martes, 2 de abril de 2013

LO QUE PUDO SER...

Podía haber sido grande, muy grande, recordada en el tiempo. Semana de lustroso sol y faldones resplandecientes. Semana abierta con grandes vísperas y cerrada con la Aurora en Santa Marina. Semana que se anunciase con un esplendoroso Domingo de Pasión y con un perchelero Viernes de Dolores. Que comenzase a contar el tiempo al revés con unas recién cortadas palmas y ramas de verde olivo e iniciara de nuevo la cuenta con cohetes en el Prado de la Reina Soberana. Un tiempo precioso, anhelado, esperado, deseado, aguardado y soñado. Podía haber sido grande, muy grande, enorme, inmenso. Y no lo fue. 
El Domingo Nazareno comenzó lluvioso, muy lluvioso. Ni siquiera se habría de refrescar la cuadrilla con agua anisada. Ya lo decía mi abuela: "El día que haga en Pasión será el tiempo de la Semana Mayor". Uno de esos refrancillos que de pequeño te marcan y que por una cosa u otra (llamadlo coincidencia, llamadlo casualidad, llamadlo como queráis) siempre viene cumpliéndose. Y el día que hizo en Pasión fue horrible. Y así ha sido el tiempo de la Semana Santa. Lluvia, lluvia y más lluvia. Tanto es así que no ha habido ni principio ni fin. Descontadas las vísperas no ha habido ni procesión de la Borriquita ni del Resucitado. No recuerdo haber vivido una cosa igual jamás. Podía haber sido grande. Y no lo fue.

Sin darnos cuenta siquiera se esfumaron las vísperas y llegó la Semana Grande. Estaba tan triste por las predicciones meteorológicas que no era consciente de la gran tarde que me esperaba. Mi debut con la cuadrilla de los Ángeles mejor aún de lo que podía haber soñado. Amigos bajo el paso y mi querida Agrupación Musical tras él me aguardaban y me hicieron ver clara la realidad: bien fajado y la ropa ajustada prometían una tarde gloriosa de Domingo de Ramos. Mi primera papeleta de relevo la guardaré como un tesoro. Me fue entregada a la vez que a mi hermandad sevillana de la Sagrada Cena la sorprendía la nefasta lluvia en la calle. Se humedecían los ojos del Divino Rabí que no podría repartir eucaristía por la mariana ciudad. Siempre lo tengo muy presente. Deseaba pasear al Prendimiento y que al mismo tiempo pasease el Señor de la Cena. Podía haber sido grande, muy grande, enorme, inmenso. Y no lo fue.



La Gloria cuya cuenta atrás hube venido pregonando toda la Cuaresma llegó con el Señor Cautivo en su Prendimiento. Disfruté debajo de ese paso de tal manera que me acordé menos de lo esperado de mi sueño con el Moreno de Ojos Verdes y mirada al Cielo que habita en el Convento de los Padres Terceros allá por la calle Sol. Esa fue mi mayor y única gloria. La lluvia se encargaría de estropearme todo lo demás. El Martes Santo el Rey del Carmelo hubo de volver al templo sin sobrecoger a la Civita Regia. La lluvia arruinaba por segundo año consecutivo el paseo del Señor de las Penas. Palo gordo que me llevaba en esta Semana Santa. Podía haber sido grande. Y no lo fue.


Lluvioso se marchó el Martes Santo y  amanecía igual de lluvioso el Miércoles Santo. Uno de mis días más esperados del año. Y este año con muchas circunstancias y sensaciones que lo hacían más especial aún. Cumplía mi mayoría de edad como costalero: dieciocho años bajo el Señor de la Bondad. No había faltado a ninguna de las citas de ensayo y tendría un relevo que llevaba años sin disfrutar de él. Además sería por primera vez, oficialmente, patero de mi paso, el zanco de mi hermandad amada. Estaba ya envalentonado y crecido para llevar en cada levantá al cielo a Nuestro Padre Jesús de la Bondad, Rey de Reyes, Flagelado de mi corazón y mi alma. Miércoles Santo de Bondad y Consuelo. Año de duros ensayos y de vaivenes de gentes que me obligaban a estar más involucrado que nunca en mi cuadrilla. Había llegado el día. Teníamos que pasear al Hijo del Hombre con el sentimiento costalero más puro. Era indiferente ya si la banda era mala o peor; era indiferente los tramos de relevo que tuvieran unos u otros; era indiferente todo lo bueno o malo que hubiera ocurrido en la Cuaresma. Era su momento. Era el día de su majestuoso paseo anual. Era mi mayoría de edad junto a él. Era algo grande. La lluvia lo arruinó. Con el cordón de mi medalla desgastado por los años y mirándolo a los ojos le recé un Padre Nuestro. Era la primera vez en la historia de la Cofradía que mi Dios Bueno no cruzaría el umbral de salida. Maldije la lluvia una y otra vez y no veo la hora de dejar de hacerlo. Era un día muy especial para mí. Podía haber sido grande, muy grande, enorme, inmenso. Y no lo fue.

Todavía con el alma encogida me fui a Serva la Bari. Muy Noble, Leal, Invicta y Mariana Ciudad de Sevilla que tiene la dicha cada Madrugá de ser refugio de la Esperanza. El día no estaba metido en aguas pero tampoco era el fulguroso tiempo de otros Jueves Santo en la bética ciudad. Lamentablemente nos estamos acostumbrando cada vez más a ello. Al menos, el Nazareno de la Cruz al Hombro, Rey del Valle, Maestro de la mano extendida que todo lo perdona, iba surcando las calles y plazas con el buen hacer de su humilde cuadrilla a la que tuve la dicha de pertenecer y la nefasta lluvia impidió mi oficio durante años seguidos. Este año sí que se paseó. Mi esperanza era otra. Mi Esperanza (esta vez con mayúsculas) era disfrutar de la Macarena. Como el Padre Cué dijera y diera por título a uno de los libros que escribiera, yo me encontraba en situación de "Esperar con esperanza a la Esperanza Macarena". Y gracias al Gran Poder así fue. La noche se iba tornando oscura y llegué a pensar que no procesionarían las seis hermandades que confabulan la magia de la Madrugá más grande de Sevilla. Pero los hermanos de la Macarena lo último que perdemos es la esperanza. La Madre de Dios cruzaba el atrio de su Basílica y derramaba emociones por Híspalis. Para mi eso ya es grande. Ya merece toda la espera la pena. "Se cumplió la maravilla. Otra vez la Macarena por las calles de Sevilla". Tras disfrutar de las cofradías del Silencio y del Dios que vive en San Lorenzo me embauqué viendo la Sentencia de Cristo. Disfruté del "Guapo de la Muralla" por la Alameda de Hércules, por Trajano y por Plaza del Duque de la Victoria. Fui a su encuentro y a Ella la ví también por la Alameda y por Trajano. Un celestial regalo verla navegar a los sones de "Coronación de la Macarena". Ya estaba viviendo lo soñado y soñaba con seguir viviéndolo de recogida. Quería acompañar a la Madre de Dios de nuevo hasta San Gil y otra vez la lluvia lo impidió. Habría sido un perfecto recuerdo, como todos los años, desde Santa Ángela de la Cruz hasta el barrio que lleva el nombre de su nombre: Macarena. Podía haber sido grande. Y no lo fue.


El Viernes Santo fue íntegramente derruido por la lluvia. Ni la Expiración del Cachorro, ni el Jorobaíto de Triana, ni los dos ladrones y el Mesías que lleva la Carretería, ni la Soledad de San Buenaventura, ni la Sagrada Mortaja de Bustos Tavera, ni Tres Caídas de San Isidoro, ni nada de nada. Lluvia y más lluvia es lo único que se podía observar en la bética urbe. Día para olvidar. Lágrimas de cofrades, impotencia y rabia.


El Sábado Santo amaneció dando una tregua el tiempo. Con sensación agridulce ví al Señor de las Tres Caídas regresar hacia su barrio de Triana por Pastor y Landero. Debía completar el recorrido que la lluvia le impidió en la Madrugá. El vecino más antiguo de la calle Pureza durmió en la Catedral y volvía a casa escoltado por la Esperanza Marinera. Tras ello me acerqué a ver a Mamá... Está preciosa en su paso de palio. La Basílica de la Macarena rebosaba gente. Ya lo dice su himno: "El Arco es imán de fe". Estuve con Ella un rato y le dí gracias por haber podido verla un año más aunque no hubiera cumplido entero su paseo. Le mandé algún recadito en forma de oración. Ella siempre escucha. Marché por la calle San Luis hasta Santa Marina y pasé a ver al Dios bueno de la Resurrección y su Madre Aurora. Me encanta esa hermandad. Sin ella nada de lo anterior tendría sentido. Hice alguna foto por obedecer a la providencia. Horas después la odiosa lluvia impediría que la cofradía pusiera el broche de oro a la Semana Mayor. Salió la Comunidad Servita, la joven hermandad del Sol, el solemne desfile del Santo Entierro, la Cofradía Trinitaria y Salesiana de María Auxiliadora y San Juan Bosco y la Soledad de San Lorenzo. Un Sábado Santo de ensueño si el tiempo no hubiera empezado a defraudar otra vez y a forjar negras borrascas que impedirían al alba que Dios resucitase de nuevo en las calles. Era ya patente que me acostaría en vez de disfrutando el recuerdo de los pasos vistos renegado por no poder ver el último. Ese momento de magia y embrujo que se produce año tras año cuando se abre el portón de Santa Marina, más allá de la Plaza del Pumarejo y antes de llegar a San Luis de los Franceses, escuchando los sones de las marchas "Y al tercer día", "Gustad y ved" y "Resucitó". Ese momento que me apasiona cuando la Hermandad del Colegio de la Salle pone su Cruz de Guía en la calle. Ese momento en que comienza el fin de la Gloria y una nueva cuenta atrás para la siguiente Cuaresma... Ese momento cofrade que me enamora y tantos recuerdos me trae fue arruinado por la insaciable lluvia. Podía haber sido grande, muy grande, enorme, inmenso.Y no lo fue...


La nefasta lluvia ha arruinado mis sueños de este año, lo que me da más ganas todavía para el año que viene. Los dos grandes momentos que me ha respetado han sido el Domingo de Ramos con Jesús Cautivo (Prendimiento) y mi Macarena repartiendo Esperanza. Es lo único que recordaré con cariño de esta Semana Santa para olvidar. Soñaba toda la Cuaresma con una Semana Santa para enmarcar. Domingo de Ramos de palmas y olivos abriendo paso a Dios por las calles. Estrenar hermandad siendo el zanco izquierdo del Prendimiento y primer trabajo costalero de la Semana Grande. Lunes Santo "extraño" entre lo laboral y lo cofrade. Martes Santo paseando al Señor de las Penas. Miércoles Santo dándolo todo con mi Hermandad de la Flagelación. Jueves Santo macareno total. Viernes Santo disfrutando al máximo mi pasión cofrade por la ciudad de los sueños. Sábado Santo agotando fuerzas y gozando de las hermandades más solemnes de Híspalis. Y Domingo de Resurrección cerrando y poniendo el cierre de oro en Santa Marina con la Resurrección. Esta vez no dejé de soñar lo vivido para vivir lo soñado. Eso es lo que pudo ser. Podía haber sido grande. Y no lo fue.

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