lunes, 22 de julio de 2024

SIETE DE JULIO, SAN FERMÍN

El idilio que tenemos el mes de Julio y yo es de sobra conocido por todo aquel que me conoce a mí o que sea asiduo lector del Rincón. Y lo es, aún más fuerte, desde que en el año 2022, en el último día del dicho mes de Julio, a la caída de la tarde, fui proclamado Pandorgo de Ciudad Real. Todos los años le dedico unas letras pues se las gana siempre. Bien por sus retazos cofrades cuando el estío nos regala ratos de costal a los enamorados del trabajo más bello del mundo, pasear la fe en cunas de arpillera, bien por sus fiestas y verbenas que me regalan pellizcos de antaño, recuerdos de niñez y la mirada de mis abuelas o bien porque es el mes de las sorpresas y, cuando creo que ya no puede sorprenderme más de lo que lo hace, vuelve mi querido a rebelarse y me deleita de nuevo con otra muesca al alma que no hace sino agrandar más la fuerza de nuestro enlace. El año pasado, sin ir más lejos, me marcaron sus días otra vez para siempre. Fui nombrado pregonero de mi barrio y empezarían las fiestas con las palabras que yo lanzase desde el atril. Inolvidable para mí. En el empedrado más conocido de la ciudad, escoltado por la Iglesia de Santiago y por el Convento de las Hermanas de la Cruz, tuve la dicha de pregonar al barrio que me vio nacer, crecer y convertirme en lo que, para bien o para mal, soy hoy en día. ¡Vaya regalo! Todavía retumba en mi cabeza, corazón y alma con que sentimiento expresé "A Santiago, ¿qué decirle? Que no sé vivir sin él y aunque vaya a Compostela mi Santiago es el Perchel". Y todo gracias a Julio, ese mes en el que sueño con recorrer la vía jacobea mientras me inundo de los aromas del barrio perchelero. Creía yo, ¡iluso de mí!, que ya no podría hacerme más presentes en sus treinta y un días, pero le faltaba presentarme en persona al famoso "7 de Julio, San Fermín" y quiso el destino que fuera este año.

Mirando por Navidad las calendas del año venidero con sueños de futuro de esos que persiguiéndolos y trabajándolos a su manera pueden hacerse realidad, me detuve como, casi siempre, por enamoramiento, en tres meses que son fundamentales en mi vida, año tras año, sin que ello cohíba un ápice el disfrute y planes de sus otros once hermanos: Abril, Julio y Agosto. Y observé que este año el almanaque era propicio para ir a Pamplona el día 5 de Julio, viernes, día en que los sueños brillan más, pernoctar en la ciudad que Hemingway catapultó a la mayor de las famas, amanecer allí ya el día 6, Día del Chupinazo, cohetazo que da inicio a la segunda fiesta más multitudinaria del mundo tras el Carnaval de Río de Janeiro y, al día siguiente, tras haber festejado y dormido entre efluvios de calimocho y pacharán, disfrutar y guardar en el baúl de la memoria, el ultra conocido por ser tantas veces cantado, 7 de Julio, San Fermín, en un encuentro que llevaba años aguardando. Y quiso Julio, entre otros tantos condicionantes, que así fuera. Y, de hecho, así fue hace un par de semanas. ¡Al fin nos abrazamos! Y el día 8, lunes, tras el encierro taurino, vuelta a casa. Y prometo que no he visto cosa igual. He estado en lugares con grandes multitudes, como pueden ser la Semana Santa de Sevilla o las Fiestas del Pilar en Zaragoza, donde discurrir por las calles céntricas en plena fiesta cuesta lo suyo, pero lo de la capital navarra es otro asunto. Y, por cierto, lo de su día grande, precioso. Todas las familias, con su atuendo típico, vestidos de blanco y los detalles rojos del pañuelo y la faja de corredor, salen a ver a San Fermín. El santo preside una procesión cuya comitiva no deja indiferente a nadie.

La Comparsa de Gigantes y Cabezudos que abre paso a San Fermín bien merece una entrada aparte y prometo escribirla algún día. Sólo deciros que se compone de los Kilikis, los Zaldikos, los Cabezudos y los Gigantes, con sus acompañamientos musicales a través de gaiteros, txistularis y tambores. Es un verdadero espectáculo verlo in situ, rodeado de pamplonicas y del sentimiento que contagian. Igual que los cabezudos y los gigantes desfilan saludando y bailando, haciendo las delicias del personal, los zaldikos y los kilikis desfilan entre risas y picarescas dando golpes (prudentes, con una especie de esponja de espuma recia) y haciendo de rabiar a la gente (todo ello especialmente hacia los niños), generando una relación de amor-odio que los hace ser los más aclamados, en especial el kiliki apodado "Caravinagre". Tras toda la comparsa continúa la comitiva el Orden Clerical y los Gremios de la Ciudad. Justo después van los "Maceros" y la imagen de San Fermín, tallado en madera a finales del siglo XV y revestido de plata en el siglo XVII. Y, finalmente, cierra la procesión el Cabildo Catedral, desfilando los canónigos y el Obispo (en concreto Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela), tras ellos la Corporación Municipal y la Banda Municipal de Música "La Pamplonesa". Llama mucho la atención dicha procesión pues en sus filas se encuentra fiesta, diversión, tradición, sentimiento, costumbre, respeto, historia, música, religión y política a partes iguales, todo ello unido bajo la figura de San Fermín, quien fuera primer Obispo de Pamplona. Es una fiesta sin igual la de tal día, primero de la semana que hay encierro de toros. El día de San Fermín es la demostración entera al forastero de que la fiesta no es sólo una celebración multitudinaria con festejo de alcohol. Tomen nota de esto.

El resto de este regalazo que me hizo mi querido séptimo mes del calendario, evidentemente, fue también disfrutar de los Sanfermines en sus calles, bares, almuerzos y ambiente, rodeado de mi sempiterno amigo Narciso y de Iñaki, amigo que me regaló el Camino de Santiago y que hizo de excepcional embajador y anfitrión de su fiesta grande. No faltaron vasos siempre llenos, risas, bailes y gentíos. Me quedo con el poder disfrutar de días seguidos y tan distintos como lo son el 6 y el 7 de Julio. ¡Qué distinto es el Chupinazo a San Fermín! Si uno es el descorche del champán y el inicio de la fiesta al más puro estilo de celebración etílica en el que todo vale, sobre todo para el foráneo, el otro es el día tradicional y costumbrista en el que Pamplona muestra sus entrañas y la fiesta, en su más pura y verdadera esencia, pasa de padres a hijos bajo la mirada de los llegados de fuera. El resto de días que se suceden hasta llegar al cántico del "Pobre de mí" y la clausura de los Sanfermines, tienen de todo y para todos. Quien quiera festejos taurinos, los encuentra. Quien quiera fiesta callejera con vasos largos y licores espirituosos, también la halla. Y quien quiera feria y repetición de costumbre familiar, también la tendrá. Y siempre, todo ello, en una ciudad engalanada y con todas las personas presentes igual vestidas. Quizás parezca una tontería, pero que en una fiesta tan grande y multitudinaria vaya todo el mundo vestido igual, hace mucho, oculta mucho y une mucho. Yo, desde luego, disfruté muchísimo los días que estuve allí. Tuve ratitos de todo y para todo y me sentí genial. Gracias de nuevo, Julio. ¡Como para no quererte! Gracias también a Narciso e Iñaki por esta aventura preciosa. Y gracias a ti, Pamplona, por mostrarte ante mí peregrina, amistosa y fiestera, pero siempre acogedora. ¡Bendito 7 de Julio! ¡¡Viva San Fermín!!


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