
Y EL CAMINO LLEGÓ A MÍ.
El sol brillaba
con fuerza sobre la Plaza
del Obradoiro. Había tenido un juicio en La Coruña y mi condición de abogado me había llevado
hasta Galicia para dirimir litigios. El pleito había sido temprano y había
salido satisfecho de la sala. Tenía el resto del día libre y abandoné el
Juzgado recordando haber estado en Santiago de Compostela cuando era muy
pequeño con mis padres y de la mano de mi abuelo. Hacía más de veinte años de
aquello y mientras me embargaban los retazos de memoria, crucé por capricho del
destino delante de la
Estación de Autobuses. El corazón me dio un brinco y sin
pensarlo más y empujado por nostálgicos anhelos decidí comprar un billete y
acercarme a Santiago. Dejé rápidamente en el hotel el maletín y la toga y salí sonriente hacia
la fragata metálica que me desembarcaría en el Pórtico de la Gloria , allí donde siendo
niño pegué con la frente tres coscorrones en el conocido parteluz mientras mis
padres reían viendo con que ahínco impactaba sobre la piedra. Habían transcurrido
varios lustros desde aquello que recordaba, pero aquel día salí de La Coruña ensimismado conmigo
mismo, con mi mente y mis recuerdos y, con la misma ilusión que tenía en
aquella recordada infancia por llegar a la ciudad llamada "Campo de estrellas".
Y allí estaba
viendo el cielo azul sobre la monumental fachada de la Catedral. Nunca
imaginé que asuntos de trabajo me llevarían a la compostelana ciudad y, sin
embargo, allí me encontraba con traje y corbata rodeado de cansados peregrinos
que se dirigían a hacer cola en la
Plaza de Quintana para abrazar al Santo Patrón de las
Españas. Era el año 2010. Año Xacobeo. Ese año la festividad de Santiago lucía
en rojo en el calendario: 25 de Julio, Domingo, circunstancia que ya no habrá
de repetirse hasta el 2021. Se respiraba ambiente caminante y decidí aprovechar
la tesitura y realizar la visita a la Catedral y el abrazo al busto del Apóstol por la
misma puerta que los peregrinos.

Mi silueta de
letrado en ejercicio, abogado de la
Mancha , ataviada con traje azul marino de raya diplomática
contrastaba entre los cientos de personas con camisetas y pantalones cortos o
desmontables que aguardaban su turno en la cola. Algunos mostraban orgullosos a
otros su credencial repleta de sellos y su recién obtenida compostela. Observé
como mis impolutos zapatos ocultaban mis pies sin cansancio frente a aquella
colección de botas de trecking y chanclas que dejaban ver ampollas y heridas
fruto del caminar decenas de kilómetros al día. Pero todos ellos estaban
radiantes. No hacía falta mirarles a la cara para saber que sus peregrinas almas
sonreían e irradiaban la felicidad que emana de la recompensa obtenida tras el
esfuerzo. Sin duda se merecían abrazar al Santo.
¿Y yo? Yo había
llegado en avión a La Coruña
y en autobús a Compostela. No había caminado cientos de kilómetros como ellos. No
reconocía a nadie entre aquellas gentes y no brotaban de mí ni hacia mí cálidos
saludos y abrazos como los que yo presenciaba entre ellos. Yo no era peregrino.
Mi abogada mente me arrojaba el pensamiento de que no era justo que yo
obtuviera el mismo premio sin haberme esforzado, máxime cuando ellos estaban
ahí por su voluntad propia y yo por fruto del azar y la casualidad... Bendita
casualidad aquella que me haría uno de los regalos más preciados en la vida:
conocer y descubrir el amor por la Ruta Jacobea.

Y en un acto
reflejo y ya acercándome inclinado con ambos brazos extendidos para dar el abrazo al busto del Apóstol, retiré al instante uno de mis
brazos de su destino. Una peregrina me indicó que debía abrazar con los dos brazos a la vez y
le respondí con una sonrisa a la vez que negaba con un gesto. Me entendió, pero
no sé si me comprendió. Yo sabía lo que hacía. Abracé a Santiago sólo con un brazo, el derecho, mientras le susurraba al oído la promesa de que algún día
volvería caminando y completaría ese abrazo. Sólo fue medio abrazo. Pero lo completaría. Antes o después lo haría. Estaba seguro de ello. Y luego cumpliría como peregrino y le daría un abrazo entero. Acto seguido salí de la Catedral y, con el
espíritu renovado por algo que no sé explicar, me fui a la Casa del Deán y adquirí la que
sería mi primera credencial.
Esa noche, ya de vuelta en el hotel deLa Coruña , comencé a soñar con
la aventura de la mochila. Parecía como si hubiera viajado en el tiempo. Tal era el impetú que tenía por atravesar aquella puerta de nuevo que me pondría en marcha al alba misma de la siguiente mañana si pudiera. Era Mayo de 2010. Año Xacobeo.
Esa noche, ya de vuelta en el hotel de

Entre sonrisas y
lágrimas le susurré: "Lo logré". Y entonces sí, rodeé con ambos brazos el busto del patrón y lo abracé con fuerza. Fue mi primer abrazo como peregrino. Ese día se sumó una estrella más a la Vía Láctea que marca el Camino en la infinita cúpula del cielo. Había nacido un caminante. Era el año 2010. Año Xacobeo.
Así llegué yo al
Camino. Y el Camino llegó a mí.
A día de hoy tengo en casa tres compostelas que acreditan que ya son tres las veces que he llegado caminando al Pórtico de la Gloria. Ahora
estoy inmerso en mi cuarto camino recorriendo todas las etapas del Camino Francés, desde Saint Jean Pied
de Port hasta Santiago de Compostela. Observo mis diversas credenciales de los varios caminos y tramos recorridos y están repletas de sellos, lugares,
recuerdos y kilómetros. Amo el Camino y tengo fraguándose en mente mi Camino. Mi gran
Camino. Desde la puerta de casa hasta Fisterre.