Terreras y a Quevedo de nuevo, culminando con un Padre Nuestro un nuevo Miércoles Santo de ensueño que no se narra con prosa ni verso, que se vive con faldón y costal y con empuje de pecho costalero.



Por eso quiero dormirme en Santo Tomás a las ocho contigo, porque paso que demos hacia un nuevo Miércoles Santo paso que no volverá a atrás, paso que quedará marcado para no retornar hasta tu traslado de vuelta, ese en el que mi padre se convierte en uno más de tus hombres y feliz te lleva de vuelta a casa. Y entremedias el día grande, el día de gloria suprema, el día en que las agujas del reloj deberían detenerse para que todo el mundo viera la Bondad Soberana que proclama tu mirada mientras tu espalda soporta los flagelos que te impactan y orgullosos se vanaglorian al aire y se contonean entre izquierdos y costeros, pues para mecerte a Ti hay que mecerlos a ellos, más el bien vence al mal y tus hombres pensamos en tu acunado y mecida únicamente mientras repartes Bondad por las calles y plazas. Quiero y no quiero que llegue tu traslado. Quiero porque comparto contigo uno de esas mágicas noches en las que te siento cercano en lo físico. No quiero porque con ello comienza el principio del fin un año más. Un año que marcará mi historia como hombre de la raza costalera cuando el día grande de tu cofradía lleguen las siete de la tarde y cumpla la mayoría de edad junto a tu infinita Bondad.


Yo hoy escribo con orgullo, con chulería, con poderío, roneo porque puedo presumir de ello. Porque muy pocos hombres pueden decir que te han paseado tantos años de seguido, siempre fieles, siempre aguantando los kilos, siempre ganándole la pelea al palo por Ti y sólo por Ti. El que manda, el que importa, el protagonista eres Tú. Y en ese embrujo anual del Miércoles Santo hay momentos de éxtasis que no sé quién llevo ni detrás, ni al lado, ni cuántos integramos tu cuadrilla y ni cuántos han dejado de hacerlo, ni cuántos quedamos, ni quién viste el terno negro de capataz, ni quién te acompaña sobre el canasto... Sólo estamos Tú y yo. Ese es el momento más grande costalero. La perfecta conjunción. La más solemne unión entre el hombre y Dios a través del vínculo que se forma en la trabajadera. En ese momento es cuando cumpliré mi mayoría de edad con tu Bondad, cuando exprimiré todas las lecciones aprendidas bajo tu reino terrenal con forma de paso penitencial, cuando me haré un hombre bajo tu peso.

El viernes será tu traslado y nos miraremos a los ojos. Y podrás leer en los míos todas las cosas que quiero decirte con sentimiento que, como el poeta dijera, brotan de las miradas, por donde habla el corazón sin que tercien palabras Y podré leer en los tuyos la Bondad que te proclama. Y en el momento en que esté bajo Ti y crucemos el umbral del templo que Don Eugenio te abriera iniciaremos juntos un nuevo camino y quiera yo o no quiera, Señor de la Bondad, hágase Tu Voluntad. Este año me haré mayor contigo.

Gracias por estos dieciocho años, Padre. Un tesoro. Un privilegio. Un regalo. Una fortuna. Una vida.

GRACIAS SEÑOR DE LA BONDAD.

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