Contaba con once años de edad cuando mis tíos Juan y Mari Carmen me llevaron de viaje a Francia y pasé unos días en Euro Disney y en París. Treinta y tres años han pasado, los mismos que vivió Cristo, hasta que algún capricho de la vida ha querido que volviera a estar yo por allí. Y me sorprendió la cantidad de datos, imágenes y recuerdos que es capaz de almacenar la mente humana y volver a revivir como si fueran recientes. Sonrío de nuevo al escribirlo porque es una maravilla natural de la que somos dueños y no somos conscientes en profundidad. El caso es que a base de trabajo (ese es el único secreto) logré apartar una pequeña hucha para llevar a mi hija a Disneyland y a mi mujer a París o, lo que es lo mismo, a mi mujer a Disneyland y a mi hija a París, pues, como diría mi abuela "Donde va Cañizares va la guitarra". Nos iríamos los tres en familia a ambos destinos y en viaje único, pues suele ser lo normal, impuesto por "el Teorema de Yaque", ¿lo conocéis? Fijo que sí. "Ya que hago esto, hago lo otro". ¡Ojo! ¡Atención! ¡Peligro! ¡Calavera con dos tibias! No apliquéis nunca el teorema en reformas del hogar que luego pasa lo que pasa... "Ya que estamos de albañiles, acuchillamos el parquet. Ya que acuchillamos el parquet, pintamos la cocina. Ya que hemos movido los muebles para pintar, cambiamos dos estanterías y un sofá...". Y lo que tenías presupuestado se convierte en una ecuación maravillosa en la que, al despejar X, el resultado es X²+1.500. Y, claro está, no salen las cuentas. En resumen, esta vez y al no ser cuestiones de reformas del hogar, ya que íbamos a Disney, iríamos a París. Y así fue.
Unos mismos billetes de avión y unos mismos traslados para dos destinos diferentes, pero separados entre sí sólo unos cuarenta kilómetros. Merecía la pena. Más aún cuando Gemma no conocía París, Claudia está en una edad preciosa para disfrutar de Disneyland (aunque, a decir verdad, pienso que para ello toda edad es buena) y yo disfrutaría de todo ello simplemente viéndolas disfrutar a ellas. Además recordaría aquel viaje mío de la infancia. Y, con lo que no contaba, es que recordando y disfrutando de nuevo, nacerían ganas de repetir en el futuro. Hechos los preparativos y concretadas las fechas quedó todo planificado para el mes de septiembre de este año 2025. La ilusión comenzó a ir creciendo conforme avanzaba el pasado verano y empezó a desbordarse cuando en el calendario restaban días para que llegase el momento de la partida. Claudia soñaba con un gran parque temático de atracciones donde hubiera una sorpresa en cada rincón: ver a Mickey Mouse, subir en la atracción de Nemo, hacerse una foto con Mary Poppins, navegar en un galeón de los Piratas del Caribe, encontrarse de golpe a Peter Pan y mil cosas más. Gemma sonreía pensando en pasear por los Campos Eliseos, subir a la Torre Eiffel, visitar el Museo del Louvre, observar las gárgolas de Notre Dame y callejear por Montmartre. Y yo tan feliz de poder ser testigo de todo ello y estar con ellas en esta magnífica aventura que duraría una semana.
El primer destino fue Disneyland. Hotel Sequoia. Nada más llegar y para aprovechar que teníamos gran parte del día por delante fuimos directamente al Parque. Me sorprendió que recordaba muchas de cosas de cuando hube estado de niño y me sorprendió, aún más, la cantidad de cosas nuevas que había y cómo el Parque se había ido (y sigue) adaptando al mismo ritmo que la vida marca. Parece una obviedad, pero habían pasado treinta y tres años como antes he dicho. Por entonces apenas había gente que tuviera teléfono móvil, imaginad el recuerdo que tenía de Disneyland en aquellos recién iniciados años 90. El contraste de verlo ahora dominado con miles de tecnologías que te dicen, a tiempo real en una aplicación al alcance de cualquiera, el tiempo de espera en cualquier atracción o si hay mesa libre o no en los restaurantes temáticos que allí se encuentran es brutal. Cosas que hoy en día son de lo más trivial, cuando yo estuve eran delirios inimaginables. Por eso chocaba mucho mi recuerdo con la realidad actual. Pero todo quedaba bajo una misma magia cuando disfruté viendo que el Castillo sigue igual de precioso que estaba, que la espada del Rey Arturo sigue en el mismo sitio y nadie ha logrado sacarla y cuando aquellas atracciones en las que yo monté de niño siguen teniendo la misma ambientación, música, trayecto y visitas que hace más de tres décadas. Y allí pasamos tres días y medio entre el Disney clásico y el Disney más nuevo que ya engloba a Pixar y Marvel. Una fantasía total para nosotros, sobre todo para Claudia que ha visto todas las películas y conoce a los personajes y tramas. Fue muy feliz mi hija allí y yo ¿qué deciros? Más aún y por partida triple: por verla, por disfrutar de nuevo y por revivir memorias.
Marchamos de EuroDisney con la sonrisa anudada a la cara, el corazón y el alma hacia la capital de Europa. París aguardaba. Hotel en el centro que nos permitiera poder estudiar la ciudad y organizar las visitas. De nuevo recuerdos en mi sesera: de niño disfruté mucho en Disney, pero me aburrí enormemente en París. Cosas de la edad... ¿Le pasaría lo mismo a mi pequeña? Tal cual. Intenté sembrar en ella la fortuna que era poder ver la Mona Lisa en primera fila y sin gentío (cosas de una huelga inesperada y mucha suerte), el disfrute que es ver dónde descansa eternamente Napoleón y saber por qué, el orgullo de poder bajar andando 327 escalones de la Torre Eiffel y decir "¡Yo lo hice!", la belleza de un paseo en barco por el Sena, pero, evidentemente, con su pequeña edad ella no aprecia eso, aunque, sin duda, si vuelve como yo lo he hecho, varios años después, saboreará de otra manera esas cosas. A una niña recién salida de un mundo de fantasía como lo es Disneyland no hay Sacré Coeur que la embelese. A mí me pasó exactamente igual y lo recordé bien. Palizas de andar viendo monumentos que ni entendía ni me interesaban. ¡Qué distinto ha sido ahora y cuánto he disfrutado! Gemma sí que disfrutó. Más que yo. Le tenía ganas a París, aunque, siendo honesto, he de decir que no le gustó tanto como ella pensaba que lo haría. Pero fue feliz. Y mucho. Paseando por sus avenidas y calles, viendo sus historias y leyendas y disfrutando de los lugares más emblemáticos y conocidos de la ciudad de la luz. En definitiva ha sido un viaje que perdurará por siempre en nosotros y que nos ha dejado ganas de repetir. Por eso afirmo que volví y quiero afirmar que volveremos. Y antes de que pasen muchos años... Au revoir!

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