lunes, 16 de junio de 2025

¡¡¡CASERÍO ES ASOBAL!!!

Cuando hace casi quince años desapareció el Balonmano Ciudad Real, mi unión como aficionado a este deporte quedó escondida, entre decepción y desilusión, en lo más profundo de la alacena de los recuerdos del Quijote Arena, ese pabellón donde se ha visto jugar a los mejores jugadores del mundo y llevar a una pequeña capital de provincia a lo más alto de Europa. Desde entonces no había vuelto a sentarme en las sillas de colores de ese templo del balonmano más allá de algún partido al que fui invitado a presenciar al Balonmano Caserío, club fundado en 2011 con génesis y origen en aquel mítico "Caserío Vigón" tan conocido en esta Civita Regia. Jamás podría haber imaginado que ese club me habría hecho algún día verter las líneas que hoy vierto sobre él y que se fraguan a golpe de sentimiento y latido en el yunque de mi tecleo. Pero caprichosa es la vida. Y más aún el destino. Y de aquellos barros, estos lodos. Varios amigos y conocidos empezaron a honrar el escudo del recién creado equipo y a sudar su camiseta aferrándose a la historia que les respaldaba, sin ser conscientes de que estaban sembrado la semilla más preciosa que pudiera germinar: la de la ilusión. Más allá de buscar éxitos deportivos y escalar en las divisiones se creó una familia con una afición común, en la que se compartían las ideas y los más principales fines eran la unión, la diversión y el gritar "Ciudad Real" a través de las miradas, por donde habla el corazón sin que se tercien palabras. Caserío es Asobal... Esas tres palabras que tanto he repetido tanto a viva voz con mentalmente estos últimos días, desde que se consumó la hazaña, tienen mucha historia y trasfondo. El inicio no fue fácil, ni tampoco la travesía, pero los remeros estaban tocados por la fuerza de las Moiras y el augurio, desconocido para los protagonistas y los cercanos, era amarrar en buen puerto.

En ese citado año 2011 nos dábamos el "sí, quiero" mi compañera de vida y yo. Y si algún deporte le ha encantado siempre ese ha sido el balonmano. Pero mucho. Hasta tal punto de estar viendo algún partido televisado y lanzar algún improperio de esos mismos que castiga cuando soy yo el autor y el deporte televisado es el de once contra once sobre verde césped. Cosas veredes, Sancho, amigo, que farán falar a las pedras. Quizás el hecho de que ella haya entrenado y jugado a balonmano desde niña y sea el deporte de su vida tenga algo que ver con la intensidad con la que vive los partidos. El caso es que al igual que en mí seguía dormido aquel sentimiento de aficionado, en ella estaba latente y patente y faltaba algún capricho del destino para despertar a la bestia de nuevo. Pasó el tiempo desde aquel año 2011 en que hubo alianzas y se fundó el Caserío y, llegado el año 2022, en que mi hija tenía cinco años y el club ya llevaba más de una década rodando, comenzó a desperezase el capítulo de la historia que dio lugar a un bello presente (entendido como regalo y como tiempo actual). Mi mujer y yo decidimos que el primer contacto que Claudia, nuestra hija, tuviera con el deporte fuese mediante una práctica de equipo, donde primasen los valores de la unión y el triunfo colectivo sobre el éxito individual y las medallas personales. Y el Balonmano Caserío (que ya se encontraba en División Plata) tenía una preciosa escuela y base de niños donde se inculcaban los valores mencionados a través de un deporte que conocíamos y sabemos de su nobleza en la pista y fuera de ella. Ese fue el detonante que nos llevó a un disfrute épico.

El color amarillo que ya llevaba tiempo haciendo de las suyas por la ciudad, comenzó a llegar a casa. Y se expandió rápido. Conforme la pequeña inició sus entrenamientos de prebenjamines, Gemma y yo, sin saber cómo, cuándo, ni por qué, de repente un día nos vimos sentados nuevamente en el Quijote Arena viendo jugar al Caserío y unimos las gargantas en la grada, tu grada que te anima, te anima con el alma, el alma que es manchega. Se había consumado el plan que la alineación de astros hubo tramado para nosotros. Primero dos abonos y un par de camisetas de la temporada recién iniciada. Después otro abono para mi hermana. Y luego otro para mi suegro. Y, como dónde va Cañizares va la guitarra, otro para mi suegra y todos vestidos de amarillo. Y acto seguido mi mujer, mi hija y yo miembros de la Peña "La Grada Amarilla" desde su fundación como tal. Y bufandas, trompetas, más camisetas y la vida teñida de amarillo en una vorágine preciosa en la que lo mejor estaba por llegar y sin dejar de disfrutar. Ya formábamos parte, sin saber cómo, de los tentáculos de un pulpo gigante que desconociendo su suerte, pero siempre avanzando con ella, iba expandiéndose por Ciudad Real. El club venía trabajando muy bien y siguió (y sigue) haciéndolo perfecto. Comenzó a ser casi habitual que el Caserío estuviese en los primeros puestos de la tabla y con serias opciones de volver a la más alta categoría. Nuestra mente era feliz sabiendo que recorremos kilómetros y superamos obstáculos, sólo por ti, Caserío. Pasaban las temporadas y siempre se resumían en un "casi". La afición estaba feliz, pero rugía, rugía soñando. Porque sabíamos que era posible olvidarnos de ese "casi" y construir un "hecho". Y la ciudad también. Ya llevaba años el Caserío trenzando hilos para convertir en realidad lo que se dibujaba en el telar. Y soy muy feliz de haber llegado, de casualidad, hace unos años, muy pocos al lado de lo que llevan otros, a tiempo al taller y aportar mi humilde ovillo a ese tapiz amarillo. Cada vez más camisetas por las calles y todas persiguiendo un sueño. Y es que los sueños, a veces, si se persiguen, se trabajan, se luchan y se merecen, pueden llegar a ser realidad. Y cuando la grada del Quijote y la ciudad se dieron cuenta que un gran sueño colectivo es mucho mayor que cinco mil sueños individuales, ocurrió lo inevitable. 

Santi Giovanola, Ognjen Radojiçic, Pablo Campanario, Marcos Fis, Juan Lumbreras, Augusto Moreno, Jorge Romanillos, Víctor Morales, Fernando Romero, Paquillo Ruiz, Dani Palomeque, Santi Cánepa, Adrián Trancón, Toni Alegre, Ángel Perez de Inestrosa, Sergio Casares, Carlitos Ocaña, Jorge Silva, Óscar Ruiz, José Andrés Torres y Álex Díaz, lo hicieron. A los mandos de Santi Urdiales, Javi Ortiz y Mariano Muñoz, lo hicieron. Y, todo ello, presidido por un magistral Julián Amores y aliñado por un montón de gente que volvía a llenar el pabellón como en aquellos maravillosos años del Balonmano Ciudad Real, lo hicieron. Lo hicieron. Se anuló el casi y se hizo real el hecho. Y sin grandes talonarios de por medio, ni grandes respaldos políticos ni institucionales, ni nada de lo que suelen servirse los clubes fuertes para alcanzar la cima. No. Lo hicieron partiendo desde la base, desde esos prebenjamines que empiezan a botar un balón, desde esos aficionados que estaban dormidos y volvieron a gritar al verse formar parte de una familia que luchaba por lo mismo, desde una plantilla que se fue forjando con jugadores humildes, cercanos y unidos que usando los goles como ondas vencían a cualquier Goliat que tuvieran delante, desde un grupo de locos que cuando desapareció la ilusión y Ciudad Real quedó vacía de balonmano rebuscaron en el vivero de su corazón y sembraron de nuevo, desde la confianza en que "la unión hace la fuerza" no es un refrán sino una realidad, desde la entrega, el sacrificio y el nombre de los leones que escoltan la Biblioteca Pública de Nueva York: "Constancia" y "Perseverancia". Lo hicieron. Atracaron el navío allí donde Quijote y Sancho sonríen de nuevo por ver el nombre de la capital de La Mancha en el más bello puerto. En Asobal. Al galope sobre una hinchada vestida de amarillo que cual Rocinante, sabiendo que lo monta más que su amo su amigo, no se asusta de embestir ningún molino. Con el trote alegre de Rucio resonando en el interior de miles de personas al compás de las herraduras evocando un "lo hicimos, lo logramos". Con los ladridos de algún galgo recién llegado a la fiesta que se suma al proyecto. Y demostrando a los gobernadores de la ínsula que uno más uno jamás sería el resultado esperado. Lo hicieron. ¿Lo hicimos dices, Dulcinea? Puede ser. Mi locura en aquestas lides no me aclara si fuimos o no partícipes, pero sé que me emociona el haberlo vivido y siempre les estaré agradecido a todos los nombres que he escrito la felicidad que me han regalado cada vez que he gritado un gol, una parada o he vestido de amarillo. Honor y honra a todos ellos. Honor y honra a todos aquellos también que se vean reflejados en estas líneas. Honor y honra a mi amada Ciudad Real, sus gentes y sus sueños alcanzados. Y honor y honra a ti, mi club. ¡¡¡Caserío es Asobal!!!

jueves, 29 de mayo de 2025

ESTE AÑO TAMBIÉN HUBO ROMERÍA

Cuando el tiempo está ocupado (curioso, ¿eh?, pues con ocupación o sin ella siempre avanzan las manecillas del reloj al mismo son) no se pueden atender todas las tareas. Que no es que no se puedan hacer varias o simultanearlas, cuestión que hago desde que tengo uso de razón, sino que no puedo ocupar más el tiempo de lo que ya lo tengo pues una hora dura lo que dura. Que no me ha dado tiempo a escribir antes sobre la romería, vaya, pero que haberla, la hubo. Y tuvo de todo, como siempre. Ya saben ustedes: lumbre, sartén, vino malo para hacer calimocho del que te pone cantarín, amigos, familia, risas y buenos momentos. A mí me encantan este tipo de fiestas simplemente porque las caras de todos los presentes siempre están sonrientes y el ánimo común es pasarlo bien. Y, por supuesto, por mi arraigo costumbrista y tradicional que se ha ido forjando año tras año a través de las vivencias y que tanto me gusta mantener y respetar. Los que me conocen lo saben. Vivo las cosas intensamente y a mi modo, acuñado con la forja del corazón y del sentimiento. Me gusta ser como soy conmigo mismo y me gusta compartir con los demás, de la mejor manera posible, aquello que esté en mi mano. Y hacerlo de las manos de mi mujer, de mi hija y de mis amigos me da la vida. Así es que sí, en las romerías gano vida, pues me lleno de recuerdos, de ratos bonitos, de miradas, de palabras y de pura mancheguía. Más feliz no puedo ser en esos días. ¡Viva la Virgen del Monte!

Me viene a la mente cuando hace cinco años, recién explotada la pandemia, incluso celebré la romería en casa y, gracias a las tecnologías, a través de videollamadas y mensajes logramos pasarlo bien en la distancia. No pude hacer fuego en el salón de casa ni asar chuletas, claro, pero el vino y el whisky jugaron un buen partido y el mal trago casi se convierte en dulce. Y ahora que lo recuerdo, me reafirmo en que la romería (como la vida en sí) me hace feliz por la gente con quien la comparto. Y esa gente lleva años estando y este año no ha sido menos. Va por ella estas líneas de afecto. Dicho ello y con el ánimo limpio y renovado, tal y como quedó tras la celebración de la Fiesta de la Virgen, he de decir que comenzó la misma como viene siendo habitual. Viernes que abre el último fin de semana del mes de Abril y el coche cargado de ilusión, el gorro feo que me regaló mi amigo Narciso puesto en la cabeza de aquella manera, la navaja de campo en el bolsillo, los ingredientes para hacer un buen arroz en el maletero, la mochila con ropa "adecuada" para oler a humo y todos los aperos necesarios para pasar unos días de categoría y repetir, a ser posible, como me gusta año tras año, más de un momento de esos impagables que llena la alacena de los recuerdos y nos llena de satisfacción y alegría.

El sábado nada más levantarme en el Paraje de las Zorreras, allí en el Santuario de la Virgen del Monte, comencé a preparar la jornada adaptándola a los tiempos que atravieso ahora y lo que conllevan. Evidentemente mis "romeras maneras" siempre están presentes, pero no es lo mismo con veinticinco años que con cuarenta y cuatro y siendo padre de familia. Todo es organizarse, encajar alguna pieza y tener ganas de disfrutar. El resultado llega sólo. Cuando era niño miraba a mis mayores cómo se entregaban a la faena de hacer un guiso para todos y su alegría era ver a los demás comérselo. Ahora soy yo el que se mete a los fogones y me llena de satisfacción ver una gran mesa llena comiéndose lo que he cocinado con cariño para todos. La sensación es genial y maravillosa. Este año les hice un arroz un meloso con pollo marinado y setas. Mientras reinaba el silencio entre los comensales porque estaban todos con la boca llena, yo me echaba vino al gaznate y sonreía. ¡Que me gusta a mí un relío de esos! Y lo mejor es disfrutarlo con la gente que quieres (conjúguese "quieres" en todas las acepciones posibles del verbo querer).

Así es que sí, queridos, este año también hubo romería. Ya sabéis que todos los años le dedico unas líneas a tal evento y este año no iba a ser menos. Algunos asiduos lectores de este Rincón las echabais de menos y me lo habéis hecho saber, pero la causa es la que decía al principio, no me ha dado tiempo antes. ¡Carlos! ¡Si es que no paras! No, no paro. No os imagináis todo lo que me ha acontecido en este mes transcurrido entre la Romería y la presente entrada del blog: he celebrado los Mayos con la Hermandad de Pandorgos, he asistido a un Concurso de Hamburguesas a nivel nacional (como comensal, obviamente), he estado varios días en Roma en el Jubileo Internacional de Hermandades y Cofradías, hemos tenido en familia varias excursiones, viajes y eventos, he disfrutado varios partidos y, finalmente, celebrado el ascenso en el Quijote Arena del Balonmano Caserío (mi club, el de mi familia, el de mis amigos) a la Liga Asobal, he tenido convivencia con la cuadrilla de costaleros e, incluso, he debutado en mi primera competición de tiro con arco. Prometo dedicar alguna entrada a algunas de las cuestiones anteriores. Bien merece la pena. Mientras tanto seguiré soñando, entre otras cosas, que el año que viene el último fin de semana de Abril volverá a llenarse el Santuario del Paraje de la Moheda de corros, chozos, tenderetes y lumbres con humeantes calderetas para vivir de nuevo una Romería. Fiesta, la cual, llevo conociendo desde muchos años e inculcando otros tantos, compartiéndola con mis amigos y familia y enseñándola desde que nació a mi hija. ¡Vámonos de romería, papá! ¡Viva la Virgen del Monte!

martes, 29 de abril de 2025

LEYENDA QUE ESCONDE EL BLUETOOTH

Hoy traigo una entrada curiosa y cultural. Todos estamos ya acostumbrados a oír, convivir y usar (tanto en lenguaje como en utilidad práctica y real) la palabra "Bluetooth". No es de extrañar, pues la misma viene coexistiendo con nosotros desde el año 1999, cuando la compañía Ericsson lanzó al mercado una tecnología que venía desarrollando desde 1994 como alternativa para conectar dispositivos móviles sin usar cables. A día de hoy estamos plenamente familiarizados con ella y la usamos de manera automática, mecánica y casi inconsciente en nuestra vida rutinaria mediante el uso de auriculares inalámbricos, la conexión del teléfono móvil con la radio del coche, el envío de documentos del ordenador a la impresora, etc. Pero el nombre en sí (y con poco dominio del inglés que tengas, querido lector y amigo del Rincón, te habrás dado cuenta), nos chirría, pues la traducción literal es "diente azul" y ¿qué tiene que ver esa denominación con la utilidad real de la tecnología que representa? Pues justo de eso vengo a hablar hoy. De la leyenda y simbología que esconde el nombre Bluetooth, del origen de tal nomenclatura y de cómo surge el símbolo que lo representa y qué significa el mismo. Yo, desde luego, no tenía ni idea de tal leyenda y, cuando descubrí la misma, decidí al instante plasmarla en este "periódico de internet", como así llamaba mi abuela a este humilde blog cuando le decía, hace más de diez años, que escribía y contaba cosas en él, para mí y para compartirlas con quien a bien tuviera leerlas. Espero descubráis en estas líneas algo nuevo y desconocido y os guste lo que hoy narro.

El bluetooth es un protocolo de comunicaciones para dispositivos de bajo consumo que se comunican a través de radiofrecuencia. Pero su nombre no tiene nada que ver con la tecnología. Absolutamente nada. El nombre de "bluetooth" proviene del rey danés y  noruego Harald Blåtand Gormsson, quien fue conocido por unificar las tribus danesas y noruegas y convertirlas al cristianismo. Todo surge cuando Jim Kardach, ingeniero de Intel, estudiando la tecnología de unificar la comunicación inalámbrica y, coincidentemente, en sus ratos libres, estaba leyendo el libro "The Long Ships" que narraba las hazañas del rey Harald, conocido como "Bluetooth". De ahí, por los paralelismos entre la unificación que hizo el monarca y la búsqueda de unificación que estudiaba la nueva tecnología, se adoptó tal nombre. Y hay más. ¿Os habéis fijado en el icono? Es, cuanto menos, curioso. Lógico. El símbolo de bluetooth es la unión de dos runas de la escritura vikinga, la H y la B, iniciales de Harald Blåtand, cuyas grafías son ᚼ y ᛒ. Unificando ambas (de unificaciones va la cosa), se obtiene el símbolo que tan interiorizado tenemos ya en nuestro día a día a base de verlo una y otra vez en muchísimos dispositivos y aparatos electrónicos. La leyenda no nos deja indiferente a nadie por su origen: una combinación de historia y simbología nórdica.

Y todavía queda lo más curioso. ¿Por qué se conocía al rey Harald Blåtand Gormsson como "Bluetooth"? Ya he mencionado al principio que ese vocablo inglés se traduce como "diente azul". Y podéis imaginar el motivo. Harald "Diente azul", como fue conocido el mismo, según la leyenda tradicional tenía un diente cariado que, debido a la enfermedad dental, tenía un tono azulado. En ello radica el mote que ostentó el monarca y que quedó recogido en la literatura al versar sobre él como "Harald Bluetooth", por lo que, el antes mencionado Jim Kardach, propuso para la tecnología que se estaba estudiando el nombre de "Bluetooth", cosa que fue aceptada y quedó para la historia. ¿Quién le habría dicho, en su día, al rey Harald Blåtand que su apodo serviría más de mil años después para llamar así a una novedosa tecnología inalámbrica? La vida no deja de sorprendernos y de regalarnos cuestiones tan llamativas como la que hoy os cuento. Ya sabéis cuando compréis unos altavoces, un móvil, unos cascos, un monitor o cualquier aparato que tenga tecnología bluetooth que el nombre de la misma procede del mote de un antiguo rey vikingo y que sus iniciales, escritas en runas y fusionadas, son el simbolito que figura en el dispositivo que sea afirmando que goza de tal protocolo de comunicación. 

Por cierto, en 2018 tuvo lugar en Alemania un sorprendente hallazgo. Se encontraron más de seiscientas piezas entre las cuales había monedas de plata, perlas y piezas muy delicadas de orfebrería (entre las que destacaba un Martillo de Thor). Es el mayor tesoro vikingo encontrado hasta la fecha y había sido enterrado hacía más de mil años por el primer rey nórdico que accedió al trono por legítima herencia. Era el hijo del monarca vikingo Gorm "el Viejo" y se le conoció como "Diente azul". Fue el rey cuyo símbolo contemplan hoy millones de personas en todo el mundo cada vez que usan su móvil, ordenador o tablet: Harald Blåtand. ¡Larga vida al rey! ¡Y larga vida al bluetooth! ¡Anda que no es recóndito el origen de todo ello! Y yo viéndolo a diario y sin saberlo. Espero que hubiera alguien que no lo supiera y lo haya descubierto hoy leyendo el Rincón. Hasta la próxima, amigos.

miércoles, 23 de abril de 2025

MI SEMANA SANTA 2025

Me gusta que llegues, pero me gusta más oírte llegar. Sabías que ibas a ser muy especial y me has dejado unas vísperas preciosas. "Se ha pegado toda la Cuaresma llorando", como ha dicho mi hermana más de una vez. Y es que llegaba una Semana Santa que marcaría en mi vida un antes y un después. Mi primer recuerdo cofrade es contando con seis años de edad, en la calle Altagracia, vistiendo la túnica de la Hermandad de la Santa Cena donde todo empezó para mí. Pocos años después comencé en el mundillo de la música cofrade, tocando la corneta en la banda de dicha hermandad. Y con tan sólo catorce años debuté en el oficio más bello del mundo: el costal. Eran otros tiempos, los pasos no pesaban lo que ahora y las cosas se hacían de otra manera. De aquella manera. Desde entonces hasta hoy han pasado treinta Semanas Santas sin faltar a mi cita con la arpillera en la Hermandad de la Flagelación. Y el privilegio que me ha dado el Señor de la Bondad ha sido librarme de todo mal que me impidiera pasearlo, haciendo que haya llegado a ser el primer costalero en la historia de la hermandad que ha alcanzado la cifra de tres décadas ininterrumpidas bajo el paso de misterio. Hay un único costalero en la cuadrilla que lleva más tiempo que yo, pero el servicio militar le impidió pasear al Señor un par de años. Y otro costalero que entró en la cuadrilla el mismo año que yo, faltó un par de años por cuestiones médicas. He sido un afortunado total. Y tras haber sido así durante más de las tres cuartas partes de mi vida, este año llegaba mi retirada del costal, lo que convertía a la Semana Santa de 2025 en muy especial, sentimental y emotiva para mí, a la par de dejarme huérfano en el modo de vivir los Miércoles Santos a partir de ahora, pues no sé hacerlo de otra manera que estando con costal y faja debajo del paso de la Flagelación de Nuestro Padre Jesús de la Bondad. Miles de vivencias y recuerdos y cientos de lágrimas han recorrido mi mente y cuerpo esta Cuaresma. Y también lo han hecho en esta recién concluida Semana Santa. Es un punto de inflexión total en mi vida cofrade que ya nunca jamás volverá a ser igual. Pero estoy feliz. Muy feliz.

Así pues y tras disfrutar de las vísperas lo más grande, llegó un nuevo Domingo de Ramos donde este año me iniciaría en el terno negro en la Hermandad del Prendimiento. Y tuve tres fortunas que para mí se quedan: volver a ver a mi hija en las filas de nazarenos de los niños de la cofradía, tocar el martillo del paso a los pies del Camarín de la Patrona y sentirme querido por todos aquellos que pasean al Rabí de los Ángeles imprimiendo con su costal el bamboleo flamenco de su túnica. Cuadrilla que tuvo a bien hacerme un reconocimiento por los treinta años de oficio costalero que reposan en mi cerviz y a los que siempre estaré agradecido. Un Domingo de Ramos para mí precioso, sin duda. Empezó con la Hermandad de las Palmas abriendo la Semana Grande y llevándose la pobre un chapetón de agua que la obligó a volver a casa. Y culminó con la Coronación y el Prendimiento, por la tarde, sin incidencia alguna y haciendo disfrutar a toda la Ciudad Real cofrade. El Lunes Santo se antojó lluvioso. Y mucho. No recordaba en mi vida haber visto suspender el Vía Crucis hasta este año. Una intensa manta de agua obligó a ello. El Martes Santo volvió a jugar malas pasadas y barruntaba agua que finalmente cayó de forma inesperada en ese momento, pues no era ahí cuando se la esperaba. Las hermandades de Medinaceli y la Esperanza no salieron a la calle y la de Las Penas que sí lo hizo cuando media hora antes de su salida le comunicaron que no había riesgo inminente previsto, se mojó lo más grande a escasos ciento cincuenta metros del Convento del Carmen. Acertada decisión de todas ellas tanto en no arriesgarse como en asumir riesgo cuando las fuentes te dicen no haberlos. Es muy fácil emprender la crítica hacia cualquier decisión, pero lo que necesitan las corporaciones es ánimo, aliento y respeto.

Y llegó el día. Mi adiós al costal. Son momentos que han de pasar y que por más que queremos que no lleguen dependen de algo que es indominable: el tiempo. Mentiría si dijera que no lloré de nuevo amargamente al cumplir mi ritual forjado en treinta Miércoles Santos. Preparé mi equipo de costalero por última vez sabiendo que me he entregado todo lo que he podido y me dispuse a disfrutar. Me di cuenta que hice bien en anunciar mi despedida y abrazar a la que siempre será mi cuadrilla en el último ensayo en vez de esperar al gran día. De haberlo hecho así, no habría exprimido las últimas chicotás de mi vida con plena felicidad y habría restado importancia a quien realmente es el protagonista: el Señor de la Bondad. Todo se había consumado y sólo quedaba pasearlo por última vez rodeado de costaleros con mayúsculas de los que muchos hemos crecido juntos bajo ese paso. Todo por Él. Bajo sus maderas me hice hombre, padre y costalero. Saboreé cada zancada, cada chicotá, cada levantá. Y la sonrisa permanente por todo lo vivido y por tener a hija Claudia a mi lado. Es hermana desde el día que nació y juró las reglas de la Bondad y el Consuelo en mis brazos cuando tenía un mes y cinco días de vida. Y ese día, justo después, fui el pregonero de mi cofradía. ¡Anda que no es grande la Bondad de Dios! La última vuelta que pude disfrutar en el zanco izquierdo fue llevando el paso de la calle María Cristina a Feria y sonando la marcha Soledad de San Pablo. Sones rancios, eternos, para un Miércoles Santo de ensueño. Y aunque llegó la lluvia de nuevo no me impidió pasar por las Puertas del Cielo. Al arriar el paso por vez última me quedé sólo y en silencio. Y lloré otra vez por haber sido costalero. Llevé una rosa a la Plaza de Santiago Nº 2, Convento de las Hermanas de la Cruz. La dejé en su puerta, me arrodillé y di gracias de nuevo. Treinta años de oficio poniendo el sello. Estoy feliz y satisfecho. Poco a poco hubo llegado el momento.

Y con una enorme marejada de sensaciones amaneció el Jueves Santo y cambió el tiempo. Saldrían todas las cofradías. Sevilla me esperaba y yo tan contento. Mi familia, mis amigos, las cofradías, las costumbres, las tradiciones... Y la Esperanza. Siempre la Esperanza. Macarena, por supuesto. Volví a perderme por las calles de Siviglia y a vivir grandes momentos. Ya me vi obligado a ponerme el babero cuando el palio de la Hermandad de los Negritos, la Virgen de los Ángeles, puso boca abajo la Plaza de la Alfalfa al son de "Pasan los campanilleros". ¡Vaya momento! Para paladares selectos. Y, ¿qué decir de las Cigarreras pasando por los Jardines de Murillo? ¡Madre mía! Vi todas las cofradías del Jueves Santo en sitios buenos: Exaltación y Valle saliendo, Quinta Angustia y Pasión entrando y Montesión lanzando cambios. Y en esas horas de la noche que el cielo se torna del color del agua anisada y que la madrugada avanza, busqué al Gran Poder por el centro llegando a la Campana. Silencio, Calvario, Esperanza de Triana. ¡Qué maravilla de noche mágica! Y quedaba el remate por la mañana. Otro año más disfrutando de la Hermandad de los Gitanos y, sobre todo, de mi Señor de la Sentencia y de su Madre de Esperanza. ¡Que se detenga el tiempo cuando un mar de plumas blancas vienen escoltando a Dios por la Resolana! Y que se pare el mundo cuando suena el Himno de la Macarena y nos deja con un nudo en la garganta. ¡Vaya Semana Santa! Viernes Santo que se me mezcla con esos ratos de la muralla y con la salida de las cofradías de la tarde que otra vez me unen a las horas altas. Y otra vez las vi todas: Carretería, Soledad de San Buenaventura, Cachorro, la O, San Isidoro, la Mortaja y Monserrat. No cabe más romanticismo en la jornada en la que, además, cumplo la vigila comiendo el bacalao que hago en casa y en Sevilla aguarda y disfrutando por la noche del pescaíto de los amigos de la Isla. ¡Como debe ser y seguir siendo!

Sábado Santo de cofradías rancias. Comí con los amigos en plena Cuesta del Rosario esperando al Sol que salía por última vez con las túnicas de verde ruán. Allí vimos la primera del día. De allí a la Encarnación que ya llegaba la Hermandad de los Servitas y tras ella la Trinidad, con sus tres pasos: Decreto y Cinco Llagas antes que el palio. Marché luego a uno de los encuentros del año: con mi querido Padre Joaquín, preste y siempre cerrando la Soledad de San Lorenzo. Nos dimos saludos, recuerdos y estampas de tiempos nuevos. Lo quiero mucho. Me casó, bautizó a mi hija y es un hombre bueno. De ahí a la Plaza Nueva a esperar el Santo Entierro. Y vistas las cinco cofradías del día repetí la Soledad por el Salvador y la Trinidad de vuelta. Iba terminando la Semana que cuenta el tiempo al revés y quedaba el último suspiro que es el que da sentido a lo anterior. Y así lo fue otra vez. Domingo de Resurrección y el Resucitado y la Virgen de la Aurora poniendo el broche a las calles. ¡Qué maravilla cerrar la Semana Santa con marchas de agrupación y un palio andando de vuelta! Ha sido una Semana Santa muy especial y disfrutada por mí y, aunque la lluvia me ha robado algún momento que ya nunca se repetirá, ha sido plena en mi interior. Empieza una nueva era. Siempre con mi familia, mi gente, mis hermandades, mis costumbres y Tú, mi Señor de la Bondad. Como diría aquel viejo pregonero: "Todo pasa y todo llega, nazareno del amor, la vida no es más que un seise al que la cambia la voz...".



lunes, 31 de marzo de 2025

¡AHÍ QUEDÓ!

Hay días marcados en el calendario que uno no sabe cuándo van a llegar, pero llegan. Cuando en el año 1995 ingresé como costalero en la cuadrilla de la Flagelación de Nuestro Padre Jesús de la Bondad, jamás supe los años que duraría mi estancia en ella. No me planteaba que todo empieza y todo acaba. Lo que tenía, tuve y he tenido, siempre, muy claro es que en ella empecé y en ella terminaría. Me limitaba a enfajarme, hacerme el costal y pasear del mejor modo que podía a la Bondad de Dios. Y así han ido pasando los años y las décadas. Y las hojas del calendario una a una, claro está. Y llega un momento en el que comienza a acercarse el día de la despedida y aunque todavía no lo veas, sabes que está, sabes que existe y sabes que, por mucho que nunca quisieras que llegue, va a llegar. Intentas tomar conciencia y a imaginar cómo será el momento. Y sabes que va a doler. Mucho. Pero que si está en tu mano decidir cuándo ha de ser, aunque duela, duele menos que a quien le llega forzado. Y así, día a día, se me ha ido acercando uno de esos que no quería que llegase, pero que era inevitable que lo hiciese. Y si, además, desde hace varios años ya no tenía la rodilla izquierda y la espalda para muchas batallas más, debía fijarme una fecha voluntariamente y no tensar más aquello que el tiempo, te empeñes o no, siempre logra. Pensé que veinticinco años de oficio costalero ininterrumpido ya era una cifra considerable. Y más después de haber sacado muchos pasos en Semana Santa durante los últimos quince años y todos los pasos de Gloria de mi ciudad y alguno de fuera. Sin embargo, aunque la cabeza iba tirando de sensatez, el corazón tiraba con más fuerza y decidí seguir hasta los treinta años (¡qué rápido se escribe y lee! treinta años...) con raza costalera, por ir demorando la retirada todo lo que pudiera y exprimir, más aún, el oficio, mi dañada espalda y mi rodilla izquierda a cambio de entregarme todo lo que pudiera a la Bondad del Padre.

Y llegó. No podía ser de otra manera. Tras un tiempo allanando el terreno y despidiéndome de los pasos guardando para mí el último resquicio de costal, llegó el día. Y me siento afortunado de haber podido marcarlo yo y no haber sido forzoso, aunque la ya confirmada lesión de rodilla desde hace unos días, ha aderezado todo y ya, sí que sí, ha de consumarse. Empecé tras la pandemia a irme reservando algo y dejé de sacar los pasos de gloria. ¡Qué gran fortuna he tenido! La Virgen de la Cabeza, el Sagrado Corazón de Jesús, la Virgen del Carmen, Santa Teresa de Jesús y Santiago Apóstol, Patrón de la vecina localidad de Granátula de Calatrava. Cinco pasos de gloria que he paseado muchos años con cariño y entrega. Estoy muy agradecido a sus capataces por haber confiado en mí para ello y permitirme mecer a las imágenes en mi cuna de arpillera. Guardo muchos momentos, pero muchos, de felicidad indescriptible y de vivencias: igualás, ensayos, mudás, desarmás... ¡Qué bonito es ser costalero! Después empecé a afrontar la retirada de los pasos grandes, los de Semana Santa. El primero fue el Señor de las Penas. Muchos años, una docena quizás, disfrutando del racheo silente y carmelitano que envuelve la noche del Martes Santo. De recogida, fui susurrando un Padre Nuestro y al entrar de nuevo en el Convento, con los ojos cerrados bajo el costal, le di gracias por todo.

Algunos años después lloraba con el alma encogida pues llegaba, desgraciadamente, el que iba a ser mi último Domingo de Ramos debajo de mi querido Rabí. El Cautivo de blanca túnica que procesiona desde el Barrio de los Ángeles sabía que tenía que dejar hueco en sus trabajaderas, pues, de lo contrario, la deformación ya del morrillo de mi cuello y la pelea de mi rodilla con el zanco izquierdo no me dejaría cumplir con la nobleza que requiere el oficio costalero y despedirme marcando yo el momento y no un parte médico. Llegó el Domingo de Ramos y estalló la Gloria de una semana que cuenta el tiempo al revés. Y sólo Él sabía como sería mi final en la parihuela azul. Cambié el relevo con un compañero, para hacer la entrada. Mi cuadrilla hacía salida... Vi salir al Señor y le prometí ir debajo en la entrada y rezarle muy cerquita, pero llegó la nefasta lluvia casi al final del recorrido y, la cuadrilla que iba debajo en ese relevo (que era precisamente la mía), salvo un costalero de la otra, en mi querido zanco que tanto he sufrido y disfrutado, al que yo le había cambiado el tramo para hacer la entrada, no se salió ya del paso y fue quien lo guardó. Yo, por lo tanto, con todo planeado y orquestado para arriar por última vez al Maestro, no hice ni salida ni entrada y sí ambas cosas mi cuadrilla. Así lo quiso el Señor dando muestra de grandeza: sólo Él sabe cuándo es el momento. Mi ultima chicotá en el Prendimiento se hubo consumado sin yo saberlo. Mil gracias de nuevo. Ahora visto el terno negro.

Y ya sí que sí. Con la espalda y la rodilla lastimadas, el recuerdo de haber paseado también al Nazareno, por dos veces, en el año 2017, de haber sido costalero en Sevilla en la Hermandad del Valle bajo el paso de Nuestro Padre Jesús con la Cruz al Hombro y tener la conciencia tranquila de haberme entregado todo lo que he podido, llegaba el momento. Treinta años de oficio costalero y mucho dolor en la rodilla. Era la hora señalada y no podía ni debía pedir más prórroga. Se descubrió el presagio, pues el dolor en la articulación no hacía sino mandarme un mensaje claro: has sido un privilegiado y la hora ha llegado. No tenses más. Tuve que claudicar e ir al médico en mitad de la Cuaresma: rotura parcial del ligamento cruzado posterior, condropatía rotuliana y ganglión intrasustancial en la rodilla izquierda. A mi vida de costalero, ya sí que sí, sólo le quedaba un ensayo y un Miércoles Santo. Un último esfuerzo, con miedo y con refuerzo te voy a pasear de nuevo. Aunque el verdadero esfuerzo será no volver a ser costalero. Cuando arrie el paso al final de acariciar el Perchel por última vez ya te habré dicho todo. Pero me voy feliz y contento. Mi Señor de la Bondad, mi Flagelado eterno, mi amado Rey de Reyes, gracias, gracias y gracias por tenerme treinta años en tu reino. He sido muy afortunado y siempre me has permitido estar a tu lado sin lesión, sin accidente, sin faltar a la cita en tu parihuela. Entiendo tu mensaje y te doy mi eterno agradecimiento. Pedí al capataz hablar en el corro a los hombres buenos que te llevan con esmero y me rompí por dentro. Lloré con pena y con sentimiento, porque era mi último ensayo con ellos. Cuídalos, cuídalos siempre. Los quiero a rabiar. Muchos ni habían nacido cuando yo ya te llevaba sobre mi cerviz... He crecido junto a ellos y hemos vivido muchas cosas juntos. No sé vivir las cofradías sino es cerca de ellos. Y bajo tu paso me he hecho hombre de verdad. Esta vez sí: llegó el momento. Debo dejar el hueco. Treinta años en tus maderas rezándote a mi manera. Era el año 1995 y ya es el año 2025. Gracias de nuevo por haberme protegido. Me puse el costal por primera vez contigo y contigo será la última. Sólo queda disfrutar de nuevo. Así lo hemos escrito y quiero que me dejes cumplirlo. Por siempre, tu costalero. ¡Ahí quedó!

miércoles, 19 de marzo de 2025

INICIÁNDOME EN EL TIRO CON ARCO

Recuerdo de niño mi afán por hacerme arcos y flechas. Cada salida al campo con mis abuelos y mis padres buscaba una rama que fuese verde y flexible, ya que en mi mente se figuraba la misma como un fantástico arco que haría las delicias de mi instinto de tirador. Preguntaba a mis mayores cómo humedecerla y curvarla para que fuese adquiriendo la forma deseada y la dejaba días sumergida en la bañera y atada con una cuerda a los extremos para moldearla. Me encantaba. Una vez logrado ese primer proceso, con rudimentarias herramientas, pues apenas contaba con unos diez años de edad, realizaba unas muescas en los extremos, donde anudaría la cuerda. Forraba con un cordón o pieza de cuero la parte central del arco a modo de agarre y con alguna pequeña cuerda, resistente y que diera fuerza suficiente a mi recién creada arma, encordaba mi arco creyéndome Robin Hood. ¡Qué feliz habría sido yo un ratito en los Bosques de Sherwood! Las flechas las construía mecánicamente tras años de estudio de los materiales y de forma magistral. El momento preciso era justo tras la Feria. Al día siguiente de culminar las fiestas marchaba al lugar donde se había lanzado la traca y pirotecnia final y hacía buen acopio de las varetas de madera de los cohetes, las cuales se encontraban esparcidas por el suelo. Eran cilindros perfectos de forma y grosor para el fin que yo quería. Y la longitud era de casi un metro, por lo que me permitía cortarlas a la medida de mi brazo. De vuelta pasaba por la Catedral y, siempre, a los pies de sus muros, había algunas plumas de paloma que recogía y guardaba para dotar luego a las flechas de vuelo, colocando tres de ellas, debidamente cortadas en su cañón y forma, cercanas al extremo inicial de lo que sería la flecha terminada. Las amarraba con hilo y quedaban perfectas. Y las puntas eran mi pasión. Al principio endurecía la madera quemándola un poco con un mechero y afilándola con un sacapuntas o navaja, lo que hacía que esa flecha casera se clavase sin problema en cartones y maderas más endebles. Luego mejoré la técnica y logré ahuecar el extremo de las flechas e insertar en cada una un clavo sin cabeza, pegándolo por dentro, atando fuertemente un trozo de lana rodeando la madera e impregnando todo bien con pegamento de contacto para darle consistencia, fuerza y durabilidad al conjunto. Restaba hacer una muesca horizontal en el extremo de la vareta más cerca del emplumado que permitía que la flecha encajase perfecta en la cuerda para tensar el arco y tirarla. Así podía lanzarlas y clavarlas en paredes, árboles y muebles. Aún hay en casa mis padres algún "recuerdo" de aquello. ¡Incluso podía cazar! Pero nunca me ha llamado eso la atención. Elaboraba verdaderamente arcos y flechas y era feliz con ello. Hace más de treinta y cinco años de aquello y me acuerdo con una enorme sonrisa...

Siempre me ha gustado el mundillo del tiro con arco y hacerme yo ambas cosas. E incluso las dianas. Y me pasaba horas jugando con ello. Lo que no me esperaba es que la vida, del modo más recóndito, me llevase ahora, pasada la cuarenta de edad, de hecho, casi mediada, a hacer de ese gusto una pura afición y haberme adentrado en la iniciación y conocimientos necesarios para su práctica libre. Mi poco conocimiento era la admiración del tiro con arco compuesto y de poleas que veo en televisión cuando hay Juegos Olímpicos o haciendo zapping encuentro, de casualidad, una competición al respecto. Desconocía totalmente la existencia de Clubes de Arqueros y mucho más el argot, técnicas, posiciones y materiales que ellos usan. Palabras como "anclar", "longbow", "culatín" o "fistmelle" no las había oído jamás. A mí me gusta coger un arco y tirar flechas apuntando instintivamente. Sin más. Pero no es tan sencillo como antes lo hacía de niño. Nunca había olvidado ese gusto, pero tenía ese saborcillo dormido en mi interior. Y todo cambió un día que mi hermana me dijo que había ido a una Jornada de Puertas Abiertas de un Club de Arqueros. ¿Aquí en Ciudad Real? ¡Vaya! Y yo sin saberlo... Me habría gustado. Se llaman Club de Arqueros de Don Gil. El nombre tiene arraigo total con la ciudad, sin duda. Algún tiempo después, en Jugarama, ese mismo club puso un stand para niños y los enseñaba a tirar con arco. Fui con mi hija y aproveché para tirar yo también. Y se despertó en mí de nuevo el paladar del arco y las flechas. Y de modo imparable. -¡Tenéis club de arqueros! -¿Tenéis? ¡Tenemos! Estamos aquí en la ciudad, hacemos cursos de iniciación, explicamos y enseñamos. ¿Te interesa? -¡¿¡¿Cómo?!?! Dime día y hora. No sabes lo que se ha desperazado en mí de nuevo...

Dos meses después recibí el aviso. Se convocaba a Curso de Iniciación a tiro con arco. Allá que fui tan feliz. Mi hermana también vendría. Y así empezó todo. Esta vez de modo profesional y sin ser autodidacta: con monitores, con material específico y con todas las garantías de seguridad y requerimientos legales, pues no es un juego y la vida ha cambiado mucho en esos aspectos. Ahora sí que sí he aprendido a tensar un arco y darle fuerza y me estoy familiarizando con la tradición inglesa que dio lugar a tal creación deportiva y mantenimiento tradicional del uso de arcos y flechas, primer arma no arrojadiza creada por el hombre primitivo. Las mediciones en libras y pulgadas comienzan a ser habituales en mí. También sigo aprendiendo posiciones, técnica y vocabulario de esta afición. Por supuesto que he concluido el curso de iniciación y me he quedado como miembro del club. Está en trámite mi licencia y he adquirido, ¡no me lo creo aún!, mi primer equipo de arquero: un arco recurvo completo, una docena de flechas con punta de acero, un carcaj, un guante dactilera y las debidas protecciones. Estoy como un niño con zapatos nuevos. Me viene genial para desconectar de rutinas laborales y concentrarme en aprender bien algo que me ha encantado desde pequeño. Y, cosas de la vida, mi hija Claudia, también llamada por esa voz de los arcos y las flechas que creo que a todo niño le gusta por aquello de practicar y ejercitar la puntería, quiso venir un día y ha caído también en este deporte que compartirá con su tía y su padre. Para mí es una afición y una vía de escape. Nada más. Y me encanta. En esas estoy ahora, culminando lo que no pude de niño (o si pude, la misma vida reservó para otro momento): iniciándome en el tiro con arco.

viernes, 28 de febrero de 2025

CUANDO LAS LETRAS REFLEJAN EL ALMA...

Hace algunos años ya, aproximadamente una decena, alguien me decía "se nota que has pasado mala época porque has escrito menos en el blog". Y llevaba razón. Mucha. Toda. Porque fueron tiempos feos. Y atrás quedaron. Y era cierto que, aunque la falta de tiempo pudiera acentuarse por cualquier cuestión, la verdadera razón era la desgana y la desidia, en definitiva, el no tener nada que escribir que me ilusionase hacerlo, pues siempre que vierto letras es movido por algún ímpetu interno, cosa de la cual carecía en aquel tiempo. Sin embargo y jugando con él mismo, con el tiempo digo, aunque más bien él conmigo, me he dado cuenta que escribiendo también desfogo esa sensación de ahogo y apatía, pues me dedico, precisamente, un tiempo a mí y me libero mentalmente sacando fuera cómo me siento. Al fin y al cabo, escribo para mí, mis cosas, mis memorias, mis vivencias. Y aunque el Rincón es lo que es gracias a vosotros que lo mantenéis vivo leyendo lo que en él se halla, no deja ser un resquicio donde me expreso y abro por dentro para conmigo mismo. Siempre lo digo, me gusta luego, pasado tiempo, ¿qué si no?, leerme a mí y recordar cuestiones que, unas veces bellas y otras tristes, me reavivan los recuerdos que son, en esencia, mi vida misma y mi camino recorrido. Y en esas estoy hoy que llevo prácticamente un mes sin teclear nada en la alacena que atesora los tarros de conserva de mis años vividos. Motivos hay, pero escribiendo los sobrellevo y tenía que enfrentar la causa como haría mi querido y admirado Don Quijote, idilio de La Mancha.

La verdad es que me pongo cara a cara con el monitor sabiendo que no sé ni qué escribir, pero brotan las palabras solas y contemplo como se van rellenando oraciones como si no fuese yo quien las crease. Supongo que es por la necesidad de sacar lo malo fuera y despejarme un rato hablando conmigo mismo. Cuando la mochila se llena demasiado es necesario aligerarla y, maldita sea la alineación de planetas o lo que proceda, cuando se desborda es siempre cuando más cargada va. Es obvio lo que digo, pero, como diría Víctor García Rayo, yo me entiendo. Se cumple el dicho de que los problemas nunca vienen solos y se agrava la situación cuando es para los míos (mi gente, me refiero), son temas de salud y no puedo controlarlos yo, ni solventarlos, ni medir los tiempos. Me gusta tener todo mi alrededor controlado y saber que cualquier situación que me eche en cara, ya sea de forma deliberada o de forma sorpresiva, puedo dominarla y saber cómo afrontarla y sobrellevarla. No digo ganarla, porque, evidentemente, ni lo pretendo ni sería posible. Tampoco Alonso Quijano cuando cabalgaba salía siempre victorioso. Lo menciono porque antes ya lo he puesto de ejemplo. Y si me fijo en su valentía (si bien pudiera ser temeraria por su locura), he de contemplar también los resultados. El caso es mirar cara a cara al problema y saber hacerle frente.

Y esta vez me he visto desbordado y sin saber asumir que no puedo dominarlo. Día tras día me duele el no poder hacer nada para evitar ciertas cosas o acelerar su solución. No está en mi mano. Y me duele, me molesta, me fastidia, me enerva y me entristece sobremanera. Pero ni yo podía haberlo evitado, ni yo puedo solventarlo como quisiera. No me queda nada más que hacer lo que hago. Asumir, enfrentar, sobrellevar y ayudar. Eso sí está en mis dominios. Y, por ello, quizás, me he olvidado algo de mí, pues el tiempo que antes pudiera dedicarme, debido a las apreturas ahora impuestas en la agenda, debo dedicarlo al trabajo que es a quien por motivos superiores se lo vengo robando y luego me toca recuperar. Y eso se refleja en el Rincón. Por supuesto que sí. El pobre es el gran damnificado cada vez que carezco de tiempo y/o ganas de escribir. El Rincón y los libros, aunque eso no lo veis. Pero cuando no escribo y no leo, es porque algo no va bien. Y es cuando sé que no estoy bien porque no escribo ni leo. Soy consciente cuando paso tiempo sin escribir de que las cosas no están como quiero. Pero hay que seguir de frente. Raza costalera. Que esa es otra para agravar la melancolía. ¡Qué poquito me queda! Y también me pesa en el alma. Se junta todo y la carga se desparrama. Al menos, cada día que pasa las noticias se van estabilizando y me va volviendo la sonrisa, porque sé que la Esperanza nunca falla. Con mayúscula, sí. Ya sabe Ella... Hoy rompo las cadenas y me expreso.

Quizás por ello y enfrentarme a mi interior y soltar lastre en forma de letras voy recuperando la inclinación ascendente de las comisuras. El caso es que desfogo tecleando un rato y me sirve de bálsamo. Es más, cuando pasen estos momentos más complejos, pase algún tiempo y revise de nuevo el blog leyéndome y releyéndome, sí que sonreiré viendo como impedí que existiera, en este "Periódico de internet" como decía mi abuela, un vacío temporal carente de palabras. Y recordaré, supongo, lo que habría dado lugar al mismo. Y disfrutaré, seguro, de que haya quedado atrás y de haber llenado un poquito de ese bache con estos párrafos que hoy emergen directos de mi cabeza sin filtro alguno. Incluso tecleo más rápido que de costumbre pues los sentimientos fluyen solos y no estoy yo para ponerles orden o tamizarlos. De hecho, cuanto más fluyen más se me acompasa la respiración y más alivio interno tengo. No sé preocupe quien me lea. Con certeza me habrá visto en los lugares que frecuento y con la sonrisa puesta, pero ¡qué cierto es aquello de que la procesión va por dentro! Y los más cercanos a mí que saben la génesis de todo y me ven cabizbajo, son, precisamente, aquellos a los que he de cuidar porque procesionan conmigo. Cuando las letras reflejan el alma quien te conoce sabe interpretarlas. Y, en mi caso, malo es cuando no hay letras, así es que si las hay es un avance. ¡Hay que seguir!

jueves, 23 de enero de 2025

LA ALDEA DE CIRUELA

Todo habitante de Ciudad Real conoce la calle Ciruela. Une el corazón de la ciudad, empezando en la Plaza del Pilar, con la Ronda que lleva su nombre, donde antes existía la muralla y más allá los extramuros. Pero no todos saben el por qué de ese nombre tanto a la calle como a la ronda: Calle de Ciruela y Ronda de Ciruela. Quizás el de la ronda sí, porque igual que las demás, toma su nombre de la calle que desemboca en la misma, pero, ¿la calle? Me aventuraría a decir que todos de niños hemos pensado en la fruta y jamás hemos entendido por qué una de las principales calles de la ciudad tenía ese nombre. Al menos yo, de pequeño, sin llegar ni a la decena de años, sonreía pensando qué afortunada era la ciruela en comparación con el melocotón o la sandía que incluso tenía una calle. Hasta que fui creciendo y descubrí que, lo normal es que, cuando una calle tiene un nombre, las linderas suelen tener otro relacionado, como ocurre, por ejemplo, en el Barrio de Pío XII donde tienen nombres de pintores, en la zona de la Puerta de Santa María donde tienen nombres de ríos o en el nuevo Barrio de la Guija donde tomaron nombres de los componentes del sistema solar. Así descarté que la calle Ciruela se debiese a fruta alguna y me quedé con la duda del origen de su nombre. Y fue hace pocos años cuando lo descubrí y hace escasos días cuando decidí estudiarlo. Todo ello es debido a la existencia de una vieja aldea a escasos kilómetros de Ciudad Real que tenía ese nombre y a la que se llegaba, prácticamente en línea recta, tomando dirección sur desde la céntrica Plaza del Pilar por la calle que conducía a aquella, lo que hizo que se llamase a la misma "la calle (que va a la Aldea) de Ciruela". Por cierto, la puerta ubicada en las murallas que daba acceso a la ciudad por tal lugar, ya lo podéis intuir, también se llamó "Puerta de Ciruela", claro está. Y precisamente eso es lo que vengo a dejar hoy plasmado en el Rincón, no sólo el origen del nombre de la calle, sino qué fue la Aldea de Ciruela y qué queda de ella.

Antigua Puerta de Ciruela

La historia nos remonta hasta primeros del siglo XII, pues aunque no puede saberse con certeza cuando se fundó la aldea, sí que está datado que en el año 1156, con el mandato del rey Alfonso VII, fue donada al caballero toledano Armildo Meléndez para poblarla. La Aldea de Ciruela perteneció primeramente a Alarcos, después a Villa Real y, finalmente, a nuestra querida Ciudad Real. El lugar está enclavado en el sitio conocido como Cerrillo de la Horca, a la vera del río Jabalón, en un pequeño alto que domina el valle, entre los castillos de Calatrava y Caracuel. Existía allí una fortaleza construida sobre un domo volcánico (lava solidificada) de unos doce metros de altura y laterales prácticamente verticales. Se cree que dicha fortaleza fue edificada por los árabes y tenía por nombre Hisn al Sujaryola. Los avatares de encontrarse entre caminos fronterizos y de paso de un castillo a otro hizo que pasase de moros a cristianos y viceversa en varias ocasiones. En el año 1187, estaba bajo dominio cristiano, pues cuando el Papa Gregorio VII, por bula pontificia, reconoció la Orden de Calatrava la cual tenía varios castillos en su poder, se nombraba Zuerola (Ciruela) entre ellos, como Alarcos, Caracuel, Benavente, Piedrabuena, Malagón y Guadalerzas. En 1195, tras la batalla de Alarcos, pasó de nuevo a estar sometida por los árabes y en 1212, las armas cristianas recuperaron su dominio y repoblación a su paso hacia las Navas de Tolosa. En tal fecha se entregó la aldea a Doña Zuera María Armíldez, hija de Armildo Meléndez a quien se le hubo donado la aldea para poblarla, como antes decía. 

La aldea con su fortaleza y la iglesia que frente al castillo se construyó, pasó a ser de Villa Real en el año 1255, con el rey Alfonso X, el Sabio quien al fundar la villa ya la menciona en la Carta Puebla y la integra en los territorios que dominará la recién fundada. Era llamada entonces Figueruela y en el documento figura así: "Et do á esta villa sobredicha que haya por aldeas ó por término Zuhéruela é Villa del Pozo é la Figueruela et Poblet é Alvala con todos sus términos yermos é poblados é con todos sus derechos, con montes, con fuentes, con ríos, con pastos, con todas sus entradas é con todas sus salidas é con todas su pertenencias assí como las han estos lugares sobre dichos é las deven aver". Desde entonces hasta nuestros días ha permanecido ligada a Ciudad Real y aunque nunca fue una gran población siempre ha mantenido vida en sus viviendas. En el sigo XIX ya hay escritos que mencionan su estado ruinoso y amenazante de derrumbe, estando la pequeña Aldea de Ciruela prácticamente despoblada y abandonada, contando únicamente en 1890 con 39 construcciones y 81 vecinos, como aseveró Hervás y Buendía. La decadencia de la pequeña urbe siguió imparable y en 1904 se suprimió la Parroquia rural de Ciruela pues comenzaba a desplomarse y, pese a haberse celebrado en ella grandes misas y contar, incluso, con una Romería señalada el día 3 de Mayo a la que asistían numerosas gentes de Ciudad Real, Miguelturra y otros pueblos cercanos, ya no iba nadie. Aguantaron, aún así, las celebraciones eclesiásticas hasta el año 1931 y la edificación en pie hasta que la Guerra Civil hizo sus estragos. Posteriormente, en 1975, el párroco de Miguelturra se adueñó indebidamente de su puerta de estilo gótico y la trasladó a su pueblo, donde podemos verla como acceso a la actual sacristía de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Eso fue el final total de la Iglesia de Ciruela, de la que a la fecha sólo quedan restos de sus muros.

Del castillo, igualmente, tan sólo quedan resquicios, cascotes y algunas piedras de su basamento que nos recuerdan lo que algún día debió de ser y que hace siglos que se derrumbó. En cuanto a la aldea en sí, está abandonada, derruida y ruinosa. Cuando sus terratenientes marcharon de ella no quedó nadie allí. No tiene acometidas de agua potable ni llega la línea de luz y electricidad hasta ella. Sin embargo, como antes narraba, siempre ha tenido algo de vida. Tras unos pocos años sin nadie, Francisco Fernández, más conocido como "Fran, el habitante de Ciruela", se decidió a vivir en tal lugar. Reside allí totalmente solo y su compañía son sus mascotas No usa reloj ni teléfono y afirma que vive feliz y en paz. Por su parte, Marcial González, que mantiene allí una segunda residencia y pasa la temporada estival en la aldea donde vivieron sus mayores, cuenta que hoy existen doce viviendas restauradas y acondicionadas para poder vivir en Ciruela, aldea abandonada a la que solo van viajeros o excursionistas curiosos un rato o pocas personas durante algún fin de semana o el verano. El 30 de Agosto de 2011 se creó la Asociación de Vecinos y Vecinas de la Aldea de Ciruela que persigue mantener viva la historia de este lugar que tuvo una gran importancia en su momento, darlo a conocer y poner en valor lo que significó en su día para Ciudad Real. El presidente es el propio Marcial, muy querido por la gente proveniente de la aldea. Nadie mejor que él para ello. A Ciruela la memoria colectiva le debe un respeto y nada muere del todo mientras se le recuerda. Acercaos por allí y conoced estos resquicios de nuestra tierra. Si bien los pocos restos del castillo, de la iglesia y de antiguas construcciones no os dejarán indiferentes, menos lo harán las cargas históricas y las fuerzas sentimentales que emanan del lugar. Y esta es la historia de una aldea abandonada y que tan sólo tiene un habitante, el entrañable Fran, del nombre de una puerta, una ronda y una calle. Esta es la historia de la Aldea de Ciruela.