viernes, 10 de octubre de 2014

OTOÑO

Llevaba años sin saber lo que era la Primavera ni el Otoño en mi tierra. Se cumple a rajatabla el refrán de mis mayores: "Nueves meses de invierno y tres de infierno". Pero este año parece ser según los "hombres del tiempo", ya sean los encorbatados presentadores de televisión o los campesinos expertos en cabañuelas y predicciones infalibles, que volveríamos a tener una estación de otoño casi como las de antaño: de esas que el frío va cayendo lentamente sobre la ciudad y los campos disminuyendo milimétricamente los grados que marca el termómetro hasta llegar a la primera helada invernal, de esas que sin darte cuenta si quiera te hace ir engrosando el número de capas de tu vestimenta e ir calzando zapato cerrado y botas, de esas que ves reflejado en los charcos de las últimas lluvias los edificios de tu ciudad mientras paseas de vuelta a casa y el cuerpo te pide un cucurucho de castañas asadas para templar la temperatura, de esas que las hojas que han dado verdor en verano se convierten en una natural alfombra de tonos marrones que chasquean bajo los pies de los transeúntes, de esas que las tardes del Domingo te apetece merendar un chocolate calentito mientras ves las caprichosas formas de las gotas de agua recién llovidas deslizarse por los cristales de tu ventana... De esas otoñadas de antes que apenas ya recordamos.

Y por ahora parece que está siendo así. Apenas los jóvenes estudiantes de la hoy Educación Primaria otrora E.G.B. saben diferenciar las estaciones en esta noble y leal villa. Para ellos una estación está en la Avenida de Europa y es la Estación del Ave y otra está en la Carretera de Fuensanta y es la Estación de Autobuses. Y no hay más. No lo interpretéis como un chiste pues es una realidad, amén de que hoy derramo melancolía y sentimiento y no divertimento escrito. Para ellos las estaciones del año serían dos: verano e invierno. Y es que es verdad que aquellas transiciones del frío al calor y del calor al frío que todavía existían cuando yo era niño, se han ido viniendo a  menos de tal guisa que se pasa del botín a la sandalia y de la camiseta a la cazadora en un suspiro. Apenas dos semanas de transición de una estación a la otra desglosaban lo que era la Primavera y el Otoño en estos lares, si bien ni tan siquiera se oían sus nombres pues "es que estamos pasando ya del invierno al verano y se va notando" era la denominación de "Primavera" que se oía en las calles. Y rondando el veranillo de San Miguel ya se podía escuchar "se va acabando el verano y de aquí a nada llega el invierno" y esa era la definición de "Otoño". Incluso para los más expertos en letras y en análisis morfosintáctico de la oración expresada, podría concluirse que el término "nada" es el que realmente ocupaba el concepto de "Otoño". Y seguro me hallo, como diría Cervantes, que cultos y estultos mis líneas habéis entendido: ni primavera ni otoño existían en los tiempos de los constipados, bien los últimos del invierno o bien los primeros del invierno, pero con sólo verano entre ellos. Ya os digo, vuesas mercedes, que ni primavera ni otoño existían. Así era la meteorología. Y así ha llegado a nuestros días. O eso parecía...



Por eso, hoy que ya es la cuarta o quinta vez que llueve desde que no llega a un mes empezó el bien llamado Otoño, me acuerdo de los pastores y gentiles que anunciaban que este año habría otoñada. Y tiempo de conserva y de lumbre. Y de cosechas de pimientos y buenas uvas con las migas. Y de gachas de almortas en cocina campera con chorreones de vino tinto cayendo de la bota. Y de pan candeal con chorizos asados. Y razón que llevaban. Desde que oficialmente empezó la tercera estación del año en lo que a tiempo se refiere las lluvias han ido paulatinamente ganando su espacio. Ya se ven las primeras rebecas en la calle. Los árboles ya combinan el verde y el amarillo en sus colores para forjar el marrón en la tierra. Ya las cenas en terrazas dan lugar a reuniones de amigos en casa. El frío que aún no es frío va ganando su carrera al calor que a duras penas se resiste a marchitar. Los maños preparan sus cachirulos y caramelotes para recibir a la Virgen del Pilar. Y en muchos negocios comienzan ya a intuirse vestimentas y comestibles para el puente de Todos los Santos.

Hoy puedo decir que es Otoño. Y que recuerdo aquellos pasados otoños que dejaron de existir y que el ciclo de la vida nos ha traído este año de nuevo. Y puedo decir que la melancolía de este tiempo cambiante tiene también su armonía y que merece la pena escucharla: suena la lluvia que no es tormenta cayendo sobre los campos, impactan las gotas caprichosas sobre los charcos de las calzadas, unidas estuvieron en nubes, disgregadas en los aires y juntándose de nuevo en charcos crean familias que invitan a jugar con ellas a los infantiles pies que van calzados con las botas adecuadas que sólo el otoño permite, ¡bendito sonido el salpicar conjugado con las risas de los niños!, capotas en los carritos de bebés suenan a plástico otoñal que anuncia que el tiempo se va enfriando pero no por ello es invierno, nuevos días de sol que dejan el tacto de las arenas de los parques entre lo húmedo y lo mojado, sonido mágico para los caminantes que notan ese espléndido crujir de terrones desechos bajo ellos que acomodan sus pisadas, nuevas lluvias venideras que hacen barritar al cielo en una mezcolanza de entre fuerte viento y dulces aguas...


Otoño. Cuánto te he echado de menos. Pareces, permíteme el permitirme que te lo diga, el hermano feo de la Primavera. Ella anuncia brotes de hojas y tiernas hierbas, ella anuncia colorido y días de sol que va alargando las tardes, ella anuncia que ya llega el verano y, entre tú yo, ese es el veneno escondido en su belleza: que la gente la confunde con un incipiente verano y no disfruta de ella. La llaman "Verano" y no lo es. Pero a fuerza de ser sinceros, permíteme de nuevo el permitir que te lo diga, hacía tiempo que no veníais y si, por un lado, la gente nos acostumbrábamos sólo al calor y al frío, de modo que el pasar del frío al calor era ya mal llamado verano, por otro lado la consecuencia era anular la primavera aunque corta fuera y, ya sabes que soy filósofo, la consecuencia de la consecuencia era, por ende,  anularte a ti también,  mi querido Otoño, llamando otra vez mal llamado invierno a lo que era tu tiempo. ¿Habráse visto tiempo que tuviere verano, invierno y otoño? Si no ha de haber primavera, tampoco a de haber otoño. Y entre tanta redundancia encuentras el motivo de tu ausencia prolongada. Yo cargo con mi culpa de mal llamarte. Carga tu con la tuya de tu abandono. Y ahora que nos reencontramos y con cariño y afecto te escribo, déjame de nuevo gozar de ti, comer de nuevo castañas, pisar tus charcos manchados, pasear por tu florida alfombra, acariciarte con mis letras en estas líneas de ofrenda, como aquellas que aprendí cuando te mento en los recuerdos que evoco, cuando era un pequeño infante, cuando era niño en otoño... ¡¡Cuanto me he acordado de ti!! Ven a verme de nuevo. Prometo en los días grises, como hoy, escribirte al abrigo de la lluvia y llamarte por tu nombre. No lo olvides. Te espero, al menos, una temporada al año. Aguardaré como antaño para verte, entre el verano y el inverno, Otoño, mi querido Otoño.

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