viernes, 19 de octubre de 2012

LEYENDA DE SANTA MARÍA LA REAL DE O CEBREIRO

Ya sabéis todos mis lectores acerca de la devoción y cariño que le tengo al Camino de Santiago. Lo he recorrido dos veces ya, una desde Sarria y otra desde Ponferrada y no dejo de soñar en hacerlo íntegro desde Roncesvalles. Cuna de mágicas historias y leyendas hoy os traigo una de ellas originada en la etapa cumbre del Camino Francés. Es sin duda la etapa reina del Camino de Santiago y la que a la vuelta del mismo es la más recordada y comentada: la subida al monte Cebreiro, antes llamado de la Malafaba. En dicho lugar, O Cebreiro, se encuentra la capilla de Santa María la Real, a la cual se llega a través de enormes y prolongadas cuestas y sufriendo una durísima y exigente ascensión para coronar el monte. Bien, pues en este lugar es donde acaeció la historia que hoy vengo a relatar, no sin antes mencionar que O Cebreiro es de los enclaves más conocidos del Camino de Santiago y que cuenta con Monasterio y Hospital de Peregrinos desde el siglo IX, siendo de los enclaves más ancianos del Camino Francés hacia Campus Stellae. Ahí vamos...

Allá por el siglo XI, en el año 1072 según dicen las crónicas, Alfonso VI puso al mando del Monasterio de O Cebreiro a la orden de monjes franceses de Aurillac unidos al de Cluny. Un día del siglo XIV, otros dicen que del siglo XIII, en el que la nieve borraba los caminos, un vecino de Barxamaior que tenía por nombre Juan Santín, labriego, sintió el deseo de oír misa y, sin asustarse del mal tiempo que hacía y del difícil y duro camino que había de recorrer, se encaminó hacia la Iglesia de Cebreiro. El frío no lo contuvo y  la tormenta de nieve desencadenada lo animó todavía más a cumplir su meta. Por fin llegó al templo, cansado y empapado, sin apenas aliento y con un persistente jadeo fruto de la durísima subida. Uno de los monjes de Aurillac, protagonista de esta leyenda y quien oficiaría la ceremonia, menospreció el sacrificio del campesino, se mofó del esfuerzo realizado y le dijo que una misa no merecía tanto. Mucho sacrificio para tan sólo oír una misera misa. La falta de fe del monje se estrelló ante la firmeza en la fe del campesino. El labriego no replicó nada  al monje que se burló, se quedó callado. Pero en el fondo de su corazón el pastor saboreaba una alegría nueva recién nacida.
Cáliz y patena del milagro

Comenzó la Santa Misa y el monje que la oficaba y que se burló del campesino no había olvidado el incidente. "¡Qué desdichado labriego! Ascender el monte de la Malafaba sólo por venir a misa. ¡Y con el tiempo que hace!", pensaba para sus adentros. Y he aquí el milagro que narra la leyenda. Llegado el momento de la Consagración, el monje, asombrado, percibe como el Cuerpo del Señor se convierte en carne sensible a la vista y el vino que contiene el cáliz se convierte en sangre. Sangre que hierve y rebosa tiñendo los corporales. El monje, sin saber qué decir e incrédulo y convencido cual Santo Tomás y las Cinco Llagas, no pudo sino exclamar: "Señor mío y Dios mío..." Y entonces creyó.
Las escasas personas que se encontraban en la Iglesita de Santa María la Real contemplaron el prodigio y el labriego de Barxamaior, Juan Santín, comprendió el premio que tuvo su sacrificio y fe ante la burla y desprecio del oficiante.

El milagro se extendió por todo el pueblo de Galicia y de nación en nación por toda Europa. Los romeros y peregrinos que iban a Compostela desviaban su camino un momento para ir al Cebreiro y saber del milagro allí donde se había producido. Siglos después el milagro ocurrido en Santa María la Real de O Cebreiro influyeron en la ópera Parsifal de Ricardo Wagner.

Capilla del milagro de O Cebreiro
En el año 1486 llegaron a O Cebreiro, peregrinando a Santiago, los propios Reyes Católicos, hospedándose en el monasterio adjunto a la Iglesia del milagro. Querían conocer que hubo sucedido en la Santa Misa, quería conocer de primera mano el prodigio. Los monjes les mostraron los corporales teñidos con la sangre y los restos de la misma que habían quedado en el cáliz. Como recuerdo de su visita real donaron el relicario donde se conservan los restos del milagro hasta nuestros días. Y allí mismo, en la capilla del monasterio, en la pequeña Iglesia de Santa María la Real, los propios coétaneos del milagro construyeron unos sencillos mausoleos al fallecimiento del monje y el labriego protagonistas de la leyenda, donde yacen descansando desde entonces y son ofrendados en signo de fe con humildes velas que encienden y prenden los peregrinos que hasta allí llegan. Es asombroso ver como la tumba del campesino está repleta de velas de los caminantes que comparten la fe del sacrificado pastor y en la del monje burlón apenas hay cuatro o cinco, seguramente de gente arrepentida como él que le ora por su interseción ante el Maestro una vez que han creído.

A mí, personalmente, me impactó bastante. He tenido la oportunidad de subir el Cebreiro y, os garantizo, que iniciado el duro ascenso no se deja de pensar en el labriego y asalta de verdad la duda de si aquel creyente campesino era consciente de "la locura" que estaba cometiendo "sólo por ir a misa". La subida del Malafaba hay que hacerla para conocerla. Eso sí, llegando a la cima la satisfacción es indescriptible y más aún para Juan Santín "un humilde campesino de la vida cuya fe no entiende de barreras". Y yo la hice en un día soleado. Hacerla sin ver ni donde pisas, aterido por el frío y nevandote encima es digna... de milagro. De un milagro tal que el cáliz del Cebreiro es el mismo que figura en el escudo de Galicia y que las bulas pontificias de los Papas Inocencio VIII y Alejandro VI hicieran extensa mención del hecho.

Una vez llegado como peregrino a la Iglesita del milagro tan sólo cabe el silencio. Creyente o no el peregrino que allí llega se queda mudo. El Camino no es una cuestión de fe o creencias, es una cuestión interior y en O Cebreiro la satisfacción interna es plena y el paraje encantador y mágico. Se pierde la vista en las policromías de los montes y valles de alrededor. Por mucha algarabía celta que haya (que la hay) interiormente sólo cabe el silencio. Y es que, como dijera Alejadro Casona, el poeta:
"En el puerto de Piedrahita del Cebreiro está el paisaje mudo y el silencio se ha quedado dormido".

No hay comentarios:

Publicar un comentario