jueves, 26 de abril de 2018

LA SEMANA GRANDE 2018

Cuando al llegar el Domingo de Resurrección estoy abatido mentalmente y agotado físicamente es que la Semana Santa ha sido plena. Y así ha sido, por fortuna, este año. Abatido por la cantidad de vivencias, añoranzas, recuerdos, sensaciones, nostalgias y lágrimas que he derrochado estos días por tener las emociones a flor de piel. Agotado por los kilos de los pasos, las noches cortas de descanso, la cantidad de kilómetros recorridos andando, las horas esperando de pie y el dolor de espalda que todo ello acumula. Una Semana Santa plena. Y eso que amenazaba la nefasta lluvia con hacer acto de presencia en los días más intensos para todo cofrade. Entiéndase por nefasta la precipitación atmosférica indeseada en un oportuno momento. Las cosas como son. La lluvia era muy necesaria y gracias a Dios hemos tenido un final de invierno y un comienzo de primavera bien cargado de agua, lo que ha hecho que los pantanos y ríos se llenen de nuevo y los arroyos corran. Pero en Semana Santa hubo un parón y los capillitas lo agradecimos lo que no está en los escritos. Y más aún los que hemos podido disfrutar de nuestros planes hechos desde hacía meses atrás e inclusive nos hemos llevado alguna pincelada no esperada y precisamente regalada por una pequeña intrusión final de la odiada lluvia en esos días que quedó en una mera anécdota y unas estampas sin par. Pero las cosas han de empezarse por el principio y antes de la Gloria fue la Cuaresma. Cuarenta días y cuarenta noches que me dejaron algunos regalos inigualables y el sin sabor de no poder disfrutar del palio azul y plata que pasea por el Perchel el Viernes de Dolores consumándose la espera eterna de un nuevo Domingo de Ramos.

Entre ensayos, calendarios, tertulias, barras de bar y los fogones haciendo torrijas se fueron consumiendo los días que dan lugar lugar a la amanecida del gran Domingo aguardado por todos los cofrades. Este año he sacado sólo dos pasos y así será en los años venideros muy seguramente. El Rabí de los Ángeles Cautivo en su Prendimiento y el Señor de la Bondad que se erige Rey de reyes en su Flagelación. Soy inmensamente feliz en las dos cuadrillas y me considero un afortunado por poder pertenecer a las mismas. Y sí, me gustan las vísperas por todo lo que disfruto en y con ellas. Recordad: no quiero que llegues, quiero oírte llegar... ¡Qué bonita es la Cuaresma! Además este año mi muy querida Agrupación Musical Santo Tomás de Villanueva cumple quince años y celebró la efeméride a finales ya de los cuarenta mágicos días con un precioso y magistral Acto de Acción de Gracias en el que interpretaron diversas composiciones litúrgicas y hubo una enorme carga sentimental y emocional. Volvimos a juntarnos prácticamente todos los miembros de esta gran familia y surgieron inéditas estampas entre lágrimas. Para mí, personalmente, fue muy emotivo que los fundadores de tan magna Agrupación volviéramos a encontrarnos y abrazarnos con los ojos humedecidos por todo lo vivido y lo logrado. No puedo expresar lo sentido y haré uso de un pequeño extracto de las palabras que ya plasmé en su momento cuando se grabó el primer disco que creo que recogen mi amor por las siglas STV:
[...] Siempre la he tenido presente.
Si no es uno es otro...
y hasta Santo Tomás me informa
de lo que ocurre en su seno,
de cómo va mi señora,
de cómo trabaja y evoluciona.

Porque ya no es joven...
¡Que es “doña”! ¡Que es señora!
¡Que ya tenemos disco en la calle!
¡Que sois grandes, compañeros!
Que me inundo de emoción,
que esto va por vosotros
que os llevo en el corazón
que sois parte de mi ilusión,
que estéis donde estéis
sois todos mi Agrupación...
No me salen más poemas;
¡No puedo decir más!
¡Somos Santo Tomás! [...]

Y fue precisamente por la tarde, en ese mismo y quinto Domingo de Cuaresma, cuando se abrieron las puertas de San Pedro y enfiló la rampa la Hermandad del Nazareno. ¡Qué cúmulo de sensaciones al ver al Hijo del Hombre salir a vernos! Y entre la multitud me hallaba. Recuérdalo, Señor: fui yo tu costalero. Y los hombres que forman tu cuadrilla y vieron mis ojos mojados, vinieron a secarlos de la mejor forma que existe: mojándolos todos conmigo. Y eso sí que fue la Gloria. El sentirme de nuevo con ellos pero de la mano de mi hija. Sonaron marchas de Linares y con el bamboleo de la túnica morada te despediste de San Pedro escoltado por sus propios símbolos señeros: una mitra de santidad en el frontal, un gallo que cantó tres veces al alba ubicado en la trasera, un evangelio en un costero y en el otro las mismas llaves del Cielo. Mil derroches de arte puro caminaron por el centro. Y aquí murió mi Cuaresma y mi sueño perchelero. De las dos vísperas gloriosas sólo caminó el Nazareno ya que la Virgen de los Dolores fue privada por la lluvia de verter su salero por la Plaza de Santiago y su barrio pescadero. Fin de una Cuaresma de ensueño que me robó las primeras lágrimas grabándolas a fuego.

Así llegó el Domingo de Ramos y la mirada puesta en el Rabí y su Madre de Salud. Mi Hermandad del Prendimiento procesiona poniendo la guinda del día en que todo empieza a la vez que todo acaba. Por la mañana disfruté en familia de la Hermandad de las Palmas y por la tarde me entregué al oficio costalero, con amigos de los que te regalan las cofradías, con compañeros verdaderos de batalla y con Santo Tomás de Villanueva detrás. Apostando a dichos caballos el éxito estaba asegurado. Y así fue. Un año más que será inolvidable lo vivido bajo las trabajaderas del Cautivo. Volví a vivir lo soñado y a mecer al Maestro de la Blanca Túnica. Y aunque la lluvia acechaba con hacer acto de presencia conforme fue avanzando el día se fue diluyendo su porcentaje de aparición y se pudo vivir un Domingo de Ramos de ensueño con preciosos momentos protagonizados por el Rabí de Galilea que fue prendido en un huerto de olivos y por la Virgen de la Salud que acercó su nombre a quien más lo necesita.
Aún soñando con lo recién vivido amanecí el Lunes Santo, día de Vía Crucis y oración por estas calles de la Civita Regia. Cansado y dolorido pero con sonrisa costalera. Y como es costumbre y tradición compartí el día con mi padre como vengo haciendo desde que tengo uso de razón y al terminar el acto, con la Catedral abarrotada, marché a casa con la esperanza de que algún día llevaré a mi niña Claudia conmigo.
Al día siguiente, tras diez años ejerciendo el oficio costalero en la carmelitana hermandad de las Penas, disfruté de un Martes Santo diferente. Ya ni conocía los recorridos nuevos de las hermandades que vienen del Barrio del Pilar y tenía muchas ganas de verlas en la calle. Y conmigo vinieron mi padre, mi hermana y el carrito de mi hija que recibió mil detalles de todos aquellos que me conocen: galletas, pulseras de la banda, nazarenos de juguete, estampitas... Otra vez llorando por todo el cariño recibido y que por dentro algo me hace sentir que es merecido. Pero que sea partícipe de ello mi hija pequeña me supera y para ella eran los regalos. Jamás lo olvidaré. ¡Qué gran Martes Santo! Aunque he de reconocer que un repeluco me recorrió el cuerpo cuando vi al Señor de las Penas y yo no estaba debajo. Muchos recuerdos de Martes Santo... Concluyó la jornada viendo la Virgen del Mayor Dolor a su salida de San Pedro y, tras disfrutar un poquito de esta cofradía, seguí dirigiendo mis pasos a la entrada del Cristo de Medinaceli para disfrutar tranquilamente de mi gente, de mi banda, de Santo Tomás y del Barrio del Pilar donde se bautizó mi retoño y donde habita la Esperanza de Ciudad Real. Como antaño, como hace más de veinte años, era ya muy de madrugada cuando me acostaba nervioso porque al día siguiente saldría a la calle el Cristo que yo veo cuando rezo el Padre Nuestro.

Miércoles Santo y casi ecuador de la Semana Grande. Yo conocí al Señor allí donde los vencejos vuelan al claudicar la primavera. Y allí empezó mi amor por Él y así comenzó este año mi Miércoles Santo: en la Plaza de las Terreras. Son 23 años ya bajo sus maderas y con la misma ilusión que el primer día. El Rey de Reyes todo lo puede. Esa mirada de Bondad y amor infinito que precede al mismo Consuelo bajo palio se derramó por la ciudad de principio a fin. Y la Fábrica de los Sueños volvió a cerrar por un día para cumplir uno de ellos en realidad. ¡Qué cuadrilla más fiel! Es imposible enumerar la cantidad de sensaciones, emociones, escalofríos, recuerdos, esperanzas, anhelos, sonrisas y lágrimas que se esconden en mis costales cada Miércoles Santo. Y este año no ha sido menos y he tenido una pizca de todos aquellos sustantivos que dar cuerpo a la anterior oración de este texto. Y tras otro sueño hecho realidad a casa de mis padres como madrugada ya de Jueves Santo. Ese olor a torrijas costumbristas y esa fuente de bacalao con tomate son los últimos aromas y estampas que cerraron para mí un nuevo año de gloria costalera.
Amaneció el Jueves Santo y con él mi macarenismo desbordado y mi maleta para ir a Serva la Bari preparada. Algo grande se presiente cuando Mamá va a repartir su nombre al mundo entero: Esperanza. Dicen que vive en los restos de una antigua muralla, tras un Arco que se llama como Ella, en la Basílica adherida a la antigua Iglesita de San Gil, donde confluyen Bécquer y San Luis, en la muy noble, leal, invicta, heroica y mariana ciudad de Sevilla y que nadie, nadie se explica cómo con su pasar hasta el corazón nos hiela y nos lleva en volandas, sin darnos cuenta si quiera, hasta el barrio que lleva el nombre de su nombre: Macarena. Y eso son palabras mayores y allí que fui. Este año me iba a pegar una dosis de mi hermandad hispalense grande, pero grande. Llevaba soñándolo un año entero. Y la lluvia nuevamente respetó. Por delante un Jueves Santo lleno de amigos, primos, Negritos, Cigarreras, Monte Sión, Valle, Exaltación, Pasión y Quinta Angustia sería preludio de la noche más esperada del año. No hacen falta más palabras pero sí una pincelada. El palio de las Lágrimas por Sales y Ferré de vuelta con Soleá dame la mano. Para paladares cofrades selectos y de buen gusto fue lo presenciado. El disfrute fue enorme y la paliza física iba siendo ya considerable a esta alturas de la Semana Santa. Y por la noche, en la Madrugá, cinco verdes esmeraldas que Gallito le trajera del otro confín del mundo para realzar su belleza se repartieron por el planeta. Y salieron también a la calle la Madre y Maestra, el Calvario, la Hermandad de la Esperanza de Triana cuya avanzadilla con Rafaé y Calamar llenó los sentidos de los que admiran sus andares, los Gitanos y el Gran Poder. ¡Si sale Mamá cómo no va a salir Papá! Palabras mayores de nuevo. Se cumplió la maravilla. Otra vez Gran Poder y Macarena por las calles de Sevilla.

El Viernes Santo comenzó para mí muriendo el Jueves Santo frente a la Basílica que me tiene enamorado. Antes la lluvia quiso dejar su impronta e impidió que la Hermandad de los Gitanos llegase a la Catedral siendo así la única que este año no completó en Sevilla su estación de penitencia. Cosas que quedan para los anales de los estudiosos cofrades. Todas menos una. Pudo haber sido pleno y no lo fue. Cuatro gotas sueltas nada más pero ya mojaron lo que estaba siendo una Semana Santa de escándalo. Tras pegarme entre la Madrugá y la mañana varias horas de macarenismo tal y como quería fui al ataque y fin del último Viernes de abstinencia: el buen plato de bacalao con tomate que me llevé a Sevilla desde Ciudad Real. Eso es así y así seguirá. Igual que por la noche de ese tan mágico día cenar calamares de campo y cazón en adobo de la Isla a pie de calle en la esquina de Doña Guiomar con Zaragoza donde todo se convierte. Pero antes de ese gusto gastronómico estaban por las calles la Carretería, la Soledad de San Buenaventura, el Cachorro, la O, San Isidoro, la Mortaja, Montserrat y debía cumplir mi plan de todos los años que esta vez se vio alterado por la lluvia que, si bien, no impidió que procesionaran todas las hermandades me dejó imágenes inesperadas y algún disgustillo pues hubo cambios de recorrido. Me quedé sin ver San Isidoro por la estrechez de la Alcaicería como a mí me gusta y sin ver el portentoso misterio de la Conversión del Buen Ladrón en mi querida esquina de Zaragoza con Doña Guiomar. Pero como decía al principio, quedó todo en mera anécdota y unas estampas sin par. A cambio disfruté de San Isidoro por la Cuesta del Rosario y, al contrario de lo que viene siendo normal en el resto de pasos, bajándola en vez de subiéndola. Y en cuanto a Montserrat logré ver la entrada en primera fila tanto del misterio como del palio que venían en sentido opuesto al habitual por la Magdalena. Fin a un día precioso sin duda. Y agotador también.

Llegaba el fin de semana con su regustillo a añoranza y a que todo se acaba. El Sábado Santo disfruté de todas las cofradías en nuevos lugares y horarios que otros años venía haciéndolo, así es que pude repetir algunas y terminar, ésta vez sí, en la entrada de la Trinidad dentro del callejón. El Sol dirigiéndose desde la Catedral a su barrio, los Servitas en la Encarnación, el Santo Entierro por Hernando Colón y la Soledad de San Lorenzo por Orfila desde un lugar privilegiado: la presidencia de la Hermandad de los Panaderos gracias al bueno de Ángel Corpas. Y, desde allí mismo, poder saludar a Don Joaquín, sacerdote y amigo que es el Preste de dicha hermandad de la Soledad y que me unió en matrimonio con Gemma y bautizó a mi pequeña Claudia. Recuerdos imborrables de un Sábado Santo encantador junto con mil vivencias más de esas que se irán diluyendo con el tiempo dando paso a otras nuevas.
Y llegó el día contrario al primer Domingo de la Gloria. Domingo de Resurrección: día en que todo acaba a la vez que todo empieza. Me encanta la lasaliana hermandad y siempre digo que la Semana Santa acaba en Santa Marina y así es. La Resurrección pone fin y sentido a todo lo anterior por eso es la única gloria que se encuentra en Semana Santa. Desde el cambio de horario de esta hermandad no me quedo ya hasta la entrada pues debo volver a casa a media tarde y el viaje a Ciudad Real se me hace melancólico y triste. Este año la vi en el mismo sitio que al Señor de las Tres Caídas y a la Virgen de Loreto de mi admirada y esperada Hermandad de San Isidoro pero en sentido contrario. E iba de babero tanto el paso del Señor como el de la Virgen. El Resucitado subió del tirón la Cuesta del Rosario en una chicotá de escándalo que concluyó a los sones de Alma de Dios. Y la Virgen de la Aurora no iba a ser menos y su cuadrilla igualó la chicotá con un andar precioso y saleroso que hicieron las delicias de los que nos gusta ver un paso de palio irse alejando al compás de la música. Todavía me dio tiempo a ver el paso de Cristo en la Plaza del Cristo de Burgos y verlo revirar perdiéndose hacia Santa Ángela de la Cruz. Y ahí concluyó mi Semana Grande 2018. Plena, casi perfecta, para el recuerdo. Y yo abatido mentalmente y agotado físicamente. Buena señal como al principio decía. Y otra vez soñando lo vivido y esperando vivir lo soñado con la familia y los amigos. ¡Ahí quedó! Se acabó la Gloria. Comienza la cuenta atrás...

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