jueves, 19 de diciembre de 2019

¡AY, CAMINO!

Hoy tengo ganas de ti. De recorrerte, de caminarte, de estar en algún punto tuyo entre Saint Jean pied de Port y Santiago de Compostela. Foncebadón, por ejemplo, el Alto del Perdón, Hornillos del Camino, Zubiri, Villafranca del Bierzo, Carrión de los Condes... ¡Yo que sé! Donde fuera pero contigo. Con tus sensaciones latiendo en mis venas a flor de piel. Despotricándote y amándote a la vez. Con tu olor característico de cansancio, sentimientos, sonrisas y lágrimas. Perdido en algún albergue hablando con algún peregrino sobre algo transcendental de la manera más natural que exista. Burgos no sería mal sitio. Ni Logroño. Fíjate, incluso en Sarria que para mí fue el principio y ahora cuando paso es el final, estaría hoy tan feliz. O subiendo en busca del Refugio Orisson, a mitad de camino entre La Faba y Laguna de Castilla o prácticamente coronando la Cruz de Ferro. Tampoco estaría mal bajando hacia Roncesvalles, buscando Molinaseca o llegando hasta Triacastela. Y también me viene a la mente la llanura palentina entre las tierras del Cid y los límites de Castilla. Donde sea pero con mochila, bordón y botas. Persiguiendo tus flechas y conquistando tus lugares, recorriendo tus kilómetros con la agridulce mezcolanza del triunfo y el saber que ya no volverán. Jugando continuamente con un imperante carpe diem que se acentúa en la magia de Bercianos, Torres del Río o Ponferrada. Hoy tengo ganas de ti.


Y es que no sé por qué hay días que me invades íntegramente. ¿Qué veneno es ese? Un día cualquiera de Diciembre que no está señalado en rojo en el calendario por motivo alguno, mientras cumplo con mis rutinas laborales, me embargas la sesera y empiezan a bullir los recuerdos, los anhelos, los momentos y el deseo de volver a ellos. Hoy me tienes loco recordando la sonrisa de Isis, los abrazos con Palmiro, las charlas con Yoon Joon, aquella agotadora llegada a Arzúa, el Horno de Irozt, la hornacina de San Fermín, a mi querido amigo Iñaki, todas las risas compartidas, las lágrimas por las preguntas sin respuesta, un por qué mudo, silente, hiriente, incomprensible, el hálito de esperanza, el descanso del alma en la litera, el vino tinto en chato, en vaso y en cuenco, el arco iris en Frómista, la eterna recta de Calzadilla de la Cueza, el peregrino escondido en la Plaza de Quintana, el ascensor de Rabé de las Calzadas, los nervios alegres y simpáticos de María, risueña, traviesa, encantadora, la hospitalidad de Nacho Nájera, una oración callada en Furelos, los ojos de Alba contemplando arquitectura férrea y pétrea testigo del paso del tiempo, la espera en la antigua Casa del Deán para obtener mi primera compostela, mis queridas y amadas botas marrones que dos mil kilómetros recorrieron, el poder compartir unos kilómetros con Gemma y hacerla partícipe de uno mis amores, la cristalina y celeste mirada de Amanda que se fotografía per saecula en la memoria... ¡Cuántas cosas, amigo! ¡Cuántas cosas!

Me gusta porque siempre me atrapas. Y sé que estás agazapado y por más alerta que yo esté aguardando tu llegada encuentras el momento y me sorprendes. Aún recorriéndote las veces que voy premeditado a enfrentarme a ti y te espero y ansío con ganas de cura me encauzas, me das confianza, me das serenidad y, cuando pierdo por un segundo la concentración, me atrapas con tus fauces psicológicas que, si bien son necesarias, son más temidas que las físicas. El cansancio es parejo a ti pero la cabeza de cada peregrino juega un papel trascendental en la travesía y la conjunción de ambas cosas puede resultar demoledora y reconfortante a la vez. Tal es la fuerza de tu hechizo que no he conocido a nadie que tras recorrerte unos cuántos días no tenga ganas de volver a ti a de nuevo. Cuando sale tu nombre afloran dos sonrisas en la gente que sobre ello conversa y, te garantizo que, quien te ha transitado alguna vez tiene un don especial para acertar a ver tus flechas amarillas estén donde estén. Es como un imán entre la mirada y la pintura que impulsa las piernas a seguir la dirección al Obradoiro. Y así es como me encuentro hoy. Con ganas de seguir esas indicaciones amarillas que iniciase Elías Valiña preparando una gran invasión.


Y sigue tu embrujo embaucándome a través del silencio, del molesto sonido de una chirriante litera en mitad de la madrugada, de una ampolla en el sitio más incómodo cuando todavía quedan kilómetros para llegar al albergue, de una ducha indominable que te abrasa la espalda o te deja helado en pleno Agosto y de un menú del peregrino que te sabe a gloria incluso frío, a deshora y mal guisado. Tienes el don de obtener de todo una ventaja y, lo que es mejor, a través de uno mismo. Enfrentas a quien te recorre a ti y a su yo interior. Y para todos tienes un triunfo, una victoria, un recuerdo, una lágrima agridulce de entre felicidad y tristeza aderezada en su conjunto con nostalgia. Cerraría ahora mismo la tarea que estoy desarrollando, haría la mochila, compraría los billetes y con una enorme sonrisa me iría a verte de nuevo, a saciarme de tus encantos, esos que hallo en mi propia mente y en el grupo de personas que te recorren en las mismas fechas que cuando yo lo hago año tras año. Es la familia que me regalas por unos días y siempre es mágica y dispar. Y me acuerdo de todos ellos y ¿sabes qué? Me encantaría juntarlos en un mismo espacio y tiempo en tu presencia y caminarte juntos a la vez. Pero eso ya es la propia vida, con sus sorpresas y balanzas. Por eso mismo, la vida, al fin y al cabo, es caminar. Hoy tengo ganas de ti, Camino de Santiago.

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