jueves, 26 de junio de 2025

MI PRIMERA COMPETICIÓN DE TIRO CON ARCO

Hace algunos meses me iniciaba en la disciplina del tiro con arco. No esperéis que vaya representado a España en los Juegos Olímpicos, obviamente. Ni estoy ya en edad para ello, ni domino ese deporte con la eficacia de los expertos, ni clavo todas las flechas en el amarillo. Y tiro con arco recurvo tradicional. En los juegos sólo compiten con arcos olímpicos que llevan un montón de visores, estabilizadores, hierrajos, atalajes y cosas raras que distan mucho de lo que a mi alma de Robin Hood le gusta. Eso sí, ya metido en el mundillo, el club al que pertenezco, Arqueros de Don Gil, organizó una competición y me llamó la atención. El premio no iba a ser una flecha de oro ni la entregaría lady Mariam, pero me apetecía ver cómo era eso de estar rodeado de arqueros de todo tipo y condición, un montón de parapetos con diferentes dianas alineadas y la normativa tan curiosa que regula todo ello. Así es que me apunté. No iba con ánimo alguno de ganar, no me cansaré de decirlo, sino de disfrutar de la jornada y seguir avanzando. De hecho, en esta disciplina, jamás se pierde: "Unos días se gana y otros se aprende". Y a eso iba yo. A aprender. La arquería, imagino que como todo, es una afición en la que cuanto más ahondas, más cosas descubres. Y para mayor sorpresa, mi hija Claudia, que también forma parte de esta familia y locura de los arcos y las flechas, me dijo que también se quería apuntar a la competición, así es que ya, sí que sí, la jornada merecería la pena y allá que nos inscribimos y fuimos. Jamás pensé que la vida me regalaría esta aventura.

Amaneció el día soleado y a las nueve de la mañana estábamos citados los arqueros para hacer el registro en la competición, montar los equipos y empezar el calentamiento. Simplemente contemplar la cantidad de arcos distintos que allí se encontraban ya era digno de ver: arcos compuestos de poleas, longbows, tradicionales, olímpicos, monoblock, de iniciación.... De todo. Un paraíso para los que siempre nos ha gustado la arquería. Y, ¿qué decir de la variedad de flechas? De aluminio, de carbono, de madera, con pluma natural, con pluma plástica, con culatín inserto, con punta de acero... Una locura. Sobre el césped del Polideportivo Rey Juan Carlos I veinticinco parapetos preparados con dianas de distintas medidas y colocados a diferentes distancias. Muchas horas de trabajo para afrontar los materiales necesarios para organizar la competición y la disposición y colocación de todo ello. Y un clima contagioso de gente que compartiendo una misma afición iba a pasarlo bien. Vinieron clubes de arqueros de Manzanares, Puertollano, Valdepeñas y algunos de Andalucía y arqueros de todas las edades, desde la categoría "ardilla" hasta "veterano", pasando por "novel" y todos los rangos deportivos habituales (prebenjamín, benjamín, alevín, infantil, cadete, juvenil y senior). De hecho, la más pequeña de toda la competición y única "prebenjamín-ardilla" que había era mi hija Claudia. Y lo hizo tan bien que hasta subió al podio. Mención especial para su compañera de parapeto Inma, una pequeña andaluza de nueve años que lleva tirando desde los seis y que fue la que más puntuación sacó de todos los competidores. Una niña adorable y que manejaba su arco olímpico con todos los accesorios y los muchos complementos que llevaba a la perfección. ¡Qué manera de clavar flechas en el centro de la diana! Increíble. Una delicia verla. Esa sí que podría acabar en las Olimpiadas... 

En lo que a mí respecta y como yo iba a lo que iba, a aprender y ver cómo iba el asunto, me asignaron en una categoría que no era la mía, tirando a una distancia que no es la mía y a una diana con unas dimensiones que no son las que debía. Dícese: mi categoría era novel, arco recurvo, distancia de dieciocho metros y diana de ciento veintidós centímetros. Y se me puso a competir con cadete, arco tradicional, distancia de treinta metros y diana de ochenta y tres centímetros. ¿No querías aprender? Pues toma, Carlitos, aprende. ¿Y saben ustedes qué? Que gané a mi rival. Un chaval llamado Rafa muy majo que me enseñó y explicó cómo se anotan los tanteos y cosas muy curiosas de la normativa de arquería. A él le encanta todo este sarao y está en una edad en que lo estudia y lo aprende sobre la marcha porque le apasiona. Me dejé guiar por él, aprendí bastante y, aunque en la primera ronda de seis tiradas a treinta metros me iba ganando, cuando en la segunda ronda tiramos otras seis tiradas a dieciocho metros remonté bastante y me hice con el marcador final. Lo pongo como reseña y con algo de orgullo porque fue un debut alegre, pero el fin que yo buscaba estaba más que cumplido: ahondar más en el mundillo del arco y la flecha, vivir en primera persona cómo es una competición, observar el papel de los jueces y apreciar la normativa tan curiosa que envuelve y rodea todo, aunque haya cosas que no entienda como el no poder ir a la competición con pantalón vaquero o no poder utilizar el móvil para usar la calculadora del mismo y sumar los puntos de la diana. No sé por qué serán tales cuestiones, pero la ley es la ley.

Las sensaciones fueron buenas y las expectativas se cumplieron. Una preciosa jornada para descubrir cómo es una competición de tiro con arco y cómo se vive la misma. Aprendí todo lo que quería aprender y más. Y, lo mejor, es que nunca se deja de aprender,  así es que tengo muy claro que me apuntaré a más competiciones. Y si, mientras tanto y a base de entrenamientos, logro seguir mejorando, pues entonces sí competiré en el pleno sentido de la palabra, pues esta vez, aunque le pusiese ganas y finalmente ganase en mi parapeto (que no en mi categoría, claro está, pues llevo muy poco tirando y hay gente bastante buena), me dediqué a observar y a vivir la experiencia sin ánimo competitivo ninguno. El caso es que me adentré mentalmente en aquella época del medievo que tanto me ha gustado siempre y estuve rodeado de arcos, cuerdas, flechas y dianas y fui feliz. Feliz porque me encanta descubrir cosas nuevas, feliz porque pude vivirlo y feliz porque lo compartí con mi hija. Eso es el mayor premio. En mi mente resurgió el niño que algún día fui y me vi tirando flechas en el Bosque de Sherwood, defendiendo castillos, emboscando forajidos y apuntando como Guillermo Tell a la manzana. Fue mi primera competición de tiro con arco y lo que sé es que no será la última y que reafirmo mi amor por el arco y las flechas que adquirí desde pequeño. Ojalá mi hija lo disfrute como yo. ¡Arqueros! ¡A la línea de tiro!


lunes, 16 de junio de 2025

¡¡¡CASERÍO ES ASOBAL!!!

Cuando hace casi quince años desapareció el Balonmano Ciudad Real, mi unión como aficionado a este deporte quedó escondida, entre decepción y desilusión, en lo más profundo de la alacena de los recuerdos del Quijote Arena, ese pabellón donde se ha visto jugar a los mejores jugadores del mundo y llevar a una pequeña capital de provincia a lo más alto de Europa. Desde entonces no había vuelto a sentarme en las sillas de colores de ese templo del balonmano más allá de algún partido al que fui invitado a presenciar al Balonmano Caserío, club fundado en 2011 con génesis y origen en aquel mítico "Caserío Vigón" tan conocido en esta Civita Regia. Jamás podría haber imaginado que ese club me habría hecho algún día verter las líneas que hoy vierto sobre él y que se fraguan a golpe de sentimiento y latido en el yunque de mi tecleo. Pero caprichosa es la vida. Y más aún el destino. Y de aquellos barros, estos lodos. Varios amigos y conocidos empezaron a honrar el escudo del recién creado equipo y a sudar su camiseta aferrándose a la historia que les respaldaba, sin ser conscientes de que estaban sembrado la semilla más preciosa que pudiera germinar: la de la ilusión. Más allá de buscar éxitos deportivos y escalar en las divisiones se creó una familia con una afición común, en la que se compartían las ideas y los más principales fines eran la unión, la diversión y el gritar "Ciudad Real" a través de las miradas, por donde habla el corazón sin que se tercien palabras. Caserío es Asobal... Esas tres palabras que tanto he repetido tanto a viva voz con mentalmente estos últimos días, desde que se consumó la hazaña, tienen mucha historia y trasfondo. El inicio no fue fácil, ni tampoco la travesía, pero los remeros estaban tocados por la fuerza de las Moiras y el augurio, desconocido para los protagonistas y los cercanos, era amarrar en buen puerto.

En ese citado año 2011 nos dábamos el "sí, quiero" mi compañera de vida y yo. Y si algún deporte le ha encantado siempre ese ha sido el balonmano. Pero mucho. Hasta tal punto de estar viendo algún partido televisado y lanzar algún improperio de esos mismos que castiga cuando soy yo el autor y el deporte televisado es el de once contra once sobre verde césped. Cosas veredes, Sancho, amigo, que farán falar a las pedras. Quizás el hecho de que ella haya entrenado y jugado a balonmano desde niña y sea el deporte de su vida tenga algo que ver con la intensidad con la que vive los partidos. El caso es que al igual que en mí seguía dormido aquel sentimiento de aficionado, en ella estaba latente y patente y faltaba algún capricho del destino para despertar a la bestia de nuevo. Pasó el tiempo desde aquel año 2011 en que hubo alianzas y se fundó el Caserío y, llegado el año 2022, en que mi hija tenía cinco años y el club ya llevaba más de una década rodando, comenzó a desperezase el capítulo de la historia que dio lugar a un bello presente (entendido como regalo y como tiempo actual). Mi mujer y yo decidimos que el primer contacto que Claudia, nuestra hija, tuviera con el deporte fuese mediante una práctica de equipo, donde primasen los valores de la unión y el triunfo colectivo sobre el éxito individual y las medallas personales. Y el Balonmano Caserío (que ya se encontraba en División Plata) tenía una preciosa escuela y base de niños donde se inculcaban los valores mencionados a través de un deporte que conocíamos y sabemos de su nobleza en la pista y fuera de ella. Ese fue el detonante que nos llevó a un disfrute épico.

El color amarillo que ya llevaba tiempo haciendo de las suyas por la ciudad, comenzó a llegar a casa. Y se expandió rápido. Conforme la pequeña inició sus entrenamientos de prebenjamines, Gemma y yo, sin saber cómo, cuándo, ni por qué, de repente un día nos vimos sentados nuevamente en el Quijote Arena viendo jugar al Caserío y unimos las gargantas en la grada, tu grada que te anima, te anima con el alma, el alma que es manchega. Se había consumado el plan que la alineación de astros hubo tramado para nosotros. Primero dos abonos y un par de camisetas de la temporada recién iniciada. Después otro abono para mi hermana. Y luego otro para mi suegro. Y, como dónde va Cañizares va la guitarra, otro para mi suegra y todos vestidos de amarillo. Y acto seguido mi mujer, mi hija y yo miembros de la Peña "La Grada Amarilla" desde su fundación como tal. Y bufandas, trompetas, más camisetas y la vida teñida de amarillo en una vorágine preciosa en la que lo mejor estaba por llegar y sin dejar de disfrutar. Ya formábamos parte, sin saber cómo, de los tentáculos de un pulpo gigante que desconociendo su suerte, pero siempre avanzando con ella, iba expandiéndose por Ciudad Real. El club venía trabajando muy bien y siguió (y sigue) haciéndolo perfecto. Comenzó a ser casi habitual que el Caserío estuviese en los primeros puestos de la tabla y con serias opciones de volver a la más alta categoría. Nuestra mente era feliz sabiendo que recorremos kilómetros y superamos obstáculos, sólo por ti, Caserío. Pasaban las temporadas y siempre se resumían en un "casi". La afición estaba feliz, pero rugía, rugía soñando. Porque sabíamos que era posible olvidarnos de ese "casi" y construir un "hecho". Y la ciudad también. Ya llevaba años el Caserío trenzando hilos para convertir en realidad lo que se dibujaba en el telar. Y soy muy feliz de haber llegado, de casualidad, hace unos años, muy pocos al lado de lo que llevan otros, a tiempo al taller y aportar mi humilde ovillo a ese tapiz amarillo. Cada vez más camisetas por las calles y todas persiguiendo un sueño. Y es que los sueños, a veces, si se persiguen, se trabajan, se luchan y se merecen, pueden llegar a ser realidad. Y cuando la grada del Quijote y la ciudad se dieron cuenta que un gran sueño colectivo es mucho mayor que cinco mil sueños individuales, ocurrió lo inevitable. 

Santi Giovanola, Ognjen Radojiçic, Pablo Campanario, Marcos Fis, Juan Lumbreras, Augusto Moreno, Jorge Romanillos, Víctor Morales, Fernando Romero, Paquillo Ruiz, Dani Palomeque, Santi Cánepa, Adrián Trancón, Toni Alegre, Ángel Perez de Inestrosa, Sergio Casares, Carlitos Ocaña, Jorge Silva, Óscar Ruiz, José Andrés Torres y Álex Díaz, lo hicieron. A los mandos de Santi Urdiales, Javi Ortiz y Mariano Muñoz, lo hicieron. Y, todo ello, presidido por un magistral Julián Amores y aliñado por un montón de gente que volvía a llenar el pabellón como en aquellos maravillosos años del Balonmano Ciudad Real, lo hicieron. Lo hicieron. Se anuló el casi y se hizo real el hecho. Y sin grandes talonarios de por medio, ni grandes respaldos políticos ni institucionales, ni nada de lo que suelen servirse los clubes fuertes para alcanzar la cima. No. Lo hicieron partiendo desde la base, desde esos prebenjamines que empiezan a botar un balón, desde esos aficionados que estaban dormidos y volvieron a gritar al verse formar parte de una familia que luchaba por lo mismo, desde una plantilla que se fue forjando con jugadores humildes, cercanos y unidos que usando los goles como ondas vencían a cualquier Goliat que tuvieran delante, desde un grupo de locos que cuando desapareció la ilusión y Ciudad Real quedó vacía de balonmano rebuscaron en el vivero de su corazón y sembraron de nuevo, desde la confianza en que "la unión hace la fuerza" no es un refrán sino una realidad, desde la entrega, el sacrificio y el nombre de los leones que escoltan la Biblioteca Pública de Nueva York: "Constancia" y "Perseverancia". Lo hicieron. Atracaron el navío allí donde Quijote y Sancho sonríen de nuevo por ver el nombre de la capital de La Mancha en el más bello puerto. En Asobal. Al galope sobre una hinchada vestida de amarillo que cual Rocinante, sabiendo que lo monta más que su amo su amigo, no se asusta de embestir ningún molino. Con el trote alegre de Rucio resonando en el interior de miles de personas al compás de las herraduras evocando un "lo hicimos, lo logramos". Con los ladridos de algún galgo recién llegado a la fiesta que se suma al proyecto. Y demostrando a los gobernadores de la ínsula que uno más uno jamás sería el resultado esperado. Lo hicieron. ¿Lo hicimos dices, Dulcinea? Puede ser. Mi locura en aquestas lides no me aclara si fuimos o no partícipes, pero sé que me emociona el haberlo vivido y siempre les estaré agradecido a todos los nombres que he escrito la felicidad que me han regalado cada vez que he gritado un gol, una parada o he vestido de amarillo. Honor y honra a todos ellos. Honor y honra a todos aquellos también que se vean reflejados en estas líneas. Honor y honra a mi amada Ciudad Real, sus gentes y sus sueños alcanzados. Y honor y honra a ti, mi club. ¡¡¡Caserío es Asobal!!!