Hoy me ha vuelto a ocurrir. Abrir el armario y verlos. Antes no recalaba tanto en ellos, pues aguardaban su momento. Ahora no. Ahora descansan sabiendo que no tendrán oficio de nuevo. Mis viejos costales... Todavía no me lo creo. Y cuando los veo, lloro. ¡Cuántas chicotás de recuerdo! Y ya no me los pondré de nuevo. Se acerca la Navidad y con ella ese mágico runrún cofrade de fechas de igualás y ensayos que tantas veces he vivido. Treinta años sintiendo ese cosquilleo y los costales, fajas, tirantas y botines aguardando. Esta vez no. Ya me despedí de las maderas el pasado Miércoles Santo y fue del modo que Él lo quiso. Llovió. No pude acariciar por última vez el empedrado de Santiago y despedirme en las Puertas del Cielo, allí donde viven Santa Ángela y sus hijas. Cruzamos el Perchel de lado, lo que no evitó que, luego, me acercase a las rejas del convento y allí dejase mi costal con una rosa que hubo estado a los pies del Señor. Arrodillado, sólo, con el suelo mojado, recé un Padre Nuestro. Todo se había consumado. Por eso, ahora, algo tan cotidiano, como lo ha sido toda mi vida, abrir el armario y ver la ropa del oficio, tiene otro significado. Voy camino de mi primera Cuaresma sin ser costalero y no sé cómo la viviré. Me derrumbo por dentro sólo de pensarlo. Por eso mismo, hoy me ha vuelto a ocurrir. Allí están doblados, paño con paño, como si siguieran esperando. Los miro y me deshago entre suspiros y mil gracias susurradas.
Recuerdo, como si fuera ayer, la primera vez que fui a pedir trabajo. Antes no era como ahora. Casi todo el mundo entraba y había huecos en los pasos. Marcelino Abenza, Juan Luis Huertas y Juan Carlos Mora vestían el terno negro. En el viejo cocherón, hoy segunda nave del actual Guardapasos, la Hermandad de la Flagelación tenía un hueco y medio. Primero salía la parihuela del palio y, después, levantando a pulso aliviado y andando el costero derecho por igual, salvábamos la columna de metal la cuadrilla del Cristo y empezábamos a ensayar con aquella mítica parihuela de metal, color granate, donde comenzaron a fraguarse los sueños. Hoy, esa parihuela, se encuentra en Santiago de Compostela, ciudad a la que, desde el año 2010, tengo siempre muy cercana por aquello del peregrinaje. ¡Qué cosas tiene la vida! Las maderas donde apoyé por primera vez mi arpillera, fijador izquierdo de la tercera trabajadera, se encuentran ahora en Galicia y allí sigue anclada mi primera sonrisa costalera. Sonaban en las cintas de cassette marchas de Agrupación Musical y, la primera que recuerdo, como no podía ser de otra manera, tenía por nombre lo que fui y me sentiré mi vida entera: "Costalero". Así empezaba una de las épocas más preciosas que he vivido. Y va impregnada en mi faja de lana negra. ¡Si la misma hablara!...
Quedan unos días para que concluya el año. Y me ha vuelto a pasar. Este 2025 que ya se marcha ha sido el último de mi oficio costalero. Cuando tal realidad me viene a la cabeza se me acumulan mil recuerdos y vivencias y me caen dos lágrimas de emoción. Hoy al abrir el armario he visto mis costales, me ha venido a la mente que ya se ha consumado su tarea y he vuelto a llorar al verlos. Quería plasmarlo por escrito para releerlo de vez en cuando, pues treinta primaveras de raza costalera y unos veinte años, entre medias, de diversas glorias son muchos kilos de peso y gloria sobre mi maltrecha cerviz. Me siento orgulloso y feliz de todas y cada una de las chicotás dadas y me siento un total privilegiado de haber podido contar una tras otra, sin lesión ni impedimento, todas las citas de la Semana Santa y Cofradías de Gloria que he tenido, salvo aquellas en las que las inclemencias meteorológicas o la nefasta pandemia nos privase. Ha sido mi modus vivendi desde que prácticamente empecé a tener uso de razón y no habría sabido concebir mis primaveras sin oír la voz de Chefo, Marce Abenza, Fran Muñoz y aquellos hombres de sus equipos de capataces pronunciando mi nombre y asistiendo fielmente al oficio más bello del mundo: pasear la fe y acunar en arpillera al mismo Dios y María Santísima.
¡Cuántos años y pasos he disfrutado! El misterio de la Flagelación, con mi sempiterno Señor de la Bondad al que todos los días rezo por ser la cara que veo cuando musito un Padre Nuestro, mi querido Rabí de la blanca túnica Cautivo del Domingo de Ramos, Nuestro Padre Jesús de las Penas con su silente y carmelitano racheo, el hispalense Cristo de la Cruz al hombro con su mano extendida que todo lo perdona, el Nazareno de San Pedro y su estación de penitencia a las Hijas de Madre Angelita, la Virgen de la Cabeza pequeñita y morenita (lo mismo que una aceituna) que cruza el Parque de Gasset, el Sagrado Corazón de Jesús y su salida de rodillas con la granulada piedra de Santo Tomás, la Virgen del Carmen y sus aromas marineros en la Mancha mezclados con tintes de verbena y estío, Santiago que es Patrón de las Españas, los peregrinos y las gentes de Granátula de Calatrava y Santa Teresa de Jesús, Patrona de la Abogacía. Una decena de pasos durante muchos años, empezando todo y culminando en el mismo, donde me hice hombre y costalero y donde descansan mis oraciones y fe. Tres décadas de oficio y raza costalera que expirarán esta Nochevieja. Ahora más que nunca cobra sentido la frase que decía Manolo Santiago y que tantas veces he pronunciado y he llevado bordada en el costal: "Que los años se rompan en el tiempo, pero el amor del costalero siga vivo". Abajo con él sin martillo.

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