Las cofradías son un modo de vida. Por lo general, sabemos cómo hemos llegado a ellas, pero no el momento exacto en que nos atrapan y nos hacen suyos. Y en ese preciso instante nuestra vida cambia para siempre. Se instala en nosotros un modo de vivir en el que dependemos de las mismas. Y, ojo, es inevitable. Por más que intentemos separarnos por un tiempo o que con los años las veamos con otras perspectivas, es imposible la separación. Siempre estamos pendientes de ellas y de sus avatares. Y aunque hayamos salido quizás escaldados de alguna, al contrario que el gato que del agua fría huye, no dejamos de querer saber cómo le va y nos alegran sus triunfos y nos entristecen sus momentos malos. Seguramente, en ocasiones, nos dan más penas que alegrías, pero seguimos amándolas. He conocido gente a la que las hermandades les han supuesto problemas serios y graves como pérdida de amistades, discusiones gordas y berrinches. Y se han alejado de ellas, claro. Sin embargo, nunca las han olvidado. Su hermandad sigue siendo su hermandad. Porque ese tema es una verdad como un templo. A los amantes de este mundillo nos gustan las cofradías. Todas. Y luego, los cofrades, entre nosotros, nos pasamos horas y horas de barras de bar, de tertulias on line y de charlas con conocidos y medio desconocidos hablando y comparando unas con otras. Y despotricamos de "la nuestra" cuando no estamos conformes con su forma de ser o hacer. Porque los cofrades (y está contrastado) solemos ser hermanos de varias, pero una, sólo una es "la nuestra" de verdad. Nuestra hermandad. Y por más jaleos que nos haya dado o nos dé la misma, nunca nos separamos del todo ni la olvidamos. Siempre estaremos pendiente de lo que ocurre en la misma, de sus elecciones, de sus estrenos, de su fuero interno. Somos cofrades y las cofradías son un modo de vida.
Es curioso cómo generamos vínculos con nuestra hermandad. Lo mismo hemos llegado a ella por motivo familiar, ya que era la hermandad de nuestro abuelo, de nuestro padre y ahora nuestra. Nos hicieron hermanos al nacer y crecimos en torno a la misma. Y nos sentimos identificados con ella. O no. Y nos vamos nosotros mismos a otra. Pero si hacemos eso es porque ya somos cofrades. No sé si me explico del modo que quiero, pero sé que me entendéis. A quien no le gusta este mundillo y lo hicieron hermano de una cofradía desde niño, si no le gusta, finalmente se va. Pero aquel que encuentra el encanto de este mundillo que decía y, mojando el pan en su salsa, se relame, ha caído en este modo de vida y si se va de la hermandad donde lo apuntaron para hacerse de otra por decisión propia, ya ha entrado en este modo de vida cofrade. Ya vivirá ligado siempre a los devenires de un redoble, las volutas de un incensario, el sonido de un llamador, la luz de una candelería y las decisiones de una junta de gobierno. No habrá día en que no haya acercamientos y distanciamientos. No pasará semana alguna sin que la espera de un nuevo Domingo de Ramos lo remueva. Y no pasarán los años, sea del modo que sea, sin que esa persona cofrade viva con la llama de las cofradías encendida.
¿Y por qué vamos a una cierta cofradía? Ahí radica también la esencia de este modo de vida que no sólo se compone de fe y devoción. Podemos ir a una cofradía (y cuando me refiero a ir, me estoy refiriendo a hacerse hermano) porque nos ha llevado la familia, porque están en ella nuestros amigos, porque nos gusta el andar de su misterio y/o de su palio, por las actividades que desarrolla a lo largo de todo el año, porque queremos formar parte de su cuadrilla de costaleros, porque queremos ser nazareno en la misma o por muchas y variopintas causas más. Si además de todo ello, ya era o se convierte en "la nuestra" seremos de ella siempre. Pero, ojo, no creo que sorprenda a ningún cofrade lo que ahora voy a decir y sé que lo va a entender: se puede ser hermano de una cofradía y no tener devoción a sus titulares. Por supuesto. Suena extraño, pero es así. Y eso no quita que se trabaje y se cumpla con dicha hermandad, pero la cara que se ve internamente cuando se reza el Padre Nuestro o el Ave María no es la de las tallas de esa hermandad, sino las de "la nuestra". Y eso no quiere decir que esté mal. Es el mismo Dios, la misma Virgen, la misma fe, pero con distinta advocación. Y en esa hermandad están mis amigos y saco con ellos el paso. Y en esa hermandad está mi familia y visto la túnica con ellos. Y en esa hermandad está mi pareja y hago vínculos con ella y su devoción y yo me la llevaré a la mía. Eso sí, también hay que decirlo, lo que ocurra internamente en esa hermandad jamás nos alegrará o dolerá en el alma como lo que ocurra internamente en "la nuestra".
¡Qué poder de atracción tienen que cuando entramos no podemos salir! ¿Y qué decir de sus puestas en escena? Eso, seguramente, es lo que más nos amarra al soñar con ellas tanto en recuerdos como en momentos venideros. Nos gusta recordar ese primer izquierdo de un misterio a los sones de la Marcha Real que se nos quedó grabado en la retina. O la primera voz ronca del capataz de un paso en silencio, cuando llega el estipe de la cruz a la ojiva de piedra del templo y retumba "¡los dos costeros por parejo a tierra!". O el clan-clan de las bambalinas del palio de nuestra hermandad cuando se pierde entre la gente y los acordes de la marcha que interpreta la banda de música. Esos momentos son la vida para un cofrade. Se anclan en el alma y el más profundo baúl de los recuerdos y los deseos de revivirlos de nuevo. Y no dejan de aflorar continuamente en nuestra sesera cuando venimos cansados del trabajo a casa. O cuando se intuye la Cuaresma. O cuando en el chiringuito de las fiestas del barrio nos juntamos cuatro o cinco cofrades y hablamos de ellas, de las cofradías, de lo que nos provocan internamente, de nuestro mundillo del costal, la corneta, el traje negro, la túnica y la cera. ¿Hay algún cofrade que pase un sólo día de su vida, uno solo, sin silbar o tararear una marcha, sin contar los días que quedan para un nuevo Domingo de Ramos, sin acordarse de algún retazo de la última Semana Santa o sin revivir en su mente un recuerdo de su cofradía? Ninguno. Y vuelvo a lo que decía al principio: quizás las cofradías nos hayan dado algún disgusto gordo. Pero siempre vence el sentimiento. Porque somos cofrades y la devoción y la fe están por encima de lo humano. Y si es de "la nuestra", más. Las cofradías, los que somos cofrades, siempre las tenemos presentes de una manera u otra. Son un modo de vida.