viernes, 3 de octubre de 2014

ENTRE FOGONES

Quien bien me conoce sabe que soy un cocinillas. Siempre he estado pegado a las sartenes viendo, aprendiendo, practicando e innovando. Me gusta el arte culinario y me encanta mancharme las manos en una cocina haciendo recetas. Y disfruto más cocinando que comiéndome luego lo cocinado. Soy feliz haciendo un sofrito e imaginando cómo quedará luego la paella. Y dorando unos tacos de jamón para añadirlos luego a unas gachas manchegas que ya visualizo en mi mente. Y me relamo pensando en el arroz caldoso que estoy ya haciendo con tan sólo poner el aceite a calentar. Y me entusiasmo de pensar una buena fuente de patatas gañaneras con almedrucos y leche conforme corto la cebolla para ponerla a pochar. O sueño con una buena sopa castellana conforme preparo los huevos que luego voy a escalfar. Pero como buen manchego me pierden las recetas tradicionales de mi tierra: el pisto, el asadillo, el tiznao, los gazpachos o galianos, las migas, las gachas... Y, como empezaba diciendo, quien me conoce sabe que siempre que puedo me meto a fogones. Y si es a guisar algo de mi tierra, mejor. Y si ya me gustaba la cocina y me gustaba meterme al mundo del mandil y la chaquetilla desde que compré mi querida thermomix me gusta todavía más. Hace de todo. Eso sí, la cocina tradicional me gusta en el fogón. Como toda la vida. No me pidáis que os haga un arroz con pollo en la máquina si tengo enfrente una buena sartén y tiempo para guisar sin prisa. Porque la cocina es amor. Y el amor necesita tiempo. Sin embargo había un resquicio en mi faceta de chef: la repostería.

Hoy vengo a compartir con vosotros mi primer dulce de horno. Torrijas, helados, sorbetes y otros dulces sí que he hecho, pero dulces de repostería como tal no. Conforme me decidí a hacerlo ya supe que haría algunas fotos para hacer una entrada en el blog. Et voilá! Tenía la espinita de no haberme metido nunca a hacer alguna tarta o algún bizcocho y un día de estos se me encendió la bombilla: ¿y si junto dos de mis pasiones en una? Y así fue. Me apresuré a buscar la receta de la Tarta de Santiago. Iba a mezclar la gastronomía y el Camino de Santiago a la vez que me metía en el reto de hacer mi primera tarta. Bueno está y hay que decirlo que el postre elegido resultó fácil de hacer. No sabía la dificultad o sencillez cuando elegí la receta y conforme la leí y fui haciéndola me alegré de haberla elegido pues para empezar en repostería no estaba mal, es un dulce que me encanta, que me trae recuerdos, que es sencillo de elaborar y que me permitió jugar a las manualidades pues me embarqué también en hacerme una plantilla con la Cruz de Santiago para culminar la obra. ¿Dónde se ha visto una tarta de Santiago sin su cruz? Hombre, por favor. Tenía que hacerla. Y yo que cuando iba a E.G.B. exponía mis trabajos como ejemplo de lo que no se debe hacer, pues dibujando en vez de manos parece que tengo los pies de otro, disfruté como un guarro en un charco dibujando a ojo y recortando mi crucecita de Santiago. La tengo guardada en casa pero ya me he hecho con una bastante mejor para cuando haga de nuevo esta tarta.


Me puse mi chaquetilla de chef, tipo Alberto Chicote, la cual me pongo sólo cuando me meto entre fogones a hacer algo grande o cuando es la primera vez que hago una receta, porque yo no juego a ser cocinero, soy cocinero, evidentemente aficionado y no profesional, pero soy cocinero de mi hogar, de mi familia, de mi gente y de las juntas de amigos. Preguntarles a ellos si cocino bien o mal, creo que la respuesta será positiva ya que llevo haciéndolo desde hará entre quince y veinte años y todavía no me he cargado a nadie. A lo que iba, me puse mi chaquetilla, preparé los ingredientes y como de tiempo iba escaso pues perdí minutos haciendo la plantilla que os narraba, la tarta me tocó hacerla entre la thermomix y el horno. El resultado podéis apreciarlo en las fotos. He de decir que por ser la primera no me aventuré todavía a hacerla en un buen molde redondo, ni le medí demasiado bien el tono cítrico que me apasiona oculto entre el dulzor. ¿El resultado? Estaba del carajo. Lo digo como lo siento. Pero, para aquellos que la probásteis, quizás a la próxima le ponga un poquitín menos de ralladura de limón para que el despunte del sabor sea mínimo. Os avisaré para que notéis la diferencia pero seguro que, si acudís a la llamada, ni la apreciáis y os zampáis la tarta a dos carrillos. Como si lo viera. Y luego me diréis que cuando quedamos otra vez para que haga otra. Y como a mí meterme a fogones me gusta, enseguida pondremos fecha.

Y por hoy, poco más, tan sólo quería traeros a colación mi primera obra repostera pues, como es costumbre y siempre digo, me gusta compartir con vosotros todas aquellas alegrías simples que nos endulzan el día a día y hacen que podamos, o al menos intentemos, vivir con una sonrisa en la cara. Ya sabéis que cuando digo que me enamoran las gastronomías no me refiero solo al buen yantar, sino también a elaborarlas y disfrutarlas. Y ahora os dejo que voy a hacer paté de queso manchego. Y no es coña, ¿eh? Haciendo patria chica de la Tierra del Quijote y usando sus productos. ¡Voy a ello! Y para los que me preguntáis y os reís: sí, deseando estoy que haga un poquito de frío ya para empezar la temporada de lentejas. Por último decir, si me lee algún cocinero profesional, que me encantaría estudiar cocina y no descarto hacerlo en algún momento de mi vida. Me apasiona de verdad. Queridos amigos os dejo con mi primera Tarta de Santiago. ¡¡Bon apetit!!

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