miércoles, 19 de marzo de 2025

INICIÁNDOME EN EL TIRO CON ARCO

Recuerdo de niño mi afán por hacerme arcos y flechas. Cada salida al campo con mis abuelos y mis padres buscaba una rama que fuese verde y flexible, ya que en mi mente se figuraba la misma como un fantástico arco que haría las delicias de mi instinto de tirador. Preguntaba a mis mayores cómo humedecerla y curvarla para que fuese adquiriendo la forma deseada y la dejaba días sumergida en la bañera y atada con una cuerda a los extremos para moldearla. Me encantaba. Una vez logrado ese primer proceso, con rudimentarias herramientas, pues apenas contaba con unos diez años de edad, realizaba unas muescas en los extremos, donde anudaría la cuerda. Forraba con un cordón o pieza de cuero la parte central del arco a modo de agarre y con alguna pequeña cuerda, resistente y que diera fuerza suficiente a mi recién creada arma, encordaba mi arco creyéndome Robin Hood. ¡Qué feliz habría sido yo un ratito en los Bosques de Sherwood! Las flechas las construía mecánicamente tras años de estudio de los materiales y de forma magistral. El momento preciso era justo tras la Feria. Al día siguiente de culminar las fiestas marchaba al lugar donde se había lanzado la traca y pirotecnia final y hacía buen acopio de las varetas de madera de los cohetes, las cuales se encontraban esparcidas por el suelo. Eran cilindros perfectos de forma y grosor para el fin que yo quería. Y la longitud era de casi un metro, por lo que me permitía cortarlas a la medida de mi brazo. De vuelta pasaba por la Catedral y, siempre, a los pies de sus muros, había algunas plumas de paloma que recogía y guardaba para dotar luego a las flechas de vuelo, colocando tres de ellas, debidamente cortadas en su cañón y forma, cercanas al extremo inicial de lo que sería la flecha terminada. Las amarraba con hilo y quedaban perfectas. Y las puntas eran mi pasión. Al principio endurecía la madera quemándola un poco con un mechero y afilándola con un sacapuntas o navaja, lo que hacía que esa flecha casera se clavase sin problema en cartones y maderas más endebles. Luego mejoré la técnica y logré ahuecar el extremo de las flechas e insertar en cada una un clavo sin cabeza, pegándolo por dentro, atando fuertemente un trozo de lana rodeando la madera e impregnando todo bien con pegamento de contacto para darle consistencia, fuerza y durabilidad al conjunto. Restaba hacer una muesca horizontal en el extremo de la vareta más cerca del emplumado que permitía que la flecha encajase perfecta en la cuerda para tensar el arco y tirarla. Así podía lanzarlas y clavarlas en paredes, árboles y muebles. Aún hay en casa mis padres algún "recuerdo" de aquello. ¡Incluso podía cazar! Pero nunca me ha llamado eso la atención. Elaboraba verdaderamente arcos y flechas y era feliz con ello. Hace más de treinta y cinco años de aquello y me acuerdo con una enorme sonrisa...

Siempre me ha gustado el mundillo del tiro con arco y hacerme yo ambas cosas. E incluso las dianas. Y me pasaba horas jugando con ello. Lo que no me esperaba es que la vida, del modo más recóndito, me llevase ahora, pasada la cuarenta de edad, de hecho, casi mediada, a hacer de ese gusto una pura afición y haberme adentrado en la iniciación y conocimientos necesarios para su práctica libre. Mi poco conocimiento era la admiración del tiro con arco compuesto y de poleas que veo en televisión cuando hay Juegos Olímpicos o haciendo zapping encuentro, de casualidad, una competición al respecto. Desconocía totalmente la existencia de Clubes de Arqueros y mucho más el argot, técnicas, posiciones y materiales que ellos usan. Palabras como "anclar", "longbow", "culatín" o "fistmelle" no las había oído jamás. A mí me gusta coger un arco y tirar flechas apuntando instintivamente. Sin más. Pero no es tan sencillo como antes lo hacía de niño. Nunca había olvidado ese gusto, pero tenía ese saborcillo dormido en mi interior. Y todo cambió un día que mi hermana me dijo que había ido a una Jornada de Puertas Abiertas de un Club de Arqueros. ¿Aquí en Ciudad Real? ¡Vaya! Y yo sin saberlo... Me habría gustado. Se llaman Club de Arqueros de Don Gil. El nombre tiene arraigo total con la ciudad, sin duda. Algún tiempo después, en Jugarama, ese mismo club puso un stand para niños y los enseñaba a tirar con arco. Fui con mi hija y aproveché para tirar yo también. Y se despertó en mí de nuevo el paladar del arco y las flechas. Y de modo imparable. -¡Tenéis club de arqueros! -¿Tenéis? ¡Tenemos! Estamos aquí en la ciudad, hacemos cursos de iniciación, explicamos y enseñamos. ¿Te interesa? -¡¿¡¿Cómo?!?! Dime día y hora. No sabes lo que se ha desperazado en mí de nuevo...

Dos meses después recibí el aviso. Se convocaba a Curso de Iniciación a tiro con arco. Allá que fui tan feliz. Mi hermana también vendría. Y así empezó todo. Esta vez de modo profesional y sin ser autodidacta: con monitores, con material específico y con todas las garantías de seguridad y requerimientos legales, pues no es un juego y la vida ha cambiado mucho en esos aspectos. Ahora sí que sí he aprendido a tensar un arco y darle fuerza y me estoy familiarizando con la tradición inglesa que dio lugar a tal creación deportiva y mantenimiento tradicional del uso de arcos y flechas, primer arma no arrojadiza creada por el hombre primitivo. Las mediciones en libras y pulgadas comienzan a ser habituales en mí. También sigo aprendiendo posiciones, técnica y vocabulario de esta afición. Por supuesto que he concluido el curso de iniciación y me he quedado como miembro del club. Está en trámite mi licencia y he adquirido, ¡no me lo creo aún!, mi primer equipo de arquero: un arco recurvo completo, una docena de flechas con punta de acero, un carcaj, un guante dactilera y las debidas protecciones. Estoy como un niño con zapatos nuevos. Me viene genial para desconectar de rutinas laborales y concentrarme en aprender bien algo que me ha encantado desde pequeño. Y, cosas de la vida, mi hija Claudia, también llamada por esa voz de los arcos y las flechas que creo que a todo niño le gusta por aquello de practicar y ejercitar la puntería, quiso venir un día y ha caído también en este deporte que compartirá con su tía y su padre. Para mí es una afición y una vía de escape. Nada más. Y me encanta. En esas estoy ahora, culminando lo que no pude de niño (o si pude, la misma vida reservó para otro momento): iniciándome en el tiro con arco.

viernes, 28 de febrero de 2025

CUANDO LAS LETRAS REFLEJAN EL ALMA...

Hace algunos años ya, aproximadamente una decena, alguien me decía "se nota que has pasado mala época porque has escrito menos en el blog". Y llevaba razón. Mucha. Toda. Porque fueron tiempos feos. Y atrás quedaron. Y era cierto que, aunque la falta de tiempo pudiera acentuarse por cualquier cuestión, la verdadera razón era la desgana y la desidia, en definitiva, el no tener nada que escribir que me ilusionase hacerlo, pues siempre que vierto letras es movido por algún ímpetu interno, cosa de la cual carecía en aquel tiempo. Sin embargo y jugando con él mismo, con el tiempo digo, aunque más bien él conmigo, me he dado cuenta que escribiendo también desfogo esa sensación de ahogo y apatía, pues me dedico, precisamente, un tiempo a mí y me libero mentalmente sacando fuera cómo me siento. Al fin y al cabo, escribo para mí, mis cosas, mis memorias, mis vivencias. Y aunque el Rincón es lo que es gracias a vosotros que lo mantenéis vivo leyendo lo que en él se halla, no deja ser un resquicio donde me expreso y abro por dentro para conmigo mismo. Siempre lo digo, me gusta luego, pasado tiempo, ¿qué si no?, leerme a mí y recordar cuestiones que, unas veces bellas y otras tristes, me reavivan los recuerdos que son, en esencia, mi vida misma y mi camino recorrido. Y en esas estoy hoy que llevo prácticamente un mes sin teclear nada en la alacena que atesora los tarros de conserva de mis años vividos. Motivos hay, pero escribiendo los sobrellevo y tenía que enfrentar la causa como haría mi querido y admirado Don Quijote, idilio de La Mancha.

La verdad es que me pongo cara a cara con el monitor sabiendo que no sé ni qué escribir, pero brotan las palabras solas y contemplo como se van rellenando oraciones como si no fuese yo quien las crease. Supongo que es por la necesidad de sacar lo malo fuera y despejarme un rato hablando conmigo mismo. Cuando la mochila se llena demasiado es necesario aligerarla y, maldita sea la alineación de planetas o lo que proceda, cuando se desborda es siempre cuando más cargada va. Es obvio lo que digo, pero, como diría Víctor García Rayo, yo me entiendo. Se cumple el dicho de que los problemas nunca vienen solos y se agrava la situación cuando es para los míos (mi gente, me refiero), son temas de salud y no puedo controlarlos yo, ni solventarlos, ni medir los tiempos. Me gusta tener todo mi alrededor controlado y saber que cualquier situación que me eche en cara, ya sea de forma deliberada o de forma sorpresiva, puedo dominarla y saber cómo afrontarla y sobrellevarla. No digo ganarla, porque, evidentemente, ni lo pretendo ni sería posible. Tampoco Alonso Quijano cuando cabalgaba salía siempre victorioso. Lo menciono porque antes ya lo he puesto de ejemplo. Y si me fijo en su valentía (si bien pudiera ser temeraria por su locura), he de contemplar también los resultados. El caso es mirar cara a cara al problema y saber hacerle frente.

Y esta vez me he visto desbordado y sin saber asumir que no puedo dominarlo. Día tras día me duele el no poder hacer nada para evitar ciertas cosas o acelerar su solución. No está en mi mano. Y me duele, me molesta, me fastidia, me enerva y me entristece sobremanera. Pero ni yo podía haberlo evitado, ni yo puedo solventarlo como quisiera. No me queda nada más que hacer lo que hago. Asumir, enfrentar, sobrellevar y ayudar. Eso sí está en mis dominios. Y, por ello, quizás, me he olvidado algo de mí, pues el tiempo que antes pudiera dedicarme, debido a las apreturas ahora impuestas en la agenda, debo dedicarlo al trabajo que es a quien por motivos superiores se lo vengo robando y luego me toca recuperar. Y eso se refleja en el Rincón. Por supuesto que sí. El pobre es el gran damnificado cada vez que carezco de tiempo y/o ganas de escribir. El Rincón y los libros, aunque eso no lo veis. Pero cuando no escribo y no leo, es porque algo no va bien. Y es cuando sé que no estoy bien porque no escribo ni leo. Soy consciente cuando paso tiempo sin escribir de que las cosas no están como quiero. Pero hay que seguir de frente. Raza costalera. Que esa es otra para agravar la melancolía. ¡Qué poquito me queda! Y también me pesa en el alma. Se junta todo y la carga se desparrama. Al menos, cada día que pasa las noticias se van estabilizando y me va volviendo la sonrisa, porque sé que la Esperanza nunca falla. Con mayúscula, sí. Ya sabe Ella... Hoy rompo las cadenas y me expreso.

Quizás por ello y enfrentarme a mi interior y soltar lastre en forma de letras voy recuperando la inclinación ascendente de las comisuras. El caso es que desfogo tecleando un rato y me sirve de bálsamo. Es más, cuando pasen estos momentos más complejos, pase algún tiempo y revise de nuevo el blog leyéndome y releyéndome, sí que sonreiré viendo como impedí que existiera, en este "Periódico de internet" como decía mi abuela, un vacío temporal carente de palabras. Y recordaré, supongo, lo que habría dado lugar al mismo. Y disfrutaré, seguro, de que haya quedado atrás y de haber llenado un poquito de ese bache con estos párrafos que hoy emergen directos de mi cabeza sin filtro alguno. Incluso tecleo más rápido que de costumbre pues los sentimientos fluyen solos y no estoy yo para ponerles orden o tamizarlos. De hecho, cuanto más fluyen más se me acompasa la respiración y más alivio interno tengo. No sé preocupe quien me lea. Con certeza me habrá visto en los lugares que frecuento y con la sonrisa puesta, pero ¡qué cierto es aquello de que la procesión va por dentro! Y los más cercanos a mí que saben la génesis de todo y me ven cabizbajo, son, precisamente, aquellos a los que he de cuidar porque procesionan conmigo. Cuando las letras reflejan el alma quien te conoce sabe interpretarlas. Y, en mi caso, malo es cuando no hay letras, así es que si las hay es un avance. ¡Hay que seguir!

jueves, 23 de enero de 2025

LA ALDEA DE CIRUELA

Todo habitante de Ciudad Real conoce la calle Ciruela. Une el corazón de la ciudad, empezando en la Plaza del Pilar, con la Ronda que lleva su nombre, donde antes existía la muralla y más allá los extramuros. Pero no todos saben el por qué de ese nombre tanto a la calle como a la ronda: Calle de Ciruela y Ronda de Ciruela. Quizás el de la ronda sí, porque igual que las demás, toma su nombre de la calle que desemboca en la misma, pero, ¿la calle? Me aventuraría a decir que todos de niños hemos pensado en la fruta y jamás hemos entendido por qué una de las principales calles de la ciudad tenía ese nombre. Al menos yo, de pequeño, sin llegar ni a la decena de años, sonreía pensando qué afortunada era la ciruela en comparación con el melocotón o la sandía que incluso tenía una calle. Hasta que fui creciendo y descubrí que, lo normal es que, cuando una calle tiene un nombre, las linderas suelen tener otro relacionado, como ocurre, por ejemplo, en el Barrio de Pío XII donde tienen nombres de pintores, en la zona de la Puerta de Santa María donde tienen nombres de ríos o en el nuevo Barrio de la Guija donde tomaron nombres de los componentes del sistema solar. Así descarté que la calle Ciruela se debiese a fruta alguna y me quedé con la duda del origen de su nombre. Y fue hace pocos años cuando lo descubrí y hace escasos días cuando decidí estudiarlo. Todo ello es debido a la existencia de una vieja aldea a escasos kilómetros de Ciudad Real que tenía ese nombre y a la que se llegaba, prácticamente en línea recta, tomando dirección sur desde la céntrica Plaza del Pilar por la calle que conducía a aquella, lo que hizo que se llamase a la misma "la calle (que va a la Aldea) de Ciruela". Por cierto, la puerta ubicada en las murallas que daba acceso a la ciudad por tal lugar, ya lo podéis intuir, también se llamó "Puerta de Ciruela", claro está. Y precisamente eso es lo que vengo a dejar hoy plasmado en el Rincón, no sólo el origen del nombre de la calle, sino qué fue la Aldea de Ciruela y qué queda de ella.

Antigua Puerta de Ciruela

La historia nos remonta hasta primeros del siglo XII, pues aunque no puede saberse con certeza cuando se fundó la aldea, sí que está datado que en el año 1156, con el mandato del rey Alfonso VII, fue donada al caballero toledano Armildo Meléndez para poblarla. La Aldea de Ciruela perteneció primeramente a Alarcos, después a Villa Real y, finalmente, a nuestra querida Ciudad Real. El lugar está enclavado en el sitio conocido como Cerrillo de la Horca, a la vera del río Jabalón, en un pequeño alto que domina el valle, entre los castillos de Calatrava y Caracuel. Existía allí una fortaleza construida sobre un domo volcánico (lava solidificada) de unos doce metros de altura y laterales prácticamente verticales. Se cree que dicha fortaleza fue edificada por los árabes y tenía por nombre Hisn al Sujaryola. Los avatares de encontrarse entre caminos fronterizos y de paso de un castillo a otro hizo que pasase de moros a cristianos y viceversa en varias ocasiones. En el año 1187, estaba bajo dominio cristiano, pues cuando el Papa Gregorio VII, por bula pontificia, reconoció la Orden de Calatrava la cual tenía varios castillos en su poder, se nombraba Zuerola (Ciruela) entre ellos, como Alarcos, Caracuel, Benavente, Piedrabuena, Malagón y Guadalerzas. En 1195, tras la batalla de Alarcos, pasó de nuevo a estar sometida por los árabes y en 1212, las armas cristianas recuperaron su dominio y repoblación a su paso hacia las Navas de Tolosa. En tal fecha se entregó la aldea a Doña Zuera María Armíldez, hija de Armildo Meléndez a quien se le hubo donado la aldea para poblarla, como antes decía. 

La aldea con su fortaleza y la iglesia que frente al castillo se construyó, pasó a ser de Villa Real en el año 1255, con el rey Alfonso X, el Sabio quien al fundar la villa ya la menciona en la Carta Puebla y la integra en los territorios que dominará la recién fundada. Era llamada entonces Figueruela y en el documento figura así: "Et do á esta villa sobredicha que haya por aldeas ó por término Zuhéruela é Villa del Pozo é la Figueruela et Poblet é Alvala con todos sus términos yermos é poblados é con todos sus derechos, con montes, con fuentes, con ríos, con pastos, con todas sus entradas é con todas sus salidas é con todas su pertenencias assí como las han estos lugares sobre dichos é las deven aver". Desde entonces hasta nuestros días ha permanecido ligada a Ciudad Real y aunque nunca fue una gran población siempre ha mantenido vida en sus viviendas. En el sigo XIX ya hay escritos que mencionan su estado ruinoso y amenazante de derrumbe, estando la pequeña Aldea de Ciruela prácticamente despoblada y abandonada, contando únicamente en 1890 con 39 construcciones y 81 vecinos, como aseveró Hervás y Buendía. La decadencia de la pequeña urbe siguió imparable y en 1904 se suprimió la Parroquia rural de Ciruela pues comenzaba a desplomarse y, pese a haberse celebrado en ella grandes misas y contar, incluso, con una Romería señalada el día 3 de Mayo a la que asistían numerosas gentes de Ciudad Real, Miguelturra y otros pueblos cercanos, ya no iba nadie. Aguantaron, aún así, las celebraciones eclesiásticas hasta el año 1931 y la edificación en pie hasta que la Guerra Civil hizo sus estragos. Posteriormente, en 1975, el párroco de Miguelturra se adueñó indebidamente de su puerta de estilo gótico y la trasladó a su pueblo, donde podemos verla como acceso a la actual sacristía de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Eso fue el final total de la Iglesia de Ciruela, de la que a la fecha sólo quedan restos de sus muros.

Del castillo, igualmente, tan sólo quedan resquicios, cascotes y algunas piedras de su basamento que nos recuerdan lo que algún día debió de ser y que hace siglos que se derrumbó. En cuanto a la aldea en sí, está abandonada, derruida y ruinosa. Cuando sus terratenientes marcharon de ella no quedó nadie allí. No tiene acometidas de agua potable ni llega la línea de luz y electricidad hasta ella. Sin embargo, como antes narraba, siempre ha tenido algo de vida. Tras unos pocos años sin nadie, Francisco Fernández, más conocido como "Fran, el habitante de Ciruela", se decidió a vivir en tal lugar. Reside allí totalmente solo y su compañía son sus mascotas No usa reloj ni teléfono y afirma que vive feliz y en paz. Por su parte, Marcial González, que mantiene allí una segunda residencia y pasa la temporada estival en la aldea donde vivieron sus mayores, cuenta que hoy existen doce viviendas restauradas y acondicionadas para poder vivir en Ciruela, aldea abandonada a la que solo van viajeros o excursionistas curiosos un rato o pocas personas durante algún fin de semana o el verano. El 30 de Agosto de 2011 se creó la Asociación de Vecinos y Vecinas de la Aldea de Ciruela que persigue mantener viva la historia de este lugar que tuvo una gran importancia en su momento, darlo a conocer y poner en valor lo que significó en su día para Ciudad Real. El presidente es el propio Marcial, muy querido por la gente proveniente de la aldea. Nadie mejor que él para ello. A Ciruela la memoria colectiva le debe un respeto y nada muere del todo mientras se le recuerda. Acercaos por allí y conoced estos resquicios de nuestra tierra. Si bien los pocos restos del castillo, de la iglesia y de antiguas construcciones no os dejarán indiferentes, menos lo harán las cargas históricas y las fuerzas sentimentales que emanan del lugar. Y esta es la historia de una aldea abandonada y que tan sólo tiene un habitante, el entrañable Fran, del nombre de una puerta, una ronda y una calle. Esta es la historia de la Aldea de Ciruela.

lunes, 30 de diciembre de 2024

LEYENDA DEL SOL INVICTUS

No seré yo quien se deje imponer la felicitación que alguien con tono sarcástico, político o malintencionado utilice para felicitar estos días según su creencia o ideología, pero tampoco seré quien vaya a imponer la mía. Y tampoco seré yo quien diga si el origen de la Navidad es religioso o pagano, allá cada cual con su convicción y creencia. Dicho lo cual, éste que narra usa el modo ¡Feliz Navidad! (para desear paz y bien a toda persona) durante la época que se encuadra entre el 22 de Diciembre, día en el que, para mí, comienza la Navidad conforme giran los bombos de la lotería y el día 6 de Enero, Epifanía del Señor (y así consta en el calendario), día en el que junto con los envoltorios de los regalos y la expresión para desear próspero año, todavía en tiempo y forma, "¡Feliz Año Nuevo!", se disipan las Pascuas, pues aunque los más ultrapuristas se aferren al refrán que reza "Hasta San Antón, Pascuas son" queriendo alargar la época festiva hasta el día 17 de Enero, nadie un ocho de Enero, por ejemplo, ni nueve, ni diez, ni once, sigue celebrando la Navidad. Sentado esto, entre el día 22 de Diciembre y el 6 de Enero, el autor del Rincón les desea, de corazón y sin tinte alguno, Muy Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo a quien quiera que sean ustedes y la interpretación que quieran darle. Ahora bien, quien quiera desearme a mí Felices Fiestas, Feliz solsticio de Invierno o Feliz Sol invictus, si igualmente lo hace de corazón y sin connotación ninguna, hallará como respuesta un sonrisa y un "¡Igualmente!". Y quien venga a imponer o a dejarse imponer que abandone ya el Rincón, pues aquí no se siguen esos derroteros. 

Y estas fechas de Navidad, fiestas y solsticios, encuentro que todos coincidimos festejando unas entrañables reuniones en el hogar y en los bares con la familia y los amigos (que son lo más precioso de estos días, por cierto), dentro de ese "todos" otros muchos celebramos la conmemoración del Nacimiento de Jesús, hijo de Dios, otros tantos celebran unas fiestas que tienen un origen pagano y otros no saben ni lo que celebran pero les gusta tener vacaciones, comer jamón y beber vino porque son ignorantes, pero no imbéciles, claro. Y dentro de tan variopintas celebraciones, hay una que quizás sea la más antigua y, a la vez, la más desconocida y menos extendida. Hablo del festejo del llamado Sol invictus que es una celebración en honor del Sol invicto o inconquistable, pues por más que los días, desde la noche mágica de Beltane, se acorten perdiendo su luz, llegado el 25 de Diciembre, solsticio de invierno, vuelven a alargarse de nuevo hacia el solsticio de verano, sin que jamás llegue a reinar la oscuridad. Es un culto religioso que se inició en el Imperio romano tardío y del que la tradición cuenta que la Iglesia se adueñó para instaurar en esa fecha la celebración del nacimiento de Jesús. Como siempre, va todo interrelacionado y está todo más que inventado aunque creamos que no. De hecho, supongo que todo el que esté leyendo estas líneas habrá oído hablar del emperador Constantino, quizás de "su influencia en la Iglesia" y su decretazo de que el día del descanso fuese el Domingo, ¿o no? Sí, sí, lo de que "Y al séptimo día descansó" ya estaba también inventado antes.

A lo que iba. Hoy que venía simplemente y como todos los años a desearos Feliz Navidad a todos los lectores, amigos y seguidores del Rincón de mis Pasiones, me ha parecido oportuno hacerlo entre la Nochebuena y la Nochevieja, en mitad de estos días festivos, dejándoos, además de la felicitación, también la leyenda del Sol invictus, por su estrecha relación con el famoso Día de Navidad. Y he hallado un texto que me ha encantado, escrito por Rosa Boschetti, en el cual se cuenta la leyenda del espíritu del Sol invictus. Está basada en la victoria otomana con el cerco a Constantinopla y, sobre todo, en la interpretación de las señales para dar por segura una victoria de guerra. Todo es misticismo y creencia que cada uno es libre de interpretar. Como la Navidad misma. Espero que os guste y os acordéis cada Navidad de la leyenda del Sol invictus, pues cada vez que la tierra logra dar una vuelta al astro rey sin sucumbir jamás a las tinieblas y vuelve a nacer la fuerza de la luz del sol, significativamente para los cristianos, vuelve a nacer el Niño Dios llenando todo de luz. Y es la misma fecha: 25 de Diciembre.
Os dejo con la leyenda encontrada.
Y os deseo desde el Rincón: ¡Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo 2025 a todos!

Desde tiempos inmemoriales Sol Invictus reina sobre la tierra, es venerado por los guerreros y los poderosos. El misterio envuelve a su antigua amiga Selene, quien ronda silenciosa. Algunos desafían al sueño para contemplarla y sus noches se llenan de imágenes que tejen quimeras y colores, para luego describirla con palabras.

Sol Invictus y Selene se disputan la idolatría de los humanos. El viento, Hipnos y otras divinidades permanecen al margen sin tomar partido en esa lucha. Hasta que un día la petición de Sol Invictus obliga al viento a soplar fuerte y liberar a tres navíos que son atacados. A punto de ser tomados por sus enemigos su fuerte soplido los liberó, los llevó más allá de la cadena de hierro, a los puertos a través del Cuerno de Oro. Sol Invictus le agradeció la ayuda a sus leales de la ciudad de Constantinopla y el viento continuó su camino.  

A los pocos días Sol Invictus y Selene vuelven hablar sobre viejas rencillas:

- A ti solo te admiran los excéntricos que buscan en tu débil luz una esperanza -dice  Sol Invictus a Selene, mientras despliega sus rayos.

- A esos que tú llamas excéntricos, que buscan leer en mi luz su destino, son los consejeros bien escuchados de los aguerridos guerreros.

- Que sabrás tú de mis guerreros…

- Por lo menos yo sólo me presto a la interpretación y que cada uno elija qué hacer. Tú en cambio presionas a las otras deidades  para favorecer a los que te adoran.

- No entiendes el momento: los humanos pelean por un Imperio. Mi deber es ayudar a los míos, a los que están en Constantinopla.

- Nosotros no deberíamos intervenir.

- Este Imperio ha estado en pie por más de mil años, haré lo necesario para proteger a mis soldados. Esos que te interpretan y  llamas consejeros bien escuchados, no son tan influyentes como tú crees. En cambio, mi intervención si es decisiva.

- Esta noche voy a salir con mi traje rojo. Verás cómo asusto a  tus seguidores y enaltezco  a los míos.

- No creo que tus colores los influyan.

- Si produzco algún cambio en los humanos. ¿Dejarás de intervenir en sus asuntos?

Sol Invictus accedió a su pedido porque no creía que un traje iba a producir el efecto que ella pensaba. Así, esa noche Selene salió con su traje que cada bando lo interpretó de forma diferente: 

Los soldados que defendían la ciudad de Constantinopla leyeron en sus hilos rojos la mala suerte. El temor y la desolación se apoderaron de ellos. Se sintieron abandonados por sus protectores y resignados, se prepararon para morir en la batalla.

Los astrólogos de Mehmed II interpretaron la señal de la luna roja como la de una victoria inminente. Llenos de confianza y seguros de sus designios, Mehmed II junto a sus soldados, salieron a triunfar.

Esa noche Constantinopla fue tomada por otro imperio.

Con los siglos Sol Invictus y Selene han transformado sus nombres y sus formas, pero siguen juntos, luchan y comparten la admiración, la indiferencia y la idolatría de los humanos.

Rosa Boschetti.

jueves, 19 de diciembre de 2024

EL PALACETE DE LA CRUZ ROJA

Cuando en el  año 1997, con dieciséis años de edad, recorría sus escaleras para visitar a algún amigo mayor que yo de edad y que allí se encontraba cumpliendo el servicio  militar, jamás me preguntaba los principios de aquel edificio. Tampoco me esperaba la historia que vendría después. Y mucho menos habría imaginado que veintisiete años después escribiría unas líneas sobre él. Me refiero al Palacete de la Cruz Roja, como así se le ha conocido en Ciudad Real desde principios de los años 70. De hecho, en las rejas que flanquean la entrada principal se encuentran las iniciales "C" y "R" y muchas personas las han relacionado con la dicha asociación, Cruz Roja, por ser las iniciales de la misma y por haber tenido allí su sede durante tres décadas. Nada más lejos de la realidad. Hoy sonrío feliz de haberlo conocido en su momento y de haberlo podido recorrer de nuevo, antes de que se inaugure como Centro de Atención a las Víctimas de Violencia Sexual, en lo que será su función desde ahora hasta sepa Dios cuándo. Recuerdo que de niño mi padre me contaba que él, los últimos meses de su "mili", tras haber concluido la instrucción y haber estado varios meses fuera de Ciudad Real, los pasó en ese singular edificio, como conductor de ambulancias, siendo esa una de las funciones que compaginaban el servicio militar obligatorio y la Cruz Roja. Y digo que sonrío porque, además de los recuerdos que me evoca tal edificio, fue salvado de la piqueta por aclamación popular. Es de los casos que la voz de la ciudadanía ha logrado que se mantuviese en pie y que se restaurase el inmueble, pues tras años de total abandono, en una de esas tantas barbaries que propone y hace la Administración, se ordenó su demolición. Y cuando comenzó la misma, una mañana de octubre del año 2006, gracias a la iniciativa popular del Círculo de Bellas Artes, venció el pueblo y se paralizaron las máquinas. Ojalá fuesen muchas más las veces que la ciudadanía impidiera que una joya del patrimonio fuese reducida a un montón de escombros. Por fortuna con el palacete no ocurrió y a la fecha sigue existiendo y perfectamente restaurado. Hoy vengo a hablar de él incrustando algunas fotografías recientes del mismo tras poder visitarlo hace unos días.

Escoltado por dos bloques de viviendas de seis pisos de altura, en Ciudad Real, en la Ronda de Ciruela Nº 24, se halla un inmueble peculiar. Construido sobre los antiguos terrenos donde se encontraba la muralla que rodeaba la ciudad y a punto de cumplir un siglo de vida se encuentra un palacete cuyo origen se remonta al año 1908, cuando un joven farmacéutico llamado Conrado López Pérez, proveniente de Berja (Almería) se instala en Ciudad Real residiendo en una vivienda sita en la calle María Cristina, inmueble que aún existe y, parece ser, pertenece a sus herederos, y abrió su farmacia. Vino con él su mujer, llamada Rosalía Pérez Manrubia y arraigaron bien en la ciudad, si bien, ella tenía fuerte añoranza de su tierra. Eso conllevó que pasados unos años, para contentarla y que se le pasase la "morriña", Conrado adquiriese un solar en el llamado Paseo de Cisneros, en las afueras de la ciudad, donde ya se había derribado la muralla. Así, en el año 1925, el arquitecto provincial Telmo Sánchez y Octavio de Toledo diseñó la vivienda, un pseudo palacete-chalet, como lo llamó la familia cuando se fue a residir en el mismo en el año 1928, tras su construcción que duró tres años. Se ideó como las grandes viviendas de Andalucía en general y de Córdoba en particular, con esos aires sureños que tanto echaba de menos Rosalía. Allí vivieron los López Pérez felizmente durante finales de los años 20 y los años 30, hasta que llegó la nefasta Guerra Civil y puso fin a la residencia en tal lugar, pues el miedo a los bombardeos en la cercana estación de ferrocarril los hizo huir del palacete. De este modo y rota la feliz convivencia allí, instalándose de nuevo en la calle María Cristina, entre el conflicto bélico y los años 50, sólo usaron el inmueble para la celebración de algún evento puntual. 

Precisamente en el año 1950 falleció Conrado. Eso aceleró que los familiares optasen por dar algún uso al palacete y mantenerlo fuera del cierre y el abandono al que de seguro se vería sometido. Así, a mediados de aquella década y no optando todavía por desprenderse totalmente del inmueble mediante su venta, se arrendó a la Academia General de Enseñanza, conocida como la Academia de Piqueras, llegando a tener incluso servicio de internado de alumnos. Estuvo allí funcionando tal institución durante más de diez años hasta que quedó el arriendo concluido. Lo siguiente, esta vez sí, fue la venta del "chalet". Los hijos de Conrado y Rosalía vendieron la vivienda de sus padres a Cruz Roja a principios de los años 70 y allí instaló la misma su sede durante treinta años. De esta manera es como comenzó a conocerse el inmueble en Ciudad Real como Palacete de la Cruz Roja y así ha perdurado el nombre hasta la actualidad. A finales de los años 90 y primeros de los 2.000, coincidiendo con el final de su uso como sede de la Cruz Roja y su adquisición por un promotor privado, el palacete comenzó un duro periplo de dejadez y abandono que se acentuó en el año 2005 cuando sufrió un robo y un incendio. Eso conllevó que se aprobase su demolición debido a su estado carente de todo uso, su deterioro y su amenazante conversión en ruina inevitable. Por suerte, como al principio narraba, se consiguió parar la demolición, se logró declararlo Bien de Interés Cultural (B.I.C.) y empezó a coger fuerza la idea de mantenimiento y restauración de tan singular elemento arquitectónico.

Ya en el año 2008 la Junta de Comunidades de Castilla - La Mancha adquirió el edificio y pasó a formar parte de su patrimonio. Parecía salvarse así totalmente del derribo que siempre, de una forma u otra, aparecía cual espada de Damocles en torno al palacete. Pero todavía quedaba aventura por recorrer. De nuevo la administración, en uno de esos alardes de incomprensible (des)gobierno, sacó a subasta el inmueble en varias ocasiones, quedando, Deo gratias, siempre las pujas desiertas. Y, por fin, en el mes de noviembre de 2022 llegó la ansiada noticia: la existencia real de un proyecto de rehabilitación del palacete veía la luz. Se acabaron los miedos que pudieran presagiar la pérdida del querido "chalet". Las obras durarían prácticamente dos años y tendrían un coste de casi tres millones de euros. El proyecto ha sido atendido con un mimo especial y los trabajos de restauración no sólo han devuelto a la plena vida la antigua joya del matrimonio López - Pérez que teníamos en Ciudad Real, sino que han recreado a la perfección todo aquello que se había perdido tras años de abandono, vandalismo y vaivenes políticos. Además, se han incorporado nuevas adaptaciones sin que destaquen en absoluto o desentonen con el antiguo palacete, fundiéndose a la perfección las necesidades actuales, como la disminución de barreras arquitectónicas o necesidad de escalera de incendios en un edificio público, con la originaria configuración de la vivienda. Una maravilla, vaya. Bien merece ser visitado y apreciado, pues sin duda el "Palacete de la Cruz Roja" no deja a nadie indiferente. Va camino de cumplir un siglo, ha sobrevivido a la piqueta, sus muros esconden mil historias, como aquella vez que se alojó entre ellos Pilar, hermana de Primo de Rivera y desde las escaleras dio un mitin a las mujeres de la ciudad y, por supuesto, en sus rejas se siguen y seguirán manteniendo, para siempre, su famosas iniciales "C" y "R", no de Cruz Roja como muchos creen, no, sino de Conrado y Rosalía, quienes dieron lugar a este regalo para Ciudad Real.

lunes, 9 de diciembre de 2024

SON UN MODO DE VIDA

Las cofradías son un modo de vida. Por lo general, sabemos cómo hemos llegado a ellas, pero no el momento exacto en que nos atrapan y nos hacen suyos. Y en ese preciso instante nuestra vida cambia para siempre. Se instala en nosotros un modo de vivir en el que dependemos de las mismas. Y, ojo, es inevitable. Por más que intentemos separarnos por un tiempo o que con los años las veamos con otras perspectivas, es imposible la separación. Siempre estamos pendientes de ellas y de sus avatares. Y aunque hayamos salido quizás escaldados de alguna, al contrario que el gato que del agua fría huye, no dejamos de querer saber cómo le va y nos alegran sus triunfos y nos entristecen sus momentos malos. Seguramente, en ocasiones, nos dan más penas que alegrías, pero seguimos amándolas. He conocido gente a la que las hermandades les han supuesto problemas serios y graves como pérdida de amistades, discusiones gordas y berrinches. Y se han alejado de ellas, claro. Sin embargo, nunca las han olvidado. Su hermandad sigue siendo su hermandad. Porque ese tema es una verdad como un templo. A los amantes de este mundillo nos gustan las cofradías. Todas. Y luego, los cofrades, entre nosotros, nos pasamos horas y horas de barras de bar, de tertulias on line y de charlas con conocidos y medio desconocidos hablando y comparando unas con otras. Y despotricamos de "la nuestra" cuando no estamos conformes con su forma de ser o hacer. Porque los cofrades (y está contrastado) solemos ser hermanos de varias, pero una, sólo una es "la nuestra" de verdad. Nuestra hermandad. Y por más jaleos que nos haya dado o nos dé la misma, nunca nos separamos del todo ni la olvidamos. Siempre estaremos pendiente de lo que ocurre en la misma, de sus elecciones, de sus estrenos, de su fuero interno. Somos cofrades y las cofradías son un modo de vida.

Es curioso cómo generamos vínculos con nuestra hermandad. Lo mismo hemos llegado a ella por motivo familiar, ya que era la hermandad de nuestro abuelo, de nuestro padre y ahora nuestra. Nos hicieron hermanos al nacer y crecimos en torno a la misma. Y nos sentimos identificados con ella. O no. Y nos vamos nosotros mismos a otra. Pero si hacemos eso es porque ya somos cofrades. No sé si me explico del modo que quiero, pero sé que me entendéis. A quien no le gusta este mundillo y lo hicieron hermano de una cofradía desde niño, si no le gusta, finalmente se va. Pero aquel que encuentra el encanto de este mundillo que decía y, mojando el pan en su salsa, se relame, ha caído en este modo de vida y si se va de la hermandad donde lo apuntaron para hacerse de otra por decisión propia, ya ha entrado en este modo de vida cofrade. Ya vivirá ligado siempre a los devenires de un redoble, las volutas de un incensario, el sonido de un llamador, la luz de una candelería y las decisiones de una junta de gobierno. No habrá día en que no haya acercamientos y distanciamientos. No pasará semana alguna sin que la espera de un nuevo Domingo de Ramos lo remueva. Y no pasarán los años, sea del modo que sea, sin que esa persona cofrade viva con la llama de las cofradías encendida.

¿Y por qué vamos a una cierta cofradía? Ahí radica también la esencia de este modo de vida que no sólo se compone de fe y devoción. Podemos ir a una cofradía (y cuando me refiero a ir, me estoy refiriendo a hacerse hermano) porque nos ha llevado la familia, porque están en ella nuestros amigos, porque nos gusta el andar de su misterio y/o de su palio, por las actividades que desarrolla a lo largo de todo el año, porque queremos formar parte de su cuadrilla de costaleros, porque queremos ser nazareno en la misma o por muchas y variopintas causas más. Si además de todo ello, ya era o se convierte en "la nuestra" seremos de ella siempre. Pero, ojo, no creo que sorprenda a ningún cofrade lo que ahora voy a decir y sé que lo va a entender: se puede ser hermano de una cofradía y no tener devoción a sus titulares. Por supuesto. Suena extraño, pero es así. Y eso no quita que se trabaje y se cumpla con dicha hermandad, pero la cara que se ve internamente cuando se reza el Padre Nuestro o el Ave María no es la de las tallas de esa hermandad, sino las de "la nuestra". Y eso no quiere decir que esté mal. Es el mismo Dios, la misma Virgen, la misma fe, pero con distinta advocación. Y en esa hermandad están mis amigos y saco con ellos el paso. Y en esa hermandad está mi familia y visto la túnica con ellos. Y en esa hermandad está mi pareja y hago vínculos con ella y su devoción y yo me la llevaré a la mía. Eso sí, también hay que decirlo, lo que ocurra internamente en esa hermandad jamás nos alegrará o dolerá en el alma como lo que ocurra internamente en "la nuestra".

¡Qué poder de atracción tienen que cuando entramos no podemos salir! ¿Y qué decir de sus puestas en escena? Eso, seguramente, es lo que más nos amarra al soñar con ellas tanto en recuerdos como en momentos venideros. Nos gusta recordar ese primer izquierdo de un misterio a los sones de la Marcha Real que se nos quedó grabado en la retina. O la primera voz ronca del capataz de un paso en silencio, cuando llega el estipe de la cruz a la ojiva de piedra del templo y retumba "¡los dos costeros por parejo a tierra!". O el clan-clan de las bambalinas del palio de nuestra hermandad cuando se pierde entre la gente y los acordes de la marcha que interpreta la banda de música. Esos momentos son la vida para un cofrade. Se anclan en el alma y el más profundo baúl de los recuerdos y los deseos de revivirlos de nuevo. Y no dejan de aflorar continuamente en nuestra sesera cuando venimos cansados del trabajo a casa. O cuando se intuye la Cuaresma. O cuando en el chiringuito de las fiestas del barrio nos juntamos cuatro o cinco cofrades y hablamos de ellas, de las cofradías, de lo que nos provocan internamente, de nuestro mundillo del costal, la corneta, el traje negro, la túnica y la cera. ¿Hay algún cofrade que pase un sólo día de su vida, uno solo, sin silbar o tararear una marcha, sin contar los días que quedan para un nuevo Domingo de Ramos, sin acordarse de algún retazo de la última Semana Santa o sin revivir en su mente un recuerdo de su cofradía? Ninguno. Y vuelvo a lo que decía al principio: quizás las cofradías nos hayan dado algún disgusto gordo. Pero siempre vence el sentimiento. Porque somos cofrades y la devoción y la fe están por encima de lo humano. Y si es de "la nuestra", más. Las cofradías, los que somos cofrades, siempre las tenemos presentes de una manera u otra. Son un modo de vida.

viernes, 8 de noviembre de 2024

TANTAS VECES LO HE VIVIDO...

Por lo general las cosas son cíclicas. En el fútbol también, evidentemente. Y lo he vivido tantas veces que ya no me sorprenden ciertos tiempos. Es más, se les ve venir y se sabe que volverán. No digo por ello que no sean molestas algunas situaciones cuando llegan, sino que, como se sabe que van a llegar, cuando llegan se asimilan de otra manera. ¿Me entendéis ya por dónde voy? El Real Madrid viene de una época dorada donde ha ganado un montón de títulos e, incluso, varias champions al trantrán, como si no costase nada hacerlo, con peor plantilla que otros equipos y jugando con un estilo indefinido totalmente. Cuando se inició la era post-Cristiano, tras ganar la Liga de Campeones tres veces seguidas, nadie daba un duro por volver a ganar la orejona hasta que pasasen unos cuantos años y, sin embargo, Benzemá, se hizo con el timón y, a base de remontadas inéditas y eliminar a los mejores equipos de Europa, el Real Madrid volvió a ser campeón sólo un par de años después. Bueno, los milagros ocurren de vez en cuando. Pero es que hay más. Dos temporadas después, ya sin Benzemá en la plantilla y con las risas de todo el antimadridismo por el fichaje de Joselu como delantero centro y la lesión de Courtois para casi todo el año, otra vez y como si fuera algo normal, lógico y carente de esfuerzo, el Real Madrid volvía a ser campeón de Europa ganando la champions por quinceava vez (con varios y definitivos goles de Joselu y con varios y definitivos paradones de Lunin). Increíble. Una vez puede ser, dos también, tres ya es milagroso como antes decía, pero cuando son una y otra y otra y otra y otra no es casualidad. Y que eso desemboca en caída, también es una realidad. Y, final, ocurre.

Era imposible mantener esa estela por más que la afición merengue creyésemos estar acostumbrándonos a ella. Los que llevamos ya muchos años disfrutando del fútbol, lo sabíamos. Ya lo hemos vivido muchas veces. La plantilla se sacia, el entrenador se relaja y la directiva cree que va todo sobre ruedas. Se hace una planificación regular, se gana algún partido solo porque "somos el Real Madrid", llega el primer empate ramplón, no se quiere ver la realidad, se hace un fichaje estrella y con ello se quiere tapar lo demás y elevarlo a salvador, llega el segundo empate, hay un fogonazo fugaz de orgullo blanco, aparece la primera derrota en casa, te pinta la cara el eterno rival, empieza el runrún en la grada, otro destello por mero amor propio y empuje, te meten varios goles en el Bernabéu, llega la segunda derrota, la situación no mejora, llega la tercera, la afición se harta y ya, por fin, tras varios descalabros que se veían venir a la legua y se evitaba mirar hacia ellos, la realidad se hace patente y se instala. Fin de la época en la que se ganaba todo por merecimiento y luego por inercia. Y cuanto antes se interiorice, mejor. Suele ocurrir. Cuando se gana todo, absolutamente todo, por más que se quiera seguir manteniendo la tensión, la relajación llega a todos los rincones: cuerpo técnico, vestuario y gerifaltes. Se trata a los rivales incluso con menosprecio y pasa lo que pasa. Y ante ello, siempre, siempre, siempre, hay un sector que no perdona y quiere que el equipo esté siempre dando la cara: la afición.

¿Cómo le explicas tú a un aficionado de pro, de esos que defiende el escudo por donde va, de esos que proclama tu nombre por el mundo, de esos que las palabras "Real Madrid" las lleva grabadas en el corazón y alma que una temporada debe ser de transición porque ya toca por no haberlo querido ver en su momento? Pues no. Inexplicable. El aficionado exige. Y con razón. Porque es el que va al campo. Porque es el que paga el abono. Porque es el que se ilusiona con los fichajes. Y por que es el que en el bar da la cara por los suyos mientras la plantilla, forrada de oro, se pasea por el estadio sin actitud ninguna. Y ahora, ¿qué hacemos? ¿Culpamos a Ancelotti de mala gestión de la plantilla? ¿Culpamos a Florentino por no fichar y reforzar los puestos débiles? ¿Culpamos a los jugadores por falta de contundencia y piernas? Ahora nos toca tragar y comernos a Lucas Vázquez en el lateral porque no hay otro. Y saber que la culpa es de todos los dichos. De todos menos nuestra, de los aficionados. Y encima somos quienes sufrimos la situación. Tantas veces lo he vivido... Por eso sé ya capear estas rachas. Hay que empezar a remar de nuevo y tener algo más de paciencia, pero ya con el cuchillo entre los dientes. Y si no cambia nada drásticamente y en breve, adiós y gracias a quien proceda. Nada ni nadie por encima del escudo. Anda que no se ha ido gente ya en nuestra historia y hemos seguido... Di Stefano, Paco Gento, Santillana, Juanito, Hierro, Raúl, Ronaldo, Casillas, Cristiano, Benzemá, ¿sigo? El Real Madrid siempre vuelve. Siempre. Esa es su grandeza y esa es la exigencia de la afición. Sabíamos todos que este momento iba a llegar. No lo neguemos. Claro que lo sabíamos. Pues ahora a seguir. Yo siempre digo que quiero al Real Madrid hasta en las victorias. Sí, lo que le leéis. Lo quiero hasta en las victorias porque es lo fácil. Lo jodido es quererlo ahora en los baches. Pues estos son los bueyes y con ellos hay que arar...

Lo dicho. Ahora hay que seguir y volver a la senda del triunfo, sea como sea, pero con cabeza y sentido. ¿Que ganamos un partido de liga jugando mal y con un gol de rebote? Pues no es lo que queremos, pero son tres puntos y una victoria que lo mismo sirve para que la plantilla vuelva a empezar a coger confianza y para ponernos arriba en la tabla. Ya nos encargamos en la grada de ser jueces y de silbar a Tchouameni por su falta de conducta y nos encargaremos de aplaudirle si pone empeño y corta un balón con orgullo. En el templo se ha silbado a leyendas como Zidane. Ojo. Saben los once que están sobre el verde que si la afición no confía en ellos, malo. Y saben también que si se ganan la confianza, aunque sea de manera ramplona, los llevamos en volandas hasta que llegue la excelencia de nuevo. Juntos. Ya lo dijo el futuro balón de oro. Porque llegará y os callará como ha hecho muchas veces ya. También lo he vivido en varias ocasiones. Y Bellingham volverá a marcar. Y Mbappé nos regalará algún hat trick. Y llegarán caras nuevas. Y si entremedias hay que cargarse alguna vaca sagrada, pues es lo que hay, sea del cuerpo técnico, sea de la plantilla. Y si mientras tanto caemos en alguna eliminatoria, pues hacemos hambre para la próxima. No se puede estar siempre en el triunfo, pero sabemos (y lo sabéis los antis) que tampoco estamos siempre en la derrota. ¿Que se veía venir? Pues claro. Pero que el Real Madrid resurge y te mata. También. Preguntadle a Guardiola, bien lo sabe. 1-2 en el minuto 89. 3-2 en el minuto 92. Y hace poco, al Borussia Dortmund. 0-2 al descanso. 5-2 al final. Cosas que sólo hace el Real Madrid. No tratéis de entenderlo. Me esperaba este bajón. Disfrutadlo. Y aguardo el nuevo subidón. Lo sufriréis. Es puro Real Madrid. Tantas veces lo he vivido...