miércoles, 4 de octubre de 2017

LOS BAÑOS DEL EMPERADOR

En este tiempo de horrible sequía que nos invade he decidido hacer una excursión que llevaba tiempo mascando y que ha de ser cuando los niveles de agua están muy bajos. Es de las cosas que piensas "Ya lo haré" y pasa el tiempo y los años y no la haces. Así es que esta vez alentado por unas fotos que ví en internet decidí que era el momento y que no esperaba más. Y además el destino me pillaba a unos diez minutos en coche desde casa y llevábamos meses sin que cayera una gota de lluvia. No había excusa. La visita a los Baños del Emperador cogió su turno con día y hora. No podía fallar más y es de las cosas curiosas que tiene mi tierra y que merece la pena ver. En una tierra volcánica como es la del Campo de Calatrava con emanaciones de CO2 en algunos puntos, hay ocasiones que cuando confluyen con acuíferos se aprecia en las aguas un burbujeo constante que hace que se conozca popularmente a dichos sitios como "hervideros". Es muy conocido el Hervidero y Bombo del Chorrillo, sito en la Carretera de Aldea, prácticamente enfrente del cerro de la Virgen de los Santos, al que se accede por la Cañada Real que aparece a la izquierda. Tiene una fuente natural, hoy ya entubada y con grifo, de la que se pueden beber sus aguas ferruginosas. Pero esa es otra visita que también merece la pena hacer. Hoy la que nos ocupa es la de los Baños del Emperador que aunque el paisaje de sequía es aterrador y desolador por las impresionantes vistas que ofrece el terreno cuarteado que debería estar lleno de agua, nos regala una curiosa visita a la más pura historia del lugar.
Desoladora visión actual del fondo del embalse
Antiguo cartel de la "Casa de Baños"
Empezaré diciendo que estos baños se encuentran en el Cerro de Palos, muy cerca de Peralbillo, siguiendo el cauce natural del Guadiana, en su margen derecha. Datan de la época romana y se construyeron para que la gente tomase baños de aguas medicinales, pues las mismas afloraban de la tierra en forma de balsas y su composición y constante bullir eran beneficiosos para los males del estómago y el riñón, así como úlceras o erupciones cutáneas. Los baños como tal se trata de dos pequeñas piscinas construidas en piedra, destinándose una al baño de hombres y otra al de mujeres, separadas entre sí y formando todo ello un recinto amurallado por un muro de un metro y medio de altura y unos cincuenta centímetros de grosor que impedía las vistas desde el exterior. En su día no existía el Pantano del Vicario (ni la presa, evidentemente) y las instalaciones estaban cerca del río Guadiana pero nunca quedaban sumergidas, de modo que se accedía a las mismas por un camino hecho con piedra volcánica que permitía llegar a las piscinas sin mojarse y sorteando el agua que se hallaba a ambos lados. Transversalmente y a intervalos regulares unos grandes bloques de piedra facilitaban abandonar el camino por uno u otro lado hacia las orillas del río. Con la hechura del Pantano del Vicario y originarse una zona inundable los baños quedaron ocultos bajo las aguas, de ahí que sólo puedan ahora apreciarse en épocas de sequía.
Camino que va a los Baños
Históricamente tomaron el nombre por un viejo molino llamado "El Emperador" que se encontraba aguas abajo, si bien se les conoció también como "Los Hervideros de Trujillo" por ser el apellido de quien fuera dueño de la finca en que se encuentran. Dice la historia que a principios del siglo XIX un señor llamado Ramón Trujillo Delgado adquirió la finca para su explotación ganadera y agrícola y un pescador asiduo a esa zona le informó acerca de aquellos baños termales que se conocían desde años romanos, por lo que decidió relanzarlos, convertirlos en balneario y darles un uso comercial, habilitando también para ello una vieja quintería con habitaciones para hospedarse y consultas médicas. Hay crónicas del año 1882 que manifiestan que por entonces contaban con dos casas y diez habitaciones y se anunciaba el Balneario de los Hervideros del Emperador ofertando habitaciones con cuarto y alcoba a precio de una peseta y cincuenta céntimos diarios y cuartos sin alcoba a una peseta. Y eso sí, con la expresa advertencia de que no se permitía bañarse juntas a personas de diferente sexo. Lógicamente los baños contaban con una piscina para varones y otra para mujeres. Sin embargo, no prosperaría como se esperaba el asunto ideado por Trujillo y se vería abocado al fracaso porque a día de hoy, además de estar los baños en la zona inundable del embalse (lo que ya significa un total abandono y desinterés por los mismos) se encuentran totalmente derruidos y tan sólo quedan vestigios de cómo fueron en su día las piscinas termales. Podemos ver en la vieja hospedería hoy destinaba a nave de labores agrícolas un viejo un letrero cerámico con la leyenda "Casa de Baños".

Para terminar, decir que está datado por profesores de la Facultad de Letras de la Universidad de Castilla la Mancha que su descripción figuraba en el Anuario Oficial de las Aguas Minerales de España de la siguiente manera: "Hay un baño, llamado de las mujeres, donde caben a la vez veinte enfermas; tiene gradería de piedra labrada, está cercado de tapias, provisto de andenes enladrillados y de cuatro cuartitos para desnudarse y vestirse las concurrentes. La balsa grande, llamada de los hombres, es capaz para cien personas y sólo se aprovecha en ejercicios de natación y baños de recreo, aunque pudiera aplicarse a fines terapéuticos. Se ha levantado una hospedería a cuatrocientos pasos a fin de que los enfermos estén protegidos de los males afectos que pudieran causarle los efluvios de la ribera". Son datos relevantes que nos hacen forjarnos una idea de cómo estuvo adaptada la zona en aquellos tiempos y el uso que se hacía de estos antiquísimos baños naturales.
Piscina de Hombres

Piscina de Mujeres
Lo cierto es que una vez ilustrados en la materia y aprovechando que ahora están a la vista os invito a todos a realizar, sin duda, la excursión y visita a los Baños del Emperador. No os arrepentiréis, lleva poco tiempo, el acceso no es complejo y a niños y adultos les gustará contemplar esas aguas burbujeantes e imaginarse a los bañistas de antes en ellas. Merece la pena por conocer algo más la historia de nuestros parajes, las costumbres sociales de la época, lo que hubo en su día y, quien sabe, si volverá a haber. Y, sobre todo, por saber y ver in situ que pase lo que pase, sumergidas o al descubierto, de noche o de día, con multitud o con soledad, hay en nuestra tierra unas aguas que incesantes, incansables e impasibles al paso del tiempo, nunca dejan de bullir.

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