jueves, 20 de noviembre de 2025

DISNEYLAND Y PARÍS, VOLVÍ Y VOLVEREMOS.

Contaba con once años de edad cuando mis tíos Juan y Mari Carmen me llevaron de viaje a Francia y pasé unos días en Euro Disney y en París. Treinta y tres años han pasado, los mismos que vivió Cristo, hasta que algún capricho de la vida ha querido que volviera a estar yo por allí. Y me sorprendió la cantidad de datos, imágenes y recuerdos que es capaz de almacenar la mente humana y volver a revivir como si fueran recientes. Sonrío de nuevo al escribirlo porque es una maravilla natural de la que somos dueños y no somos conscientes en profundidad. El caso es que a base de trabajo (ese es el único secreto) logré apartar una pequeña hucha para llevar a mi hija a Disneyland y a mi mujer a París o, lo que es lo mismo, a mi mujer a Disneyland y a mi hija a París, pues, como diría mi abuela "Donde va Cañizares va la guitarra". Nos iríamos los tres en familia a ambos destinos y en viaje único, pues suele ser lo normal, impuesto por "el Teorema de Yaque", ¿lo conocéis? Fijo que sí. "Ya que hago esto, hago lo otro". ¡Ojo! ¡Atención! ¡Peligro! ¡Calavera con dos tibias! No apliquéis nunca el teorema en reformas del hogar que luego pasa lo que pasa... "Ya que estamos de albañiles, acuchillamos el parquet. Ya que acuchillamos el parquet, pintamos la cocina. Ya que hemos movido los muebles para pintar, cambiamos dos estanterías y un sofá...". Y lo que tenías presupuestado se convierte en una ecuación maravillosa en la que, al despejar X, el resultado es X²+1.500. Y, claro está, no salen las cuentas. En resumen, esta vez y al no ser cuestiones de reformas del hogar, ya que íbamos a Disney, iríamos a París. Y así fue.

Unos mismos billetes de avión y unos mismos traslados para dos destinos diferentes, pero separados entre sí sólo unos cuarenta kilómetros. Merecía la pena. Más aún cuando Gemma no conocía París, Claudia está en una edad preciosa para disfrutar de Disneyland (aunque, a decir verdad, pienso que para ello toda edad es buena) y yo disfrutaría de todo ello simplemente viéndolas disfrutar a ellas. Además recordaría aquel viaje mío de la infancia. Y, con lo que no contaba, es que recordando y disfrutando de nuevo, nacerían ganas de repetir en el futuro. Hechos los preparativos y concretadas las fechas quedó todo planificado para el mes de septiembre de este año 2025. La ilusión comenzó a ir creciendo conforme avanzaba el pasado verano y empezó a desbordarse cuando en el calendario restaban días para que llegase el momento de la partida. Claudia soñaba con un gran parque temático de atracciones donde hubiera una sorpresa en cada rincón: ver a Mickey Mouse, subir en la atracción de Nemo, hacerse una foto con Mary Poppins, navegar en un galeón de los Piratas del Caribe, encontrarse de golpe a Peter Pan y mil cosas más. Gemma sonreía pensando en pasear por los Campos Eliseos, subir a la Torre Eiffel, visitar el Museo del Louvre, observar las gárgolas de Notre Dame y callejear por Montmartre. Y yo tan feliz de poder ser testigo de todo ello y estar con ellas en esta magnífica aventura que duraría una semana.

El primer destino fue Disneyland. Hotel Sequoia. Nada más llegar y para aprovechar que teníamos gran parte del día por delante fuimos directamente al Parque. Me sorprendió que recordaba muchas de cosas de cuando hube estado de niño y me sorprendió, aún más, la cantidad de cosas nuevas que había y cómo el Parque se había ido (y sigue) adaptando al mismo ritmo que la vida marca. Parece una obviedad, pero habían pasado treinta y tres años como antes he dicho. Por entonces apenas había gente que tuviera teléfono móvil, imaginad el recuerdo que tenía de Disneyland en aquellos recién iniciados años 90. El contraste de verlo ahora dominado con miles de tecnologías que te dicen, a tiempo real en una aplicación al alcance de cualquiera, el tiempo de espera en cualquier atracción o si hay mesa libre o no en los restaurantes temáticos que allí se encuentran es brutal. Cosas que hoy en día son de lo más trivial, cuando yo estuve eran delirios inimaginables. Por eso chocaba mucho mi recuerdo con la realidad actual. Pero todo quedaba bajo una misma magia cuando disfruté viendo que el Castillo sigue igual de precioso que estaba, que la espada del Rey Arturo sigue en el mismo sitio y nadie ha logrado sacarla y cuando aquellas atracciones en las que yo monté de niño siguen teniendo la misma ambientación, música, trayecto y visitas que hace más de tres décadas. Y allí pasamos tres días y medio entre el Disney clásico y el Disney más nuevo que ya engloba a Pixar y Marvel. Una fantasía total para nosotros, sobre todo para Claudia que ha visto todas las películas y conoce a los personajes y tramas. Fue muy feliz mi hija allí y yo ¿qué deciros? Más aún y por partida triple: por verla, por disfrutar de nuevo y por revivir memorias.

Marchamos de EuroDisney con la sonrisa anudada a la cara, el corazón y el alma hacia la capital de Europa. París aguardaba. Hotel en el centro que nos permitiera poder estudiar la ciudad y organizar las visitas. De nuevo recuerdos en mi sesera: de niño disfruté mucho en Disney, pero me aburrí enormemente en París. Cosas de la edad... ¿Le pasaría lo mismo a mi pequeña? Tal cual. Intenté sembrar en ella la fortuna que era poder ver la Mona Lisa en primera fila y sin gentío (cosas de una huelga inesperada y mucha suerte), el disfrute que es ver dónde descansa eternamente Napoleón y saber por qué, el orgullo de poder bajar andando 327 escalones de la Torre Eiffel y decir "¡Yo lo hice!", la belleza de un paseo en barco por el Sena, pero, evidentemente, con su pequeña edad ella no aprecia eso, aunque, sin duda, si vuelve como yo lo he hecho, varios años después, saboreará de otra manera esas cosas. A una niña recién salida de un mundo de fantasía como lo es Disneyland no hay Sacré Coeur que la embelese. A mí me pasó exactamente igual y lo recordé bien. Palizas de andar viendo monumentos que ni entendía ni me interesaban. ¡Qué distinto ha sido ahora y cuánto he disfrutado! Gemma sí que disfrutó. Más que yo. Le tenía ganas a París, aunque, siendo honesto, he de decir que no le gustó tanto como ella pensaba que lo haría. Pero fue feliz. Y mucho. Paseando por sus avenidas y calles, viendo sus historias y leyendas y disfrutando de los lugares más emblemáticos y conocidos de la ciudad de la luz. En definitiva ha sido un viaje que perdurará por siempre en nosotros y que nos ha dejado ganas de repetir. Por eso afirmo que volví y quiero afirmar que volveremos. Y antes de que pasen muchos años... Au revoir!

sábado, 1 de noviembre de 2025

SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE MUSKILDA

Si algo me ha regalado el Camino de Santiago, independientemente de las sensaciones como peregrino, es la amistad de Iñaki. Lo conocí en el año 2014 en Belorado, cuando ambos estábamos recorriendo las etapas del Camino Francés. Juntos cruzamos durante doce días las provincias de Burgos, Palencia y León compartiendo vivencias e hicimos gran amistad. Desde entonces no concibo el Camino sin él y hemos recorrido juntos miles de kilómetros, literal. Hemos pateado España desde Francia hasta Finisterre y hemos recorrido también los Caminos Portugués, Inglés y Primitivo. Es de origen navarro y ama su tierra como yo la mía. Mucho. Parece una obviedad, pero no todo el mundo lo hace. Por eso cuando nos visitamos intentamos enseñarle el uno al otro lo mejor de nuestras cunas. Y hace unos días fui a verle de nuevo y a pasar unos días en Pamplona, donde no es todo San Fermín y patxarán. Esta vez íbamos a ir al pueblo de sus raíces, donde se criaron sus bisabuelos, sus abuelos y sus padres. A escasos quince kilómetros de Francia, metido ya en los Pirineos y escoltado por la Selva de Irati se encuentra uno de los pueblos más bonitos de Navarra: Ochagavía (Otsagabia en euskera). Y allí fuimos de excursión a pasar un día, ver su casa familiar y pasear por sus calles. El lugar es precioso, por eso no me sorprende que con un censo escaso de quinientos habitantes haya unas veinte Casas Rurales en el pueblo, pues no falta monte cercano, rutas senderistas y actividades de práctica al aire libre y/o en la montaña. Visita recomendable sin duda.

Lo que yo no me esperaba ni sabía de Ochagavía es que tiene un tesoro en pleno Valle del Salazar, del cual viene el gentilicio de "salacencos" a los que habitan o provienen de allí. A 1.025 metros de altitud se encuentra el Santuario de Nuestra Señora de Muskilda, Patrona de Ochagavía, siendo una construcción románica del siglo XII que debió realizarse durante el mandato del Rey Sancho, "El Fuerte". El recinto se compone de la Ermita, una casa para el Capellán y otra para el "santero" (como se dice por estos lares manchegos) que en este caso es santera y se denomina Xerora, todo ello rodeado de una muralla de piedra. El conjunto se encuentra en la cima del Monte Muskilda y cuenta la leyenda que el origen surgió cuando un pastor de Casa Asa vio a un toro escarbando bajo un roble y en ese sitio encontró la imagen de la Virgen. Tras dos intentos llevándola al pueblo, a Ochagavía, la imagen desaparecía y volvía a hallarse en el mismo lugar donde fue encontrada, por lo que se decidió construir allí una ermita para su veneración. Rápidamente los habitantes le cogieron cariño y gran devoción y desde entonces celebran en su honor una ancestral romería los días 23 de Abril, San Jorge, 3 de Mayo, Día de la Santa Cruz, 26 de Julio, Santa Ana, 15 de Agosto, Día de la Asunción de la Virgen y 8 de Septiembre, Fiesta Patronal de Ochagavía que es la más importante y en la que siempre se bailan las mismas seis danzas: Emperador, Katxutxa, Danza, Modorro, el Pañuelo y la Jota. El grupo de bailarines se compone de nueve personas: ocho son los Danzantes de Muskilda y el noveno es un personaje llamado el Bobo que los dirige y va vestido de forma diferente y con una máscara bifronte, representando, al igual que el Dios Jano, que con las dos caras puede ver el pasado y el futuro.

El santuario es uno de los principales de su comunidad y fue declarado por votación popular, hará unos quince años, como una de las diez maravillas de Navarra. Se puede llegar hasta él andando o en coche. Si se opta por ir a pie, el camino comienza en la parte alta del pueblo, Ochagavía, tras la Iglesia. Allí veremos la primera indicación. El sendero de ida y vuelta tiene un recorrido de unos seis kilómetros con un desnivel positivo de algo más de 300 metros. Al poco de iniciarse se pueden elegir dos opciones: seguir por un camino que remonta un hayedo y está indicado por las típicas marcas blancas y verdes de los Caminos PR (Pequeña Ruta) o, bien, elegir el camino llamado "Vía Crucis",  también llamado "Camino de las Romerías", más corto, pero más empinado. Por este último suelen subir los vecinos a las fiestas de la Ermita y suben también ¡y bailando! los Danzantes el día de la festividad de la Virgen. En cuanto al acceso en coche, saliendo por la carretera NA-140 de Ochagavía dirección a Isaba, a la izquierda encontraremos el carreterín asfaltado que sube hasta el Santuario y nos deja a la entrada del mismo, donde hay lugar para aparcar y algunos merenderos. La visita bien merece la pena y se nota la paz y tranquilidad que el lugar transmite. No en vano el sitio se llama Muskilda, palabra que viene del término euskera "muskil" que significa "montón de piedras con tradición religiosa", como lo pueden ser tanto los antiquísimos túmulos dolménicos como las construcciones en honor a Dios más nuevas. Nos encontramos en un monte sagrado vestido de hayas desde el que se aprecia el pico Orhi, primero de los Pirineos con más de dos mil metros de altura.

Resta decir que el templo lo constituye una construcción de tres naves, siendo la central con bóveda de cañón. Preside todo la imagen de la Virgen de Muskilda, talla policromada y dorada con pan de oro, datada entre los siglos XIV y XV. Mide unos sesenta centímetros y está en posición sedente sobre un trono que carece de respaldo y de brazos. Tiene al Niño Jesús sentado sobre su rodilla izquierda, reposando sobre su hombro una mano y en la otra, la derecha, porta una flor. Ambas imágenes miran de frente y sonríen. Y como última curiosidad, la cual me asombró bastante, hay que decir que la propiedad tanto de los terrenos como del Santuario es de la Villa de Ochagavía. No es propiedad del clero. El pueblo construyó lo que allí se encuentra y el mismo pueblo, con varios litigios de por medio con la Iglesia por la bonanza económica que adquirió el sitio, continuó y continúa gestionando y velando su tesoro. Desde el siglo XVII el gobierno de Muskilda lo ejerce un Patronato (en sus inicios laico) llamado Mere Lego, compuesto por el Ayuntamiento de la villa, el secretario, el cura y un Mayordomo, que es quien lo preside y es elegido anualmente de entre los vecinos de Ochagavía, siendo la Xerora, como antes decía, la que hace las funciones de santera y cuida la ermita. En definitiva, el Santuario de Muskilda merece una visita por la belleza del lugar, por su significado, por su historia, por sus secretos y porque es uno de los lugares mágicos de esta España nuestra que te alegra conocer. Gracias Iñaki por mostrarme tu tierra y las bondades que esconde. ¡Hasta otra!