lunes, 31 de marzo de 2025

¡AHÍ QUEDÓ!

Hay días marcados en el calendario que uno no sabe cuándo van a llegar, pero llegan. Cuando en el año 1995 ingresé como costalero en la cuadrilla de la Flagelación de Nuestro Padre Jesús de la Bondad, jamás supe los años que duraría mi estancia en ella. No me planteaba que todo empieza y todo acaba. Lo que tenía, tuve y he tenido, siempre, muy claro es que en ella empecé y en ella terminaría. Me limitaba a enfajarme, hacerme el costal y pasear del mejor modo que podía a la Bondad de Dios. Y así han ido pasando los años y las décadas. Y las hojas del calendario una a una, claro está. Y llega un momento en el que comienza a acercarse el día de la despedida y aunque todavía no lo veas, sabes que está, sabes que existe y sabes que, por mucho que nunca quisieras que llegue, va a llegar. Intentas tomar conciencia y a imaginar cómo será el momento. Y sabes que va a doler. Mucho. Pero que si está en tu mano decidir cuándo ha de ser, aunque duela, duele menos que a quien le llega forzado. Y así, día a día, se me ha ido acercando uno de esos que no quería que llegase, pero que era inevitable que lo hiciese. Y si, además, desde hace varios años ya no tenía la rodilla izquierda y la espalda para muchas batallas más, debía fijarme una fecha voluntariamente y no tensar más aquello que el tiempo, te empeñes o no, siempre logra. Pensé que veinticinco años de oficio costalero ininterrumpido ya era una cifra considerable. Y más después de haber sacado muchos pasos en Semana Santa durante los últimos quince años y todos los pasos de Gloria de mi ciudad y alguno de fuera. Sin embargo, aunque la cabeza iba tirando de sensatez, el corazón tiraba con más fuerza y decidí seguir hasta los treinta años (¡qué rápido se escribe y lee! treinta años...) con raza costalera, por ir demorando la retirada todo lo que pudiera y exprimir, más aún, el oficio, mi dañada espalda y mi rodilla izquierda a cambio de entregarme todo lo que pudiera a la Bondad del Padre.

Y llegó. No podía ser de otra manera. Tras un tiempo allanando el terreno y despidiéndome de los pasos guardando para mí el último resquicio de costal, llegó el día. Y me siento afortunado de haber podido marcarlo yo y no haber sido forzoso, aunque la ya confirmada lesión de rodilla desde hace unos días, ha aderezado todo y ya, sí que sí, ha de consumarse. Empecé tras la pandemia a irme reservando algo y dejé de sacar los pasos de gloria. ¡Qué gran fortuna he tenido! La Virgen de la Cabeza, el Sagrado Corazón de Jesús, la Virgen del Carmen, Santa Teresa de Jesús y Santiago Apóstol, Patrón de la vecina localidad de Granátula de Calatrava. Cinco pasos de gloria que he paseado muchos años con cariño y entrega. Estoy muy agradecido a sus capataces por haber confiado en mí para ello y permitirme mecer a las imágenes en mi cuna de arpillera. Guardo muchos momentos, pero muchos, de felicidad indescriptible y de vivencias: igualás, ensayos, mudás, desarmás... ¡Qué bonito es ser costalero! Después empecé a afrontar la retirada de los pasos grandes, los de Semana Santa. El primero fue el Señor de las Penas. Muchos años, una docena quizás, disfrutando del racheo silente y carmelitano que envuelve la noche del Martes Santo. De recogida, fui susurrando un Padre Nuestro y al entrar de nuevo en el Convento, con los ojos cerrados bajo el costal, le di gracias por todo.

Algunos años después lloraba con el alma encogida pues llegaba, desgraciadamente, el que iba a ser mi último Domingo de Ramos debajo de mi querido Rabí. El Cautivo de blanca túnica que procesiona desde el Barrio de los Ángeles sabía que tenía que dejar hueco en sus trabajaderas, pues, de lo contrario, la deformación ya del morrillo de mi cuello y la pelea de mi rodilla con el zanco izquierdo no me dejaría cumplir con la nobleza que requiere el oficio costalero y despedirme marcando yo el momento y no un parte médico. Llegó el Domingo de Ramos y estalló la Gloria de una semana que cuenta el tiempo al revés. Y sólo Él sabía como sería mi final en la parihuela azul. Cambié el relevo con un compañero, para hacer la entrada. Mi cuadrilla hacía salida... Vi salir al Señor y le prometí ir debajo en la entrada y rezarle muy cerquita, pero llegó la nefasta lluvia casi al final del recorrido y, la cuadrilla que iba debajo en ese relevo (que era precisamente la mía), salvo un costalero de la otra, en mi querido zanco que tanto he sufrido y disfrutado, al que yo le había cambiado el tramo para hacer la entrada, no se salió ya del paso y fue quien lo guardó. Yo, por lo tanto, con todo planeado y orquestado para arriar por última vez al Maestro, no hice ni salida ni entrada y sí ambas cosas mi cuadrilla. Así lo quiso el Señor dando muestra de grandeza: sólo Él sabe cuándo es el momento. Mi ultima chicotá en el Prendimiento se hubo consumado sin yo saberlo. Mil gracias de nuevo. Ahora visto el terno negro.

Y ya sí que sí. Con la espalda y la rodilla lastimadas, el recuerdo de haber paseado también al Nazareno, por dos veces, en el año 2017, de haber sido costalero en Sevilla en la Hermandad del Valle bajo el paso de Nuestro Padre Jesús con la Cruz al Hombro y tener la conciencia tranquila de haberme entregado todo lo que he podido, llegaba el momento. Treinta años de oficio costalero y mucho dolor en la rodilla. Era la hora señalada y no podía ni debía pedir más prórroga. Se descubrió el presagio, pues el dolor en la articulación no hacía sino mandarme un mensaje claro: has sido un privilegiado y la hora ha llegado. No tenses más. Tuve que claudicar e ir al médico en mitad de la Cuaresma: rotura parcial del ligamento cruzado posterior, condropatía rotuliana y ganglión intrasustancial en la rodilla izquierda. A mi vida de costalero, ya sí que sí, sólo le quedaba un ensayo y un Miércoles Santo. Un último esfuerzo, con miedo y con refuerzo te voy a pasear de nuevo. Aunque el verdadero esfuerzo será no volver a ser costalero. Cuando arrie el paso al final de acariciar el Perchel por última vez ya te habré dicho todo. Pero me voy feliz y contento. Mi Señor de la Bondad, mi Flagelado eterno, mi amado Rey de Reyes, gracias, gracias y gracias por tenerme treinta años en tu reino. He sido muy afortunado y siempre me has permitido estar a tu lado sin lesión, sin accidente, sin faltar a la cita en tu parihuela. Entiendo tu mensaje y te doy mi eterno agradecimiento. Pedí al capataz hablar en el corro a los hombres buenos que te llevan con esmero y me rompí por dentro. Lloré con pena y con sentimiento, porque era mi último ensayo con ellos. Cuídalos, cuídalos siempre. Los quiero a rabiar. Muchos ni habían nacido cuando yo ya te llevaba sobre mi cerviz... He crecido junto a ellos y hemos vivido muchas cosas juntos. No sé vivir las cofradías sino es cerca de ellos. Y bajo tu paso me he hecho hombre de verdad. Esta vez sí: llegó el momento. Debo dejar el hueco. Treinta años en tus maderas rezándote a mi manera. Era el año 1995 y ya es el año 2025. Gracias de nuevo por haberme protegido. Me puse el costal por primera vez contigo y contigo será la última. Sólo queda disfrutar de nuevo. Así lo hemos escrito y quiero que me dejes cumplirlo. Por siempre, tu costalero. ¡Ahí quedó!

miércoles, 19 de marzo de 2025

INICIÁNDOME EN EL TIRO CON ARCO

Recuerdo de niño mi afán por hacerme arcos y flechas. Cada salida al campo con mis abuelos y mis padres buscaba una rama que fuese verde y flexible, ya que en mi mente se figuraba la misma como un fantástico arco que haría las delicias de mi instinto de tirador. Preguntaba a mis mayores cómo humedecerla y curvarla para que fuese adquiriendo la forma deseada y la dejaba días sumergida en la bañera y atada con una cuerda a los extremos para moldearla. Me encantaba. Una vez logrado ese primer proceso, con rudimentarias herramientas, pues apenas contaba con unos diez años de edad, realizaba unas muescas en los extremos, donde anudaría la cuerda. Forraba con un cordón o pieza de cuero la parte central del arco a modo de agarre y con alguna pequeña cuerda, resistente y que diera fuerza suficiente a mi recién creada arma, encordaba mi arco creyéndome Robin Hood. ¡Qué feliz habría sido yo un ratito en los Bosques de Sherwood! Las flechas las construía mecánicamente tras años de estudio de los materiales y de forma magistral. El momento preciso era justo tras la Feria. Al día siguiente de culminar las fiestas marchaba al lugar donde se había lanzado la traca y pirotecnia final y hacía buen acopio de las varetas de madera de los cohetes, las cuales se encontraban esparcidas por el suelo. Eran cilindros perfectos de forma y grosor para el fin que yo quería. Y la longitud era de casi un metro, por lo que me permitía cortarlas a la medida de mi brazo. De vuelta pasaba por la Catedral y, siempre, a los pies de sus muros, había algunas plumas de paloma que recogía y guardaba para dotar luego a las flechas de vuelo, colocando tres de ellas, debidamente cortadas en su cañón y forma, cercanas al extremo inicial de lo que sería la flecha terminada. Las amarraba con hilo y quedaban perfectas. Y las puntas eran mi pasión. Al principio endurecía la madera quemándola un poco con un mechero y afilándola con un sacapuntas o navaja, lo que hacía que esa flecha casera se clavase sin problema en cartones y maderas más endebles. Luego mejoré la técnica y logré ahuecar el extremo de las flechas e insertar en cada una un clavo sin cabeza, pegándolo por dentro, atando fuertemente un trozo de lana rodeando la madera e impregnando todo bien con pegamento de contacto para darle consistencia, fuerza y durabilidad al conjunto. Restaba hacer una muesca horizontal en el extremo de la vareta más cerca del emplumado que permitía que la flecha encajase perfecta en la cuerda para tensar el arco y tirarla. Así podía lanzarlas y clavarlas en paredes, árboles y muebles. Aún hay en casa mis padres algún "recuerdo" de aquello. ¡Incluso podía cazar! Pero nunca me ha llamado eso la atención. Elaboraba verdaderamente arcos y flechas y era feliz con ello. Hace más de treinta y cinco años de aquello y me acuerdo con una enorme sonrisa...

Siempre me ha gustado el mundillo del tiro con arco y hacerme yo ambas cosas. E incluso las dianas. Y me pasaba horas jugando con ello. Lo que no me esperaba es que la vida, del modo más recóndito, me llevase ahora, pasada la cuarenta de edad, de hecho, casi mediada, a hacer de ese gusto una pura afición y haberme adentrado en la iniciación y conocimientos necesarios para su práctica libre. Mi poco conocimiento era la admiración del tiro con arco compuesto y de poleas que veo en televisión cuando hay Juegos Olímpicos o haciendo zapping encuentro, de casualidad, una competición al respecto. Desconocía totalmente la existencia de Clubes de Arqueros y mucho más el argot, técnicas, posiciones y materiales que ellos usan. Palabras como "anclar", "longbow", "culatín" o "fistmelle" no las había oído jamás. A mí me gusta coger un arco y tirar flechas apuntando instintivamente. Sin más. Pero no es tan sencillo como antes lo hacía de niño. Nunca había olvidado ese gusto, pero tenía ese saborcillo dormido en mi interior. Y todo cambió un día que mi hermana me dijo que había ido a una Jornada de Puertas Abiertas de un Club de Arqueros. ¿Aquí en Ciudad Real? ¡Vaya! Y yo sin saberlo... Me habría gustado. Se llaman Club de Arqueros de Don Gil. El nombre tiene arraigo total con la ciudad, sin duda. Algún tiempo después, en Jugarama, ese mismo club puso un stand para niños y los enseñaba a tirar con arco. Fui con mi hija y aproveché para tirar yo también. Y se despertó en mí de nuevo el paladar del arco y las flechas. Y de modo imparable. -¡Tenéis club de arqueros! -¿Tenéis? ¡Tenemos! Estamos aquí en la ciudad, hacemos cursos de iniciación, explicamos y enseñamos. ¿Te interesa? -¡¿¡¿Cómo?!?! Dime día y hora. No sabes lo que se ha desperazado en mí de nuevo...

Dos meses después recibí el aviso. Se convocaba a Curso de Iniciación a tiro con arco. Allá que fui tan feliz. Mi hermana también vendría. Y así empezó todo. Esta vez de modo profesional y sin ser autodidacta: con monitores, con material específico y con todas las garantías de seguridad y requerimientos legales, pues no es un juego y la vida ha cambiado mucho en esos aspectos. Ahora sí que sí he aprendido a tensar un arco y darle fuerza y me estoy familiarizando con la tradición inglesa que dio lugar a tal creación deportiva y mantenimiento tradicional del uso de arcos y flechas, primer arma no arrojadiza creada por el hombre primitivo. Las mediciones en libras y pulgadas comienzan a ser habituales en mí. También sigo aprendiendo posiciones, técnica y vocabulario de esta afición. Por supuesto que he concluido el curso de iniciación y me he quedado como miembro del club. Está en trámite mi licencia y he adquirido, ¡no me lo creo aún!, mi primer equipo de arquero: un arco recurvo completo, una docena de flechas con punta de acero, un carcaj, un guante dactilera y las debidas protecciones. Estoy como un niño con zapatos nuevos. Me viene genial para desconectar de rutinas laborales y concentrarme en aprender bien algo que me ha encantado desde pequeño. Y, cosas de la vida, mi hija Claudia, también llamada por esa voz de los arcos y las flechas que creo que a todo niño le gusta por aquello de practicar y ejercitar la puntería, quiso venir un día y ha caído también en este deporte que compartirá con su tía y su padre. Para mí es una afición y una vía de escape. Nada más. Y me encanta. En esas estoy ahora, culminando lo que no pude de niño (o si pude, la misma vida reservó para otro momento): iniciándome en el tiro con arco.

viernes, 28 de febrero de 2025

CUANDO LAS LETRAS REFLEJAN EL ALMA...

Hace algunos años ya, aproximadamente una decena, alguien me decía "se nota que has pasado mala época porque has escrito menos en el blog". Y llevaba razón. Mucha. Toda. Porque fueron tiempos feos. Y atrás quedaron. Y era cierto que, aunque la falta de tiempo pudiera acentuarse por cualquier cuestión, la verdadera razón era la desgana y la desidia, en definitiva, el no tener nada que escribir que me ilusionase hacerlo, pues siempre que vierto letras es movido por algún ímpetu interno, cosa de la cual carecía en aquel tiempo. Sin embargo y jugando con él mismo, con el tiempo digo, aunque más bien él conmigo, me he dado cuenta que escribiendo también desfogo esa sensación de ahogo y apatía, pues me dedico, precisamente, un tiempo a mí y me libero mentalmente sacando fuera cómo me siento. Al fin y al cabo, escribo para mí, mis cosas, mis memorias, mis vivencias. Y aunque el Rincón es lo que es gracias a vosotros que lo mantenéis vivo leyendo lo que en él se halla, no deja ser un resquicio donde me expreso y abro por dentro para conmigo mismo. Siempre lo digo, me gusta luego, pasado tiempo, ¿qué si no?, leerme a mí y recordar cuestiones que, unas veces bellas y otras tristes, me reavivan los recuerdos que son, en esencia, mi vida misma y mi camino recorrido. Y en esas estoy hoy que llevo prácticamente un mes sin teclear nada en la alacena que atesora los tarros de conserva de mis años vividos. Motivos hay, pero escribiendo los sobrellevo y tenía que enfrentar la causa como haría mi querido y admirado Don Quijote, idilio de La Mancha.

La verdad es que me pongo cara a cara con el monitor sabiendo que no sé ni qué escribir, pero brotan las palabras solas y contemplo como se van rellenando oraciones como si no fuese yo quien las crease. Supongo que es por la necesidad de sacar lo malo fuera y despejarme un rato hablando conmigo mismo. Cuando la mochila se llena demasiado es necesario aligerarla y, maldita sea la alineación de planetas o lo que proceda, cuando se desborda es siempre cuando más cargada va. Es obvio lo que digo, pero, como diría Víctor García Rayo, yo me entiendo. Se cumple el dicho de que los problemas nunca vienen solos y se agrava la situación cuando es para los míos (mi gente, me refiero), son temas de salud y no puedo controlarlos yo, ni solventarlos, ni medir los tiempos. Me gusta tener todo mi alrededor controlado y saber que cualquier situación que me eche en cara, ya sea de forma deliberada o de forma sorpresiva, puedo dominarla y saber cómo afrontarla y sobrellevarla. No digo ganarla, porque, evidentemente, ni lo pretendo ni sería posible. Tampoco Alonso Quijano cuando cabalgaba salía siempre victorioso. Lo menciono porque antes ya lo he puesto de ejemplo. Y si me fijo en su valentía (si bien pudiera ser temeraria por su locura), he de contemplar también los resultados. El caso es mirar cara a cara al problema y saber hacerle frente.

Y esta vez me he visto desbordado y sin saber asumir que no puedo dominarlo. Día tras día me duele el no poder hacer nada para evitar ciertas cosas o acelerar su solución. No está en mi mano. Y me duele, me molesta, me fastidia, me enerva y me entristece sobremanera. Pero ni yo podía haberlo evitado, ni yo puedo solventarlo como quisiera. No me queda nada más que hacer lo que hago. Asumir, enfrentar, sobrellevar y ayudar. Eso sí está en mis dominios. Y, por ello, quizás, me he olvidado algo de mí, pues el tiempo que antes pudiera dedicarme, debido a las apreturas ahora impuestas en la agenda, debo dedicarlo al trabajo que es a quien por motivos superiores se lo vengo robando y luego me toca recuperar. Y eso se refleja en el Rincón. Por supuesto que sí. El pobre es el gran damnificado cada vez que carezco de tiempo y/o ganas de escribir. El Rincón y los libros, aunque eso no lo veis. Pero cuando no escribo y no leo, es porque algo no va bien. Y es cuando sé que no estoy bien porque no escribo ni leo. Soy consciente cuando paso tiempo sin escribir de que las cosas no están como quiero. Pero hay que seguir de frente. Raza costalera. Que esa es otra para agravar la melancolía. ¡Qué poquito me queda! Y también me pesa en el alma. Se junta todo y la carga se desparrama. Al menos, cada día que pasa las noticias se van estabilizando y me va volviendo la sonrisa, porque sé que la Esperanza nunca falla. Con mayúscula, sí. Ya sabe Ella... Hoy rompo las cadenas y me expreso.

Quizás por ello y enfrentarme a mi interior y soltar lastre en forma de letras voy recuperando la inclinación ascendente de las comisuras. El caso es que desfogo tecleando un rato y me sirve de bálsamo. Es más, cuando pasen estos momentos más complejos, pase algún tiempo y revise de nuevo el blog leyéndome y releyéndome, sí que sonreiré viendo como impedí que existiera, en este "Periódico de internet" como decía mi abuela, un vacío temporal carente de palabras. Y recordaré, supongo, lo que habría dado lugar al mismo. Y disfrutaré, seguro, de que haya quedado atrás y de haber llenado un poquito de ese bache con estos párrafos que hoy emergen directos de mi cabeza sin filtro alguno. Incluso tecleo más rápido que de costumbre pues los sentimientos fluyen solos y no estoy yo para ponerles orden o tamizarlos. De hecho, cuanto más fluyen más se me acompasa la respiración y más alivio interno tengo. No sé preocupe quien me lea. Con certeza me habrá visto en los lugares que frecuento y con la sonrisa puesta, pero ¡qué cierto es aquello de que la procesión va por dentro! Y los más cercanos a mí que saben la génesis de todo y me ven cabizbajo, son, precisamente, aquellos a los que he de cuidar porque procesionan conmigo. Cuando las letras reflejan el alma quien te conoce sabe interpretarlas. Y, en mi caso, malo es cuando no hay letras, así es que si las hay es un avance. ¡Hay que seguir!

jueves, 23 de enero de 2025

LA ALDEA DE CIRUELA

Todo habitante de Ciudad Real conoce la calle Ciruela. Une el corazón de la ciudad, empezando en la Plaza del Pilar, con la Ronda que lleva su nombre, donde antes existía la muralla y más allá los extramuros. Pero no todos saben el por qué de ese nombre tanto a la calle como a la ronda: Calle de Ciruela y Ronda de Ciruela. Quizás el de la ronda sí, porque igual que las demás, toma su nombre de la calle que desemboca en la misma, pero, ¿la calle? Me aventuraría a decir que todos de niños hemos pensado en la fruta y jamás hemos entendido por qué una de las principales calles de la ciudad tenía ese nombre. Al menos yo, de pequeño, sin llegar ni a la decena de años, sonreía pensando qué afortunada era la ciruela en comparación con el melocotón o la sandía que incluso tenía una calle. Hasta que fui creciendo y descubrí que, lo normal es que, cuando una calle tiene un nombre, las linderas suelen tener otro relacionado, como ocurre, por ejemplo, en el Barrio de Pío XII donde tienen nombres de pintores, en la zona de la Puerta de Santa María donde tienen nombres de ríos o en el nuevo Barrio de la Guija donde tomaron nombres de los componentes del sistema solar. Así descarté que la calle Ciruela se debiese a fruta alguna y me quedé con la duda del origen de su nombre. Y fue hace pocos años cuando lo descubrí y hace escasos días cuando decidí estudiarlo. Todo ello es debido a la existencia de una vieja aldea a escasos kilómetros de Ciudad Real que tenía ese nombre y a la que se llegaba, prácticamente en línea recta, tomando dirección sur desde la céntrica Plaza del Pilar por la calle que conducía a aquella, lo que hizo que se llamase a la misma "la calle (que va a la Aldea) de Ciruela". Por cierto, la puerta ubicada en las murallas que daba acceso a la ciudad por tal lugar, ya lo podéis intuir, también se llamó "Puerta de Ciruela", claro está. Y precisamente eso es lo que vengo a dejar hoy plasmado en el Rincón, no sólo el origen del nombre de la calle, sino qué fue la Aldea de Ciruela y qué queda de ella.

Antigua Puerta de Ciruela

La historia nos remonta hasta primeros del siglo XII, pues aunque no puede saberse con certeza cuando se fundó la aldea, sí que está datado que en el año 1156, con el mandato del rey Alfonso VII, fue donada al caballero toledano Armildo Meléndez para poblarla. La Aldea de Ciruela perteneció primeramente a Alarcos, después a Villa Real y, finalmente, a nuestra querida Ciudad Real. El lugar está enclavado en el sitio conocido como Cerrillo de la Horca, a la vera del río Jabalón, en un pequeño alto que domina el valle, entre los castillos de Calatrava y Caracuel. Existía allí una fortaleza construida sobre un domo volcánico (lava solidificada) de unos doce metros de altura y laterales prácticamente verticales. Se cree que dicha fortaleza fue edificada por los árabes y tenía por nombre Hisn al Sujaryola. Los avatares de encontrarse entre caminos fronterizos y de paso de un castillo a otro hizo que pasase de moros a cristianos y viceversa en varias ocasiones. En el año 1187, estaba bajo dominio cristiano, pues cuando el Papa Gregorio VII, por bula pontificia, reconoció la Orden de Calatrava la cual tenía varios castillos en su poder, se nombraba Zuerola (Ciruela) entre ellos, como Alarcos, Caracuel, Benavente, Piedrabuena, Malagón y Guadalerzas. En 1195, tras la batalla de Alarcos, pasó de nuevo a estar sometida por los árabes y en 1212, las armas cristianas recuperaron su dominio y repoblación a su paso hacia las Navas de Tolosa. En tal fecha se entregó la aldea a Doña Zuera María Armíldez, hija de Armildo Meléndez a quien se le hubo donado la aldea para poblarla, como antes decía. 

La aldea con su fortaleza y la iglesia que frente al castillo se construyó, pasó a ser de Villa Real en el año 1255, con el rey Alfonso X, el Sabio quien al fundar la villa ya la menciona en la Carta Puebla y la integra en los territorios que dominará la recién fundada. Era llamada entonces Figueruela y en el documento figura así: "Et do á esta villa sobredicha que haya por aldeas ó por término Zuhéruela é Villa del Pozo é la Figueruela et Poblet é Alvala con todos sus términos yermos é poblados é con todos sus derechos, con montes, con fuentes, con ríos, con pastos, con todas sus entradas é con todas sus salidas é con todas su pertenencias assí como las han estos lugares sobre dichos é las deven aver". Desde entonces hasta nuestros días ha permanecido ligada a Ciudad Real y aunque nunca fue una gran población siempre ha mantenido vida en sus viviendas. En el sigo XIX ya hay escritos que mencionan su estado ruinoso y amenazante de derrumbe, estando la pequeña Aldea de Ciruela prácticamente despoblada y abandonada, contando únicamente en 1890 con 39 construcciones y 81 vecinos, como aseveró Hervás y Buendía. La decadencia de la pequeña urbe siguió imparable y en 1904 se suprimió la Parroquia rural de Ciruela pues comenzaba a desplomarse y, pese a haberse celebrado en ella grandes misas y contar, incluso, con una Romería señalada el día 3 de Mayo a la que asistían numerosas gentes de Ciudad Real, Miguelturra y otros pueblos cercanos, ya no iba nadie. Aguantaron, aún así, las celebraciones eclesiásticas hasta el año 1931 y la edificación en pie hasta que la Guerra Civil hizo sus estragos. Posteriormente, en 1975, el párroco de Miguelturra se adueñó indebidamente de su puerta de estilo gótico y la trasladó a su pueblo, donde podemos verla como acceso a la actual sacristía de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Eso fue el final total de la Iglesia de Ciruela, de la que a la fecha sólo quedan restos de sus muros.

Del castillo, igualmente, tan sólo quedan resquicios, cascotes y algunas piedras de su basamento que nos recuerdan lo que algún día debió de ser y que hace siglos que se derrumbó. En cuanto a la aldea en sí, está abandonada, derruida y ruinosa. Cuando sus terratenientes marcharon de ella no quedó nadie allí. No tiene acometidas de agua potable ni llega la línea de luz y electricidad hasta ella. Sin embargo, como antes narraba, siempre ha tenido algo de vida. Tras unos pocos años sin nadie, Francisco Fernández, más conocido como "Fran, el habitante de Ciruela", se decidió a vivir en tal lugar. Reside allí totalmente solo y su compañía son sus mascotas No usa reloj ni teléfono y afirma que vive feliz y en paz. Por su parte, Marcial González, que mantiene allí una segunda residencia y pasa la temporada estival en la aldea donde vivieron sus mayores, cuenta que hoy existen doce viviendas restauradas y acondicionadas para poder vivir en Ciruela, aldea abandonada a la que solo van viajeros o excursionistas curiosos un rato o pocas personas durante algún fin de semana o el verano. El 30 de Agosto de 2011 se creó la Asociación de Vecinos y Vecinas de la Aldea de Ciruela que persigue mantener viva la historia de este lugar que tuvo una gran importancia en su momento, darlo a conocer y poner en valor lo que significó en su día para Ciudad Real. El presidente es el propio Marcial, muy querido por la gente proveniente de la aldea. Nadie mejor que él para ello. A Ciruela la memoria colectiva le debe un respeto y nada muere del todo mientras se le recuerda. Acercaos por allí y conoced estos resquicios de nuestra tierra. Si bien los pocos restos del castillo, de la iglesia y de antiguas construcciones no os dejarán indiferentes, menos lo harán las cargas históricas y las fuerzas sentimentales que emanan del lugar. Y esta es la historia de una aldea abandonada y que tan sólo tiene un habitante, el entrañable Fran, del nombre de una puerta, una ronda y una calle. Esta es la historia de la Aldea de Ciruela.