viernes, 10 de julio de 2015

DE QUIJOTES Y DULCINEAS

Sierra de los Molinos. Campo de Criptana.
Excúsenme vuesas mercedes si aqueste texto complicado fuere de leer para sus entendederas, más la ocasión, amén de merecerlo, lo requiere, pues versa sobre aquel ingenioso hidalgo llamado Alonso Quijano, mundialmente conocido como Don Quijote de la Mancha, y la ruta en parte que el mismo recorriere en sus andanzas, fazañas y desventuras, así como en sus ataques de locura por la lectura continua y febril de libros de caballerías, cuestión tal que lo llevó a enfermar de la sesera y cometer actuaciones tan cómicas e hilarantes, así narradas por su creador Don Miguel de Cervantes Saavedra, a la sazón casado en únicas nupcias que se conozcan con Doña Catalina de Salazar,  como su ataque con lanza en ristre hacia los molinos de viento que volteando sus aspas le parecieran a nuestro manchego caballero gigantes agitando sus brazos en retadora actitud o, quien sabe, amenazantes o desafiantes extremidades para la honra de tal caballero andante. Y de tal guisa y presente menester, todavía perdurable hoy en el tiempo, fueron las aventuras del literario y noble caballero que, en símil con el génesis del libro que lo cuenta, diré que en un lugar de la Mancha de cuyo nombre no puedo olvidarme, aún yerguen en pie los molinos que originaron aquella afrenta con Don Quijote, los cuales, dignos de visitar por todo infante y lozana que de estas tierras se precie, abren sus puertas para que se admiren sus entrañas. Y allá que nos dirigimos sin briosos corceles pero si con el ánimo de visitar aquel lugar llamado Campo de Criptana y sus gigantes que facen del trigo la harina para amasar el pan. Un viaje que he atinado en llamar "De Quijotes y Dulcineas" si bien por nuestras trazas pudiera ser "De Sanchos y Rucios", pero que he optado en denominar de esa primera manera en honra de las mujeres que con nosotros vinieren, quedando además más fino y caballeroso nombrarlas como Dulcineas que no como vulgares Aldonza Lorenzos y a mis compadres como Quijotes que no como Sancho Panzas y borricos. No os riáis, malandrines.

Molino "El Burleta"
Ha mucho que hubiere, según la obra de Cervantes, 30 o quizás hasta 40 de estos molinos en aquel paraje carente de toda sobra y cobijo y, si bien, Don Quijote no derrumbase ninguno con su lanza, ante la atenta mirada llena a partes iguales de admiración por el envite y de mofa por la locura que desprendían los ojos de su escudero Sancho, en pie quedan a día de hoy únicamente una decena cuyos nombres son los siguientes: Burleta, Infanto, Sardinero, Poyatos, Inca Garcilaso, Culebro, Cariari, Pilón, Lagarto y Quimera. Hallábanse los mismos repartidos por el paraje llamado Sierra de los Molinos entre la ladera y cima de ésta y fueren bien censados por el Marqués de la Ensenada en número de 34 en otros tiempos, sin obstar y como antes se decía, que a la fecha se mantienen los diez mentados. Y allá que fuimos en su busca y captura, no bélica sino fotográfica, los caballeros Junior, Narciso y el que versa y las dulcineas Mar, Eva y Gemma. Aventurera excursión en ardiente día, pues al igual que en la llanura castellano leonesa el ciego sol se estrella y entre polvo, sudor y hierro el Cid cabalga, en la llanura de aquesta castellano manchega tierra nuestra, el sol de igual guisa se estrella y la flama que desprende abrasa allí donde los molinos baten sus aspas.

Dulcineas y Quijotes
Vieron nuestros ojos las redondas edificaciones por fuera y por dentro y en pos de guiada visita conocieren el interior de los enemigos quijotescos, observando ruedas, mástiles y cuerdas que son el alma de la molienda. Inevitable fue acordarse por continuo de la curiosa estampa que se reproduce en el capítulo VIII de la insigne obra cervantina, antes mentada, en la que el hidalgo del yelmo de mambrino los catalogase de desaforados gigantes con los que iba a hacer fiera y desigual batalla al tiempo que, espoleando a su caballo Rocinante, los acometiera al galope al grito de "non fuyades viles criaturas". Y del mismo modo que en tal paraje Don Quijote se encomendase a su amada Dulcinea para acometer su fazaña, nosotros nos encomendamos a las mujeres que tuvieron a bien de acompañarnos para marcar nuestra ruta y destino en aquesta excursión que os narro.


Nuestras mercedes

Estatuas de Quijote y Sancho en Alcázar de San Juan.
Concluyó aquesta salida, no sin antes reponernos de viandas, visitando otro lugar de la Mancha que por nombre llevare Alcázar de San Juan. En la susodicha villa hállase el lugar donde es dicho que otrora nació Don Miguel de Cervantes, manco de Lepanto que con su sana extremidad y a la luz de un candil, algunos dicen que en prisión por batallas fue el comienzo, escribiere el libro "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha". Fíjense, vuesas mercedes, ávidas en la lectura de estas líneas mías, en un detalle cuanto menos curioso: dio la excursión para dar por visita los parajes de un personaje literario y la casa de su creador en un mismo día. Curioso, decía. Y más curioso aún que no se sabe a ciencia cierta donde naciere el autor. La gran tradición impera que fuere Cervantes de Alcalá de Henares, madrileño a la sazón, si bien y por las aventuras de su personaje le fuere más como anillo al dedo ser manchego de nacimiento a más que de adopción. Y si otro sector dijera que fuera nacido el escritor en la citada villa de Alcázar de San Juan, no lo hiciera sin razón, pues todavía rezan las cerámicas que así fue en algún rincón de dicho pueblo. Lo que a bien se sabe de Don Miguel es que su partida de bautismo da lugar a muchas interpretaciones que dejan flotando ideas como que fuere de Alcalá, fuere de Alcázar o ni siquiera fuese Miguel su verdadero nombre y se le bautizara con éste por ser el del día en que vi la luz. Válganme los dichos que él usase, referidos por mí para él mismo, de aquesta ocasión y guisa como honra de su memoria y destino: "Con la Iglesia hemos topado" y "Ladran, luego cabalgamos". Gran legado el suyo, Don Miguel, y gran excursión la nuestra. Campo de Criptana, Alcázar de San Juan, gratas compañías, cultura, gastronomía y a vivir que son dos días.

Azulejo conmemorativo sito en la Plaza de Cervantes. Alcázar de San Juan.

Y como cierre de las presentes letras no ha mejor colofón que el verso que a esta tierra mía brindase mi querido amigo salesiano, buen hombre que mis aventuras europeas generase, pater que en matrimonio me uniera, cofrade que su sendero me muestra y hospitalero que en Burgos me acogiere, amén de bautizador de mis retoños cuando quiera Dios que al mundo lleguen. Mi muy querido Don Joaquín, la Mancha, nuestra Mancha, no tiene mar, tiene cielo y yo la quiero.
Vale.

La Mancha no tiene mar,
tiene cielo.

Ancha tierra
donde galopa indómito el espíritu.
Sabroso pan y generoso vino,
amor que se cuaja en queso,
quehacer sufrido y sentido.

La Mancha no tiene mar,
tiene cielo.

El cielo de los mil vientos
que mueven los molinos del alma,
de ardientes quijotes
en pos del menesteroso,
de sanchos de viva traza,
cabales y juiciosos.

La Mancha no tiene mar,
tiene cielo.

Que en la Mancha
quiso plantar Dios su tienda
y vino a Ciudad Real
y bebió agua de un pozo,
del pozo de un tal Don Gil.
Y se hizo caballero andante
de la causa del Buen Reino
y se dejó triturar
en la cruz de aspas briosas,
amasando el mejor pan
y regando el mejor vino.

La Mancha no tiene mar,
tiene cielo.

Que en la Mancha
María tiene su casa,
enjalbegada y de añil,
tiernamente inmaculada.

La Mancha...
Mi Mancha no tiene mar,
es de tierra 
y bien me sabe,
¡que es de cielo!
y yo la quiero.

(Don Joaquín Torres Campos.
Extraído del libro Passio).

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